INCENDIOS CON HISTORIA

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'El espectáculo más triste: el incendio más grande'

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El brasileño Mauro Ventura se decidió a investigar sobre el incendio del circo en Niteroi donde murieron cerca de 500 personas y todo acabó en un libro, “O espetáculo mais triste da Terra: o incêndio do Gran Circo Norte-Americano”.

“Como todo en Brasil, no había registro”, dice Mauro Ventura. Mauro no era nacido en 1961, cuando tuvo lugar el incendio del circo en Niteroi donde murieron cerca de 500 personas, en su mayoría niños, pero creció escuchando versiones de esa tragedia. Hace un par de años se decidió a investigar y todo acabó en un libro, O espetáculo mais triste da Terra: o incêndio do Gran Circo Norte-Americano. Debía ser en Brasil, más grande en todo, pero la historia llama también a la metáfora tal vez porque en cualquier circo existe una tristeza escondida.

El 17 de diciembre de 1961, cuando faltaban sólo veinte minutos para finalizar el espectáculo, una trapecista vio el fuego y dio la alarma. En instantes el circo ardía, la lona del techo se desplomó sobre la pista y las gradas, ocupadas por 3 mil espectadores. No había extintores y la única salida estaba obstruida por unas bancas. Era una trampa perfecta. Un pedazo de plástico ardiendo cayó sobre el lomo del elefante, que enloquecido disparó y en su camino aplastó a varias personas, pero abrió también un agujero en la lona por donde muchos pudieron escapar y salvarse. Al otro día todo estaba destruido, y a partir de entonces las bajas entre los quemados siguieron aumentando el número de muertos.

“La noticia conmovió al mundo –dice Ventura– y produjo una reacción globalizada antes de la globalización.” El papa Juan XXIII dio una misa por los muertos y envió un cheque para ayudar a las víctimas; la actriz Gina Lolobrigida donó sangre. El caso más notorio fue el del cirujano plástico Ivo Pitanguy, que se dedicó a curar a las víctimas. Su protagonismo creció con el hecho hasta convertirlo en una celebridad, pero también creció la cirugía plástica en Brasil. “Él mismo decía que la tragedia fue un parteaguas en la ciencia plástica en el país”, opina Mauro.

El periodista entrevistó a 140 sobrevivientes, muchos de los cuales perdieron a sus hijos o a su familia entera ese día. “Hubo suicidios y muchos se volcaron a alguna forma de espiritualidad”, dice. El más notorio fue un personaje carioca, José Datrino, más conocido como “Profeta Gentileza”, una especie de santón que recorrió Brasil durante el resto de su vida predicando contra los males del capitalismo. Decía que había perdido a su familia en el gran incendio del circo y que entonces abandonó su fortuna y se dedicó a predicar. “Lo primero resultó no ser cierto –dice Ventura–, lo segundo sí. El hombre era un empresario y de un día para otro dejó todo. Unos dicen que tuvo una revelación, otros lo explican psicológicamente.”

La otra controversia fue también moral: quién era el culpable de tanto dolor. La historia oficial sindicaba a un joven trabajador que había sido contratado para levantar la carpa y casi inmediatamente despedido. Tenía antecedentes de hurto y una afección mental. Había estado rondando el circo en esos días, había intentado entrar a la función sin éxito y había gritado que se vengaría. Todo propiciaba a convertirlo en un chivo expiatorio de la gran tragedia. Acabó preso, acusado de iniciar el incendio junto a dos cómplices. Mauro Ventura dice que al principio creyó que era inocente porque el hombre escapó de la cárcel pero fue muerto por la policía, acribillado de 13 balazos. “¿Por qué tanta saña, no bastaba con una, dos, tres balas? Eso me hizo pensar en un silenciamiento efectivo” Sin embargo, al final de su investigación quedó pensando que sí debió ser él.

“Una investigadora que me ayudó con el libro cree que fue un cortocircuito, porque las instalaciones del circo eran extremadamente precarias; yo creo, en cambio que fue intencional. Así que, aún hoy, quienes compartimos la investigación discrepamos en eso. De cualquier modo en el libro dejamos el final abierto, ya que no hay pruebas suficientes para decidir sin dudas.” Diríase que la historia tiene todos los ingredientes para una novela: el dolor, la ambición, la injusticia, el saber, la sed de trascendencia, la fama, a la que toda ficción aspira; pero en realidad esa es otra metáfora para decir o entender la vida, que es a su vez la aspiración final de la ficción y del arte en general.


Fuente: http://brecha.com.uy/


http://www.bombadecima.cl/
 

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Diez muertos

A las ocho y media de la mañana del día 31, el fuego ya había sido totalmente controlado. Sin embargo, en una de esas labores de auxilio se produjo un hecho dramático, la muerte de José Antonio Casado García, encargado de Montaje 2, de 36 años, que se había prestado a rescatar a los heridos. Fue una de las tres víctimas de la factoría junto a Ramón Pisano Cortés, oficial tercera en el servicio de instalaciones, de 32 años, y Manuel Salas San José, de 38 años y especialista de la cadena de Montaje.

Las siete restantes pertenecían a la contrata de Limpiezas El Sol. Eran José Pérez Pérez, de 47 años; Bernardino Alonso Collantes, de 49; Teodoro Castillo García, de 46; Lidio Castán Palencia, de 34; Dionisio Gómez de Frutos, de 42; Paulino Serrano Hernández, de 54; y Félix Martín Gómez, de 50 años. Casi todos murieron por asfixia debido al altísimo grado de toxicidad de los gases producidos por la combustión de la espuma de poliuretano.
Sus cuerpos sin vida fueron encontrados durante las operaciones de rescate y extinción. El hallazgo sumió a todos en un auténtico shock, no en vano, en un primer momento se pensaba que el incendio solo había causado heridos: «Entramos el director industrial de FASA, Juan Antonio del Moral, el jefe de los servicios médicos, José Arribas Baticón, y yo en los vestuarios. Y allí nos encontramos a ocho hombres sentados. ‘¿Estarán dormidos?’, dije. Y de dormidos nada: estaban todos muertos. El médico lo certificó en el acto. No les había dado tiempo a nada, los gases habían subido por el tiro de la escalera y los habían asfixiado», recuerda Devesa.

Otros tuvieron más suerte y lograron salvar la vida arrojándose por los ventanales, pues se dio la particularidad de que, con el fuego, el aire que entraba por puertas y ventanas actuó como un tiro. Como consecuencia de ello, el trabajador Germán Hurtado García fue ingresado grave en el Hospital Provincial con fractura de cráneo. Cuando comenzó el incendio, la mayor parte de los obreros se encontraban en los vestuarios. De los 31 heridos, 18 eran trabajadores de FASA y el resto, de Limpiezas El Sol.

Afortunadamente, los servicios de extinción lograron que el fuego no llegara a la planta superior, donde se encontraban los depósitos de pintura y varios tanques de combustible con 30.000 litros de fuel. «Gracias a eso, a que los bomberos controlaron rápidamente el incendio, la instalación se mantuvo. Si llega a alcanzar el piso superior hubiera acabado con todo. Además, el techo de hormigón que separaba ambas plantas aguantó el calor de las llamas», reconoce el entonces director industrial de FASA-Renault, Juan Antonio del Moral. Aun así, el fuego arrasó 10.000 de los 62.800 metros cuadrados de la factoría, que, con 2.800 trabajadores, producía diariamente 368 vehículos de los modelos R-5, R-7, R-8 y parte del R-12 familiar. Afectó, por tanto, al 49% de la producción.

Sabotaje

La hipótesis del sabotaje corrió inmediatamente de boca en boca. Era lógico. No solo porque aquellos indicios que podían explicar el origen del suceso habían sido totalmente destruidos por el fuego, que en algún momento llegó a generar 800 grados de temperatura, sino también por los antecedentes conflictivos ya citados y porque tanto el jefe superior de policía como el aparejador-jefe del servicio de bomberos desgranaron datos que apuntaban en esa misma dirección: el hecho de que se tratase de un incendio en superficie, la extraordinaria velocidad con que se desarrolló, dándose el caso de que el primer foco debió de radicar en una zona con neumáticos, cuya goma forma mucho humo pero no es una sustancia que propague las llamas a tanta velocidad, y, finalmente, que tuviera lugar a una hora en la que, al igual que ocurrió en Authi, había muy poca gente en la factoría.

Ya durante la reunión que mantuvieron con los periodistas Juan Antonio del Moral, el secretario del Consejo de Administración, Santiago López González, y el director del Departamento de Asuntos Sociales, José Hinojosa, se insistió en el desconocimiento de la causa real del incendio, pero sin descartar la posibilidad de que hubiera sido provocado. Lo mismo señaló el Jefe Superior de Policía, que incluso se atrevió a emplear el término «sabotaje».

Los rumores se incrementaron en los días posteriores, hasta el extremo de que, según denunciaba ‘Mundo Obrero’, órgano del Partido Comunista, «octavillas de grupos fascistas o de la misma policía, lanzadas en el barrio de la Pilarica, culpaban a Comisiones Obreras y a nuestro Partido de ser los autores del incendio y, por tanto, los culpables del asesinato de 10 compañeros».

Mientras, un técnico inglés de la firma «J.H. Burgoyne and Partnes», experto en incendios, se afanaba en hallar pesquisas que condujesen a la causa real. Así estaban las cosas cuando El Norte de Castilla aportó un nuevo dato que, procedente de «fuentes bien informadas», venía a apuntalar la tesis del incendio intencionado; según el rotativo, la empresa había recibido «hace aproximadamente diez días una advertencia con amenazas de chantaje», en la que pedían 30 millones de pesetas haciendo referencia a lo sucedido en Authi. «No ha sido posible confirmar estos rumores», señalaba en la edición del 3 de noviembre de 1974. En efecto, entonces no fue posible, pero ahora sí:

«Llegó una carta a la dirección de la empresa exigiendo 30 millones y amenazando con algo parecido al incendio de Authi», reconoce Juan Antonio del Moral; «incluso daba una serie de instrucciones, señalando que debía ser el secretario del Consejo de Administración, Santiago López González, el que por la noche llevase el dinero en una bolsa de deporte al Paseo del Campo Grande. Lo pusimos en conocimiento de la policía y como había un agente muy parecido a Santiago López, se hizo pasar por él. Estuvo dando vueltas por el Campo Grande, con la bolsa de deportes, pero no apareció nadie. Días después ocurrió el incendio».

Entretanto, la investigación que había iniciado la empresa a través de la firma británica «J.H. Burgoyne and Partnes» concluyó que el incendio no había sido fortuito; de hecho, como explica Del Moral, el especialista inglés apuntó la posibilidad, no probada, de que se utilizara un dispositivo de retardo del incendio. En las actas del Consejo de FASA-Renault se recoge, en junio de 1975, que «después de peritaje por una empresa internacional especializada aparece sin posibilidad de causa fortuita y sin prueba de la causa verdadera». Por su parte, trabajadores de FASA, reunidos en asamblea, aprobaron un escrito dirigido a la opinión pública en el que sostenían que, en el caso de que se tratase de un accidente, habría que poner en entredicho las medidas de seguridad de la empresa, pero que si se llegaba a demostrar que había sido un sabotaje, manifestaban su «más firme repulsa y condena». Sin embargo, ni la investigación policial ni la del juez pudieron detectar responsables.

De modo que a día de hoy, 40 años después de aquella jornada dramática, sigue sin esclarecerse la causa real de un incendio que marcó un antes y un después en la historia de Valladolid y de FASA-Renault, un suceso terrible que dejó 10 muertos y 31 heridos y causó destrozos en la factoría por un valor de 426,8 millones de pesetas, además de paralizar su actividad durante una semana.


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El inexplicable incendio en Fasa

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  • El 30 de octubre de 1974, en medio de una intensa conflictividad laboral, las llamas arrasaron Montaje 2 y provocaron 10 muertos; el entonces director de la factoría desvela que hubo un intento de chantaje millonario
Aún le tiembla la voz cuando recuerda aquella trágica madrugada. «Fue el peor día de mi vida laboral. El peor, con mucho». Carlos Devesa, director de las factorías de Montaje 1 y Montaje 2 de FASA-Renault aquel 30 de septiembre de 1974, no puede sustraerse a la emoción cada vez que rememora el terrible incendio que asoló Montaje 2 hace hoy, precisamente, 40 años. «Eran cerca de la seis de la mañana cuando llamaron a casa. Me tiré literalmente de la cama, me puse un chambergo y fui a la factoría. Era horrible. Ya en ese momento Montaje 2 era una hoguera tremenda». A sus 87 años -44 de ellos trabajando en FASA-, Devesa aún mantiene intacta en su mente aquella desoladora instantánea, las llamas, una humareda gigantesca... y las víctimas, sobre todo las víctimas.

Aquel suceso, que tantas páginas ocupó en El Norte de Castilla y tanto dio que hablar en la ciudad del Pisuerga, ha pasado a la historia local como uno de los momentos más dramáticos de la convulsa etapa de la Transición democrática; pero también como uno de los sucesos más enigmáticos y con mayor carga de misterio, pasto fácil de la rumorología en una ciudad que asistía asombrada a una inusitada espiral de convulsión política y laboral.

Aquella portada del 31 de octubre de 1974 lo decía todo: 10 muertos y 31 heridos en Montaje 2. El fuego había comenzado a las 5,49 de la mañana y a los cinco minutos ya había afectado a una superficie total de 2.000 metros cuadrados. Una barbaridad. Al coincidir prácticamente con el cambio de turno, solo quedaban en la fábrica los encargados de poner a punto las instalaciones para los 1.400 trabajadores que comenzaban el trabajo a las seis de la mañana, así como los empleados de la empresa de Limpiezas El Sol, que habían entrado a trabajar a las diez de la noche del día anterior. Sobre estos últimos se cebaría el fuego, iniciado, misteriosamente, en un almacén situado «en cota cero», esto es, a nivel del suelo, y que albergaba, en diversos contenedores, neumáticos, guata, material de poliuretano para los asientos, etc.

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Listado de fallecidos en el siniestro.

La rapidez con la que se propagó no tardaría en dar que hablar. José Rojo Larruscain, que en ese momento era jefe de Departamento y que, al igual que Devesa y otros mandos de la empresa, fue «arrojado» de la cama por una llamada telefónica, recuerda cómo «al llegar a la vía férrea y vi el humo, pensé que se había quemado toda la fábrica. Y eso que poco después de las seis menos diez ya estaba allí. Era tremendo».

En la mente de no pocos vallisoletanos comenzó a flotar la idea de que se trataba de un incendio provocado. Era comprensible: la intensa conflictividad desatada en FASA desde el mes de septiembre, motivada cuando la empresa interpretó la nueva Ordenanza del metal suspendiendo las tardes libres de los sábados y el descanso del bocadillo, aunó las reivindicaciones laborales con propuestas de claro alcance político. De inmediato, los trabajadores, movilizados por los sindicatos clandestinos y el movimiento asambleario, se lanzaron a una huelga que llegó a englobar a 10.551 obreros –de una plantilla de 13.620 - y provocar el cierre de la factoría. Hubo de todo: cargas policiales, despidos, 40 ‘faseros’ detenidos, nueve de ellos en prisión…

Incluso dos días antes del incendio se registraron incidentes laborales a causa de la decisión de la empresa de efectuar «descuentos» en los salarios de octubre con motivo de los citados paros laborales y cierre de la factoría.Por si fuera poco, a principios de ese mismo mes, un aparatoso incendio había arruinado el almacén de la factoría navarra de Authi, paralizando de inmediato la producción de vehículos, sin poder esclarecerse las causas exactas del mismo. Para muchos se trataba de un antecedente a tener en cuenta, cuando no una clara advertencia. Claro que lo de Valladolid resultó aún más trágico.

Los trabajos de extinción del fuego, a cargo del servicio contra-incendios de FASA, contaron también con la colaboración de los bomberos de Valladolid, Palencia, Segovia y parque del aeropuerto de Villanubla, auxiliados a su vez por personal de la factoría. Algunos, como Jesús Royuela, trabajaban en Motores y no dudaron en socorrer a sus compañeros, aun a riesgo de ser sancionados: «Fuimos a los vestuarios a cambiarnos de ropa y salimos con temor, dada la ruda disciplina. Los encargados nos decían que no nos moviésemos, pero les plantamos cara y nos fuimos a echar una mano. Lo vi todo in situ. Me puse junto a una marquesina, en las puertas exteriores, recogí a heridos en mis brazos, los tapábamos con cartones… El recuerdo es imborrable. Al día siguiente me cambiaron de turno. Luego me suspendieron durante 15 días de empleo y sueldo por abandono del puesto de trabajo».

continua en el post de abajo

 

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INCENDIO EN EL TEATRO DE LA AMISTAD DE KARAMAY

20 años de la tragedia en la que 288 niños chinos murieron porque dejaron salir primero a sus líderes
  • El incendio del Teatro de la Amistad de Karamay forma parte de una larga lista de tabúes junto a la matanza de Tiananmen.
  • Se cortó el teléfono un día para no hablar con nadie, una madre se ocultó en un camión de cadáveres para buscar a su hijo en el depósito..
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"Las mujeres y los niños primero" es la habitual consigna de evacuación en caso de accidente, pero en el dramático incendio del teatro de Karamay, del que se cumplen hoy 20 años de forzado olvido, no fueron ellos sino los políticos locales los que se salvaron, mientras 288 menores perecían entre las llamas.


Aquel 8 de diciembre de 1994, fallecían 325 personas, en su mayoría niños de entre seis y 14 años, en el incendio del Teatro de la Amistad de Karamay, una ciudad de la región noroccidental china de Xinjiang donde muchos padres de las víctimas aún recuerdan con dolor un siniestro rodeado de injusticias.

El suceso, por el que la propaganda china pasó de puntillas y que hoy forma parte de la larga lista de tabúes de la reciente historia nacional, junto a la Revolución Cultural o la Matanza de Tiananmen, simbolizó como pocos la mala respuesta del régimen ante los desastres, su obsesión por ocultarlos o el maltrato a las víctimas.

Los niños, elegidos por tener las mejores notas de sus colegios, se encontraban en el teatro, unos como público y otros como actores, en una función especialmente organizada para las autoridades locales de Karamay, localidad construida en 1958 tras el hallazgo en las cercanías de un enorme yacimiento de petróleo.

"Cuando el fuego comenzó, los profesores dijeron a los niños que se sentaran y dejaran salir primero a los líderes", cuentan los padres de una de las víctimas en el documental "Karamay", un valiente y descarnado relato sobre las secuelas del suceso realizado en 2010 por el cineasta independiente Xu Xin.

Algunos testigos relataron además que cuando aparecieron las primeras llamas en bambalinas alguien dio la orden de bajar el telón, para que el público no viera el incendio.

Las puertas del recinto, construido en la década de 1950 por los soviéticos durante los años de hermanamiento entre el maoísmo y el estalinismo, estaban todas cerradas, algunas con candado, y lasventanas tenían barrotes a raíz de una renovación hecha poco antes del desastre.

El edificio, según decían muchos habitantes de Karamay ya antes del desastre, aparentaba ser una "prisión" que en caso de accidente sería mortal.

Y así fue: gran parte de los niños murieron asfixiados por el humo y otros aplastados por las estampidas de pánico, suerte que corrieron también muchos de sus profesores.

Mientras, los líderes locales, entre ellos los jefes de las petroleras que controlaban la ciudad, salían prácticamente ilesos.

"Desde aquel incendio cambiamos la forma de enseñar a nuestros hijos: antes les decíamos que hicieran caso a sus maestros, ahora ya no", cuentan en el documental los padres de Zhao Wei, una niña de 15 años que murió en el incendio de Karamay, junto a su tumba.

Inhumanas neglicencias
Si malas fueron las circunstancias del incendio, peor se gestionaron los días siguientes, en una larga sucesión de negligencias e intentos de ocultación sobre los que nunca ha habido una investigación a fondo, mientras los padres de los niños fallecidos eran tratados como una molestia.

En el documental, grabado casi en la clandestinidad, los padres cuentan cómo les impedían ver en las primeras horas a sus niños(una madre se tuvo que camuflar en un camión de cadáveres para poder entrar en el tanatorio) o cómo se dejó sin teléfono a Karamay durante 24 horas, para que nadie hablara con la prensa.

Al día siguiente del suceso se ordenó a los padres de los niños fallecidos que llevaran los cadáveres a sus unidades de trabajo,para que así no todos los cuerpos estuvieran juntos en el mismo lugar y ocultar en cierta medida el alcance del suceso.

"Nombraron a nuestros hijos 'mártires' para hacernos callar", recuerda uno de los padres, y afirma con amargura que "todo fue una de las muchas mentiras del Partido", ya que en China el título de mártir otorga a sus familiares pensiones y beneficios sociales que nunca tuvieron.

Los padres se manifestaron, viajaron a Pekín como peticionarios (en la capital fueron metidos por la fuerza en un autobús y llevados de vuelta a Karamay) pero se desoyeron sus quejas y pasaron a formar parte del gran colectivo de agraviados "incómodos" para el régimen.

El caso se cerró con cuatro condenas de menos de cinco años de prisión a responsables locales, entre ellos el funcionario de más cargo que había dentro del teatro durante el incendio, Fang Tianlu, presidente de la petrolera de Karamay.

Unas condenas que supieron a poco a los padres de los 288 niños que fallecieron, y que hoy irán como cada año al cementerio local de Xiaoxihu para hacer ofrendas a sus hijos.

En el documental de Xu Xin, de seis horas de duración, los padres hablan con amargura pero sueñan con que algún día se admitirá la negligencia y la mala fe que rodearon al suceso:

"Aún esperamos que el gobierno reconozca que no fue justo y que lo veamos antes de morir, así nuestros hijos de verdad descansarán en paz".

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El incendio de 1755

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Esta semana se cumplen 260 años del inicio del incendio de 1755. Fue, sin lugar a dudas, el suceso más grave jamás sucedido en las minas de Almadén. Supuso la paralización de la mina durante 2 años y medio, la inundación general de las labores, el hundimiento de varias casas en superficie, la emigración de los mineros que quedaron sin trabajo y la muerte de cuatro personas. Con esta espantosa catástrofe se cerró para siempre el laberinto que constituían las labores antiguas, nunca se volvieron a recuperar.

Fue a las 8 de la noche del 7 de enero de 1755 cuando se detectó la presencia de humo en la mina del Pozo, el superintendente Francisco Javier de Villegas no se encontraba en Almadén y tomó el mando su teniente Juan Pérez Corral. Ordenó bajar por el torno de San Fermín a un operario, Sebastián Veloso, para buscar el foco del incendio, pero no pudo llegar, el intenso humo apagó su candil y, antes de que pereciera, lograron sacarle. Se decidió entonces cerrar las entradas de aire al interior: el torno de San Pedro de Alcántara, el de la Soledad y la galería que comunicaba con la mina de El Castillo. Siguieron trabajando y a la una de la madrugada taparon también los tornos de lo Claro y San Miguel, tabicaron la puerta principal de la mina y salieron por la que daba a la antigua Cárcel de Forzados. Había empezado el desastre. Corral mandó celebrar rogativas los días 9 y 10 a Nuestro Padre Jesús en la entonces ermita de Almadén (que a la postre se convertiría en la actual Parroquia Nuestra Señora de La Estrella) y a San Antonio de Padua en el convento de San Francisco, actualmente en ruinas en la carretera a Chillón.

El día 16 de enero llegó el superintendente Villegas, quien pasó directamente a reconocer la mina de El Pozo. Aunque en principio les pareció que el fuego se había extinguido, pudieron apreciar resplandor en el interior por lo que cerraron de nuevo la entrada y los respiraderos.

Acudió de nuevo Villegas el 5 de febrero, pero esta vez acompañado de Guillermo Bowles y Carlos Koehler, a quien se nombró poco después director del Establecimiento Minero. Sería el primer alemán de los que ocuparían sucesivamente el puesto. Destaparon el torno de lo Claro y lograron entrar hasta el segundo piso, pero no llegaron a ver el foco del incendio, ni siquiera llamas, se abrió otra entrada con similar resultado. Decidieron cerrar de nuevo la mina convencidos de que si echaban agua, el humo sofocaría a los trabajadores y de que arrojando tierra emplearían mucho tiempo, y el aporte de aire mientras tanto sería fatal .Decidieron entonces, impotentes con la ciencia y la técnica, dejar el tema en manos de Dios. Se hicieron votos, rogativas y multitudinarias procesiones, pero el incendio seguía mes tras mes.

El 10 de febrero de 1756 apareció humo en la contigua mina del Castillo, en los días siguientes aumentó, hasta tener que suspenderse los trabajos, tabicaron su entrada también. Se decidió entonces celebrar misas rogativas del 23 de febrero al 8 de marzo y tres procesiones, una de ellas de penitencia pública dirigida por Felipe Quiñones, cura franciscano del convento de San Francisco de Chillón. Cuando esta procesión llegó la puerta de la mina, y decididos los fieles a entrar en ella, sólo se permitió acceder a tres religiosos y a 8 ó 10 personas para alumbrar al sacerdote que portaba el Cristo de la Fuensanta. Avanzando por la mina hasta la galería de San Ignacio, notaron más fuego que en visitas anteriores, y el misionero aprovechó un instante de descuido para bajar por el torno de los Alemanes. De nada sirvieron los avisos del maestro mayor y los oficiales, a los que trató de faltos de fe. A su socorro entraron tres mineros a los que tuvieron que sacar asfixiados por el humo. Otros les siguieron y hasta tres de ellos perdieron la vida. Al religioso y a Juan del Castillo los encontraron en el mismo torno de los Alemanes y a Mateo León y Juan Talaverano en la galería, junto a la puerta de red que existía. Sacaron los cuerpos la tarde y noche de ese mismo día.

Fue el 23 de julio de 1757 cuando se volvió a destapar el torno de lo Claro y se reconoció la mina sin encontrar fuego, aunque sí mercurio en el suelo, y algunos hundimientos. El director Koehler había muerto unos días antes, sin llegar a ver la mina apagada, aunque este hecho no evitó el mito de que fueron los alemanes los que lograron apagar el incendio. Fue el agua, dos años y medio sin bombear fueron suficientes para inundarla. En la mina de El Castillo, en una galería de la segunda planta, próxima al pozo de San Ignacio, existe una inscripción en latín, ya ilegible, en la que se explicaba que hasta ahí llegó el nivel de las aguas en el incendio.

Nunca se supo el origen del incendio, aunque algunos creyeron que fueron los forzados de la mina los que lo provocaron. Un incendio en la enfermería de la Cárcel en 1753 y un conato en 1758 parecen corroborarlo. Con culpa o no, se decidió a partir de entonces no emplearlos en la mayoría de las labores de explotación de interior, relegándolos a trabajos auxiliares. Si fueron ellos desde luego lograron su objetivo.

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El pavoroso incendio de la Aduana en 1922

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  • Veintiocho personas murieron en el siniestro, que se produjo en la madrugada del 26 de abril. Algunas víctimas perecieron al arrojarse al vacío huyendo de las llamas
  • La prensa de la época relató las dantescas escenas que se vivieron y criticó la actuación de los bomberos y la negligencia de las autoridades
Las llamas arrasaron el edificio de la Aduana ante la impotente mirada de la gente que estaba en las inmediaciones del inmueble. El siniestro, ocurrido en la madrugada del 26 de abril de 1922, fue una de las mayores catástrofes acaecidas en la ciudad en el siglo XX. Las causas del incendio no se aclararon. Lo cierto es que murieron veintiocho de las setenta personas que vivían en la Aduana, entre ellas varios niños. Unas perecieron carbonizadas, otras por asfixia y algunas tras arrojarse al vacío tratando de escapar del fuego. Hubo numerosos heridos de diversa consideración. La actuación de los bomberos y de las autoridades locales fue muy criticada por la prensa de la época. Se abrió una suscripción a beneficio de las familias de las víctimas.

'La Unión Mercantil', en su edición del jueves 27 de abril de 1922, tituló: «Espantosa tragedia». La información de la primera página empezaba de la siguiente forma: «Trágico, imponentemente trágico, fue el despertar de la ciudad, que parecía como aplastada por la mueca horrible de la muerte. ¡Qué dolor y qué desolación más espantosa. Jamás asistimos a nada semejante».

El repique de las campanas de la Catedral despertó a la población anunciando que sucedía un hecho luctuoso. En señal de duelo, comercios y cafés no abrieron sus puertas; se suspendieron tanto las clases escolares como los espectáculos y se situaron crespones negros en diversos edificios. Los malagueños quedaron impresionados por la catástrofe. El dolor y la pena se adueñaron de Málaga. «Como es de suponer, sólo de esta tragedia se habló ayer. Sobre la ciudad flotaba un ambiente de tristeza que difícilmente se ocultaba», recogía 'La Unión Mercantil'.

El incendió se declaró sobre la una de la madrugada. El fuego se propagó con rapidez por la parte alta del edificio, lugar en el que vivían las familias del personal subalterno. Como el techo y el suelo eran de madera y la mayoría de los tabiques, de lienzo de retorta encolada, las llamas se extendieron con facilidad. El avance imparable del incendio fue sembrando el pánico y el caos. Las setenta personas que residían en la buhardilla de la Aduana trataron de escapar como pudieron, pero se vieron atrapadas en una ratonera en la que el humo se mezclaba con las llamas, creando un aire irrespirable y escenas dantescas.

Tirarse al vacío

El miedo a morir achicharrados o asfixiados hizo que algunos habitantes del edificio se precipitasen al vacío para intentar escapar del siniestro. La caída les produjo la muerte, a pesar de que los bomberos y la gente que se concentró en las inmediaciones del inmueble trataron de impedir que se estrellasen contra el suelo. El origen del siniestro no quedó claro. «Sería aventurado cuanto dijéramos acerca de las causas que han originado la más doloroso catástrofe registrada en nuestra tierra», reseñó 'La Unión Mercantil'. Sí pudo determinarse que el fuego se declaró junto a la vivienda número nueve de la buhardilla, ubicada encima de la secretaría del Gobierno.

Como decía la prensa, fue milagroso el salvamento de la familia de Ricardo Pacheco, subalterno de Hacienda que residía en esas habitaciones. Pacheco, con gran serenidad, logró poner a salvo a su mujer y cuatro hijos. No tuvieron igual fortuna otros vecinos de edificio. De pronto, en medio de una intensa humareda, se escuchó un fuerte estrépito al derrumbarse numerosas vigas de la construcción. Bajo los escombros quedaron los cuerpos inertes de las personas que no consiguieron huir a tiempo. Incluso el gobenador civil pasó por momentos de peligro.

Aunque los cadáveres fueron trasladados al cementerio, después continuaron apareciendo restos de víctimas: brazos, piernas, trozos de muslos, costillas... Todo convertido en carbón. Esos despojos humanos se llevaron a la jefatura de policía ante la imposibilidad de su identificación.

La actuación de los bomberos encargados de sofocar las llamas fue criticada por su tardanza en acudir al lugar de los hechos. Su sede estaba a un centenar de metros de la Aduana. La prensa denunció que la manguera con la que tenían que apagar el fuego sólo soltaba un «ridículo chorrillo de agua». No salieron mejor paradas las autoridades locales, por no haber dotado a tiempo a los bomberos de mejores medios. En ese sentido, se indicaba que las mangas de riego estaban picadas y la escala no funcionaba. Los ánimos se encresparon tanto que la gente abucheó e insulto al alcalde de Málaga, José Briales, y a varios concejales cuando llegaron a interesarse por la catástrofe. Las muestras de luto y condolencia fueron constantes en toda la ciudad, que quedó sobrecogida por la muerte de veintiocho personas.

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X ANIVERSARIO


Los siete misterios del Windsor

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Diez años después, las incógnitas del espectacular incendio siguen vigentes: los 'fantasmas', la caja fuerte, el butrón..

¿Había fantasmas? ¿Qué documentos guardaba el Ministerio de Defensa en aquella caja fuerte? ¿Por qué ese día la presión del agua fue tan baja? ¿Por qué hubo un escape de gas esa noche, mientras los bomberos luchaban contra el fuego? ¿Por qué... 10 años después, el incendio del Windsor sigue plagado de incógnitas? Sus misterios alimentan la imaginación madrileña, han dado lugar a canciones y libros, y el carpetazo que se dio a la investigación apenas transcurrido un año desde el gran fuego sólo avivó el enigma.

Este jueves se cumplirán 10 años del incendio que destruyó el rascacielos en pleno corazón financiero de la ciudad. Los servicios de emergencia lucharon contrarreloj no para salvar el edificio, sino para evitar una catástrofe que podía haber causado muertes o incendios mayores en los otros edificios del complejo de Azca.

A muchos les cuesta creer que una colilla mal apagada pudiera terminar con un rascacielos de 30 plantas y, sin embargo, no se planteó nada más al final de la investigación que una causa meramente accidental. Supuestamente, una empleada de Deloitte, técnico de riesgos laborales, había fumado esa noche, un sábado que las oficinas estaban casi vacías, apagó mal la colilla y se marchó de su despacho en la planta 21. Al llegar los vigilantes, el despacho ya ardía.

¿HABÍA FANTASMAS EN EL EDIFICIO?
Había pasado apenas una semana desde el incendio (que fue el 12 de febrero de 2005) cuando varias televisiones empezaron a emitir lagrabación de una videoaficionada. En ella se veía a dos personas a través de unas ventanas, con una extraña luz de color blanco, con pinta de llevar trajes NBRQ, más o menos en la planta 16 del edificio. El fuego había comenzado en la planta 21 a las 23.08 horas, y rápidamente se extendió por toda esa planta, para después pasar a las plantas superiores y, finalmente, descender hacia los pisos inferiores.

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Un fotograma de 'los fantasmas'

Los fantasmas, como se los llamó aquellos días, se quedaron en eso, en seres etéreos. El informe pericial de la Policía Científica dice, sin meterse más allá, que por parte de «la sección de Tecnología de la Imagen de la Comisaría General de Policía Científica se procedió a analizar diferentes grabaciones de vídeo tomadas durante el desarrollo del incendio, en concreto unas en las que se ven varias figuras humanas, lográndose determinar que dichas imágenes no son falsas». Es decir, el vídeo era auténtico, pero no se dejaba claro si allí había gente o no.

Para alimentar un poco más este misterio, los Bomberos del Ayuntamiento de Madrid elaboraron su propio informe, en el que se aseguraba que aquellas siluetas podrían ser producto de un reflejo. Además, en su día desde el Ayuntamiento de Madrid se aseguró que no eran bomberos.

LOS INFORMES 'SECRETOS' DE DEFENSA
En la mayoría de las plantas del Windsor estaban las oficinas de laconsultora Deloitte, pero en la cuarta planta tenía su sede otra compañía llamada Comparex España. Desde esta empresa se pidió autorización al Juzgado de Instrucción número 28 (que se encargó de la investigación) para recoger una caja fuerte ignífuga que había quedado en sus destruidas oficinas.

El propio juzgado, en el auto que autorizaba esa recogida, explicaba que se quería recuperar esa caja fuerte que contenía «documentos del Ministerio de Defensa calificados de documentos reservados». Sin embargo, tanto el Ministerio de Defensa como Comparex negaron rápidamente que se tratara de documentación clasificada. La empresa explicó que eran contratos, y Defensa alegó que esa empresa tenía una certificación de seguridad para su trabajo «que comporta ciertas condiciones de seguridad» para contratos con la OTAN, Defensa o la Unión Europea.

UN BUTRÓN HECHO DESDE DENTRO
El 22 de febrero, cuando la Policía Científica ya estaba realizando la inspección de los restos del edificio, se halló un butrón en la zona de los garajes que comunicaban con el interior del Windsor. La pared era de pladur y había sido realizado desde dentro hacia el garaje. El agujero era pequeño, por el que «difícilmente pasa una persona delgada», dicen los agentes en su informe. Según su hipótesis, el butrón podría haber sido hecho «para comprobar a dónde daba dicha pared desde el interior de la oficina». Se buscaron huellas dactilares en una porción de la pared recogida allí, pero no se encontró ninguna. Ese mismo día se encontró un cierre metálico, también cerca del garaje, que estaba abierto y tenía el candado reventado. Sin embargo, mientras que los bomberos explicaron que habían sido ellos quienes rompieron el cierre, nunca se supo quién realizó el butrón, ni por qué.

EL FUEGO QUE SE AVIVÓ DE PRONTO
El fuego parecía controlado cuando ya había entrado la madrugada. Pero a cierta hora, una inmensa llama explotó por la fachada oeste del edificio, cuando el fuego había afectado principalmente a las fachadas norte y este. José Luis Gómez, que entonces era jefe operativo de Seguridad del Ministerio de Fomento (cuya sede estaba enfrente de Windsor, en Nuevos Ministerios) recuerda cómo lo vivió: «Nos extrañó mucho cómo se reavivó el fuego en aquel momento, fue como si algo lo hubiera alimentado, aunque claro, no sabemos por qué ocurrió eso». Los informes policiales no detectaron acelerantes del fuego, ni varios focos, ni nada que hiciera pensar que podía tratarse de un incendio provocado. Esa noche, además, los bomberos advirtieron de que podría haber un escape de gas, porque no pudieron cerrar varios conductos de los que pasaban por la zona, y aconsejaron a muchas personas extremar la precaución.

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Momento en que se reavivó el incendio por la fachada oeste

LOS FALLOS DE LA PRESIÓN DEL AGUA
La presión del agua fue otro de los puntos raros del suceso. Los bomberos tuvieron grandes problemas con la presión, porque precisamente esa noche era tan baja que no llegaba bien a sus mangueras. De hecho, tuvieron que buscar otra zona de abastecimiento para poder sofocar las llamas. Pero es que además el Windsor tuvo justo muy mala suerte cuando se quemó: llevaban meses cambiando su sistema de extinción de incendios para adaptarlo a la normativa.

PERITOS CONTRA BOMBEROS
Se estaba construyendo una segunda escalera de emergencia, pero el mayor problema estaba dentro, porque no había aspersores que se encendieran automáticamente al saltar la alarma de humos. Los peritos de la aseguradora Allianz, sin embargo, culparon de falta de diligencia a los bomberos, en un extenso informe aportado al juzgado. En él expresaban que los sistemas antiincendios habían sido revisados un mes antes y que funcionaban bien, pero que no se actuó como se debió porque no se inyectó suficiente presión en la columna seca, entre otros muchos motivos.

ADIÓS AL EXPEDIENTE DE FG VALORES
En aquel incendio también se perdió una valiosa documentación. Justo un día antes del incendio, la Fiscalía Anticorrupción había pedido a Deloitte los informes sobre una auditoría de 1994 a FG Valores, del presidente del BBVA, Francisco González. Se trataba de una auditoría que en su día había realizado la empresa Arthur Andersen, con la que Deloitte se fusionó después. Anticorrupción estaba investigando la venta de FG Valores a Merrill Lynch, y había reclamado a Deloitte esos documentos.

Sin embargo, el propio presidente de Deloitte explicó en un foro días después del incendio que aquellos documentos estaban en la planta 23, por lo que fueron destruidos por las llamas. Además, no existía copia en ningún otro sitio de ese expediente, mientras que de casi todos los documentos que había en el Windsor sí había un duplicado en otro edificio. Otro misterio para la lista.

http://www.elmundo.es/

 

envuelto en llamas

Chupe
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Incendio en el Club Regine´s Febrero del ´81

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En la madrugada del día viernes 13 de febrero, la central de alarmas del Cuerpo de Bomberos de Santiago recibía aviso de un siniestro que se había declarado en el elegante y exclusivo Club REGINE´S, ubicado en Av. Isidora Goyenechea 3275, esquina de calle Don Carlos.

El material era despachado a las 05:05 y tres minutos más tarde el oficial a cargo ordenaba la alarma general, concurriendo al lugar el resto de las compañías de primer socorro del sector, con un total de cuatro carros bomba, un carro cisterna de apoyo, dos carros porta escalas, una mecánica y vehículos de comando y transporte. Al llegar el material, el incendio afectaba con fuerza al segundo y tercer piso del inmueble. En atención al especial diseño de construcción, que solo contemplaba una puerta principal de reducido tamaño en la Av. Isidora Goyenechea, una de escape tipo caracol por la salida de calle Don Carlos y pequeñas ventanillas en el sector de la cocina en el segundo piso y hacia esa misma calle; el ataque al fuego fue difícil desde el primer instante, dada la imposibilidad de ventilar el local y sólida construcción del mismo, que lo asemejaban a un gigantesca tortuga. El personal debía ingresar al local por las mismas vías a través de las cuales brotaba un humo denso y toxico, proveniente de la combustión de gran cantidad de sustancias sintéticas que decoraban el local. Regines entrada principal Valga destacar que gran parte de los muebles era de plástico. El foco de fuego se encontraba en el segundo piso, que solo era accesible por una estrecha escala interior. Mientras las compañías de agua trataban de enfriar el interior del local, personal de las compañías de escala comenzó a trata de abrir el techo, cubierto de solidas planchas metálicas, operación que solo de materializo pasadas las 07:00 horas, elevándose una enorme columna de humo y fuego desde el interior del tercer piso, por donde se colocaron pitones a fin de enfriar el caldeado interior. Las operaciones de extinción terminaron a las 09:08 horas en que el siniestro fue declarado como “BAJO CONTROL”, quedando hasta pasado el mediodía compañías de guardia en el lugar. La investigación efectuada por la justicia ordinaria, determino que el siniestro había sido intencional.

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Cuando la ciudad ardía
La primera aseguradora fue La Mutua que en 1839 cubría fuegos y explosiones

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Placa de la compañía de seguros Northern en la calle de Sants.


Cada vez quedan menos en las fachadas de los edificios. A veces, para verlas hay que entrar en páginas de Internet dedicadas a las subastas de lance. En otros casos se ocultan dentro del inmueble, como una de la Assurances Generales en el patio interior de la Casa Jeroni F. Granell de la calle Mallorca. Son las placas que antaño anunciaban aquellas fincas que estaban aseguradas contra incendios. Esta clase de seguros fue creada en Inglaterra a finales del siglo XVII, tras el pavoroso incendio que devoró dos terceras partes de Londres. Las placas aparecieron con posterioridad, cuando los bomberos eran de compañías privadas y solo actuaban si veían la publicidad de su empresa. En esos años, la construcción en madera, el uso de carbón como combustible y las industrias dentro del casco urbano formaban una combinación letal, que hacía de cualquier fuego una amenaza potencial capaz de destruir barrios enteros.

El primer reglamento se redactó en 1833 para un cuerpo de bomberos formado por albañiles

En Barcelona, el primer reglamento moderno se redactó en 1833, para un cuerpo de bomberos formado por albañiles que disponía de una única bomba hidráulica. Dos años después estallaba la primera bullanga, acompañada por la quema de los conventos y de la fábrica Bonaplata de la calle Tallers. Ante el impacto provocado por aquellas piras en el ánimo de los barceloneses se creó la Sociedad de Seguros Mutuos contra Incendios (la Mutua), una mutualidad que en 1839 ya aseguraba más de 800 inmuebles. Ofrecían protección contra incendios, rayos, explosiones y motines. Disponían de bomba de agua y parque de bomberos propio, que Víctor Balaguer situaba en la calle Hércules. En esa época el principal temor era la inestabilidad política, los estallidos de violencia y los bombardeos (como los de 1842 y 1843). La jefatura de bomberos la compartía el ayuntamiento y la Mutua, dependiendo de si el edificio siniestrado estaba asegurado o no. Sus placas aún son las más numerosas, y pueden verse en calles como Pi, Hospital, Notariat o Call.

En la Mutua, los asegurados eran a la vez aseguradores. La primera sociedad anónima que en 1842 ofreció una póliza de incendios fue La Española. Y muy pronto se crearon nuevas empresas como La Previsión Española, La Unión y el Fénix (que en las calles del León y Sagunt conserva sendas placas), La Ibérica, o La Catalana (placas en calles como Paloma o Portal Nou). Asimismo se introdujeron compañías extranjeras como La Paternal y L'Union (cuyas placas aún pueden rastrearse en barrios como Gràcia), o la Union Assurance (con dos placas supervivientes en la calle Bassegoda). Su trabajo no era fácil en unas ciudades cada vez más inflamables, donde las nuevas máquinas de vapor y las cañerías del gas venían a sumarse a los peligros urbanos.

El fuego del momento fue en 1861, cuando se calcinó el Liceo, que no estaba asegurado

Los periódicos de entonces daban frecuentes noticias de incendios. En 1851 el fuego destruyó las fábricas Capdevila y Armengol de la calle Riereta, provocando diversos heridos y dos víctimas mortales. Y en 1854 estallaba un conducto del gas en la calle Espasseria, cuya llamarada alcanzó un segundo piso. Aunque el gran fuego del momento se produjo en 1861 cuando resultó calcinado el teatro del Liceo, que no estaba asegurado. Le siguió el taller de pianos Bernareggi en Joaquín Costa (a pesar de disponer de una bomba de agua propia), cuyas llamas tuvo que apagar el ejército a cañonazos. Así como la fábrica Muntades de la calle Carretes, en la que explotó la caldera de vapor. Poco después el fuego destruía el almacén de borra Trias de la calle del Cid, que a punto estuvo de prender el cuartel de artillería de Drassanes. Las factorías ardían con facilidad, pero ningún edificio estaba a salvo. El Palacio Real de la plaza Palau se consumió por completo la Nochebuena de 1875, llevándose con él los archivos del Registro Civil y de los juzgados de Primera Instancia.

En 1898 ya había nuevas clases de siniestro, ese año ardía el pionero Cinematógrafo Colón que la familia Belio regentaba en el Portal de la Pau. En aquella época casi la mitad de las aseguradoras ya eran extranjeras, como L'Urbaine, la Norwich Unión, la Northern (con una placa bien conservada en la Casa Jaume Estrada de la calle de Sants), o la Royal Exchange Assurances. El nuevo siglo XX traía sistemas más eficaces en extinción de incendios, periclitando la costumbre de las placas de seguros que hoy desaparecen de nuestro paisaje como si ya no hubiese fuegos.

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El día que un taxista rescató a cinco personas del Palacio de la Luz
Este jueves se cumplieron 22 años de uno de los peores incendios en la historia del país. Tres pisos del edificio central de UTE se quemaron durante la madrugada del 13 de agosto de 1993.

Cinco personas fallecieron en el incendio y otras cinco fueron rescatadas por dos bomberos en una maniobra inédita hasta ese momento en el país.

Esa madrugada, Walter Alzugaray buscaba un lavadero por la calle Gral. Flores para limpiar el taxi que manejaba. En un momento vio pasar el auto de uno de sus superiores a toda velocidad. Producto de una corazonada o simple curiosidad decidió seguirlo. “Ya desde la calle Agraciada se podía ver un resplandor en el cielo”, dijo Alzugaray a El País.

Alzugaray era uno de los pocos bomberos entrenados en realizar tareas de rescate en edificios de gran altura. “Habíamos realizado entrenamientos en Argentina, pero es una maniobra muy compleja y peligrosa” recordó.

La maniobra consistía en descender desde un helicóptero con un penetrador -una especie de arnés colocado en una grúa en la aeronave- hasta la azotea del edificio. Y luego sacar a cada una de las personas evitando el fuego, el humo y las antenas del edificio.

“No es el procedimiento más adecuado para las víctimas ni para los pilotos. El monóxido de carbono del humo hace que la turbina del helicóptero pierda potencia y caiga”, explicó Alzugaray.

El incendio dejó daños materiales millonarios, pero lo más grave fue la muerte de cinco personas. Cinco mujeres que trabajaban en la limpieza del edificio fallecieron a raíz del incendio. Cuando el personal detectó el fuego, ya incontrolable, algunos corrieron y "rodaron" por las escaleras para escapar. Sin embargo estas mujeres decidieron refugiarse en un baño del piso del directorio de UTE. Murieron asfixiadas producto de la concentración de gases.

Raúl Díaz, actual director de Bomberos, fue el encargado de realizar las pericias que desataron el incendio en el Palacio de la Luz en 1993. La investigación concluyó que un error de diseño en un sistema de tubo-luz fue lo que desató el fuego. El presidente del ente en ese entonces era el dirigente blanco Alberto Volonté.



video en el link:

http://www.elpais.com.uy/informacion/incendio-palacio-luz-aniversario-bomberos.html
 

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Aniversario 150 de Bomberos de Osorno: 10 grandes incendios de la ciudad
18:36 Repasamos algunos de los siniestros históricos que los cuerpos bomberiles osorninos han debido atender, a propósito del aniversario de su fundación, ocurrida el 27 de agosto de 1865.
El 13 de enero de 1864 se quemaron las oficinas de la Gobernación, Municipalidad, diversas oficinas públicas y varias casas particulares del sector céntrico. Este hecho motivó la creación del Cuerpo de Bomberos de Osorno, concretada el 27 de agosto de 1865. A continuación repasamos algunos de los siniestros que los bomberos osorninos han debido atender a lo largo de su histo

-1898 se incendia el Banco de Chile, ubicado en Ramírez con Matt

-En abril de 1901 se produce un incendio en el Hospital, en ese tiempo ubicado en calle Los Carreras con Angulo. En 1908 nuevamente es afectado, en el lugar donde fue reconstruido. Esta vez hubo seis muertos y muchos heridos

-15 de Septiembre 1903 en las calles Ramírez con Portales se destruyen 13 casas, bodegas y el Hotel Amthauer

-En 1904 un incendio destruye el Hotel Ellwanger (ubicado en Bilbao con Bulnes), considerado un importante lugar de reunión social y cultural de Osorno

-28 de agosto 1914 se quema el Colegio Inmaculada Concepción, hoy Santa Marta. En esa oportunidad, muere por las llamas el primer mártir, voluntario de la Cuarta Compañía, Juan Lagos Aros.

-El 24 de febrero de 1923, un incendio en calle O’Higgins, a media cuadra de la Plaza de Armas, afecta a toda la cuadra y manzana, con 26 propietarios y 31 construcciones particulares, el Liceo de Niñas y la Tesorería

-17 de Febrero 1926 un incendio afecta la iglesia San Mateo (hoy catedral), la casa parroquial y el Liceo Alemán.

-10 de Julio 1932 el Portal Piwonka, primera galería comercial, se destruye de manera total por el fuego.

-El 24 de diciembre 1943 se incendia el convento y seminario menor San Francisco, a las 3:20 de la madrugada. Hubo 15 seminaristas fallecidas.

-2 Febrero de 1952 un gran incendio en Rahue afecta a varias viviendas y la Barraca Günther. Cooperan bomberos de otras comunas.

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INCENDIO DE CASTRO DE 1936 FOTOGRAFIADO POR GILBERTO PROVOSTE

En una muestra de su labor como fotoreportero, estas imágenes grafican la voracidad de las llamas, y el desconsuelo de quienes vieron sus casas y tiendas destruidas. Dimensionan así la magnitud de la catástrofe.

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Imágenes del incendio de Castro de 1936 forman parte del Archivo de Gilberto Provoste Angulo (1909-1995). Estas fotografías retratan la voracidad del desastre, y captan, al mismo tiempo, el desconsuelo de quienes vieron sus casas y tiendas comerciales destruidas. La colección permite dimensionar la catástrofe de una ciudad que comenzaba a crecer en términos demográficos y arquitectónicos.

Un mito popular cuenta que antes de ocurrido el incendio, un animal (posiblemente un lobo de mar), se paseó por las calles centrales de la ciudad de Castro, hecho interpretado por algunos vecinos como la aproximación de una tragedia. Tiempo después, un incendio destruyó los edificios comerciales y las casas chilotas construidas en madera.

La madera constituye parte fundamental de la vida doméstica de los habitantes de Castro y de Chiloé, además de la esencia de su arquitectura, artesanías y embarcaciones.

Se dice que algunos incendios fueron provocados por fogones hogareños que alcanzaban la ropa tendida en el interior de las casas, lo que desataba posteriormente las llamas.

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Chiloé: una historia de incendios
Los incendios marcaron la historia de Chiloé. Son muchos los lugares de la isla que fueron arrasados durante el siglo XIX y XX.Quemchi, Castro, Chonchi y Ancud son las ciudades más emblemáticas.

En el caso de Ancud, los desastres de 1844 y 1859 ocasionaron la formación del Cuerpo de Bomberos de la ciudad, el segundo fundado después de Valparaíso, lo que dio origen a las distintas compañías creadas con el tiempo, entre ellas, la de Castro (Urbina: 2010, p. 35).

En términos arquitectónicos y urbanísticos, los incendios tuvieron consecuencias significativas en la reconstrucción de ciudades y pueblos. Luego de cada siniestro, las familias afectadas debieron trasladarse a mediaguas y acampamentos provisorios.

Después del desastre de 1936 se promulgó el proyecto de Ley de Reconstrucción de Castro para modificar el escenario de pobreza y precariedad imperante (Urbina: 2010, p. 39).

Fuego, viento y madera se convirtieron en la mezcla letal para edificios y viviendas de los habitantes de las distintas localidades de Castro.

La propagación de los incendios, en los pueblos y ciudades, se transformó en una consecuencia inevitable cuando una llama ardió por accidente o descuido.

Debido a la distancia geográfica, los problemas de comunicación impidieron que los isleños se enterarantempranamente de las tragedias de las localidades vecinas.

No obstante, como un fotorreportero Gilberto Provoste documentó las consecuencias del incendio de 1936. Sus imágenes evidencian, de forma panorámica y global, el paisaje desolador de una comunidad que logró levantarse pese a las adversidades.

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RECONSTRUCCIÓN DE CASTRO DESPUÉS DEL INCENDIO DE 1936
Viviendas y edificios que se levantaron después de la tragedia, usaron hormigón armado y albañilería reforzada.

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El incendio de 1936 marcó un precedente en la configuración de la historia de Castro. Cuatro años después de la tragedia, continuaban existiendo vestigios de los escombros de los edificios de la calle Blanco y de las calles aledañas (Urbina: 2003, p. 43).

A partir de los recursos entregados por el gobierno central, que se obtuvieron de una colecta proveniente de fondos fiscales, privados y donaciones particulares, fueron repartidos cerca de $67.947 pesos a los damnificados.

La distribución fue responsabilidad del ex alcalde, Clodomiro Martínez, nombrado específicamente para la tarea de entrega de víveres y del dinero recolectado (Urbina: 2003, p. 43).

La tarea de repartición significó un problema, ya que no fue lo suficientemente equitativa y su objetivo era resolver problemas urgentes de víveres, ropa y dinero.

"Se culpaba al Municipio y el pueblo exigía que se publicara la nómina de los favorecidos y el monto recibido por cada uno, todo lo cual significó tensiones, desencuentros y actitudes poco edificantes en medio de la crisis" (Urbina: 2003, p. 44).

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Pese a los conflictos desatados en la comunidad, la comisión pro restablecimiento de Castro y ayuda a los damnificados consiguió de parte del gobierno la Ley 5.827, que facilitaba los auxilios necesarios a la comunidad concediendo préstamos de $50.000.

La cantidad de beneficiados fue aumentando con el paso del tiempo. A los problemas de los propios postulantes, se sumaba la escasez de fierro y cemento, cuyos precios eran altísimos durante esa época (Urbina: 2003, p. 45).

El incendio de Castro de 1936 generó cambios sustantivos en la reconstrucción de la ciudad. Las viviendas y edificios se reconstruyeron con hormigón armado y albañilería reforzada. Estilo poco común para los acostumbrados a la madera, y ajeno a la arquitectura típica del centro de la ciudad.

Los desastres posteriores ocasionaron un proceso de reconstrucción constante y de adaptación a las nuevas edificaciones.

Castro se levantó después de cada golpe, de cada incendio y maremoto, demostrando la entereza de una de las comunidades de la isla grande de Chiloé.

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Cuando la noche se hizo día en el centro de Guayaquil hace 30 años

Caía la tarde del viernes 15 de noviembre de 1985 en Guayaquil. El movimiento comercial y bancario en el centro de la ciudad disminuía su ritmo cuando llegaba la noche.

Algunos de los locales comerciales que estaban ubicados a lo largo de la avenida 9 de Octubre ya ofrecían, en ese entonces, sus promociones navideñas y de fin de año.

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Foto de una de las vitrinas del local de Antón Hermanos, días antes del incendio del 15 de noviembre de 1985.

Uno de los locales concurridos en aquella época era Antón Hermanos, una edificación de cuatro pisos que mostraba una variedad de productos, entre esos juguetes, y que estaba ubicada en la esquina de 9 de Octubre y Escobedo.

Esa noche, cuando los propietarios del almacén se disponían a cerrar y aún con gente observando los juguetes, un cortocircuito ocasionó un incendio que consumió en minutos la mercadería que se ofrecía.

Según reportó EL UNIVERSO, el incendio empezó a las 20:45 de ese viernes 15; las llamas se extendieron rápidamente consumiendo no solo el local de cuatro pisos, sino los otros inmuebles, en su mayoría de madera, que estaban en la manzana de la av. 9 de Octubre, entre Escobedo y Chimborazo.

La Compañía de bomberos Nueve de Octubre número 11, ubicada en la av. 9 de Octubre, entre Escobedo y Boyacá, dio la alarma a las 20:52. En minutos empezaron a llegar unidades de toda la ciudad y de Durán debido a la magnitud del suceso.

La gente del local y los clientes salieron despavoridos a la calle al notar el avance del fuego; los canales de televisión interrumpieron la programación para dar inicio a la información del suceso.

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Foto panorámica del sector donde fue el incendio en el bulevar 9 de Octubre, entre Escobedo y Chimborazo.

Unas 30 unidades acudieron a la emergencia, pero la falta de equipos adecuados, como mascarillas y trajes de asbesto, complicó la tarea de los bomberos; a esto se sumó la falta de agua en el sector, por lo que tuvieron que armar una manguera que llegara hasta el río Guayas, de donde recibieron el suministro con la ayuda de la motonave contraincendios Huancavilca que estaba situada en un muelle cercano al Hemiciclo de la Rotonda.

Miembros de la Policía Nacional, de la antigua Comisión de Tránsito del Guayas y de la desaparecida Defensa Civil acordonaron la avenida 9 de Octubre y calle Vélez, desde Boyacá hasta Chile, para evitar el ingreso de curiosos y de ladrones; no obstante, 22 personas fueron detenidas por saqueo.

Los edificios y locales afectados

El fuego había empezado en Antón Hermanos, pero pasadas las 22:00 ya había devorado otros inmuebles –en total fueron seis– de la zona, haciendo que la noche se volviera día en ese sector.

Así resultaron destruidos, por el lado de 9 de Octubre y Chimborazo esquina, el edificio de dos plantas donde funcionaba la central de la organización Acción de Mujeres Ecuatorianas (AME), que dirigía la entonces primera dama, María Eugenia de Febres-Cordero.

En la planta baja de ese edificio quedaban el almacén Domínguez, que era un local de revistas, y la florería Vendome, también destruidos.

Al lado de AME había otra edificación donde estaba el almacén Juan El Juri y que tenía historia: era el inmueble donde funcionó, hasta 1957, el colegio nacional Aguirre Abad.

Las llamas destruyeron también el local de muebles Tiasa (donde actualmente está el Toro Asado, por el lado de Chimborazo) .

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Av. 9 de Octubre. Incendio del local de Antón Hermanos, el viernes 15 de noviembre de 1985.

Por Escobedo, las llamas acabaron con la residencial Comercio, de tres pisos, y afectaron un inmueble de hormigón que se salvó del fuego, pero cuyos habitantes fueron evacuados por la Policía y Defensa Civil.

Los locales que quedaban por el lado de Vélez (donde ahora funciona la camisería Él), como Joyería Marthita, Imperio, Connis, Exclusivas Tanzer, Christi’s Vivian y Noel, no resultaron afectados debido a que la construcción era de cemento.

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Al día siguiente del incendio, el sábado 16 de noviembre, se continuaron con las labores en los escombros.

Los vientos complicaron el accionar de los bomberos ya que el calor y las llamas alcanzaron los edificios en las aceras cercanas como EL UNIVERSO, por el lado de Escobedo, Plaza y El Morro, por el lado de Chimborazo; en este último inmueble de ocho pisos el calor hizo que algunos vidrios explotaran y una persona que habitaba en el octavo fue evacuada tras ser afectada por el humo.

El incendio fue controlado pasadas las 24:00 del sábado 16 de noviembre, dejando un escenario de escombros, madera humeante, plástico chamuscado en casi una manzana en el bulevar de la ciudad.

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Según reporte de EL UNIVERSO, no hubo víctimas, pero sí pérdidas económicas por 400 millones de sucres (unos $ 322.500 para esa época en que el dólar estaba a 124 sucres la compra, en Guayaquil).

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Al día siguiente (sábado 16 de noviembre), en su edición final, EL UNIVERSO tituló: ‘Pavoroso incendio en Guayaquil, las pérdidas son millonarias’; mientras que el domingo 17, en las dos ediciones (primera y final), tituló: ‘Guayaquil, otra vez en peligro’.

El ministro de Bienestar Social de entonces, Ernesto Velásquez, dispuso luego del suceso la creación de una comisión integrada por exjefes del Cuerpo de Bomberos de Guayaquil para investigar lo ocurrido, mientras que el alcalde de la ciudad, Jorge Norero, señaló que se mejorarían los hidrantes para evitar la falta de agua en caso de siniestros.

Los guayaquileños reconocieron el valor de los bomberos que en esa época, con pocos recursos, supieron atender la emergencia; el gobierno de León Febres-Cordero había ofrecido en octubre de 1985 la entrega de 200 millones de sucres para mejorar los equipos.

El propietario de Antón Hermanos, Joaquín Antón, informó que en los siguientes días se abriría un nuevo almacén, lo que ocurrió a inicios de diciembre en el edificio Cóndor (9 de Octubre entre Chile y Chimborazo), donde actualmente queda Wendy’s.

Otro incendio grave

El suceso hizo recordar lo ocurrido con la planta de Shell Gas en 1976, en el sur de Guayaquil, donde una explosión y posterior incendio preocuparon a los miles de habitantes de la ciudad. (I)

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El incendio que mantuvo a Italia en vilo y a su justicia en jaque
Mafiosos homosexuales, subcontratas avariciosas y un electricista fugado: se cumplen 20 años del incendio del teatro de la Fenice, en Venecia, la catástrofe que marcó la década de los noventa.

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La primera alarma la dio un bombero que pasó cerca del teatro por casualidad y vio el humo que salía del tejado. En menos de tres horas, La Fenice (El Fénix) fue devorado por el fuego en una noche, la del 29 de enero de 1996, en la que todo estaba extrañamente vacío a su alrededor. No había agua en los canales cercanos porque se habían drenado para su limpieza. No había nadie en el teatro porque la orquesta estaba de gira en Viena. Y no había sistema anti- incendios porque se estaba instalando otro sistema anti-incendios más moderno y compatible con las normas europeas.

La prensa de la época cuenta que las cámaras llegaron casi tan pronto como las mangueras y todo el país trasnochó viendo cómo ardía un teatro que solo podía medir su fama con La Scala de Milán. Sin saber todavía qué podía haber ocurrido, políticos a pie de incendio anunciaban reconstrucciones “inmediatas”, ciudadanos insomnes reclamaban fondos para el Ave Fénix veneciano y periodistas bien documentados recordaban que, el de aquella noche, no era el primer incendio que sufría aquella joya arquitectónica y cultural: la reconstruida tras el incendio de 1836 ya era una copia de la del siglo anterior, que también se había incendiado mientras la edificaban en 1790… ocupando el lugar de otro teatro que había ardido.

No hubo tiempo para fantasear con historias sobre maldiciones de fuego. La realidad fue más rápida que las llamas y aunque las primeras investigaciones no hacían sospechar de nada que no fuese la fatalidad (el canal sin agua, el teatro vacío…) pronto comenzaron a filtrarse informaciones que hicieron que el fuego dejase de ser el malo de aquel incendio.

Como el día del desastre el teatro estaba en plenas tareas de remodelación, primero se dijo que había sido provocado por alguna de las empresas que no obtuvo aquellas obras. Después del argumento de celos entre cuadrillas, la opinión pública conoció que también el fuego había sido una obra artística, pero de la codicia y perfectamente diseñada: si se provocaba un primer fuego en el vestíbulo central, la labor de los bomberos se concentraría en esta zona mientras el interior del teatro ardería sin que nadie se diese cuenta y el incendio sería tan devastador que no quedaría más remedio que proceder a su reconstrucción. Después se culparía por negligencia a los obreros que trabajaban más cerca del segundo foco y ¡voilà! Una pequeña fogata y por delante una obra faraónica de licencia millonaria y pingües beneficios para quien obtuviera la contrata.

En estas estaba la policía cuando la investigación dio otro giro dramático, aunque más propio de sainete postmoderno que de ópera a pesar del espacio aludido: un mafioso arrepentido contó a los investigadores que el capo de Palermo, un tal Pietro Aglieri, vivía angustiado por los rumores que aseguraban que era homosexual, condición que en la mafia no está muy bien vista. Así que prendió fuego a La Fenice como acción “performativa” con la que quería demostrar al resto de los mandamases de la Cosa Nostra que él también era un machote y no se achantaba ante nada y menos ante los símbolos líricos patrios, cosa de petimetres y gente poco mafiosa.

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Pero se ve que a la justicia italiana, tantos nudos en el guión le parecieron inverosímiles. Y con pruebas objetivas tan frías como las cenizas del teatro, años después de la catástrofe el juez concluyó que aquella noche, dos primos electricistas que trabajaban en las obras de restauración viendo que no cumplían su tarea del día, decidieron evitar pagar la penalización (unos 120 euros). E improvisaron una solución a lo grande. Quemarían La Fenice entera y así nadie se pararía a calcular si su tajo de aquel 29 de enero había sido diligente o remolón. Los condenaron a 7 y 6 años de cárcel pero uno de ellos no llegó a entrar nunca en prisión porque se fugó el mismo día de la sentencia.

Como parecía bastante prodigioso que el muchacho hubiese escapado solo y como por aquel entonces ya se conocían las jugosas cifras de las obras de reconstrucción, se celebró otro juicio que no aclaró lo sucedido, pero tampoco negó que el caso hubiese sido tan trivial. La sentencia definitiva admitía que los dos operarios no habían actuado solos, pero nunca hubo pruebas de con quién pudieron hacerlo. Y hasta el alcalde de Venecia y el superintendente del teatro fueron acusados dado que, por lo visto, de La Fenice entraba y salía cualquiera sin ningún control. Las autoridades fueron absueltas y solo uno de los primos electricistas cumplió condena.

Una Fenice idéntica a las anteriores se inauguró a finales de 2003. Miles de millones de euros, más juicios por contratos anulados, retrasos, parálisis administrativa y por supuesto, la sospecha de qué ocurrió en realidad.

Quizá nunca lo sepamos aunque, en enero de 2011, dos periodistas españoles, Jordi Boardas y Eduardo Martín de Pozuelo publicaron su novela El experimento de Barcelona. Aunque se trata de una obra que mezcla ficción y realidad, su trama sobre el crimen organizado y la corrupción política tenía una línea argumental que los autores nunca negaron: el incendio del Liceo en 1994, escondía una mano oculta y unos intereses procedentes de la internacionalización de la mafia italiana, que utilizaron la ópera catalana como ensayo de lo que dos años después querían provocar en Venecia…

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El incendio que casi acaba con el seminario de San Telmo

El domingo 6 de julio de 1952, un violento fuego en el ala izquierda amenazó con destruir el palacio, hoy sede de la Junta de Andalucía

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La imagen de la Colección gráfica de ABC remite a un episodio acaecido el domingo 6 de julio de 1952, cuando un voraz incendio amenazó con derrumbar el palacio de San Telmo, entonces seminario diocesano y hoy sede de la Presidencia de la Junta de Andalucía.

El siniestro tuvo lugar poco después de las nueve de la mañana de un domingo con todos los seminaristas de vacaciones, por lo que el palacio de los Montpensier -convertido en seminario diocesano desde 1901- estaba sin muchos ocupantes. La voz de alarma la dieron los paseantes a las 10.30 de la mañana cuando una columna de humo era visible desde la calle.

De inmediato, se dio aviso al parque de bomberos, «cuyo personal, provisto de todo el material moderno, a las órdenes del jefe Manuel Álvarez Dardet, se personó prestamente en el lugar de la ocurrencia», relataba la crónica de ABC del martes 8 de julio. Los bomberos utilizaron el coche escala y cuatro mangueras con toma de agua en el río que extendieron un grupito de voluntarios, entre los que se encontraba el propio hijo del jefe del cuerpo, José Ramón Álvarez-Dardet González, que jugaba con sus amigos del internado del colegio San Luis Gonzaga de la calle Amor de Dios en los jardines del Cristina.

El fuego quedó sofocado a las 13.30, tras más de tres horas de combate por parte de los bomberos, como se aprecia en la imagen, con unos gorrillos cuarteleros que usaban cuando no precisaban de casco. También participaron fuerzas de Ingenieros y de la propia Capitanía, además de fuerzas de la Guardia Civil y de la Policía Armada.

La parte más afectada del palacio de San Telmo resultó ser la bóveda «que cubre la hermosa escalera principal, de jaspe rojo, y en la techumbre contigua del despacho del antiguo rectorado». La biblioteca, con sus veinticinco mil volúmenes, se salvó en parte gracias a la decidida acción de los seminaristas presentes en la ciudad, convocados por el capellán real, José Sebastián y Bandarán; el conservador del Alcázar, Joaquín Romero Murube; el vicerrector del seminario, don Otilio Ruiz; y otros cargos. Formaron una cadena humana que de mano en mano puso a salvo los ejemplares más valiosos.

Nada más tener conocimiento del siniestro, se personó en San Telmo el cardenal arzobispo Pedro Segura, quien llegó en un taxi acompañado de su capellán don Santiago Guinea. Allí se dieron cita el gobernador civil, Ortí y Meléndez Valdés; el alcalde, marqués del Contadero; el gobernador del Banco de España y ex ministro de Hacienda, Joaquín Benjumea Burín; y el arquitecto Aurelio Gómez Millán, entre otras muchas autoridades.

Al día siguiente, el cardenal Segura ordenó dos colectas en otros tantos domingos de julio para allegar fondos para la reconstrucción del seminario: «¡El Señor sea bendito, ya que nada nos sucede en esta vida que no sea dispuesto por su divina Providencia!», reseñaba en su comunicación al clero diocesano.

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El gran incendio que cambió la fisonomía de Valencia en 1447
Un estudio ha puesto de relieve las consecuencias económicas y urbanísticas del incendio del año 1447 en Valencia, entre ellas la desaparición de parte del trazado islámico de la ciudad y la reordenación urbana posterior. La investigación relaciona este devastador episodio con un crimen y la posterior ejecución pública de los culpables, en un momento en el que la ciudad era una de las más pobladas y dinámicas del occidente europeo.

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El área del incendio, sobre el mapa elaborado por el Padre Tosca (año 1709). El círculo marca la zona afectada, el triángulo presupone el lugar donde comenzó el fuego y el rectángulo, la ubicación donde se exhibieron los cuerpos de los asesinos de Paipor


Carmel Ferragud y Juan Vicente García Marsilla, profesores de historia de la Universidad de Valencia, han llevado a cabo un estudio que indaga en las consecuencias económicas y urbanísticas del incendio del año 1447 en Valencia.

El fuego, en una de las partes más activas económicamente de la ciudad y de calles muy estrechadas, próxima a la muralla islámica, llegó a ser de grandes dimensiones, como relatan los notarios de la época Berenguer Cardona y Jaume Vinader. La catástrofe provocó la destrucción de 46 viviendas, todos los puestos de venta del mercado y la muerte de 10 personas, además de varios heridos. Melcior Miralles, cura del rey Alfonso el Magnánimo y autor de la más célebre obra cronística del siglo XV valenciano, hace referencia a este incendio y la relación con el crimen, como también Jaume Roig en su obra l’Espill.
El fuego comenzó hacia las nueve de la noche del 16 de marzo en una carpintería próxima al Mercado de la ciudad y se prolongó durante siete horas. Otras fuentes afirman que se produjo en el patíbulo donde se había ejecutado a los acusados del crimen de Paiporta.



A consecuencia de un crimen

Según los informes de la época, el crimen fue perpetrado por la familia de un ex alto cargo del Ayuntamiento de Valencia, Genís Ferrer, el cual había sido jurado (un símil con lo que hoy sería concejal) el año anterior. El fuego habría sido provocado por los partidarios de Ferrer, que quemaron el patíbulo, ante el espectáculo provocado en la ciudad por el ajusticiamiento. De hecho, durante las horas del incendio, las parroquias de Valencia sacaron a los santos en procesión, para aplacar la ira divina. A lo largo de muchos años, el incendio de Valencia y el crimen estuvieron unidos en la memoria colectiva.

El trabajo que narra estos hechos se ha publicado en la revista Urban History (de la Universidad de Cambridge) y establece un paralelismo con otros incendios que ocurrieron en ciudades europeas, con posteriores reformas urbanísticas de gran envergadura (Madrid, León y Londres, entre otras). La investigación también destaca a Petro Vetxo, un relojero de origen italiano que es quien supervisó la rehabilitación del área después del fuego y se convirtió en uno de los artífices de la reforma urbana.

“Este acontecimiento, impactante para los ciudadanos de la época, tuvo unas consecuencias económicas y urbanísticas relevantes, pero a pesar de todo ha pasado desapercibido para la historiografía, puesto que a menudo los momentos de esplendor nos pueden hacer olvidar las crisis, las catástrofes y cómo nuestros antepasados les hicieron frente”, destacan los expertos.
Los investigadores de la Universidad apuntan que analizando el plano de Valencia del padre Tosca del año 1709, dos siglos y medio después del siniestro, se puede observar un trazado mucho más regular en la parte de la trama urbana de la ciudad correspondiente a la reforma urbanística promovida por el consejo municipal de Valencia a raíz del incendio.



Un ingeniero de origen italiano

Con la reconstrucción de la parte afectada por el fuego, se puede conocer la aportación de personajes como Petro Vetxo, un ingeniero traído a la Península por el rey Alfonso el Magnánimo con el fin de construir un reloj para el Palacio Real de Valencia. Posteriormente continuó trabajando para la Corona en la construcción de armas, y en otros momentos, tanto en Russafa como en Montcada, haciendo acequias o, en 1447, manteniendo el nuevo reloj situado en el Micalet, la torre de la Catedral de Valencia.

“Individuos como Vetxo hay más de los que pensamos, y están todavía esperando que hoy la investigación los saque del anonimato”, destacan los expertos. La investigación pone de manifiesto “el esfuerzo económico del consejo municipal para indemnizar a los afectados en el siniestro (algunos lo perdieron todo) y para restablecer el entorno del mercado, aprovechando también antiguas reivindicaciones vecinales”.

Ferragud y García Marsilla han utilizado como fuentes para este trabajo materiales del Archivo Municipal de Valencia (manuals de consells i Sotsobreria de Murs i Valls); del Archivo del Reino de Valencia (Justicia civil); y del Archivo del Real Colegio del Patriarca o del Corpus Christi (protocolos notariales).
Incendios medievales en Valencia

En las ciudades medievales los riesgos de sufrir pavorosos incendios eran muy elevados, como también las dificultades para sofocarlos, a pesar de disponer de servicios de extinción y estrategias para hacerles frente. Lámparas de aceite nocturnas en viviendas construidas con gran cantidad de madera y casas tocándose entre sí, eran factores de riesgo, además de la existencia de calles estrechas que dificultaban el acceso. Entre las estrategias contra el fuego también “formaba parte la plegaria y las procesiones para apaciguar la ira divina”, destacan los dos investigadores de la Universitat.

La ciudad de Valencia a finales del siglo XV tenía unos 40.000 habitantes intramuros, y quizás unos 20.000 en el diseminado que la rodeaba, destaca trabajo, y era la ciudad más poblada de la Península Ibérica. Los siglos anteriores se había producido incendios en la ciudad como los de los años 1405, 1415 y 1423 y también eran especialmente significativos los que se produjeron en la Catedral el año 1469.

Fuente: UV / SINC

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Perdura el misterio del incendio que destruyó el Parlamento en Ottawa hace 100 años
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Todavía luchando contra el fuego en las primeras horas del 4 de febrero de 1916

El enorme e impresionante Parlamento gótico de piedra y madera dominaba el horizonte de Ottawa, la capital del joven país de poco más de 50 años.

A última hora de la tarde del 3 de febrero de 1916, mientras la Primera Guerra Mundial hacía estragos en Europa, se vio que el humo se escapaba de la sala de lectura del edificio.

El fuego se extendió rápidamente y el techo se derrumbó en las primeras horas del 4 de febrero, al igual que la torre del reloj, llevándose la vida de siete personas. Un siglo más tarde, hay dudas sobre el origen del incendio.

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La noche estaba fría. El país estaba en guerra. Sin embargo, en la Cámara de los Comunes, era el precio del pescado el tema principal de los debates. El diputado de Yarmouth, Bowman Brown Law, se quejó de la ausencia de varios de sus colegas esa noche. Con todo, eso fue una buena cosa. Este diputado iba a ser una de las víctimas del incendio.

El fuego se inició poco antes de las 21 horas. En cuestión de horas, el incendio carbonizó la estructura. Para los parlamentarios, el personal y los visitantes, cada minuto era cuestión de vida o muerte.

Además de un diputado, cuatro empleados del gobierno y dos visitantes murieron en el incendio.

Las dos mujeres visitantes habían sido recibidas por la familia del presidente de la Cámara de los Comunes que en el momento, tenía su apartamento en el edificio.

“Tenían miedo de salir a la calle sin abrigo y con la cabeza descubierta. Hacía extremadamente frío. Insistieron en ir a tomar sus abrigos, pero murieron asfixiadas. ”

– Xavier Gélinas, curador en el Museo Canadiense de la Historia

Al término del incendio, se encontró que una pieza central del parlamento se había salvado: la biblioteca. Esto ocurrió gracias al trabajo de los bomberos y la previsión de un bibliotecario, que ordenó cerrar las puertas de acero que separaban la pieza del resto del edificio.

El misterio perdura

La teoría más común del origen del drama es bastante banal. Un cigarro humeante en la sala de lectura del Parlamento habría provocado el incendio. En este lugar rodeado de madera recién barnizada y llena de periódicos y libros, el fuego tenía mucho para alimentarse y extenderse rápidamente.

Pero en ese momento, la teoría de la conspiración también se propaga más rápido que el fuego. Hay que ponerse en el contexto de la Primera Guerra Mundial, recuerda Xavier Gélinas.

“Canadá estaba en guerra desde hace un año y medio contra Alemania, y Alemania saboteaba en los países que se oponían a él, dice. Es bastante posible, pero no demostrable o al menos no está probada, que haya sido de origen alemán. ”

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El Parlamento de Canadá antes y después del incendio.

Cualquiera que sea la causa del incendio, los parlamentarios no se dejaron amedrentar. Se reunieron al día siguiente, en el antiguo Museo Victoria – ahora el Museo Canadiense de la Naturaleza – hasta que el edificio central del Parlamento reabrió cuatro años más tarde.

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