INCENDIOS CON HISTORIA

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La historia del incendio que consumió un millón de libros

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La Biblioteca Central de Los Ángeles (EEUU) ardió durante siete horas el 29 de abril de 1986. Pero la noticia fue eclipsada porque al otro lado del planeta otro siniestro era el centro de atención: el desastre nuclear de Chernóbil. Los detalles ahora se narran en el libro La biblioteca en llamas, de Susan Orlean.

Una pérdida irreparable es poco decir. En la Biblioteca Central de Los Ángeles, en Estados Unidos, había por ejemplo, un volumen de El Quijote, de 1860, con ilustrado de Gustave Doré. Una de las páginas de la Biblia, de 1635, de Coverdale, que fue la primera traducción completa al inglés moderno y uno de los Folios de las obras de Shakespeare.

¿Qué más? Se estimaba que por lo menos había dos millones de libros, manuscritos, revistas, mapas, periódicos, atlas y discos. Además, de cuatro mil documentales, programas teatrales y 250 mil fotografías de la ciudad y 21 mil libros sobre deportes y nueve mil libros de economía. Y mucho más.

Pero el martes 29 de abril de 1986, prácticamente un millón de libros fueron consumidos por las llamas debido al incendio que afectó a la biblioteca pública, diseñada por el arquitecto Bertram Goodhue e inaugurada en 1926, ubicada en el centro de Los Ángeles, en la esquina de la calle Quinta con Flower, aprovechando la pendiente de un cerro conocido antaño como Normal Hill.

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“Cuando ardió la biblioteca yo vivía en Nueva York. (…) El incendio de la Biblioteca Central no fue un asunto de escasa importancia… Fue un incendio gigantesco y furibundo que ardió durante más de siete horas y que alcanzó temperaturas que rondaron los mil grados centígrados. Más de un millón de libros ardieron o resultaron dañados”, anota la periodista y escritora Susan Orlean en su libro La biblioteca en llamas, editada por Temas de hoy, del grupo editorial Planeta. “La mayor pérdida en una biblioteca pública en la historia de EEUU”, apunta la también creadora de El ladrón de orquídeas, novela adaptada al cine por Spike Jonze en 2002.

Fuegos cruzados
Asistieron todas las compañías de bomberos de Los Ángeles. La evacuación fue efectiva al momento de comenzar las llamas: el edificio quedó desocupado en ocho minutos. Eran 400 trabajadores. Al momento del siniestro 50 bomberos sufrieron quemaduras. La biblioteca ardió durante siete horas y 38 minutos. Era el 29 de abril de 1986.

Sin embargo, el diario The New York Times entre sus titulares llevaba una de las mayores tragedias ambientales del siglo XX. “Los soviéticos declaran haber sufrido un accidente en una central nuclear”. La noticia apuntaba al accidente sucedido el 26 de abril, en la central nuclear Vladímir Ilich Lenin, en el norte de Ucrania, entonces parte de la URSS, a 18 km de la ciudad de Chernóbil y a 17 km de la frontera con Bielorrusia.

Recién el 30 de abril la prensa se refirió a la tragedia de Los Ángeles. Pero solo apuntaba a los detalles básicos: 22 personas resultaron heridas por el fuego y se desconocían las causas aún del incendio. Así fue como el siniestro de una biblioteca quedaba eclipsado ante el desastre nuclear de Chernóbil.
Se destinaron 19 investigadores para saber el origen del incendio. Se ofrecieron US$ 20 mil de recompensa a quien diera alguna pista. En las noticias locales comenzó a repetirse la palabra “intencional”.

Una semana después de los hechos, el diario Los Angeles Times informaba que “El jefe de bombero declara que el incendio de la biblioteca fue intencionado”. Incluso la policía tenía a un sospechoso que describió como “un hombre rubio de unos treinta años al que los empleados vieron cerca del punto de origen del incendio…”.

Ese hombre rubio era Harry Peak. Tenía 28 años. En febrero de 1987 la policía llegó a su hogar para arrestarlo.

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Una biblioteca en llamas, un millón de libros quemados y un fascinante pirómano
El 29 de abril de 1986 sucedieron, por lo menos, dos cosas. La principal fue que en la planta nuclear de Chernóbil, en el norte de

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El 29 de abril de 1986 sucedieron, por lo menos, dos cosas. La principal fue que en la planta nuclear de Chernóbil, en el norte de Ucrania, explotó el reactor nuclear número cuatro. La segunda, que lógicamente pasó bastante desapercibida en el mundo debido a la enorme preocupación que generó la primera, fue que ardió la biblioteca pública central de Los Ángeles. Se trataba de un extraño edificio con influencias egipcias y mediterráneas, extravagantes esculturas y mosaicos históricos, construido en 1926. El incendio duró siete horas y los bomberos que participaron en su extinción afirmaron que nunca habían visto algo parecido; en el interior las temperaturas llegaron a los 1.000 grados centígrados. Alrededor de un millón de libros quedaron destruidos. Aunque nadie murió, algunas vidas también quedaron destruidas.

El incendio fue especialmente dramático porque se sabía que, a causa de los límites presupuestarios, el edificio carecía de las medidas de seguridad obligatorias. Todo el mundo pensaba que podía pasar algo así -bastaba con que alguien se lo propusiera-, pero nadie creía que fuera a suceder. Así, cuando saltaron las alarmas de incendio, muchos empleados recomendaron a los visitantes que no se molestaran en recoger sus cosas para llevárselas; dieron por sentado que aquello estaría solucionado en cuestión de minutos y pronto volverían a sus oficinas y mesas de estudio. Sin embargo, la pérdida fue colosal: no solo desde un punto de vista material, sino cívico, porque la biblioteca ocupaba un lugar central en la vida de la ciudad. De hecho, las bibliotecas también habían ocupado un lugar central en la vida de quien cuenta esta historia.

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Susan Orlean, una escritora de la revista The New Yorker, lo cuenta en 'La biblioteca en llamas', un largo reportaje que ha publicado en castellano la editorial Temas de Hoy. El libro tiene algunos de los rasgos característicos de la escritura del semanario neoyorquino: es elegante, mezcla la historia personal de la autora con el relato que cuenta, el grado de documentación de los hechos es incomparable y, a veces, es ligeramente manierista. Orlean, como los demás autores de esa escuela, es tan buena escritora, su forma de narrar es tan efectiva, que a veces uno piensa que pretende contarnos demasiadas historias interesantes.

Pero todas resultan interesantes. Orlean relata cómo su madre la llevaba con frecuencia a una biblioteca, lo que creó en ella una vinculación especial con esos edificios, a pesar de que luego, en sus años universitarios, se convirtió en una compradora compulsiva de libros. Al mudarse a vivir a Los Ángeles descubrió su red de bibliotecas públicas -de la que la incendiada era la principal- y se fue interesando cada vez más por estas instituciones y su complejidad.

Orlean es tan buena escritora, su forma de narrar es tan efectiva, que a veces piensas que pretende contar demasiadas historias interesantes

Una de las líneas argumentales del libro es el grado de sofisticación de la actividad que se desarrolla en las bibliotecas: no son solo lugares silenciosos y tranquilos, subyace en ellos una actividad frenética de encargo y recepción de libros, de envíos a otras bibliotecas de la red, de estudio de los libros y documentos que la gente dona o de los que se alerta cuando alguien fallece, la ardua tarea de digitalización y etiquetado de los archivos fotográficos de, por ejemplo, los periódicos que cierran.

El director y el incendiario
Otra de las líneas argumentales de Orlean es la historia de la biblioteca, el proceso que le llevó a cobrar un papel tan importante en Los Ángeles. Una de las figuras más fascinantes del libro es Charles Lummis, un periodista aventurero, defensor de los derechos de los indios, fascinado por el sudoeste desértico del país, que llegó a la ciudad para hacerse cargo de la información local de Los Angeles Times. Pese a su excentricidad, o precisamente por ella, se le nombró director de la biblioteca a principios del siglo XX. Impulsó su actividad de una manera fascinante: hacía poner en los libros pseudocientíficos y malos una tarjeta que decía “Este libro es de la peor clase que tenemos en la biblioteca. Lamentamos que no tengas mejor criterio y quieras leerlo”. Se ausentaba durante largos periodos de su puesto de trabajo para irse a pescar, creó colecciones de fotografía, de autógrafos y sobre la historia de España. Sus esfuerzos para atraer a la gente funcionaron y la biblioteca se volvió realmente un lugar popular al que acudían personas de cualquier clase social. Pero sus excentricidades acabaron hartando a las autoridades y le despidieron, entre otras cosas, por pagarse los puros con el dinero de la biblioteca.

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La periodista norteamericana Susan Orlean. (EFE)

Con todo, el personaje más fascinante del libro es Harry Peak, el principal sospechoso de causar el incendio. Aspirante a actor, como tantos jóvenes guapos de pueblo que llegaban a Los Ángeles con la esperanza de hacerse ricos y famosos, le costó más de lo que creía empezar su carrera. Era fantasioso, irresponsable hasta extremos inverosímiles, e inventaba historias increíbles que iba exagerando cada vez que las contaba. En parte por esta personalidad, se le consideró el pirómano que había iniciado el fuego que devastó la biblioteca. “Cuando la investigación sobre el incendio de la biblioteca se centró en su persona, Harry empezó a reescribir su historia una y otra vez, y cada nueva versión era un poco más retorcida que la anterior… El problema con Harry era que no escogía una mentira y la desarrollaba. Presentaba tantas versiones de la historia que creer una implicaba no creer las demás; generaba una continua espiral de falsedades, y cada una contradecía a la precedente”.

Durante la semana del 29 de abril de 1986, dice Orlean, “el accidente nuclear de Chernóbil copó las páginas de todos los periódicos del mundo a excepción del ‘Pravda’, que trató la cuestión muy sucintamente y que, sin embargo, se las apañó para llevar a cabo una amplia cobertura del incendio en la Biblioteca Central”. Su verdadera historia la cuenta este buen libro, un relato que contiene a su vez innumerables historias unidas por una biblioteca.

 

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Cien años de la tragedia: declaran Patrimonio Cultural a mina El Bordo
El 10 de marzo de 1920 un incendio en la mina El Bordo dejó como saldo 87 muertos, de acuerdo con las cifras oficiales

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Fosa común, donde se sepultó a los 87 mineros fallecidos

PACHUCA.- A cien años del incendio de la Mina El Bordo en Pachuca, que cobró la vida de 87 obreros, el gobierno de Hidalgo declaró Patrimonio Cultural Tangible de los hidalguenses los sitios asociados a la tragedia.

Se reconocen a los sitios asociados a la tragedia del 10 de marzo de 1920: los terrenos y restos de las minas El Bordo, La Luz y Sacramento, así como de la fosa comúndonde fueron sepultadas las víctimas y en general a todo sitio vinculado a los acontecimientos, de acuerdo con el decreto publicado este lunes en el Periódico Oficial estatal (POEH) y que entrará en vigor mañana.

También contemplan la creación de un Plan de Manejo del sitio, con el que implementarán las acciones para la preservación del patrimonio cultural tangible, así como al patrimonio cultural intangible de la comunidad y la memoria histórica. La instrumentación de este le corresponderá a la Secretaría de Cultura estatal, además de la divulgación de los valores históricos y culturales del sitio y coordinará con la comunidad de El Bordo, junto con dependencias federales y municipales, las acciones del plan.

Además, colocarán una placa conmemorativa del centenario del incendio en memoria de los mineros que murieron.

LA TRAGEDIA
A las 7:00 horas del 10 de marzo de 1920, José Luis Linares percibió un incendio al interior de uno de los socavones de la mina, lo cual ponía en riesgo la vida de un número indeterminado de trabajadores que se hallaban en su interior, tanto por el fuego como por el escape del humo que los intoxicaría.

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(Rescatista, acompañado de administradores, autoridades locales, estatales y reporteros / Archivo de la Casa de la Cultura Jurídica)

Linares dio las señales de alarma e hizo lo posible por la evacuación de sus compañeros, algunos pudieron salir por medio del elevador (calesa) de la mina; sin embargo, al notar que ya no había comunicación ni respuesta con los diferentes niveles y con el retorno del elevador vacío, se afirmó por parte de los administradores norteamericanos de la mina que todos los trabajadores habían podido salir, así los responsables de la mina decidieron, sin estar seguros si estaban totalmente evacuadas los diez niveles, cerrar los tiros de El Bordo y La Luz para así sofocar totalmente el incendio, determinando que cuando no hubiera humo se entraría a rescatar a las posibles víctimas del incendio.
Después de dos días de iniciado el incendio, el día 12 de marzo, se abrió una de las bocas; en el intento de rescate se detectó que muchos cuerpos calcinados estaban en la boca de la mina, personas que aparentemente habían intentado huir y hallaron carradas las vías de escape, aun había humo tóxico y se reavivaba el fuego con el aire que entraba.

Cuando se pudo dar finalmente el rescate, el día 16 de marzo, fueron encontrados 87 personas fallecidas y siete sobrevivientes en uno de los niveles, personas que durante seis días soportaron escondidos del humo, bebiendo agua tóxica, sin comida y en la oscuridad total, de acuerdo con el libro El incendio de la mina el Bordo, del escritor Yuri Herrera, publicado en 2018.

Con base en las investigaciones del autor de la obra, las familias de los mineros que murieron, especialmente las esposas o madres de los trabajadores, también fueron víctimas por la incertidumbre, la falta de información, la insensibilidad, las dificultades para identificar los cuerpos para darles sepultura, además la desatención como deudos de los fallecidos. Algunas de ellas fueron sometidas a duros interrogatorios para acreditar el parentesco y así recibir una indemnización.

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(Sobrevivientes del incendio / Archivo de la Casa de la Cultura Jurídica)

También señala en el libro que nunca se hizo un proceso adecuado para deslindar responsabilidades de la catástrofe que hiciera justicia para los fallecidos, limitando la investigación a la búsqueda de las causas del incendio, mismas que tampoco quedaron aclaradas.

En consecuencia, fallecieron los 87 obreros, y en una colina aledaña a la mina se construyó una fosa común, cercada por piedras de cantera, en donde fueron sepultados los cuerpos de los mineros fallecidos, mismos que quedaron en el anonimato y sin un monumento o placa que los conmemore.


 

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Gran incendio de Salem de 1914

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El gran incendio de Salem del 25 de junio de 1914 destruyó 1,376 edificios y dejó a más de 18,000 personas sin hogar o desempleadas en Salem, Massachusetts , EE . UU.

Fue uno de los últimos grandes incendios industriales que asolaron las ciudades de América del Norte en el siglo XIX. De las familias a las que afectó, quemar casas o el lugar de trabajo del sostén de la familia, el 43% eran francoamericanas . Debido a que muchas personas quedaron sin trabajo después de que el mayor empleador de la ciudad se quemara, el incendio alentó la creación del Servicio de Empleo de los Estados Unidos. [1]

Franklin H. Wentworth agitó por más protección contra incendios. En un artículo en Salem Evening News (29 de marzo de 1910, página 7), llamó a Salem, "en Peligro de destrucción por fuego". Sintió que el principal peligro de incendio era el distrito comercial del centro. El artículo incluía un mapa de todos los edificios del centro y su tipo de materiales.

El Sr. Wentworth, un concejal de Salem, presentó una orden que habría requerido que todas las cubiertas de techo nuevas o de reemplazo no fueran combustibles. Argumentó que esto era tan importante como comprar nuevos motores o contratar nuevos bomberos . Después de un gran incendio, muchos de la clase trabajadora tendrían que vivir en tiendas de campaña, advirtió.

Wentworth fue acusado de servir solo los intereses de la industria de seguros, y la enmienda no fue aprobada. Wentworth luego se convirtió en secretario de la Junta Nacional de Aseguradores de Incendios .

Charles J. Collins realizó otro intento fallido de aumentar la seguridad en Salem. Había visitado Filadelfia, donde los vagones de alta presión bombeaban agua a través de tuberías de 3,25 pulgadas (8,3 cm) para un alcance de 360 pies (110 m). El argumento fue que las bombas de alta presión se pagarían solas con la reducción de las tarifas del seguro. La protección de todo el distrito comercial y comercial habría costado US $ 150,000.

En 1914, Salem era una ciudad de 48,000 personas (12,000 más de diez años antes), y consistía en 5,826 edificios en 5,100 acres (21 km 2 ; 8.0 millas cuadradas) con una valoración estimada de US $ 37.25 millones. Las calles tenían de 20 a 140 pies (6.1 a 42.7 m) de ancho. Los códigos de construcción estaban fechados, sin mencionar tuberías verticales , escapes de incendios o rociadores .

Salem tenía 180 estaciones o cajas de alarma contra incendios que podrían usarse para contactar a los operadores telefónicos. Una larga sequía precedió a los acontecimientos del 25 de junio de 1914.

El fuego
El Gran Incendio de Salem comenzó con una serie de explosiones, causadas por una mezcla de acetona , amalacitar , alcohol y celuloide . A las 1:37 pm ( EDT ) del 25 de junio de 1914, se utilizó una caja de alarma contra incendios para informar un incendio en la fábrica de cuero Korn en 57 Boston Street. En el sitio hay una placa conmemorativa, ahora ocupada por una tienda Walgreens .

El fuego se extendió rápidamente por Boston Street, debido a una sequía . El departamento de policía envió llamadas a 21 ciudades para solicitar asistencia. Un departamento industrial, el Astillero Fore River, también ayudó. Más de 90 policías de fuera de la ciudad vinieron a ayudar. The Salem Evening News , (viernes 24 de julio de 1914, página 11), tenía una lista completa de todos los departamentos que respondieron y dónde y cómo trabajaron para combatir el incendio.

El Salem Evening News cubrió los eventos en una serie de artículos, que luego fueron reimpresos como un libro por Montanye Perry. [2]

Consecuencias
El incendio quemó 253 acres (1.02 km 2 ; 0.395 millas cuadradas) de tierra con 1,376 edificios. La pérdida total se estimó en US $ 15 millones; las pólizas de seguro pagaron US $ 11.744 millones. Unas 20,000 personas perdieron sus hogares, 10,000 sus trabajos y algunas vidas.

Chestnut Street, diseñada por el arquitecto Samuel McIntire , sobrevivió al incendio, así como a lo que ahora es el Ayuntamiento , el ayuntamiento más antiguo de América que funciona continuamente, abierto desde 1837. El Distrito Histórico McIntire es el área más grande de hogares en América, que data de 1642 a 1865.

Valores en términos actuales [3]
Valor históricoAjustado por inflación
Valoración evaluada de Salem antes del incendio$ 37.25 millones$ 951 millones
Dañar$ 15 millones$ 383 millones
Cubierto por seguro$ 11.744 millones$ 300 millones
Equipar todo el
distrito comercial y comercial con bombas de alta presión.
$ 150,000$ 3.83 millones

Folklore
Según una leyenda local, el espíritu de Giles Corey , quien fue torturado hasta la muerte durante los juicios de brujas de Salem en 1692, aparece en Salem y camina por su lugar de muerte en el cementerio Howard Street cada vez que un desastre está a punto de golpear la ciudad. Cabe destacar que se dijo que apareció la noche anterior al incendio.

Algunos creen que Corey hizo que ocurriera el fuego, como parte de su maldición contra Salem . Podría haber sido una venganza por la ejecución de su esposa, Martha. Fue una de las 19 ejecutadas colgando de la repisa de Proctor, ubicada directamente detrás de donde comenzó el incendio. [4]

 

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Incendio sin precedentes en Valparaiso. 14 de Abil de 1914

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En la ciudad de Valparaíso, Chile, un incendio de grandes proporciones se inició el sábado. Impulsados por fuertes vientos, las llamas barrieron las zonas residenciales de los cerros, destruyendo más de 2.000 casas y matando al menos a 11. Los bomberos seguian combatiendo las llamas. Hoy algunos de los residentes de Valparaíso están siendo autorizados a regresar a sus hogares para evaluar los daños, recuperar lo que pueden, y planificar sus próximos pasos.

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El devastador incendio del Alcázar de Madrid que destruyó cientos de obras: así se salvó 'Las meninas'

En la Nochebuena de 1734 y en los días posteriores, las llamas redujeron a cenizas el palacio y muchas pinturas de los grandes maestros como Velázquez o Rubens.​

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A Felipe V no le agradaba el viejo Alcázar Real de Madrid, símbolo de la antigua dinastía y edificio decrépito en comparación con los lujos de la arquitectura francesa. Por eso, tras su llegada al trono español, había ordenado la construcción del Buen Retiro, un palacio fastuoso, más caro que El Escorialy ubicado al otro extremo de la ciudad, que contaba con un teatro, un lago para espectáculos navales o jaulas con animales exóticos. Era más luminoso y sus diáfanos jardines recordaban al monarca a su añorado Versalles. Allí pasó la Nochebuena de 1734, lo que le salvó de presenciar un pavoroso incendio que devoró el antiguo Alcázar.

El fuego se desató en la madrugada del 24 al 25 de diciembre, supuestamente por la imprudencia de unos criados aturdidos por los efectos del alcohol. La opinión general situó el chispazo de las llamas en un cortinaje de los aposentos de Jean Ranc, pintor de cámara, aunque paradójicamente estas dependencias se encontraban en el ala menos afectada. Otros relatos han sugerido una improbable conspiración borbónica, teniendo en cuenta la decisión posterior de Felipe V: construir en el mismo sitio un nuevo palacio a la altura de sus tiempos y de su propia dinastía.

Según Félix de Salabert Aguerri, marqués de Valdeolmos y III de Torrecilla, que fue testigo de las llamas y escribió un relato de lo acontecido unos días después, la primera voz de alarma la dieron unos centinelas alrededor de las doce de la noche. Era una jornada festiva, pero al parecer ocurrió algo similar al cuento del lobo y los pastores: un mes antes, la Corte había celebrado con luminarias y antorchas en las fachadas del Alcázar la capitulación de Capua, que ponía fin a la presencia austríaca en Nápoles y aseguraba ese reino para el infante don Carlos, cuando un muchacho empezó a gritar que se estaba quemando el palacio. Hubo mucha confusión y se repicaron las campanas, pero en realidad no había nada ardiendo.

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El día de Nochebuena se tardó un tiempo que hubiera sido fundamental en identificar la verdadera dimensión de la catástrofe. El marqués de Torrecilla señala en su crónica que, al principio, la gente hizo caso omiso al toque de fuego de los campanarios porque pensaba que eran maitines. Los frailes de la cercana congregación de San Gil fueron los primeros en colaborar, tanto en la extinción de las llamas como en el salvamento de personas y objetos artísticos. Unos trabajos que empezaron con las reliquias de la Capilla Real y para los que fue rechazado el pueblo. La razón la explica Salabert Aguerri: "Las puertas no las quisieron abrir, por temor al saco".

"El incendio se extiende y dura hasta el 31, una semana. Mueren una dama y tres peones, hay varios heridos, y la destrucción del edificio es casi total. Aunque se logra sacar parte del mobiliario y de las colecciones, las pérdidas patrimoniales en joyas, pinturas, obras de arte, objetos de culto y archivos son muy importantes", narra la historiador María Victoria López-Cordón Cortezo en el capítulo dedicado al trágico suceso en la obra Historia mundial de España (Destino). Las llamas, milagrosamente, no afectaron ni a la casa del Tesoro ni a la Biblioteca Real.

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Pero sí a los grandes salones donde estaban colgadas las obras maestras de Tiziano, Rubens, Velázquez, Caravaggio, Ribera, Veronese, Tintoretto... Un grupo de osados se jugó la vida para salvar el mayor número posible de lienzos; las cortaron de sus marcos y bastidores y las arrojaron por las ventanas. Así volaron Las meninas y el retrato ecuestre de Carlos V en Mühlberg, que se oscureció en su parte inferior a causa del humo. Ambos cuadros son hoy en día dos de los grandes atractivos del Museo del Prado, como lo sería La expulsión de los moriscos, considerada en la época con una de las pinturas más valiosas de Velázquez, y que ardió junto a tres obras mitológicas del sevillano, al retrato favorito de Felipe IV que le pintó Rubens, un Lacoonte de El Greco o un autorretrato de Rafael.

Por fortuna, Felipe V había ordenado trasladar algunas de las mejores telas de la colección real española al Palacio del Buen Retiro, como El Pasmo de Sicilia de Rafael. En total, según un inventario que se realizó en los días posteriores al desastre, se salvaron 1192 cuadros y 44 lotes de esculturas y mobiliario en los cuales se detallaron las obras por conjuntos. Algunas de las joyas más emblemáticas de la Corona, como la perla Peregrina o el diamante del Estanque. Los cálculos de algunos investigadores, sin embargo, concluyen que en el incendio se perdió alrededor de medio centenar de pinturas, además de numerosos documentos pertenecientes al Archivo de las Indias, esculturas de mármol o bronce, las colecciones americanas recabadas por los conquistadores y un largo etcétera.
 

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Fue una auténtica tragedia patrimonial, de las más descorazonadoras de la historia de España. Aunque lo cierto es que podía haber sido mucho peor. El Alcázar de Madrid quedó reducido a cenizas humeantes, y Felipe V decidió derribar lo poco que había sobrevivido para erigir una monumental residencia a sus gustos y antojo, el Palacio Real, con 135.000 metros cuadrados y 3.418 habitaciones. El proyecto se lo encargó al arquitecto italiano Filippo Juvara, que falleció antes del inicio de las obras. El testigo lo recogió su discípulo Giambattista Sacchetti y la construcción la culminó Francesco Sabatini, arquitecto de Carlos III, el primer monarca que se instaló en el real sitio, uno de los más grandes del mundo, en 1764.

"Realidad y metáfora, el incendio del Alcázar cambió el perfil urbano de la capital de los Borbones, e hizo explícita la voluntad de representar en el nuevo edificio las glorias unidas de la monarquía española y de los Borbones", señala María Victoria López-Cordón. Desde entonces, el Palacio Real ha sido morada de Carlos IV, Fernando VII, Isabel II y Alfonso XIII, del que todos tuvieron que huir para conservar no solo el trono, sino su vida; y también de Manuel Azaña, presidente de la República, en 1936. En esa época, el edificio se llamó Palacio Nacional.

 

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El incendio que destruyó Oviedo hace 500 años

Fue en la Nochebuena de 1521 y acabó prácticamente con toda la ciudad, que, literalmente, quedó abrasada en apenas una hora​


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La Nochebuena del 1521 Oviedo sufrió un terrible incendio que destruyó casi toda la ciudad. El incendio se inició en la calle Cimadevilla. Quedaron implicadas la Plaza de Trascorrales, calle Mon, calle Máximo y Fromestano, Plaza del Paraguas, Corrada del Obispo, Tránsito de Santa Bárbara, calle Santa Ana y Casa de la Rúa. También quedaron afectadas la puerta de Sacastiello, el Hospital de San Juan, el barrio de la Chantria y Lonja hasta la puerta de Gascoña, el Monasterio de San Pelayo, la calle Portal, la calle San Antonio y el Hospital de San Julián.

En el conocido como callejón de los Huevos, se accedía a la calle Cimadevilla y, de ahí, a la Plaza de Trascorrales. Según las crónicas de la época, el incendio se inició en una casa que estaba calentando unas brasas. Una de ellas quedó mal apagada y ese fue el principio del desastre. Al ser casas de madera y estar todas muy juntas, el fuego se propagó de una a otra de una manera muy rápida. En apenas una hora tres cuartas partes de Oviedo quedó completamente destruido por el fuego.

Aquella brasa mal apagada y el desordenado diseño urbanístico de la ciudad provocó el caos. La distribución de las calles era angosta y asentadas. A esto unimos lo dicho, que las estructuras eran de madera, y el coctel estaba servido. Las brasas tardaron casi dos meses en extinguirse. Si seguimos la ruta que tomó en su destrucción el fuego, tenemos la Plaza de Trascorrales, donde acudían las mujeres a vender leche, huevos y pescado. La actual calle Mon, en aquella época, se conocía como calle de los Ferreros. Aunque la calle se llamara así, en ella no había ningún ferrero o herrero. Estos, por el peligro que suponía la forja, los sacaron fuera de las murallas, en la zona de Campillín. El incendio, en esta calle, incendió el antiguo hospital de San Julián y Santa Basilisa.

En el cruce de las calles Mon con Máximo y Fromestano se considera que existía una antigua morada de Templarios, también desaparecida. En la Corrala del Obispo se levantaba el Palacio Arzobispal, que sufrió graves daños durante el incendio. Ahí según parece estaban las cuadras del obispo. En Tránsito de Santa Bárbara se levantaban las ruinas del palacio del rey Alfonso II y la antigua torre defensiva. Gracias a la altura de estas construcciones, el fuego no avanzó hacia la Catedral, salvándola de quemarse.


En la calle Santa Ana quedó muy afectada la iglesia de San Tirso. Esta calle, a pesar de haber sufrido graves perdidas por el incendio, se reconstruyó como era en su origen. Esto supone una visión medieval de la Catedral, tal y como había sido concedida. Finalmente tenemos la Casa de la Rúa o Palacio de los marqueses de Santa Cruz de Marcenabo, que es la edificación más antigua de la ciudad, y que sobrevivió al incendio.

Los habitantes de Oviedo tuvieron que huir de la ciudad.
Desconocemos las personas que fallecieron en aquel incendio. Los que pudieron salvarse lo lograron porque o bien se escondieron en las cuadras que había en los arrabales o bien en ermitas e iglesias. Una crónica de la época decía que “toda la ciudad se abrasó dentro de los muros, sino fue la Santa Iglesia que quedó libre en medio del incendio, aunque el maderaje y andamios de una torre, que se iba haciendo, se quemó también”.

Una vez sofocado el incendio se tenía que empezar de nuevo. En el momento de reconstruirse la nueva ciudad se diseñó un nuevo proyecto urbanístico, con casas sin balcones no colgadizos, para evitar la propagación del fuego. Los muros se rediseñaron. En vez de madera se sustituyeron por mampostería. Se cambió el trazado radical por otro ortogonal. Esto propició un crecimiento comercial y económico de la ciudad.

Con respecto a este crecimiento comercial, en febrero de 1522 los dirigentes de la ciudad de Oviedo le pidieron al rey Carlos I, para paliar las grandes consecuencias económicas del incendio, que les concediera un mercado franco, en el cual no se cobraran impuestos. El rey accedió. Esto fue un importante apoyo económico para la ciudad. Al principio empezó a celebrarse los lunes, para pasar a los jueves. El actual mercado del Fontán es heredero de aquel del 1522.

 

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El día en que la mitad de Calbuco fue arrasado por el fuego​


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Un 31 de enero de 1943 la ciudad fue arrasado por un incendio. Los pozos de agua estaban vacíos y el viento ayudó a la rápida propagación del fuego que quemó un total de 118 casas.​

Calbuco, 31 de enero de 1943. Era domingo como todo pueblo del sur era un día de descanso familiar y relajo, con pocas personas trabajando y algunas familias pensando en viajar a Carelmapu el día 2 de febrero a la procesión de la Virgen de la Candelaria. Nadie imagine que al final de ese día hubo de lamentar que 118 casas fueron arrasadas por el peor incendio que ha soportado Calbuco desde su fundación.

Según el libro de partes de alarmas de la Comandancia del Cuerpo de Bomberos de Calbuco señala que a eso de las 15.30 horas de la tarde se declaró un incendio en la propiedad del señor Custodio Mancilla, ubicada en la calle Antonio Varas s/n entre Ernesto Riquelme y Federico Errázuriz. El edificio estaba ocupado por el capitán de puerto Hugo Herrera, quien además de trabajar en la oficina mantenía allí sus habitaciones particulares. Herrera no se encontraba en ese momento en Calbuco. Se cuenta que en esa casa o bien en otras contiguas había tambores de parafina que azuzaron aún más el incendio.

Ese relajado día domingo le jugó en contra a Calbuco, pues el comandante de bomberos no se encontraba en la ciudad y pudo constatar ya tarde la magnitud del desastre y, lo peor de todo, es que los bomberos cuando quisieron combatir el fuego se dieron cuenta que los pozos estaban vacíos. Los pocos bomberos que había en la ciudad más los vecinos poco pudieron hacer para detener el fuego de la capitanía del puerto y que pronto se extendió a otras casas.

Pronto otro hecho agravó más la situación: el fuerte viento sur. A una hora de dada la alarma el fuego arrasaba varias manzanas y la desesperación entre los vecinos de Calbuco crecía. Algunas personas sacaban sus enseres de una casa y las llevaban a otra, pero la propagación del fuego era tan rápida que llegaba hasta la casa donde habían puesto a salvo sus cosas e igualmente las quemaba. En otros sectores había gente que llevaba sus cosas a la playa, pero al subir la marea las arrastraba o bien ciertos amigos de lo ajeno se las robaban. Siempre en las catástrofes algunos sacan lo peor de los humanos.

Para agravar aún más la situación el viento sur cambió de sentido y empezó a soplar fuerte en dirección oeste, lo que hizo que los edificios que no corrían peligro se vieron igualmente amenazados.

Así ardieron edificios de las calles Antonio Varas, Ernesto Riquelme y Francisco Errázuriz. En esta última se encontraban edificios de dos pisos, los que contribuyeron a incendiar a su vez, debido a su altura, a edificios bastante distantes del foco mismo del fuego; tanto es así que una casa ubicada en calle Errázuriz esquina de Varas prendio a otro de calle Esmeralda, esquina de Varas. En esta forma el incendio se propagó a otros barrios y tuvo distintos focos. Los pocos recursos con los que se combatían las llamas debieron ser redistribuidos.

LA AYUDA

El Superintendente del Cuerpo de Bomberos de Calbuco, Alfonso Soto, al ver la rapidez con que se propagaba el fuego resolvió que la posibilidad de salvación era pedir auxilio a las compañías de bomberos de Puerto Montt. Por radio se hicieron los contactos desde algunas embarcaciones y desde contados teléfonos existentes de la época. Cabe recordar que en aquellos años aún no existía el piedraplén de Calbuco por lo que era una isla.

Uno de los que recibió el llamado de auxilio fue el comandante de la Segunda Compañía de Bomberos de Puerto Montt Bertoldo Binder Grothe, quien se encontraba en un paseo veraniego con miembros de su compañía, de inmediato todos respondieron al llamado de auxilio, se trasladaron a Puerto Montt. Binder requirió el zarpe del escampavía "Yelcho", llevando la bomba a remolque GAF, junto a la Quinta Compañía de agua; la Tercera de Hacha y a la Cuarta de Salvataje.

Cuando llegaron a Calbuco no daban crédito a sus ojos: la mitad de la ciudad estaba en llamas.

Como los pozos estaban vacíos las bombas debieron ser montadas desde las lanchas ancladas en el puerto, las que prácticamente debieron ser tomadas al abordaje por oficiales de la Armada, ante la negativa de los propietarios o patrones, que no querían que sus embarcaciones fueran "ensuciadas".

El comandante Binde fue práctico ante la tamaña tragedia de los calbucanos y ordenó "Lo que se está quemando, que se queme, pero el fuego no pasa de aquí". Gracias a las mangueras se logró evitar la propagación del fuego y controlarlo.

En el mismo escampavía “Yelcho” viajaron también el Intendente de la provincia Francisco Sepúlveda y el Prefecto de Carabineros Teniente Coronel Liborio Basualto León, con tropas de refuerzo y miembros de la Cruz Roja, con útiles y material, destinados a prestar los primeros auxilios.


DESASTRE EN LAS CALLES

El libro de partes de la comandancia de bomberos -que se salvó de las llamas por no estar en el cuartel- señala que a eso de las 17.30 horas, el fuego abarcaba seis manzanas, haciéndose imposible toda labor, pues parte del material tuvo que ser abandonado ante el peligro que corrían las personas que lo atendían. Tampoco fue posible llevar las bombas hacia las calles de salida, pues se encontraban en llamas.

Se pensó en demoler edificios para evitar la propagación del fuego, pero no había material apropiado para ello, pues la única compañía de salvataje se encontraba en un sector donde no era posible sacarla y tampoco habría sido prudente trasladarla a otros sectores.

A las 18.30 horas -tres horas desde que se dio la alarma- el fuego ya había pasado por las calles Esmeralda, Angamos, Serrano, Condell, Aureliano, Sánchez, Miramar, Plaza Ramírez y parte de la Avenida Douglas, hasta la altura de la Empresa Eléctrica y la que fue salvada debido al derribo de cercos y pequeñas casas. En la calle Vicuña Mackenna, cuando ya el peligro parecía alejado, comenzó a arder el tejado de la casa de propiedad de la firma Guillermo Schmeisser e hijos, la que por ser de material ligero, no pudo ser salvada. En este sector el fuego terminó en la última de dicha avenida.

En la calle Eulogio Goycolea, pudo cortarse el fuego a más o menos 100 metros de Ernesto Riquelme, para ello fue necesario que la compañía de salvataje derribara una pequeña casa y eso contribuyó a la existencia de una pequeña muralla corta fuego.

Dominado el peligro en esta parte ya fue posible trasladar algún material, con grandes esfuerzos a la Plaza Balmaceda esquina de Ernesto Riquelme, pues la casa ocupada por la Gobernación, ubicada en este sector, ya se encontraba en llamas; allí pudo derribarse una bodega, evitándose así que el fuego continuara por la calle de Galvarino Riveros.

En el mismo sector de la plaza en calle Ernesto Riquelme con José Miguel Carrera el fuego amenazó la Escuela N° 1 que fue salvada tras grandes y tenaces esfuerzos, pues la bomba que se encontraba en el patio de ese establecimiento, no pudo actuar, debido a que el chorizo no alcanzaba a tomar agua, dado que el pozo es de gran profundidad, fue necesario derribar una pared y así pudo cortarse el fuego, usando baldes y tarros para arrojar el agua. Así, se paso, se salvó la Iglesia Parroquial y lo edificado en la calle Carrera.

Cuando el fuego consumía la última casa de la Avenida Vicuña Mackenna, donde se encontraba la oficina sanitaria, llegó el auxilio del Cuerpo de Bomberos de Puerto Montt, cuyos voluntarios tras grandes dificultades pudieron desembarcar sus bombas y desplegar parte del material; pero debido a los pocos elementos de desembarco, dicha tarea demoró algo de tiempo por lo que la labor de estos se limitó a apagar escombros en la parte alta, pues aún había grandes llamaradas. Esa labor se efectuó afrontando serios peligros, pues el material fue trasladado por el cerro donde no existía subida alguna y las bombas debieron trabajar desde la playa.

El fuego quedó dominado más o menos a las 20 horas de ese trágico domingo 31 de enero de 1943.

PÉRDIDAS

A la hora del balance se lamentó la pérdida de 118 casas, 54 casas de un piso, 23 de un piso con mirador, 38 de dos pisos y 2 de tres pisos. Las pérdidas ascendieron a $5.159.000 en inmuebles y $ 3.668.000 en menaje y mercaderías. Sólo 34 casas tenían seguros, los que alcanzaban a $ 1.581.000 pesos.

El Cuerpo de Bomberos de Calbuco perdió su edificio y parte del material que fue imposible sacar, como también el archivo de Directorio y Comandancia.

Tras el desastre muchos calbucanos abandonaron el pueblo y se fueron a vivir a otras ciudades. Muchas familias tuvieron que acoger a otras que lo habían perdido todo. Al día siguiente los vecinos salieron a remover los escombros, la imagen era de una penosa desolación. Años de sacrificios quedaron bajo los escombros de los edificios y casas.

Voluntarios del Regimiento Sangra de Puerto Montt debieron acudir a ayudar y en especial a hacer guardia de noche para evitar saqueos en los sectores siniestrados.

Este ha sido el episodio más triste que tuvo que vivir Calbuco en su historia, aun así se salió adelante y posteriormente en 1966 se inaugura el piedraplén, dejando conectada la comuna al continente.

 

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El dantesco incendio que en 1979 arrasó con el antiguo Liceo San José y otros inmuebles​


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  • Parte de la diócesis, el antiguo teatro Monseñor Fagnano, el recinto del Duoc, locales comerciales, el viejo observatorio meteorológico y la sucursal de la Caja de la Defensa Nacional también resultaron destruidos.
  • El siniestro comenzó a las 15 horas del jueves 8 de febrero y tuvo su origen en el recalentamiento de una estufa a gas instalada en las oficinas del Obispado, en calle Fagnano, a media cuadra de la Plaza de Armas.
Hace apenas una semana, un gigantesco incendio declarado en la madrugada del domingo recién pasado, destruyó completamente el edificio de la Prefectura de Carabineros, inmueble patrimonial ubicado en calle Waldo Seguel Nº 639-653, que el año 2009 había sido declarado Monumento Nacional. El siniestro causó hondo impacto en la comunidad regional, incluso teniendo repercusión nacional, no sólo por las severas pérdidas materiales y sus obvias implicancias en lo institucional, sino también porque tuvo lugar en el casco urbano histórico de Punta Arenas.

Sin embargo, hace 43 años, un jueves 8 de febrero de 1979, otro hecho de similar magnitud, en cuanto a destrucción y conmoción en la ciudadanía, se registró en pleno corazón de Punta Arenas y en la misma manzana, sólo que esa vez ocurrió en el lado contrario, en calle Fagnano.

La crónica de La Prensa Austral de la época consignó en sus páginas los pormenores del devastador siniestro:

“Millonarias pérdidas materiales y un irreparable daño al patrimonio cultural de la región, causó el gigantesco incendio que destruyó el antiguo Liceo San José, parte de la Diócesis católica, el antiguo teatro Monseñor Fagnano, el recinto del Duoc, locales comerciales instalados en el edificio sólido de Fagnano con Chiloé, el viejo observatorio meteorológico salesiano y la sucursal de la Caja de la Defensa Nacional”.

“El fuego, en poco más de tres horas, consumió media manzana, dañando también parcialmente el edificio donde en esa época funcionaban los tribunales de justicia, la cárcel pública y el recinto ocupado por Carabineros de Chile”.

Incendio

“El siniestro comenzó a las 15 horas, por el recalentamiento de una estufa a gas instalada en las oficinas del Obispado de Punta Arenas, ubicado en calle Fagnano Nº652”.

“La escasez de agua en la ciudad hizo estériles los esfuerzos de los voluntarios de las compañías de bomberos, propagándose rápidamente las llamas a los siguientes locales contiguos: la bodega de Vicuña Libros, la tienda Flory Sport (de Juan Crema), Librería Colón (de Vicente Boric), observatorio astronómico Monseñor Fagnano, las dependencias ocupadas por el administrador del inmueble (grupo familiar de dos adultos y 5 menores), la farmacia de Cáritas, el Duoc y el viejo teatro del antiguo Liceo San José”.

“El fuego sólo pudo ser sofocado a las 18,30 horas, no habiéndose calculado el monto preciso de las pérdidas de este gigantesco siniestro calificado por viejos ciudadanos como ‘el más grande de que se tenga memoria’”.

“La magnitud del incendio motivó que precautoriamente fueran evacuados los internos de la Penitenciaría local”.

“Por otra parte, resultó parcialmente dañado el altar mayor de la cúpula de la Iglesia Catedral; perdiéndose, asimismo, los archivos de la Iglesia y los archivos meteorológicos de Magallanes”.

“El daño mas grande”

“El vicario general de la Diócesis, Alejandro Goic Karmelic, expresó que ‘el daño más grande que tiene la Iglesia, además de lo material, es la pérdida del archivo que contenía toda su historia: los bautismos y los matrimonios de la región’, agregando que ‘realmente es una pérdida incalculable que será muy difícil recuperar’”.

“El religioso acotó que ‘si bien hay copias de algunos de estos documentos en la casa del obispo, no se encuentra la totalidad de ellos, por eso que es una pérdida lamentable’”.

“Finalmente, dijo que ‘en esta hora el cristiano asume con esperanza el momento de dolor y esperamos seguir trabajando con el mismo entusiasmo para servir al Reino de Dios y para servir a nuestros hermanos’”.

Construcción quemada

“Por su parte, el sacerdote Nibaldo Escalante Trigo, secretario del obispado, expresó que ‘lo que se ha quemado ha sido toda la construcción vieja de madera que tiene más de 90 años, que estaba totalmente reseca’”.

“Añadió que ‘también se quemó el Duoc y toda la parte que se refiere a las oficinas del obispado. Gracias a Dios -dijo- había un seguro, por lo que esperamos con eso y la ayuda de la gente salir adelante’”.

Comandante de Bomberos

“El comandante del cuerpo de Bomberos, José Cárcamo Ojeda, expresó que el incendio había sido catastrófico, por cuanto el ‘sector no tenía agua, había muy poca presión, y tuvimos que estar trayéndola desde el Estrecho’”.

“Calificó el trabajo como ‘muy difícil’ y que ‘hubo que sobrevolar el lugar para distribuir mejor las bombas, dadas las características del siniestro’”.

“Manifestó que posteriormente, junto con la succión de agua de mar, se contó con presión en los grifos, por ‘cuanto me da la impresión que el jefe de Obras Sanitarias colocó toda la presión hacia el sector central’”.

“Agregó que en el incendio trabajaron sobre doscientos voluntarios de las ocho compañías de la ciudad, y que había tenido que ocupar un helicóptero para dirigir el combate contra el fuego, ya que desde abajo no se podía apreciar los focos de fuego”.

“Expresó que el incendio comenzó en el edificio más antiguo, ubicado en calle Fagnano, destacando esta vez la colaboración brindada por la gente. ‘Lo único adverso fue que por las proporciones del incendio llegó mucha gente, pero pudimos trabajar bien’”.
 

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Pérdida cultural

“En el lugar se hizo presente también el director nacional de Bibliotecas, Archivos y Museos, Enrique Campos Menéndez, quien se encuentra en la zona desde hace algunos días”.

“Al conversar con La Prensa Austral sobre la pérdida que significa el lamentable hecho para el patrimonio cultural magallánico, puntualizó: ‘Haber perdido este antiguo colegio es una gran desgracia para Magallanes. Allí estaban los archivos meteorológicos, hechos pacientemente por el padre José Ré, durante tantos años, con la historia de la meteorología magallánica. Estaban también los archivos parroquiales, que no sé si se habrán salvado, y donde está la historia de nuestro pueblo. Para mí es doloroso decirlo, pues pasé muchos años de mi juventud aprendiendo en estas aulas que hoy día no son nada más que unas cuantas chapas retorcidas y unos palos quemados. A Magallanes muchas veces le han pasado desgracias. Hemos sufrido motines, quemazones y vicisitudes. Pero hay que tener voluntad y volver a rehacer las cosas, no nos queda más remedio. También tomar algunas lecciones, como es buscar una solución al problema del agua. Hemos asistido aquí a un desastre donde todo se ha quemado a vista y paciencia de la ciudadanía. Los muy pocos elementos, no pudieron hacer mucho. Es uno de los desafíos y hay que encarar un nuevo problema. Así es la vida de Magallanes, los árboles nuestros crecen contra el viento. Así, contra el viento y la adversidad tenemos que rehacer de nuevo lo que se ha perdido. Se ha perdido mucho. Tengamos fe y que nos sirva de lección’”.

Superintendente

“Con capote y casco trabajó también el superintendente del Cuerpo de Bomberos, el alcalde de la comuna, Santiago Violic Vlasteliza, quien conversó con nuestro diario cuando las llamas estaban prácticamente controladas”.

“Dijo entonces que ‘ya ardió todo lo que tenía que arder y felizmente se salvó la Iglesia’, acotando que ‘lo más lamentable es la pérdida del archivo histórico que era una joya de Magallanes muy difícil de reponer’”.

Al ser consultado sobre el problema presentado por el agua, Violic manifestó ‘como usted sabe se está racionando el agua y por esa razón demoran mucho tiempo en llenarse los ductos que traen el líquido elemento hacia el centro. No obstante eso se trabaja ahora con bastante presión. Ahora tenemos que volver a ahorrar agua, porque tampoco podemos gastar en exceso’”.

Testigo

“El incendio comenzó por el recalentamiento de un calentador -expresó Ramón Soto, una de las personas que estaba en el lugar cuando comenzó el siniestro-. Había un calentador prendido y parece que se recalentó o explotó. En menos de quince minutos ya estaba ardiendo. El que llamó a los bomberos fue un muchacho del grupo juvenil de la parroquia. No se sabe por dónde empezó, pues había calentadores por todos lados, tanto en el pasillo como en la parroquia diocesana, en el Duoc y en una sala de la Parroquia Catedral. En todo caso, fue en el primer piso de la Diócesis o de la Parroquia Catedral’”.

“Por su parte, el sacerdote Simón Kuzmanic al ser consultado por el monto de los daños dijo: ‘No tengo idea cuánto costará todo esto. Hace años que dejó de ser colegio, de manera que el actual avalúo depende de los elementos que tenían las oficinas, los archivos y todo eso. Lo más grave es el valor histórico perdido, que no se puede recuperar’”.

Evacuación de reclusos

“La proximidad del fuego a las dependencias de la Penitenciaría motivaron a que se evacuara a los reclusos, para evitar cualquier problema mayor”.

“El alcaide, mayor Pedro Pablo Monjes, expresó que los daños para la Penitenciaría ‘al parecer son menores pues todavía no se han avaluado’, acotando que ‘posiblemente un muro fue dañado por las llamas, lo que se sabrá cuando el incendio esté totalmente sofocado’”.

“Agregó que ‘como medida de precaución se evacuó a los reclusos, incluyendo mujeres y menores, los que fueron llevados a distintas unidades militares de la ciudad, ocupándose para ello vehículos militares y de Gendarmería’”.


 

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El enigma de la Iglesia en llamas: 58 años del incendio que arrasó el corazón de La Laguna

En 1964 la Iglesia de San Agustín fue pasto de las llamas. Las causas de aquel incendio nunca se llegaron a esclarecer. El fuego redujo a cenizas uno de los conjuntos patrimoniales más importantes de la ciudad de La Laguna. Hoy está a punto de convertirse en un espacio cultural profano​


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Hace cincuenta y ocho años la Iglesia de San Agustín, en San Cristóbal de La Laguna, fue pasto de las llamas. La ciudanía de Tenerife reaccionó rápido, recaudando fondos para su reconstrucción. Sin embargo, el Obispo de entonces decidió destinar ese dinero a construir el Seminario Diocesano de La Laguna ante la envergadura de la obra, quedando la Iglesia de San Agustín durante 58 años como un espacio fantasmagórico, el esqueleto de un templo desnudo sin techos ni paredes. Tan solo quedan en su interior los arcos que sostenían las naves del edificio, tomado por la vegetación y el silencio de un enigma: las verdaderas causas que provocaron aquel incendio en plena dictadura de Franco.

La iglesia de San Agustín formaba parte del Convento de San Agustín, fundado en el siglo XVI. Los Agustinos, que establecieron este convento, tenían como punto de irradiación cultural la Universidad de Letras que dio paso a la Universidad de San Fernando de La Laguna. Cuando la Iglesia ardió, ya no la regentaba la congregación agustina, pero seguía manteniendo el nombre en forma de parroquia. Aunque nunca se esclareció la causa exacta del incendio, uno de los posibles motivos es la propagación del fuego a partir de una de las velas encendida por los fieles que visitaban el templo. Estas velas, en forma de ofrendas, han provocado numerosos incendios en las iglesias canarias.

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El incendio fue muy confuso. En el momento en que se produjo el convento estaba regentado por la congregación religiosa de los Padres Paúles, que en los años posteriores trataron de evitar el asunto. Las crónicas de entonces cuenta que unos operarios estaban reparando el retablo, utilizando un soplete, y esto provocó el incendio. El propio cronista oficial de La Laguna, Eliseo Izquierdo, es partidario de esta opinión. Una de las causas que se consideran más probables es precisamente esa, porque el incendio empezó en la zona de la Iglesia en la que se estaban produciendo estas reparaciones.

La falta de medios técnicos para hacer frente al incendio en los primeros momentos y la impericia de quienes intervinieron en el desalojo provocó la pérdida de un hermoso templo y de prácticamente la totalidad de las imágenes de enorme calidad artística. Se perdió el tríptico de Antón María Magallano, las esculturas de San Agustín y Santa Mónica, elaboradas por Luján Pérez. También se perdió en el incendio el Cristo de Burgos, el primer crucificado de Lázaro González Ocampo. También desapareció el Señor de la Cañita, una de las imágenes más populares y de gran devoción en La Laguna. Desaparecieron los restos del historiador Núñez de La Peña e incluso el primer enterramiento del que se tenía conocimiento: el de Jorge Grimón, en el lateral de la nave del Evangelio.

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Los restos de esta iglesia van a convertirse en uno de los escenarios culturales al aire libre más importantes de toda Canarias​

"Cuando se produjo el incendio, hubo un enfriamiento súbito en las pilastras, que han ido perdiendo sección y tamaño, hasta el punto de que algunas están muy adelgazadas y tienen una resistencia mínima. Necesitamos inyectar resinas para detener ese efecto de degradación y recuperar resistencia”, explica Esaú Acosta, arquitecto responsable de consolidar y hacer visitables las ruinas del templo. Las obras de consolidación de las ruinas permitirán a la ciudadanía el acceso a la parte baja del templo, con una superficie de 1.200 metros cuadrados. El objetivo es utilizar este espacio emblemático como un escenario cultural al aire libre en la ciudad universitaria de La Laguna.

 

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La vez que 5 bomberos dieron su vida para salvar una fábrica de muebles en Lima

La conocida “Tragedia de los Plumereros” de 1931 tuvo como consecuencia la muerte de 5 valientes bomberos que, con el claro objetivo de apagar el incendio de una fábrica, hasta ahora son recordados por su heroico acto.


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La noche del 14 de febrero de 1931 estaba preparada para ser la cita ideal de varias parejas de Lima; sin embargo, las fiestas de celebración se vieron opacadas por un inesperado incendio que alarmó a los ciudadanos de la capital peruana.


Ese Día de San Valentín no fue más que una tragedia recordada hasta el día hoy por miles de limeños, principalmente por aquellos que rondaban por el Centro de Lima entre la antigua calle Plumereros y zonas aledañas. Las llamas de amor fueron reemplazadas por llamas de fuego, que consumieron un almacén de muebles, el cual recibió el auxilio de un valiente grupo de bomberos.
Lamentablemente, este suceso dejó como saldo —además de derrumbes y heridos— la muerte de cinco hombres de rojo, quienes perdieron la vida haciendo lo que les apasionaba y hasta la fecha son mártires de un suceso que sirvió como precedente para las brigadas actuales contra este tipo de desastres. En esta nota, te daremos a conocer los hechos de este trágico episodio que conmocionó a todo el país.

Incendio en Almacén​

Al rededor de las 10.30 p. m. de ese sábado, el Cuerpo General de Bomberos recibió varias llamadas en las que se solicitaba el auxilio inmediato para un incendio que cada vez incrementaba. El espacio afectado fue el almacén de muebles de Freire y Compañía, el cual estaba ubicado en los números 345 y 347 de la antigua calle Plumereros, en el corazón de Centro de Lima.

Varias unidades dieron pase a la abertura del hidrante del agua más cercano para intentar dominar el fuego por casi media hora. Si bien el incendio estaba siendo controlado, el asunto se complicó cuando el vetusto inmueble de la parte superior se desplomó y se llevó con él a los bomberos que trabajaban tanto arriba como en el primer piso.



Sin previo aviso, la pared cayó, lo que resultó en cinco muertos y un reducido número heridos, quienes sobrevivieron al asfixio del humo que amenazaba el lugar. El equipo de resguardo no fue suficiente, por lo que se tuvo que pedir ayuda a la Comandancia de Armas para poder liberar los cuerpos enterrados y rescatar a quienes aún tenían la posibilidad de escapar.


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Víctimas que hoy son héroes
Juan Acevedo, Eleazar Blanco y Carlos Vidal, capitán, teniente y subteniente, respectivamente, de la bomba Cosmopolita; junto a Pedro Torres Malarín, seccionario de la bomba Salvadora Lima, y Juan Ochoa, seccionario de la France, fueron las lamentables víctimas de lo que hoy se conoce como la “Tragedia de los Plumereros”. La mañana del día siguiente, aproximadamente a las 9 a. m., se terminó por rescatar de los mártires.

De acuerdo a los compañeros de turno, quien más sufrió fue don Carlos Vidal, pues sus gritos de dolor hasta ahora suenan en los pensamientos de quienes intentaron salvarlo. “¡Mátenme, por favor!”, exclamaba debajo del desmonte que tumbó su cuerpo. La angustia de Vidal se prolongó por varias horas, pues falleció la tarde del domingo 15 en el hospital Dos de Mayo.

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Repercusiones sobre el caso​

El día siguiente, ya con los hechos consumados y la tristeza entre los testigos del doloroso episodio, el entonces alcalde de Lima, Luis Antonio Eguiguren, y otras autoridades expresaron sus ‘pésame’ a las familias de las víctimas y al comandante general de la Compañía General de Bomberos, Federico M. Schiaffino

Los cuerpos de los bomberos fueron trasladados a la compañía a la que pertenecía cada víctima, para luego ser llevados entre una gran multitud de personas a la Bomba Lima, donde recibieron luto por gran parte del los vecinos de la capital y fueron colmados de ofrendas florales para ser despedidos.

Asimismo, estos cinco héroes quedarían inmortalizados en las primeras planas de diferentes medios, como la fue la portada de La Crónica del martes 17 de febrero, la cual mostró los rostros de las víctimas e imágenes del multitudinario entierro.
Por su parte, en el apartado Variedades se hizo mención a la ley de 1901, que establecía subsidios para los casos en que los bomberos fallecieran laborando en siniestros, la cual precisaron como “letra muerta” ante el desamparo que atravesaron los familiares afectados.

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¿Quién fue el primer bombero que murió en Perú?​

Bautista Berninzoni dejó su natal Italia para servir en Perú, pero lamentablemente perdió la vida en un incendio. Revive aquí su última proeza en el Convento de La Merced, la cual luego fue homenajeado con un parque nombrado en su honor.

Llegó con su hermano Tommaso Agostino al Perú desde Genova, Italia a mediados del siglo XIX, atraído por las oportunidades que Sudamérica ofrecía a los emigrantes de otros continentes. Según cuenta uno de sus descendientes, al comienzo de su estadía los Berninzoni se dedicaban a reparar carrozas y al apoyo en construcción, llegando a realizar lo que hoy se conoce como la mansión Bernizon de Barranco.


¿Cómo llegó el italiano Bautista Berninzoni a Perú?​

En 1866, la armada española había derrumbado el puerto de Valparaiso en Chile y amenazaba a seguir expandiendo su ataque hacia Perú. Por ello, el entonces alcalde de Lima, Pablo Antonio Salinas, convocó a las comunidades extranjeras para poder integrar las unidades de bomberos que apoyarían en el Combate de 2 de mayo. Inmigrantes de Francia, Suiza e Italia fueron reclutados en este llamado, dando pase a las primeras compañías forasteras como Roma 1, la cual se fundó el 15 de abril de ese año.