Fuegos asesinos
Todos los incendios forestales son terribles. Una inmensa tragedia si afectan al lugar donde vives, como les ocurrió ayer a los habitantes de varios pueblos valencianos. Pero también representan una gran pérdida si las llamas destruyen los paisajes emocionales de la infancia, la geografía de la inocencia y el estado de gracia. Espanto, rabia e impotencia. Y una pena inmensa por millares de seres asfixiados, abrasados y calcinados en un cruel holocausto. La profanación de la belleza; paraísos convertidos en cementerios. El cielo de color gris grasiento y nubes de ceniza que llueven como lágrimas negras. Hasta la luna parecía ayer apenada.
Hoy lloro por Dos Aguas. Allí tenía mi tío Enrique una preciosa casa de campo, punto de reunión de la numerosa familia Carrasco. Un lugar encantador, rodeado de pinadas con vistas al pintoresco pueblo ,y con el lujo de una piscina en la que en verano era una delicia remojarse. Cortes de Pallás fue escenario de un viaje iniciático que realicé en la adolescencia con mi hermano Antonio y un par de amigos desde Cofrentes a Real. Una de esas excursiones juveniles con mochila, saco de dormir y enormes ganas de aventuras como único equipaje.
Y bien que las tuvimos. Una noche que nos refugiamos en una paridera abandonada, impregnada de olor a oveja, nos sobresaltaron voces y trallazos de linternas. Era la pareja de la Guardia Civil que al ver el fuego de nuestro pequeño campamentó debió pensar que éramos unos maquis o roders. Fue un buen susto, pero sin consecuencias; nos salvó el DNI que yo llevaba y nuestra cara de críos. Poco después nos extraviamos entre barrancos y cañadas hasta que ya al borde de la extenuación nos rescataron unos colmeneros que nos guiaron hasta Dos Aguas. Desde allí a Real en una sólo etapa fue el final de la expedición.
Dos años atrás, el fuego arrasó también otro de esos mapas en los que la memoria dibuja los buenos recuerdos. Una amplia zona de pinadas entre los términos de Real y Llombai conocida como la Serreta. Sus caminos forestales fueron mi recreo y pista de entrenamiento durante varios años. Conocía como la palma de mi mano cada cuesta, cada altozano, el perfil del horizonte presidido por el imponente Puig Campana. Incluso bauticé con nombre propio algunos de los pinos más notables. Desde que fue arrasado por el fuego ya no tuve valor para volver.
Todos los incendios forestales son terribles pero los provocados son, además, atroces. La maldad humana tiene muchas caras y matices, pero la del pirómano es una de las más oscuras e incomprensibles para mí, tal vez por ser signo de agua, antagonista natural del fuego. El cuarto elemento está al alcance de todos, especialmente, en un país como éste de Fallas, Fogueres y continuos alerdes pirotécnicos. Todos podemos distrutar de la fascinación hipnótica que ejerce una buena hoguera, al calor del hogar, en las barbacoas campestres. Pero el pirómano no se conforma con eso y desea liberar en forma de llamas y pavesas a la bestia depredadora que lleva dentro.
En este caso ha sido una negligencia la causa del desastre, la estupidez humana que no tiene límites. Peor aún si son incendios forestales intencionados con la codicia como única motivación.
Sea producidos por una u otra causa, todos son terribles. Porque cuando el monte se quema se nos quema el alma, aunque la tierra sea del señor Conde.
http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/zoocity/2012/06/30/fuegos-asesinos.html
Todos los incendios forestales son terribles. Una inmensa tragedia si afectan al lugar donde vives, como les ocurrió ayer a los habitantes de varios pueblos valencianos. Pero también representan una gran pérdida si las llamas destruyen los paisajes emocionales de la infancia, la geografía de la inocencia y el estado de gracia. Espanto, rabia e impotencia. Y una pena inmensa por millares de seres asfixiados, abrasados y calcinados en un cruel holocausto. La profanación de la belleza; paraísos convertidos en cementerios. El cielo de color gris grasiento y nubes de ceniza que llueven como lágrimas negras. Hasta la luna parecía ayer apenada.
Hoy lloro por Dos Aguas. Allí tenía mi tío Enrique una preciosa casa de campo, punto de reunión de la numerosa familia Carrasco. Un lugar encantador, rodeado de pinadas con vistas al pintoresco pueblo ,y con el lujo de una piscina en la que en verano era una delicia remojarse. Cortes de Pallás fue escenario de un viaje iniciático que realicé en la adolescencia con mi hermano Antonio y un par de amigos desde Cofrentes a Real. Una de esas excursiones juveniles con mochila, saco de dormir y enormes ganas de aventuras como único equipaje.
Y bien que las tuvimos. Una noche que nos refugiamos en una paridera abandonada, impregnada de olor a oveja, nos sobresaltaron voces y trallazos de linternas. Era la pareja de la Guardia Civil que al ver el fuego de nuestro pequeño campamentó debió pensar que éramos unos maquis o roders. Fue un buen susto, pero sin consecuencias; nos salvó el DNI que yo llevaba y nuestra cara de críos. Poco después nos extraviamos entre barrancos y cañadas hasta que ya al borde de la extenuación nos rescataron unos colmeneros que nos guiaron hasta Dos Aguas. Desde allí a Real en una sólo etapa fue el final de la expedición.
Dos años atrás, el fuego arrasó también otro de esos mapas en los que la memoria dibuja los buenos recuerdos. Una amplia zona de pinadas entre los términos de Real y Llombai conocida como la Serreta. Sus caminos forestales fueron mi recreo y pista de entrenamiento durante varios años. Conocía como la palma de mi mano cada cuesta, cada altozano, el perfil del horizonte presidido por el imponente Puig Campana. Incluso bauticé con nombre propio algunos de los pinos más notables. Desde que fue arrasado por el fuego ya no tuve valor para volver.
Todos los incendios forestales son terribles pero los provocados son, además, atroces. La maldad humana tiene muchas caras y matices, pero la del pirómano es una de las más oscuras e incomprensibles para mí, tal vez por ser signo de agua, antagonista natural del fuego. El cuarto elemento está al alcance de todos, especialmente, en un país como éste de Fallas, Fogueres y continuos alerdes pirotécnicos. Todos podemos distrutar de la fascinación hipnótica que ejerce una buena hoguera, al calor del hogar, en las barbacoas campestres. Pero el pirómano no se conforma con eso y desea liberar en forma de llamas y pavesas a la bestia depredadora que lleva dentro.
En este caso ha sido una negligencia la causa del desastre, la estupidez humana que no tiene límites. Peor aún si son incendios forestales intencionados con la codicia como única motivación.
Sea producidos por una u otra causa, todos son terribles. Porque cuando el monte se quema se nos quema el alma, aunque la tierra sea del señor Conde.
http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/zoocity/2012/06/30/fuegos-asesinos.html