También muchos de ellos, fueron llevados a Europa, alo que antes eran unos verdaderos Zoologicos humanos...
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El triste deambular de un grupo de fueguinos en Europa
Desde el momento mismo en que los europeos trabaron conocimiento de los indígenas australes, surgió su afán por apoderarse de algunos de ellos para mostrarlos a su retorno al viejo continente como expresiones exóticas y curiosas de la especie humana. No debiera caber duda de que su apariencia física y sus rudas costumbres ameritaban a juicio de aquellos que se les exhibiera como auténticos salvajes americanos ante los asombrados ojos de las gentes civilizadas. Hubo otras motivaciones más nobles, es cierto, pero la indicada fue la predominante que sirvió para justificar tales hechos.
Naturalmente que ello pudo darse únicamente merced al engaño o a la violencia, mediando, incluso en este caso, heridos y muertos, pues ninguno de esos infelices, que sepamos, se prestó de buen grado para ser extraído de su lugar de origen.
Los ejemplos probatorios abundan, tanto que el propio descubridor de la Patagonia y la Tierra del Fuego, Hernando de Magallanes, se apoderó de un tehuelche en la bahía de San Julián para mostrarlo ante la Corte Real a su regreso y a quien hizo su sirviente por lo que restaba del larguísimo periplo. Corriendo los siglos, merece citarse el caso famoso de los cuatro indígenas yámana que el capitán Fitz Roy capturó en aguas del canal Beagle (Jemmy Button, Fueguia Basket, York Minster y Boat Memory) y a quienes llevó consigo a Inglaterra en 1830 con el propósito de evangelizarlos y civilizarlos, para devolverlos después a su lugar natal. Quizá el más sonado de estos sucesos fue el que registrara en 1889 cuando un grupo de selknam de la comarca de la bahía de Gente Grande (Tierra del Fuego), fue capturado y llevado por un traficante francés apellidado Maurice, para ser mostrados como curiosidad étnica en la Exposición Internacional de París, circunstancia censurable que una vez advertida por el ministro de Chile en Francia Carlos Morla Vicuña, motivó su enérgica y pronta intervención ante las autoridades galas, y permitió el rescate de esos desventurados hijos de Fuegula y su devolución a su tierra natal. Virtualmente desconocido, en cambio, es el caso de un grupo de indígenas fueguinos que, a comienzos de la misma década, recorrió diversas ciudades europeas, como objeto de indigna exhibición, y que pasamos a describir de manera sucinta.
En fecha indeterminada de 1881 algún comerciante de Punta Arenas debió recibir un encargo de parte de Karl Hagenbeck, empresario alemán de Hamburgo, propietario de un importante jardín zoológico establecido en Hamburg-Stellingen, para conseguirle un grupo de indígenas fueguinos con el objeto de exhibirlos posteriormente en público, como una curiosidad antropológica.
Hagenbeck se ocupaba, tanto de la captura y venta de animales exóticos, como de organizar periódicos viajes de aborígenes de tierras remotas para exhibirlos en las principales ciudades europeas. Uno de ésos debió hacerse con indígenas de la Patagonia, pues consta que por su intermedio fueron presentados en Berlín a mediados de 1879, en una reunión de la Sociedad de Antropología, Etnología y Prehistoria.
Así entonces, el encargo debió traspasarse a algunos de los capitanes loberos que desarrollaban su actividad cazadora en los canales fueguinos. Quien haya sido, consiguió efectivamente tomar en la isla Hermitte (archipiélago de Cabo de Hornos) o su vecindad un grupo de indígenas yámanas pertenecientes a la parcialidad más austral de la etnia, a los que tiempo después transbordó a la goleta alemana Theben en la Primera Angostura del estrecho de Magallanes, cuyo capitán recibió el encargo de conducirlos a Europa. Llama la atención el lugar de transbordo, muy distante de Punta Arenas, lo que lleva a suponer que el embarque amén de forzado era clandestino, posiblemente porque la autoridad colonial impedía tal indigno tráfico de seres humanos.
El grupo estaba compuesto por once individuos que probablemente conformaban dos grupos familiares. Uno de ellos integrado por Antonio, varón de unos 40 años y su hijo Henrico, de 18 años. Otro formado por Capitano, también de alrededor de 40 años y sus dos esposas, una de nombre desconocido e igual edad que su cónyuge, y Trine o Lina, de 20 años. Los otros seis: Lisa, joven adolescente de edad ignorada; Pedro, muchacho de 18 a 20 años; Grete, mujer de 20 a 24 años, dos niñas de 4 años y un niño de 3, debían estar relacionados familiarmente con los anteriores. Los nombres mencionados son arbitrarios y les fueron impuestos por su captor o transportador para su individualización.
Arribados a Europa, estos infelices fueron sucesivamente exhibidos en Hamburgo, París, Berlín, München, Stuttgart, Nürnberg y Zürich, ciudad desde donde emprendieron el regreso al cabo de una permanencia aproximada de un año.
Durante el que hubo de ser triste y penoso recorrido, los indígenas no sólo fueron objeto de la malsana curiosidad popular, sino también motivo de preocupación científica. En efecto, encontrándose en Berlín, se ocupó de ellos el eminente biólogo Dr. Rudolf Virchow, quien realizó algunos estudios y observaciones antropométricos, estableciendo algunas conclusiones preliminares que dio a conocer al ambiente científico en una sesión especial de la Sociedad de Antropología, Etnología y Prehistoria, realizada el 4 de noviembre de 1881 en una sala del jardín zoológico de la capital imperial germana.
Entre otros aspectos se comprobó que la estatura de los yámanas adultos revelaba que estaban lejos del pretendido enanismo que les asignaban los hombres de ciencia, sin mayor comprobación. Virchow pudo concluir, que los individuos examinados no mostraban la inteligencia reducida que se atribuía a la raza, materia que justificaba un estudio profundo. En cuanto al estado y comportamiento de estos indígenas durante su extenso viaje, es poco lo que se sabe. Es seguro que han debido ser exhibidos en algún recinto cerrado, protegido quizá por rejas, donde pudo levantarse un toldo a su usanza, a cargo de guardianes o encargados. Así debieron hacinarse, arrinconados, en esos espacios, en medio de profundos silencios, añorando el suelo natal, apenas intercambiando una que otra palabra en su ruda lengua. Como verdaderos animales debieron aguardar el momento de su alimentación, mientras contemplaban a esos hombres, mujeres y niños extraños que los miraban con asombro, compasión o desprecio, no comprendiendo gestos, muecas o palabras que éstos pudieron hacer o pronunciar para llamar su atención. (…)
En opinión de un médico que los observó mientras anduvieron por el sur de Alemania, se vieron serios y reservados, dando la impresión de estar cansados amén de prematuramente envejecidos. Los más jóvenes por su parte demostraron poseer algún grado de humor. Unos y otros parecieron ser gente bonachona y de aceptable índole. No dejaban traslucir sus emociones y el dolor intenso que pudieron sufrir por causa de su forzada condición y sus consecuencias, debieron sentirlo intimamente o lejos de la vista de extraños. Solidarios ante el sufrimiento, se les vio ayudarse con afecto en procura de alivio o ejercer algunas prácticas habituales para superar o curar sus males. (…)
Vivieron, según parece en completa promiscuidad, inclusive sexual lo que explica algunos contagios que tuvieron, posibles sólo por tal vía. (,,,) Tomando al grupo yámana ambulante, los supervivientes del mismo fueron finalmente devueltos al archipiélago fueguino y en noviembre de 1882 se encontraban con buena salud, de acuerdo con un informe de la South American Missionary Society.
Una experiencia tristísima hubo de ser la del forzado viaje europeo de ese grupo de canoeros meridionales, que no obstante su tremendo costo en vidas, sería repetido en el próximo futuro por una o más veces, por razón de la perversidad de los llamados civilizados.
Extractos del artículo publicado en la Revista Patagónica en marzo de 1988. Se reproducen con la autorización de su autor, Mateo Martinic´, del Centro de Estudios del Hombre Austral, Instituto de la Patagonia, Universidad de Magallanes.