UN TERREMOTO "CÍCLICO"
No están todos los sismólogos y geólogos de acuerdo en relación a lo que significó este gran terremoto de 1985 en la historia telúrica chilena. El caso es que se comentó aquel año que, cada 86 años promedio, la Zona Central parece verse afectada por un mismo gran terremoto que azota gravemente nuestra insignificancia, a lo largo de nuestra historia. Ya nos visitó antes; nos conocemos desde siempre, y somos parte del mismo ciclo de tiempo según la creencia popular que se difundió por esos días:
• El más antiguo registrado por estos lados fue el del 11 de septiembre de 1552, que echó por tierra a la entonces joven ciudad de Santiago de Chile.
• El fatídico terremoto del 13 de mayo de 1647, luego de 95 años desde el anterior, prácticamente destruyó toda la arquitectura colonial de Santiago, derrumbó las antiguas iglesias de la ciudad y azotó a la población con una de las peores calamidades que se conocen.
• Santiago volvió a ser golpeado a partir del 8 de julio de 1730, con una serie de terremotos y temblores que se extendieron de manera angustiante por dos meses y por una amplia zona del territorio nacional. También echaron abajo gran cantidad de edificios. Habían pasado 83 años desde el terremoto anterior.
• Otro enorme sismo tiene lugar en Santiago el 6 de diciembre de 1850, afectando gran parte de las estructuras públicas, 120 años después del último terremoto.
• El 16 de agosto de 1906, la naturaleza azota con uno de sus más violentos ataques de ira, destruyendo especialmente el puerto de Valparaíso con dos terremotos. Habían pasado 56 años desde el último evento de este tipo.
• Y el 3 de marzo de 1985, pasados 79 años después del último gran terremoto de la zona central, le tocó conocerlo a nuestra generación... ¿Sería un anticipo del que ahora, en 2010, nos ha azotado, o éste es parte del mismo ciclo que ha reducido su intervalo de manera excepcional?
Especulaciones al lado, el terremoto de 1985 de todos modos fue parte de un conjuro cíclico, que quizás se nos repetirá invariablemente en el tiempo y la geología, recordándonos quién manda aún en estos paisajes feroces, en estos contrastes dramáticos de la naturaleza chilena. Algo de ello había adelantado Pablo Neruda, cuando escribió tras enterarse del escalofriante terremoto de Valdivia, en 1960, que con 9.5 grados Richter sigue siendo el más grande de la historia de la humanidad:
Dios mío, tocó la campana la lengua del antepasado en mi boca,
otra vez, otra vez el caballo iracundo patea el planeta
y escoge la patria delgada, la orilla del páramo andino,
la tierra que dio en su angostura la uva celeste y el cobre absoluto,
otra vez, otra vez la herradura en el rostro
de la pobre familia que nace y padece otra ver espanto y la grieta,
el suelo que aparta los pies y divide el volumen del alma
hasta hacerla un pañuelo, un puñado de polvo, un gemido.
La ubicación de Chile en la conflictiva conjunción de las placas tectónicas de Nazca y del Pacífico nos condenará -o nos bendecirá- por la eternidad con terremotos, sismos y vulcanismo, nos guste o no. Chile nació sin elegir territorio, empujado únicamente por el destino, de la misma manera que nosotros nacimos en él por decisiones que no están tomadas en lo frívolo de nuestra pequeña y humana naturaleza. El escritor Miguel Serranointuyó esto tempranamente, cuando anotó en 1950 estas hermosas palabras:
"El advenimiento del espíritu, debido al hombre, produce el milagro y transfigura el mundo. El paisaje cambia, se interpreta y adquiere su sentido. Todo se ordena y se equilibra. Aquello que fue muerte y sufrimiento, será ahora vida, energía y paz. Los volcanes apagarán sus fuegos, los ríos seguirán tranquilos hacia el mar, los temblores no estremecerán las ciudades ni la piel de la patria, y las aguas serán detenidas al borde de los abruptos acantilados y de las playas martirizadas".
De este modo, nuestra naturaleza geográfica es también nuestra naturaleza social y cultural. Ya lo sabían los indígenas mapuches, que creían ver en los grandes temblores una manifestación de desequilibrio o descoordinación en la armonía universal entre los planos de mundo terrestre y celestial, que se manifestaba con estos actos de protesta.
DEJA VÚ!
Pero en lugar de quedar registrado como un trauma en nuestra sociedad que requiere ser urgentemente superado, el terremoto del 3 de marzo de 1985, por alguna extraña razón que sólo podría encontrarse en la naturaleza telúrica de nuestra identidad nacional y de nuestra propia raza chilena, ha pasado a formar parte de una especie de nostalgia, casi un arquetipo. Incluso, existen grupos de redes sociales en la internet conmemorando este acontecimiento, como si se tratara de un motivo de festejo o la celebración, de una visita ilustre más que una tragedia.
El pasado terremoto del sábado en la madrugada, habrá de cambiar para siempre estas percepciones. ¿O sucederá lo mismo?... Probablemente cambiemos nuestra atención cultural e histórica a este nuevo sismo; a esta nueva marca telúrica en nuestra conciencia colectiva.
La tragedia de esta madrugada del 27 me ha sorprendido en una regada reunión con buenos amigos. "¡Pasará; tiene que pasar!... ¡Sólo esperen; no puede durar por siempre!"fue lo único que atiné a decir en esos más de dos minutos de furia, a dos jóvenes amigas que enterraban sus uñas en mis brazos mientras se extendía ante nosotros, más allá de mi jardín, la postal de un bombardeo masivo, de destrucción frenética, con flashes cósmicos reventando sobre una ciudad sacudida como un conejo en la fauces de un lobo hambriento.
8.8 grados en escala de Richter y un maremoto de proporciones monstruosas que ha arrasado Constitución, Talcahuano, Iloca, Dichato, Cobquecura y hasta las costas del archipiélago de Juan Fernández, nos darán muchas razones para opacar los recuerdos casi románticos de ese teremoto de 1985, que ya quedó atrás, sobrepasado por el nuevo terremoto, que ha marcado nuestro "bicentenario".
Contamos ya más de 700 muertos (seguamente son muchas más víctimas), medio millón de viviendas destruidas (otros ya hablan del millón, o más) y la sombra de la política se proyecta ya sobre el conflicto, por la extraordinaria pasividad de las autoridades y la terca negativa a admitir que un tsumani había destruido las cosas del borde costero más cruelmente golpeado, sólo cuatro horas después del terremoto. Edificiaciones nuevas que se presumían en norma sísmica, han caído de forma vergonzosa en Maipú y en Concepción.
El último terremoto, entonces, nos dará muchas razones para seguir refiriéndonos a él en este blog, pues sus huellas de destrucción han quedado en innumerables edificios patrimoniales de Santiago: la cúpula de la Iglesia de la Divina Providencia, la Catedral de los Sacramentinos, la Capilla de Ánimas de Amunátegui, la ya muy dañaba Basílica del Salvador, el Edificio de la Ex Escuela Militar de Toesca, los mausoleos del Cementerio General, el Museo de Arte Contemporáneo, las casonas de barrio Brasil, Yungay, etc. Eso sólo en Santiago.
Se ha cumplido con exactitud nuestro pronóstico, además, de que el Aeropuerto Comodoro Arturo Merino Benítez de Pudahuel no sería suficiente para la ciudad ante una situación de cataclismo... Con sus dos lucidas y publicitadas pistas, ha quedado cerrado por la destrucción pavorosa de su moderno y presumido edificio de embarque, quedando inutilizado y dejándose a la ciudad sin una alternativa aeroportuaria tras el prepotente e irresponsable cierre de la base de los Cerrillos, exactamente como lo dijimos hace sólo un par de publicaciones atrás.
En fin: somos un pueblo moldeado por la furia telúrica, aunque nos resistamos a sacar lecciones de ello, según pareciera. El año de 1985 fue sólo una vuelta más en este círculo de recurrencia, por el que transitamos aferrados al hilo dorado de la historia. Acabamos de confirmarlo, este fatídico 27 de febrero en la irónica víspera de las bodas de plata del terremoto de los ochentas. Los sismólogos ahora creen que los terremotos de 1960 en Valdivia (Sur), el de Santiago-San Antonio en 1985 (Centro) y el que acaba de acontecer hoy, en 2010, en Santiago-Maule (Centro-Sur), forman parte de una misma cadena de liberación de energía de las placas tectónicas, que estalla cada 25 años. Cómo la tensión de la falla se completó, está la posibilidad de que pasen muchos años más antes de que volvamos a conocer un evento tan catastrófico como estos tres, producto de las fricciones de las placas tectónicas que sostienen nuestro país... Pero nada es seguro con la Naturaleza.
Así pues, apreciamos aquel cataclismo de 1985 todavía en este año de Bicentenario y con un nuevo terremoto a cuestas, cristalizándolo como un hito que se niega a ser olvidado, o mejor dicho que nunca nos permitirá olvidar la recurrencia cíclica de la historia, obligándonos a aferrarnos a su memoria como si fuera un buen recuerdo.
http://urbatorium.blogspot.com/2010/02/el-terremoto-del-3-de-marzo-de-1985-25_28.html
No están todos los sismólogos y geólogos de acuerdo en relación a lo que significó este gran terremoto de 1985 en la historia telúrica chilena. El caso es que se comentó aquel año que, cada 86 años promedio, la Zona Central parece verse afectada por un mismo gran terremoto que azota gravemente nuestra insignificancia, a lo largo de nuestra historia. Ya nos visitó antes; nos conocemos desde siempre, y somos parte del mismo ciclo de tiempo según la creencia popular que se difundió por esos días:
• El más antiguo registrado por estos lados fue el del 11 de septiembre de 1552, que echó por tierra a la entonces joven ciudad de Santiago de Chile.
• El fatídico terremoto del 13 de mayo de 1647, luego de 95 años desde el anterior, prácticamente destruyó toda la arquitectura colonial de Santiago, derrumbó las antiguas iglesias de la ciudad y azotó a la población con una de las peores calamidades que se conocen.
• Santiago volvió a ser golpeado a partir del 8 de julio de 1730, con una serie de terremotos y temblores que se extendieron de manera angustiante por dos meses y por una amplia zona del territorio nacional. También echaron abajo gran cantidad de edificios. Habían pasado 83 años desde el terremoto anterior.
• Otro enorme sismo tiene lugar en Santiago el 6 de diciembre de 1850, afectando gran parte de las estructuras públicas, 120 años después del último terremoto.
• El 16 de agosto de 1906, la naturaleza azota con uno de sus más violentos ataques de ira, destruyendo especialmente el puerto de Valparaíso con dos terremotos. Habían pasado 56 años desde el último evento de este tipo.
• Y el 3 de marzo de 1985, pasados 79 años después del último gran terremoto de la zona central, le tocó conocerlo a nuestra generación... ¿Sería un anticipo del que ahora, en 2010, nos ha azotado, o éste es parte del mismo ciclo que ha reducido su intervalo de manera excepcional?
Especulaciones al lado, el terremoto de 1985 de todos modos fue parte de un conjuro cíclico, que quizás se nos repetirá invariablemente en el tiempo y la geología, recordándonos quién manda aún en estos paisajes feroces, en estos contrastes dramáticos de la naturaleza chilena. Algo de ello había adelantado Pablo Neruda, cuando escribió tras enterarse del escalofriante terremoto de Valdivia, en 1960, que con 9.5 grados Richter sigue siendo el más grande de la historia de la humanidad:
Dios mío, tocó la campana la lengua del antepasado en mi boca,
otra vez, otra vez el caballo iracundo patea el planeta
y escoge la patria delgada, la orilla del páramo andino,
la tierra que dio en su angostura la uva celeste y el cobre absoluto,
otra vez, otra vez la herradura en el rostro
de la pobre familia que nace y padece otra ver espanto y la grieta,
el suelo que aparta los pies y divide el volumen del alma
hasta hacerla un pañuelo, un puñado de polvo, un gemido.
La ubicación de Chile en la conflictiva conjunción de las placas tectónicas de Nazca y del Pacífico nos condenará -o nos bendecirá- por la eternidad con terremotos, sismos y vulcanismo, nos guste o no. Chile nació sin elegir territorio, empujado únicamente por el destino, de la misma manera que nosotros nacimos en él por decisiones que no están tomadas en lo frívolo de nuestra pequeña y humana naturaleza. El escritor Miguel Serranointuyó esto tempranamente, cuando anotó en 1950 estas hermosas palabras:
"El advenimiento del espíritu, debido al hombre, produce el milagro y transfigura el mundo. El paisaje cambia, se interpreta y adquiere su sentido. Todo se ordena y se equilibra. Aquello que fue muerte y sufrimiento, será ahora vida, energía y paz. Los volcanes apagarán sus fuegos, los ríos seguirán tranquilos hacia el mar, los temblores no estremecerán las ciudades ni la piel de la patria, y las aguas serán detenidas al borde de los abruptos acantilados y de las playas martirizadas".
De este modo, nuestra naturaleza geográfica es también nuestra naturaleza social y cultural. Ya lo sabían los indígenas mapuches, que creían ver en los grandes temblores una manifestación de desequilibrio o descoordinación en la armonía universal entre los planos de mundo terrestre y celestial, que se manifestaba con estos actos de protesta.
DEJA VÚ!
Pero en lugar de quedar registrado como un trauma en nuestra sociedad que requiere ser urgentemente superado, el terremoto del 3 de marzo de 1985, por alguna extraña razón que sólo podría encontrarse en la naturaleza telúrica de nuestra identidad nacional y de nuestra propia raza chilena, ha pasado a formar parte de una especie de nostalgia, casi un arquetipo. Incluso, existen grupos de redes sociales en la internet conmemorando este acontecimiento, como si se tratara de un motivo de festejo o la celebración, de una visita ilustre más que una tragedia.
El pasado terremoto del sábado en la madrugada, habrá de cambiar para siempre estas percepciones. ¿O sucederá lo mismo?... Probablemente cambiemos nuestra atención cultural e histórica a este nuevo sismo; a esta nueva marca telúrica en nuestra conciencia colectiva.
La tragedia de esta madrugada del 27 me ha sorprendido en una regada reunión con buenos amigos. "¡Pasará; tiene que pasar!... ¡Sólo esperen; no puede durar por siempre!"fue lo único que atiné a decir en esos más de dos minutos de furia, a dos jóvenes amigas que enterraban sus uñas en mis brazos mientras se extendía ante nosotros, más allá de mi jardín, la postal de un bombardeo masivo, de destrucción frenética, con flashes cósmicos reventando sobre una ciudad sacudida como un conejo en la fauces de un lobo hambriento.
8.8 grados en escala de Richter y un maremoto de proporciones monstruosas que ha arrasado Constitución, Talcahuano, Iloca, Dichato, Cobquecura y hasta las costas del archipiélago de Juan Fernández, nos darán muchas razones para opacar los recuerdos casi románticos de ese teremoto de 1985, que ya quedó atrás, sobrepasado por el nuevo terremoto, que ha marcado nuestro "bicentenario".
Contamos ya más de 700 muertos (seguamente son muchas más víctimas), medio millón de viviendas destruidas (otros ya hablan del millón, o más) y la sombra de la política se proyecta ya sobre el conflicto, por la extraordinaria pasividad de las autoridades y la terca negativa a admitir que un tsumani había destruido las cosas del borde costero más cruelmente golpeado, sólo cuatro horas después del terremoto. Edificiaciones nuevas que se presumían en norma sísmica, han caído de forma vergonzosa en Maipú y en Concepción.
El último terremoto, entonces, nos dará muchas razones para seguir refiriéndonos a él en este blog, pues sus huellas de destrucción han quedado en innumerables edificios patrimoniales de Santiago: la cúpula de la Iglesia de la Divina Providencia, la Catedral de los Sacramentinos, la Capilla de Ánimas de Amunátegui, la ya muy dañaba Basílica del Salvador, el Edificio de la Ex Escuela Militar de Toesca, los mausoleos del Cementerio General, el Museo de Arte Contemporáneo, las casonas de barrio Brasil, Yungay, etc. Eso sólo en Santiago.
Se ha cumplido con exactitud nuestro pronóstico, además, de que el Aeropuerto Comodoro Arturo Merino Benítez de Pudahuel no sería suficiente para la ciudad ante una situación de cataclismo... Con sus dos lucidas y publicitadas pistas, ha quedado cerrado por la destrucción pavorosa de su moderno y presumido edificio de embarque, quedando inutilizado y dejándose a la ciudad sin una alternativa aeroportuaria tras el prepotente e irresponsable cierre de la base de los Cerrillos, exactamente como lo dijimos hace sólo un par de publicaciones atrás.
En fin: somos un pueblo moldeado por la furia telúrica, aunque nos resistamos a sacar lecciones de ello, según pareciera. El año de 1985 fue sólo una vuelta más en este círculo de recurrencia, por el que transitamos aferrados al hilo dorado de la historia. Acabamos de confirmarlo, este fatídico 27 de febrero en la irónica víspera de las bodas de plata del terremoto de los ochentas. Los sismólogos ahora creen que los terremotos de 1960 en Valdivia (Sur), el de Santiago-San Antonio en 1985 (Centro) y el que acaba de acontecer hoy, en 2010, en Santiago-Maule (Centro-Sur), forman parte de una misma cadena de liberación de energía de las placas tectónicas, que estalla cada 25 años. Cómo la tensión de la falla se completó, está la posibilidad de que pasen muchos años más antes de que volvamos a conocer un evento tan catastrófico como estos tres, producto de las fricciones de las placas tectónicas que sostienen nuestro país... Pero nada es seguro con la Naturaleza.
Así pues, apreciamos aquel cataclismo de 1985 todavía en este año de Bicentenario y con un nuevo terremoto a cuestas, cristalizándolo como un hito que se niega a ser olvidado, o mejor dicho que nunca nos permitirá olvidar la recurrencia cíclica de la historia, obligándonos a aferrarnos a su memoria como si fuera un buen recuerdo.
http://urbatorium.blogspot.com/2010/02/el-terremoto-del-3-de-marzo-de-1985-25_28.html