Origen del apodo Cucalón: Se había embarcado en el “Huáscar”, por deporte, el rico limeño Benigno Cucalón, que no era marino ni militar. En una de las persecuciones del “Blanco”, Cucalón resbaló y cayó al mar. Grau no detuvo el andar de su barco y lo dejó ahogarse.
Los voluntarios de la Quinta tuvieron también su “Cucalón protector”. Este fue el fundador don Adolfo Guerrero Vergara, hombre de confianza de don Patricio Lynch quien le encomendaba los grandes y pequeños problemas de la administración de la ciudad ocupada. Daniel Riquelme, el corresponsal, informa jocosamente de cómo Guerrero soluciona un grave incidente con el Embajador inglés.
Cuando don José Alberto Bravo combatiendo en Chorrillos como Alférez de Artillería captura una bandera peruana para enviarla como trofeo a Santiago, a su cuartel de bombero, fue sometido a sumario por no entregarla de inmediato al Ejército. El hábil fiscal logra que no se le castigue y que en premio a su valor se le conceda disponer libremente del asta de bronce en que estaba la bandera. Hace más de un siglo que el estandarte verde de la Quinta Compañía flamea en esa asta. Una réplica exacta de ese trofeo histórico fue donado por José Alberto Bravo a la Tercera Compañía de Valparaíso en retribución al regalo que ellos le hicieron de una finísima banda de Intendente. Bravo fue Intendente de Valparaíso y también de Santiago. El longevo voluntario desempeñó en el Cuerpo de Bomberos de Santiago los cargos de Comandante y de Superintendente. En 1879 había patrocinado como voluntario a su amigo Juan José de la Cruz Salvo, artillero y abogado, con él parte a la guerra.
José Alberto Bravo
Salvo, en Arica fue el emisario de Baquedano que pidió a Bolognesi la rendición del Morro.
Un libro peruano, titulado “Vienen los Chilenos”, escrito por Guillermo Thorndike, relata detalles de esta actuación del entonces Mayor Salvo. De ese libro que en Perú es el equivalente al “Adiós al Sétimo de Línea” de Inostroza copiaré algunos pasajes:
“Una corneta chilena sonó cerca del antiguo lazareto.
- Parlamentarios, mi Comandante!
Trepando al fuerte San José, pidió Zavala un largavistas y descubrió siete jinetes con bandera de parlamento. Reconoció al Mayor Juan de la Cruz Salvo, jefe de una brigada de artillería enemiga, acompañado por dos oficiales, un corneta y dos carabineros. Lo había tratado en Valparaíso antes de la guerra”. Eran amigos. “Podrían darse un efusivo apretón de manos, hablar de amistades comunes de Iquique y Valparaíso, de ciertas damiselas portuarias, de los buenos tiempos de una mutua juventud… Pero estaban ferozmente en guerra. El rostro macizo, los retorcidos bigotes rubios, el ensortijado mechón que asoma por debajo del quepís de Salvo expresan la misma tensión que el más delgado y moreno rostro de Zavala.
- Por orden del jefe de mi ejército, vengo a solicitar una entrevista con el jefe de la Plaza de Arica, señor Comandante.
Lo llevaré personalmente, Mayor. Tendrá que vendarse los ojos”…. Y mientras caminan a entrevistarse con Bolognesi, el emisario chileno da el pésame por la muerte de un hermano, caído en Tarapacá, a su amigo Zavala. ”-créame que lo siento mucho” – “Aún más lo siento
yo. De todos modos agradezco la condolencia”…. “La guarnición exageraba movimientos a fin de parecer más poderosa”. Veinte minutos después le quitan la venda y se encuentra a dos metros de Bolognesi.
“Señor, el General en Jefe del Ejército de Chile desea evitar un derramamiento inútil de sangre y después de haber vencido en Tacna al grueso del ejército aliado, me envía a pedir la rendición de esta plaza”. Bolognesi llama a sus oficiales y la respuesta es que defenderán Arica hasta quemar el último cartucho. Salvo estrecha la mano a cada uno de los jefes peruanos que han participado en la dramática reunión, Ugarte, Inclán, Ayllón, Saenz Peña, etc. “Hasta luego, señor. Hasta luego, señor. En la terraza el Comandante Zavala volvió a vendarle los ojos”.
El General Baquedano encomendó al Coronel Lagos el asalto a los fuertes de Arica. Al amanecer del día 7 de Junio comenzó el ataque. Más de trescientos defensores fueron arrojados al mar por los soldados sin comando y ciegos de furor por las explosiones del terreno minado, antes de que ningún oficial los pudiera contener.
La bandera de Chile flameó en lo alto del Morro a los 55 minutos contados desde la explosión del polvorín del fuerte Ciudadela.
En la Historia de Chile de don F.A. Encina leemos: “El Sargento Mayor Baldomero Dublé Almeida y muchos oficiales más hicieron esfuerzos sobrehumanos por salvar las vidas de los oficiales y soldados peruanos”.
La versión peruana más difundida es la que hace en versos el poeta Santos Chocano. Atribuye esa humanitaria acción al sargento mayor chileno, a don Juan José de la Cruz Salvo, el voluntario de la Quinta Compañía de Bomberos de Santiago, quien dos días antes había ido a ofrecer a Bolognesi los honores de la guerra a cambio de su rendición.
El popular poeta peruano dice en la parte final de “La Epopeya del Morro”:
¡En vano se enronqueció la voz de los clarines!
Un Capitán chileno, con la espada en la nerviosa mano, impuso paz entre la tropa airada y la vida amparó de los cautivos, que así pudieron, tras el odio insano de la hueste furiosa, quedar vivos. El mismo Salvo fue. Quiso la Suerte dejar con ello su misión cumplida; y así el que fue emisario de la Muerte fue después Mensajero de la Vida.
El Sargento Mayor señor Salvo sufrió un grave accidente al explotarle en la mano derecha un cartucho de dinamita. El corresponsal don Daniel Riquelme escribe que el doctor Allende Padín le amputó la mano. Salvo le pide a su compañero José Alberto Bravo que avise a la Quinta de su accidente, diciendo que aunque ya no puede tirar de un chicote de la bomba siempre desea seguir perteneciendo a esa institución. La carta está fechada en Pisco el 3 de Diciembre de 1880.
A pesar de haber perdido su mano derecha continuó la campaña y murió como General de ejército este voluntario quintino a quien Santos Chocano tan poéticamente llamó “Mensajero de la Vida”.
Alberto del Solar Navarrete escribió sus memorias sobre la guerra y alentado por son Patricio Lynch las publicó bajo el nombre de “Diario de Campaña”. En esas páginas aparecen pocos Oficiales que no sean del Carampagne porque como dice el autor, escribió de lo que vio, sobre sus compañeros y sobre su Regimiento. Quizás este enfoque reducido y con grandes detalles sea el mérito del libro.
Es una rara coincidencia que sus amigos fueron Patricio Larraín Alcalde, Ignacio Carrera Pinto, Arístides Pinto Concha y Martiniano Santa María. Todos voluntarios de Santiago, bajo las órdenes del Comandante Holley. Cuenta del Solar que el Regimiento Carampagne, llamado después Esmeralda o Séptimo de Línea, reclutó 1.200 soldados y al completar ese número fueron los Oficiales a pedirle al Presidente Pinto que los enviara pronto al frente. Pero los acuartelaron en San Felipe a practicar duros ejercicios. Hasta que por fin…
“En el mar, 24 de Febrero de 1880.- La animación y el entusiasmo son grandes. Todos deseamos que se nos dispute el desembarco para imitar el arrojo de los asaltantes de Pisagua. Nuestro único anhelo es divisar por fin los uniformes enemigos”.
“26 de Febrero. Son las tres de la tarde. El convoy pone proa hacia tierra y el “Blanco Encalada” toma posesión de la bahía de Ilo. Un cuarto de hora después nos llega al “Loa” la orden de enviar a tierra un piquete del “Esmeralda” a explorar la costa, escalar los cerros y plantar allí nuestro pabellón.
Todos nos precipitamos al frente, solicitando a nuestro querido Comandante Holley el privilegio de llevar a cabo tan tentadora comisión. Resulta favorecido por la suerte Martiniano Santa María, el distinguido y bizarro Teniente de la Cuarta Compañía del primer batallón. Se le ve radioso saltar al bote con diez soldados. Una hora más tarde, Martiniano Santa María ha plantado el pabellón nacional sobre el más alto de los morros.
Luego caminatas interminables por el desierto. Eh! Fulano! Vai arrastrando una pata! Cúidala para corretear cholos! Y los soldados decían: ¡buena cosa con el potrero largo y repelao! Por fin la batalla. En el Campo de la Alianza hacen retroceder a los peruanos. El Comandante
Holley a la cabeza del Esmeralda. Se cubren los cerros de una línea de casacas rojas, son los famosos Colorados de Daza que casi destrozan al Esmeralda que pierde más de un tercio de su gente”.
El vio caer herido a Arístides Pinto y cuenta que peleó tan bravo como Martiniano Santa María y Carrera Pinto. Todos lamentan la muerte del excelente compañero Aníbal Guerrero Vergara atravesado por siete balazos. Relata extensamente don Alberto del Solar sus aventuras en
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