Esta es la version de una persona no involucrada directamente y que ese tiempo tenia 8 años. Si bien la escribe hoy ya como adulto, por lo menos a mi me parece muy interesante y aportadora .
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El Incendio de la Torre Santa María
En Marzo de 1981 este servidor de ustedes estaba residiendo en Chile, proveniente de Argentina. Ya nos habíamos mudado a la casita cerca de la Nueva Costanera en la que yo y mi familia pasaríamos cinco años. Ya habíamos empezado las clases, y poco a poco me adaptaba al nuevo colegio, el nuevo curso, los nuevos compañeros, el nuevo uniforme, el nuevo bolsón colegial, el nuevo himno… y descansaba de todo eso durante los fines de semana, en los que mezclaba a los monitos de la tele -sazonados con docenas de comerciales de juguetes- con sesiones interminables jugando con mis autitos, Tentes y Playmóblies, como cualquier otro niño de clase media.
Así, pues, la mañana de aquel sábado 21 de marzo, yo con ocho años, cuando el otoño empezaba a despuntar y a llenar nuestro jardín con hojas secas, me levanté de la cama y me fui directo a ver la gran televisión que presidía el living de nuestra casa. y me senté enfrente, con mi hermana, dieciocho meses mayor que yo, esperando encontrarme con las series que tanto me gustaba ver y que la TV ofrecía, cuando los dibujos animados eran escasos y tenían horarios muy definidos.
Y encendimos la tele, y nos entretuvimos siguiendo las series infantiles de la época, como Marino y la Patrulla Oceánica, o Kimba el León Blanco, o series de Hanna-Barbera como La Liga de la Justicia y Godzilla con ese imbécil de Godzooki. Pero igual lo veía aunque me diera rabia Godzooki. Y, además, había programas como Los Bochincheros, La Tia Patricia, Sacapuntas…
Pero aquella mañana las transmisiones normales se interrumpieron por ‘extras’ informativos que, sin aviso, nos cortaban los dibujos animados y hablaban de un incendio en un edificio muy, muy alto, que ya había visto en un par de ocasiones, yendo hacia el centro. Un edificio que se quemaba frente a las cámaras, frente a la impotencia y la perplejidad de todos los que lo veíamos, como en aquella película llamada ‘Incendio en la Torre’… pero de verdad, en vivo y en directo, y además en pleno horario infantil. Era el incendio de la Torre Santa María, que impresionó a mi generación como pocas cosas.
La Torre Santa María es hoy un edificio más del sector Oriente -aunque un poco aislado dada su situación en la ribera norte del Mapocho-, pero por aquel entonces era excepcional. Construído en 1978, y entregado recién en 1980, fue uno de los primeros ‘rascacielos’ de estilo funcionalista, con estructura de metal y planta libre, en una época en la que la mayor parte de la construcción en Santiago era a base de hormigón armado y ladrillo, un símbolo de la transformación radical (o más bien ultraliberal) que ocurriría en Santiago en los años siguientes. Además, con sus 109 metros y 28 pisos de altura, tomó el relevo de la Torre Edmundo Pérez Zujovic, de Antofagasta, como el edificio más alto de Chile, corona que mantendría hasta 1991.
El plan original contemplaba construir dos edificios con un aspecto similar al del World Trade Center de Nueva York (aunque a una escala mucho menor), pero al final sólo se construyó una de las torres. El espacio destinado para la segunda torre es, aún hoy día, un potrero que aísla todavía más a la única torre construida.
Precisamente por aquellos días, había trabajadores que instalaban las terminaciones para la ocupación definitiva del edificio. En el piso 12, un grupo de maestros se afanaban con las terminaciones de lo que sería el Estudio Jurídico de Santiago Montt Vicuña; en concreto, estaban instalando la moqueta del piso.
Alrededor de las 10 de la mañana una colilla prendió los vapores de neoprén que flotaban en el espacio mal ventilado de la planta, que explotó y creó un fuego que se extendió rápidamente, haciendo arder la alfombra y propagándose a otros botes de pegamento y rollos de alfombra. La deflagración mató a dos personas de inmediato y atrapó a otras tres, que murieron antes de poder abandonar la planta. Sus cuerpos fueron hallados dentro del ascensor que los iba a sacar de ese infierno.
El sistema de alarma del edificio envió la alerta a la central de bomberos, y al poco rato ocho compañías de bomberos y varios grupos de carabineros observaban cómo en lo alto del edificio los vidrios estallaban y salía una humareda oscura, aproximadamente a la mitad de la gigantesca estructura, más allá del alcance de las escaleras y los chorros de sus mangueras. Las cámaras de los canales siete y once se acercaban temerariamente al edificio incendiado, mientras caían pedazos de vidrio calcinados peligrosamence cerca de las cámaras, en un fenomenal arranque de sensacionalismo que marcaría la televisión a partir de aquel entonces.
Curiosamente, el canal Trece no tenía en ese momento móviles capaces de transmitir en vivo en ese momento, por lo que quedó rezagado frente a los otros dos canales santiaguinos de la época. En las pantallas del canal del angelito, hubo que esperar más de dos horas para transmitir las escalofriantes imágenes del incendio. El director ejecutivo de Teletrece, Eleodoro Rodríguez Matte, se encolerizó al notar lo mal preparado que estaba su canal, y tres meses después trajo a el primer móvil con enlace a microondas, lo que convertió al canal 13 en el más influyente de Chile hasta los años 90.
El fuego había atrapado a varias docenas de personas en los pisos superiores, cerrando el paso de las escaleras de emergencia, aunque durante la mayor parte del incendio, los ascensores quedaron operativos. Los bomberos los usaron para rescatar a la gente que había en los pisos superiores y enviar a especialistas con extintores y máscaras de gas para evitar que el fuego se propagara a los pisos superiores, ayudados por un compresor que soplaba aire a presión y evitaba que se metiera el humo en el interior del pozo del ascensor. Lamentablemente, antes de que terminara el rescate, el generador que alimentaba el ascensor y los compresores dejó de funcionar, lo que atrapó a cuatro personas en uno de los ascensores, incluído un bombero, llevándolas a morir intoxicadas por el humo.
La imagen más terrible del incendio, y la que marcó a los cabros chicos que, como yo, veíamos la TV aquella hora de la mañana -ya promediando el mediodía-, fue la caída de un hombre desde lo alto de la torre, que intentaba caer en una lona que los bomberos sostenían, de forma más bien precaria, al lado de la piscinita poco profunda que rodeaba el edificio.
Tengo que agradecer a mis padres que tuvieran el suficiente sentido común para que nos apagaran la tele y nos mandaran, a mi hermana y a mí, a que nos despegáramos de la tele y nos fuéramos a jugar a nuestras piezas, antes de ver esa imagen que traumatizó a tantos cabros y cabras que, como nosotros, sólo querían ver monitos para encontrarse con una violenta muerte frente a las cámaras.
Nunca se ha debatido de forma seria el impacto terrible que tuvieron esas imágenes, que para más inri, fueron pasadas una y otra vez en cámara lenta, frente a una audiencia sobre todo infantil, expuesta de forma traumática a esas imágenes. Tengo constancia de que el hecho caló hondo en la mente de aquellos cabritos y cabritas: uno de mis compañeros de colegio, en los ratos libres de clases, gustaba de dibujar, con lujo de detalles, la imagen de una torre en llamas, rodeada de bomberos y cámaras de televisión y con gente que se lanzaba al vacío. Otro amigo mío, Fernando Meza, dibujó en 1986 una historieta en donde ocurría un desastre similar en el hotel Sheraton, que está precisamente al lado mismo de la torre Santa María. Y a mí, personalmente, me dio bastante susto el entrar a edificios altos por muchos años, aunque ocultara mi temor para no parecer poco hombre. Todo lo contrario, los mismos medios se han echado flores los unos a los otros y se han felicitado por la “transmisión de emergencia” de aquella catástrofe en plena franja infantil, posiblemente sin calcular el efecto devastador que tuvo el hecho para toda una generación demasiado tierna para encajar un golpe como ese.
Pero sigamos con la narración del incendio. Un grupo de veintinueve personas, que trabajaban en ese momento por encima del piso 12, lograron llegar a la azotea por las escaleras, de donde fueron rescatadas por los excepcionales pilotos de Carabineros y sus ágiles Bo-105, que sortearon el humo y las peligrosas corrientes de aire caliente para ponerlos a salvo, a la vez que subían equipos de bomberos que subían para luchar contra la propagación de las llamas en los pisos superiores. Fueron esos mismos bomberos los que cubrieron el piso 13 y evitaron que las llamas se extendieran, luchando contra el fuego desde el interior, cosa que las cámaras no captaron.
Afortunadamente, la torre estaba prácticamente vacía, sin muebles o papeles, por lo que había poco combustible que quemar; en cuanto el fuego consumió los botes de neoprén y las moquetas arrolladas en el piso 12, languideció hasta que fue definitivamente controlado antes de la hora del almuerzo. Murieron once personas y se produjeron daños bastante serios en el edificio, que tardó meses en recuperar la normalidad, meses en los que se podían apreciar con claridad las marcas que el fuego y el humo habían causado en su figura rectangular y austera.
Aquel incendio puso en el tapete las muchas carencias que existían en aquel momento. Los bomberos, en aquella época, no contaban con el equipo necesario para atacar y evacuar edificios tan altos como la Torre Santa María, cosa que fue paliada con la llegada de bombas más poderosas y escaleras más altas a lo largo de los años. Tampoco existían planes de evacuación, extintores o mangueras para apagar fuegos antes de que se extendieran ni instrucciones de emergencia (fue a causa de este desastre que aparecieron esos cartelitos diciendo “no usar los ascensores en caso de incendio”). Y es bastante triste que haya sucedido así, ya que hacía pocos años habían ocurrido desastres similares, como el incendio de la Torre Andraus en 1972, que mató a 16 personas, y la tragedia del Edificio Joelma el 1º de Febrero de 1974, con 188 víctimas fatales, ambos en Sao Paulo.
Hoy, las altas torres de oficinas y viviendas se levantan por todo Santiago, especialmente en la ribera sur del Mapocho, en el límite norte de la comuna de Providencia. Y, a pesar del tiempo transcurrido, cada vez que veo la inconfundible silueta oscura de la torre, recuerdo aquella mañana del 21 de Marzo de 1981, aquel día en la que la ‘matinée infantil’ se convirtió en una tragedia que presencié yo y toda mi generación y cuyas secuelas perduraron durante muchos años. ¿Seré yo el único?
http://www.misanfelipe.cl/2010/12/30/el-incendio-de-la-torre-santa-maria/