Un testigo de La Tragedia de Amunátegui y Huérfanos. 1962.

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Ilustración de Alberto mostrando el momento del accidente.

El 15 de noviembre se recordaron los 49 años de una tragedia que enlutó a los bomberos de Santiago. Como una manera de recordar esos dramáticos momentos solicité a mi hermano Alberto que escribiera un relato de los que ocurrió esa noche. Y estas son sus palabras.
HACE 49 AÑOS CAE UN MURO EN UN INCENDIO DE CALLE AMUNATEGUI
La semana del 12 de noviembre de 1962, se inicio con una gran novedad en el viejo cuartel de la Tercera Compañía en calle Santo Domingo. Entraban en servicio los nuevos cascos de seguridad MSA de procedencia americana que el Cuerpo había adquirido en Estados Unidos.
Fueron entregados de cargo a los integrantes de la Guardia Nocturna y el resto pasó a formar parte de la dotación de la máquina. Era un importante avance tecnológico considerando que hasta esa época, el mismo casco de parada era usado igualmente en los actos de servicio, siendo de frágil construcción. Solo 72 horas más tarde tendríamos la mejor demostración de ello.
El día Miércoles 14 en la noche la compañía tuvo ejercicio en el Parque Balmaceda y estrenó sus nuevos cascos. Fueron obviamente el comentario obligado de los asistentes al acto por sus resistentes características técnicas.
La Guardia, de la que yo formaba parte, se recogió a las 0.30 como era lo habitual. Yo cursaba primer año de Derecho en la Universidad de Chile y se entraba temprano a clases. La Guardia nocturna tenía capacidad para 10 voluntarios, pero solo habíamos 8 en ese momento. Se componía de dos dormitorios: la llamada Guardia Grande con seis camas y la Chica con 4. En esta última alojaban el Jefe de Guardia Eduardo Ferri y los voluntarios Patricio Cantó, Bernardo Martínez y Carlos Arriagada.
En la otra dependencia alojaba el resto, entre ellos Jorge Capdeville, René Capdeville, Guillermo Carrasco y el suscrito, que me desempeñaba como Ayudante de Compañía.
Cerca de las tres de la madrugada, unos fuertes golpes en el portón metálico del cuartel despertaban a la Guardia. Un taxista nos venía a avisar que había fuego en las esquinas de calle Amunátegui y Huérfanos, en un edificio en construcción.
Se dio aviso a la Central Bomba vía el teléfono directo y la guardia tripuló la bomba Ford Waterous de reemplazo, ya que nuestra Mercedes Benz OM 1957 estaba en el taller en reparaciones.
 

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Al subir el Jefe de Guardia a la cabina de la máquina, se le cayó el casco, lo que muchos posteriormente lo interpretaron con un aviso premonitorio.
En el momento en que el material salía a la calle, ya se estaban levantando las cortinas metálicas en los cuarteles vecinos de la Sexta y Cuarta Compañías, con quienes compartíamos la parte del Cuartel General que daba a calle San Domingo, las que salían igualmente al llamado de Comandancia.
La bomba bajó por calle 21 de Mayo, Catedral, doblando contra el tránsito por calle Amunátegui dado el escaso tráfico de esa hora, y en una ciudad que carecía de la masa automotriz de la actualidad.
Al llegar a la esquina de calle Compañía, ya se veía el resplandor del fuego una cuadra al sur. Ante ello la bomba armó en el grifo de cuneta ubicado por Compañía frente al edificio que ocupaba la Escuela de Ciencias Políticas y Administrativas de la Universidad de Chile. Se bajaron los pollos y se hizo la armada de 70 hasta la puerta del incendio, por Amunátegui, donde se instaló el gemelo 70x70 y luego el manguerín y la trifulca, procediendo de inmediato a desplegar tres líneas de ataque con material de 50.
El recinto era un rectángulo, con solo una casa colindante en el lado norte. En los demás costados estaba un muro bajo que correspondía al antiguo inmueble. En el interior, materiales de construcción, fierros y varias esctructuras de madera, que eran las que ardían. Hacia el muro divisorio norte se ubicaban varios castillos de madera, de unos 4 a 5 metros de altura, a los que se había propagado el fuego.
De inmediato se dio la alarma de incendio. Con la llegada del restante material del Primer Socorro el control del fuego fue rápido, procediéndose luego a la remoción de escombros. Lo más lento fue en los castillos de madera, que había que desmontar tablón por tablón, labor que estaba a cargo de personal de las compañías Sexta y Doce. En apoyo de esta labor y para ir remojando la madera quemada, se subieron pitones a cada uno de dichos castillo. Recuerdo que en el segundo de oriente a poniente se ubicaron mis compañeros de guardia Patricio Cantó y René Capdeville, junto a personal de la Sexta. Los otros pitones se ubicaron entre los castillos para similar labor.
El humo primero y el vapor de agua después, sumado a la altura de los castillos adosados al muro norte, impedían ver que el inmueble vecino presentaba una peculiar característica, era ladrillo en la parte superior, pero adobe en la inferior, siendo la parte más débil y peligrosa pero que quedaba fuera de la visión de quienes allí trabajaban, apoyados por los focos instalados en el lado sur para dar luz al conjunto.
El incendio estaba a cargo del Comandante del Cuerpo Alfonso Casanova y el sector antes descrito estaba a cargo el Tercer Comandante, Fernando Cuevas. El Inspector de Edificios y Cuarteles, Eliseo Martínez, había hecho presente a la Comandancia sus aprehensiones por dicho muro y el Cuarto Comandante Jorge Salas, subió al techo de dicha casa a ver el comportamiento del mismo de esa estructura, señalando que se veía bien.
Ordenando los cascos de los caídos.
En un momento del trabajo de remoción, subí junto al Capitán de la Compañía, René Tromben, al castillo en que estaban Patricio Cantó y René Capdeville, e impartió sus instrucciones al persónal de cómo realizar tal actividad. Recuerdo el tema de conversación entre los voluntarios de la Sexta que estaban en la parte alta de los castillos con los cuartinos, ubicados más hacia el oriente. Era la final del Campeonato de Fútbol del Cuerpo, que se jugaría el próximo domingo 18 entre la Sexta y Séptima compañías. Ese año se había realizado el Mundial de Fútbol en nuestro país y todos aún andaban fuertemente motivados por el tema. Incluso la Undécima usaba el mismo uniforme de la Selección Italiana, que había donado un juego a sus integrantes.
Incluso cierro los ojos y aun veo a los sextinos, que cansados del arduo trabajo, se habían sentado en los maderos y los botaban con los pies, para que fueran remojados por los pitones ubicados en la parte baja, todo esto en medio de risas y conversaciones.
Descendimos por una escala de la Sexta junto al Capitán y al caminar hacia el lado sur, me indicó que la manguera que alimentaba el pitón del castillo de madera, se había enredado en una de las estacas que sujetaban los fierros de la construcción. Puse una rodilla en tierra para arreglarla y evitar se dañara cuando escuché a mis espaldas los gritos de alerta. Me di vuelta y vi que el personal saltaba desde arriba de los castillos apresuradamente. Sin pensarlo, me puse de pie ya que el instinto me decía algo grave estaba sucediendo, alcancé a dar un paso adelante y sentí simultáneamente dos sensaciones: que algo me golpeaba la espalda y que todo se ponía oscuro. Perdí la conciencia.
Desperté al parecer instantes más tarde con una terrible sensación de opresión en el pecho; me era difícil respirar. Había perdido el casco y mis anteojos, mientras todo estaba envuelto en una nube de polvo en medio de un silencio impresionante, solo turbado por el ruido de los generadores eléctricos de los focos portátiles, que alumbraban amarillo a causa del polvo.
Recuerdo que traté de moverme y me fue imposible; verifiqué si mis manos y pies estaban bien, los que respondieron normalmente. Más tarde supe había quedado atrapado por el derrumbe quedando solo mi cabeza y manos fuera de los escombros. Lo que me salvó fue que la caída del muro fue como una ola y yo quedé en la cresta de la misma. Los que no alcanzaron a saltar perecieron en el lugar. Sentí que seguían pequeños deslizamientos de guijarros a mi espalda (yo quede orientado hacia el sur), y giré lo que pude la cabeza. Fue entonces que vi una gran mancha de sangre que bajaba de la parte alta del castillo en que había estado hace poco y una figura desmadejada que colgaba del mismo. Solo entonces dimensioné la magnitud de lo sucedido y ello fue coincidente con dos hechos. El primero, que el silencio era roto por quejidos y peticiones de ayuda, y segundo, que recortados contra la luz de los focos apareció la masa del personal que se había retirado ante el derrumbe y que ahora volvía a rescatar a los caídos.
Recuerdo que varios de ellos me sacaron del lugar en brazos Estaba cubierto de barro. Mi aspecto debe haber sido lamentable ya que recuerdo a dos señoras de edad que estaban afuera (el estrepito despertó al barrio), quienes se pusieron a llorar al verme y yo pensé, estamos listos.
Fui llevado a un transporte del los en uso en la época, de carrocería cubierta con un techo de lona y una banca de madera a cada lado. Me colocaron tendido en una de ellas y en la otra iba un voluntario de la primera con una pierna al parecer fracturada. Fuimos llevados a la Clínica Industrial en calle Almirante Barroso, entidad con la cual el cuerpo tenía un convenio. El problema fue que su capacidad había sido superada por la cantidad de accidentados, cercano al medio centenar. Los había en camillas, en el suelo y repartidos a lo largo de las dependencia de la entidad Un grupo de médicos hacia un triage rápido para determinar su condición. Tengo aún el recuerdo del que me examinó y que me dijo: “solo golpes, ¡se salvo de una grande!”
Junto al voluntario Guillermo Carrasco, compañero de guardia, fuimos ubicados en una habitación doble. Recuerdo que el dolor en la espalda me impedía estar tendido. Más tarde pasó el Superintendente don Hernán Figueroa Anguita junto al Comandante Casanova, quienes querían conocer el estado de los accidentados. De labios del Superintendente supe la magnitud de la tragedia: seis muertos, incluyendo a Patricio Canto, y cerca de 50 heridos de diversa magnitud.
Cerca de las 9 de la mañana, y tras un chequeo médico, fuimos autorizados a abandonar la Clínica. Recuerdo haberme dado una larga ducha y el agua corría de color café por el barro. Vino personal de la compañía con ropa para poder vestirnos y regresamos al Cuartel horas después de haber salido tan alegres del mismo, con la adrenalina fluyendo, a un incendio más. Entre quienes llegó estaba mi hermano Antonio, en la época a punto de terminar las humanidades y que incluso ese día tenía un importante examen.
Me comentó que el Capitán y otro bombero habían ido a mi casa a avisar del accidente y que estaba bien. Mi hermano había ido a su examen al colegio y pidiendo permiso para ausentarse había llegado a verme.
 

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Removiendo escombros al día siguiente.
Supe que cuando regresaron los tres sobrevivientes de la Guardia Chica, Ferri, Martínez y Arriagada y vieron la cama vacía de Patricio Cantó, asumieron la magnitud de lo ocurrido, que se habían abrazado y llorado como hombres la pérdida del amigo y camarada de ideal.
Luego las ceremonias, el largo funeral, las carrozas, flores y discursos con que los bomberos honran a su caídos. Y como siempre también, el gradual olvido, salvo para unos pocos.
La familia de Patricio Canto mantuvo su vinculación con la Compañía, su padre, don José se hizo voluntario para reemplazar a su hijo en sus filas y hasta su muerte, su madre la señora Hilda mantuvo un especial afecto con quienes fuimos amigos y compañeros de Guardia de Pato. De la familia solo queda su hermana Cristina, que casó años después con un tercerino.
Al terminar estos recuerdos, pienso que ya han trascurrido 62 años y el próximo será medio de siglo de su partida. Por ello los que fuimos sus amigos no podemos ni olvidarlo, como tampoco a quienes esa noche emprendieron igualmente su viaje final. A Delsahut de la Cuarta, a Cáceres y Cumming, todos ellos vecinos nuestros; a Georgi y Duato de la Doce. Una sencilla placa de mármol colocada en el edificio que hoy se alza en dicho lugar, recuerda su sacrificio, en medio de la indiferencia del ciudadano común que por allí pasa. Pero para sus compañeros es un símbolo que representa el costo más alto que se puede pagar por servir, de un compromiso voluntariamente impuesto. Descansen en paz.

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Los seis bomberos caídos en acto de servicio.

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Removiendo escombros al día siguiente.



Alberto Márquez Allison
 

excflamma

Bombero Activo
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Miembro Regular
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Removiendo escombros al día siguiente.
Supe que cuando regresaron los tres sobrevivientes de la Guardia Chica, Ferri, Martínez y Arriagada y vieron la cama vacía de Patricio Cantó, asumieron la magnitud de lo ocurrido, que se habían abrazado y llorado como hombres la pérdida del amigo y camarada de ideal.
Luego las ceremonias, el largo funeral, las carrozas, flores y discursos con que los bomberos honran a su caídos. Y como siempre también, el gradual olvido, salvo para unos pocos.
La familia de Patricio Canto mantuvo su vinculación con la Compañía, su padre, don José se hizo voluntario para reemplazar a su hijo en sus filas y hasta su muerte, su madre la señora Hilda mantuvo un especial afecto con quienes fuimos amigos y compañeros de Guardia de Pato. De la familia solo queda su hermana Cristina, que casó años después con un tercerino.
Al terminar estos recuerdos, pienso que ya han trascurrido 62 años y el próximo será medio de siglo de su partida. Por ello los que fuimos sus amigos no podemos ni olvidarlo, como tampoco a quienes esa noche emprendieron igualmente su viaje final. A Delsahut de la Cuarta, a Cáceres y Cumming, todos ellos vecinos nuestros; a Georgi y Duato de la Doce. Una sencilla placa de mármol colocada en el edificio que hoy se alza en dicho lugar, recuerda su sacrificio, en medio de la indiferencia del ciudadano común que por allí pasa. Pero para sus compañeros es un símbolo que representa el costo más alto que se puede pagar por servir, de un compromiso voluntariamente impuesto. Descansen en paz.

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Los seis bomberos caídos en acto de servicio.

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Removiendo escombros al día siguiente.



Alberto Márquez Allison
Llama la atención que, casi al final del relato, se hable al mismo tiempo de 62 años de esta tragedia y de que "el próximo será medio de siglo de su partida". Al estar escrito por Alberto Márquez debe ser el último lo correcto, debido a que Alberto falleció el 2012. Su hermano Antonio lo siguió unos años después.

Es de notar que se pudo evitar lo sucedido si es que se hubiese prestado más atención al Inspector de Edificios y Cuarteles, Eliseo Martínez.

Honor a los mártires. Que descansen en paz.

Y un recuerdo cariñoso a los hermanos Márquez Allison. Ambos de extraordinario talento, grandes bomberos y, en especial, luminosas personas.