-¿Y esta señora tan linda?
-Una novia mía sueca, era condesa.
Le tiene puesta la mano encima, como marcando territorio sobre la falda: "Cuando la conocí me dijo, ¿por qué te vas? Y yo le dije, bueno, me parece que no tengo nada que hacer acá. Estás celoso, me respondió. Y sí, parece. Porque habían llegado dos gigantes. ¡Dos vikingos rubios! Y se pusieron a hablar con ella en sueco. Yo no entendía nada y los escuché durante 15 minutos, hasta que dije: me tengo que retirar. Pesqué mi abrigo y ella me siguió y me dijo: Por qué te vas, estás celoso. A los celosos hay que decirles cómo es la cosa. Escucha, me dijo, yo tengo 22 años y me he acostado con medio Estocolmo y pienso acostarme con la otra mitad, así que si quieres te vas a la cresta o bien, nos vamos a la cámara nupcial. Y listo. Así fue".
La cueca que suena ahora habla "de las chanchitas queridas".
Seguimos hojeando el libro de fotos. En todas aparece como galán de película antigua. -En esa época esa era la moda. Galán de cine o nada- cuenta. Todos se mandaban a hacer la ropa a medida en sastrerías.
- Yo todavía tengo unos ternos por ahí de lanilla inglesa. Por favor. Y así había que ir al pedagógico, con camisa blanca recién planchada. Nos cambiábamos camisa todos los días. Hasta que llegó la UP y se acabó la cosa. Lo primero que hicieron los profesores y los alumnos fue tirar la corbata y el sombrero.
Pero para Parra era mejor seguir de punta en blanco, con pañuelo en el bolsillo. Afeitado, con sombrero, olorosito.
-Mire acá en esta otra foto, esa mujer ¡lo estaba afeitando con navaja!
-Dios santo, mira lo que pasaba ahí. ¡Estaba entregado!
-Esta otra dama con dos gallinas, ¿quién es?
-La mamá del Chamaco, la Rosita Muñoz. Esas Gallinas de la Pasión eran sus regalonas.
-Aquí en esta foto está con la Violeta. ¿Qué están haciendo?
-Calentando vino navegado.
Cerramos el libro y pide un brindis. Brindamos por el siglo en sus venas y le preguntamos cómo lo hacemos nosotros para llegar también a los 100.
-Con cueca, con cueca brava no más.
LA CAMPANITA DE GINSBERG
Es tarde. La gente aún espera a Parra. Las señoras del queque siguen ahí, con su queque. Los guitarreros se fueron, los fotógrafos se fondearon y a Parra le dio hambre, así que pregunta por la comida.
-¿Rosita usted hizo porotos?
- Sí.
-¿Para todos?
- No.
- Sirva no más, aunque sea una cucharadita.
- No es la idea Don Nicanor, ¿ve que la gente puede decir que somos cicateros?
Y no sé cómo de los porotos saltamos a Allen Ginsberg, el poeta beat: "Ginsberg fue amigazo mío", dice Parra. "Me llevó una vez a la tele. Me pagó una suma que las universidades no pagaban. ¿Por qué me llevó? Estábamos en un recital los dos y yo salí con una sorpresa. Hasta ese momento yo leía y todos los aplausos iban para Ginsberg, porque era mi traductor. O sea que yo leía ¡y los aplausos iban para él! Entonces pensé cómo dar vuelta la tortilla. Y estuve pensando esto un tiempo largo, preparándome. Hasta que ese día del recital dije: no es necesario el traductor, yo mismo diré el poema en español y en inglés. Y fue así: En su granja de Iásnaia Poliana/ vivió muchos años el conde León Nicolaievich Tolstoi/ no se afeitaba jamás, andaba siempre descalzo/ Dios lo tenga en su santo reino/ sólo comía zanahorias cruuuudaaaas./ Todo, en tono canto gregoriano. Y así seguí: Si mi querido abuelo estuviera vivo/ yo no tendría que andar pidiendo limosna/¡otro gallo muy diferente me cantaría!/ Mi enfermedad se llama encefalitis letárgicaaaa”.
-¿Y todo eso en la tele gringa?
- No, ahí me telefonearon para que me llevaran inmediatamente a la tele. Me pagaban lo que pidiera, porque eso, en aquel tiempo, no se hacía en Estados Unidos.
-Ginsberg se quedó en su casa de La Reina cuando vino a Chile.
- El concierto lo dimos en una ex bomba bencinera, a dos cuadras de Washington Square. Ahhh, yo tengo un regalo que me hizo el Ginsberg. Rosita, ¿quieres traer la campanita? Me la trajo de la India, ahí la van a ver. Se toca y queda vibrando hasta el infinito.
Rosa trae la pequeña campana. Y bajo la vibración que ondula por todo el living Parra dice: "En una radio de Concepción le preguntaron a Ginsberg a qué había venido a Chile. La respuesta que dio no me atrevo a repetirla aquí".
-Ginsberg era cosa seria.
-¿Y como se llamaba el hippie que estaba a cargo de las drogas duras? –le pregunta Parra a sus dos amigos, quienes tiran varios nombres. En fin, el asunto fue que yo iba caminando y me encontré por accidente en la calle con otro astro: Jerry Rubin, el autor de Do it que había estado en Chile, en La Reina. Y me dijo, Nicanor, acompáñame. No me preguntes dónde voy, pero te lo voy a decir de todas maneras: tengo una entrevista secreta con las Panteras Negras. ¡Chupalla! Yo no entendía mucho de Panteras Negras en ese tiempo, no sabía que habían matado a unos policías en Chicago y que los andaban buscando. Y llegamos a un castillo desocupado, donde el diablo perdió el poncho. Las carreteras no tenían vuelta. Y esto no lo puedo olvidar, por lo que pasó al día siguiente. Yo ya había regresado a Manhattan. Y me llamó el decano de Columbia, donde yo tenía un taller literario y me dice: “Has arruinado tu futuro en este país, Nicanor”. ¿Por qué? ¿Cómo que por qué? Y en la primera página del The New York Times salía yo, abrazado con los Panteras Negras. ¡Y yo no recuerdo que eso haya ocurrido! ¡O eso fue un arreglo fotográfico o a lo mejor estaba borracho como piojo o estaba marihuaneado!
- Jajajaja ¡o con LSD!
- "You ruined your future in this country", fue la sentencia. Y colgó. Y una semana más tarde recibí una llamada de un Departamento de Estado, diciéndome que mi visa estaba vencida y que el pasaporte que yo tenía había perdido validez. Y todo estaba con una letra grandota que decía: Sospechoso. Entonces arreglé mis maletas. Y en seguida recibí otro llamado. Un filósofo del ecologismo me decía que sabía que volvería a Chile y que me llamaba para que no me fuera. “Yo sé por qué te lo digo. Hay cosas que van a pasar ahí y tú no debes estar”. Se refería al golpe militar. Pero yo tenía que volver, si era profesor de la universidad. Así que volví. A los dos o tres días, bombardeo de La Moneda y lo demás, ustedes lo conocen mejor que yo.
Hemos estado toda la tarde con Nicanor. Antes de partir a la capital, el antipoeta le pide a uno de sus amigos que le haga partir el Volkswagen que tiene afuera estacionado. Le preguntamos por una micro de la misma marca que tenía hace algunos años. Cuenta que lo dejó en un cementerio de autos junto a media docena de escarabajos. Nunca compró otro tipo de auto, siempre escarabajos. Toca la campanita de nuevo. Suena como una misa antigua en ese silencio sacrosanto de Las Cruces. Los amigos hablan trivialidades como todos los amigos. Le preguntamos por el temblor fuerte que hubo en la zona. ¿Qué hizo? ¿Hacia dónde corrió? Nada hizo. Sólo se quedó en la cama. Y dice que es lo mejor que se puede hacer: nada.
-Yo ya estoy curtido, viví el terremoto de Chillán. Esta casa es muy segura, aunque la casa del frente se puede caer encima.
Esa mansión, la del frente, le trae recuerdos:
-Estaba alhajada estilo cuico del siglo no sé cuánto. La iba a comprar pero me asusté porque yo no estaba para palacio. Así que me fui y miré para el frente y esta casa decía: ¡Se vende!
Pero habían ocupas. Y él no sabía qué diantres eran los ocupas. Pensaba que por haber comprado tenían que irse por obra y gracia del Espíritu Santo. Pero no, los ocupas no se iban de la casa.
-Al final, ellos mismos incendiaron la torre porque yo no supe como tratarlos. La incendiaron de pica. Con eso aprendí y ahora soy amigo de los ocupas.
Vuelve su compadre a entregarle las llaves y le comunica que los neumáticos están desinflados, que le robaron los espejos y que el escarabajo plateado no anda. Parra ni se aproblema:
-Hay que esperar al Tsunami, el hijo del Chamaco. Ése lo arregla todo con el Ipad. Nosotros los analógicos no existimos para él, no sabemos nada, sabemos menos que Internet. Somos antiguallas del siglo XX. Pero está bien lo que pasó porque si no funciona esta llave, puede que funcione esta otra.
-¿Usted maneja aún?
-No me atrevo fuera del barrio. A la esquina sí. Un día traté de entrar a la carretera y ayayai. Cerré los ojos no más. Ya no se puede depender de un Volkswagen del año del cuete. Qué más querés que te diga che papusa. Good bye Picadilly, Good bye Farewell Leicester Square. Esa es la canción de los soldados escoceses que cantan esa canción antes de partir, dice Parra y pide que le dejen las cuecas sonando a todo vuelo. Parra está cansado, pero las señoras aún están afuera. Dice que pueden pasar cinco minutos, pero con el queque.
soychile.cl
-Una novia mía sueca, era condesa.
Le tiene puesta la mano encima, como marcando territorio sobre la falda: "Cuando la conocí me dijo, ¿por qué te vas? Y yo le dije, bueno, me parece que no tengo nada que hacer acá. Estás celoso, me respondió. Y sí, parece. Porque habían llegado dos gigantes. ¡Dos vikingos rubios! Y se pusieron a hablar con ella en sueco. Yo no entendía nada y los escuché durante 15 minutos, hasta que dije: me tengo que retirar. Pesqué mi abrigo y ella me siguió y me dijo: Por qué te vas, estás celoso. A los celosos hay que decirles cómo es la cosa. Escucha, me dijo, yo tengo 22 años y me he acostado con medio Estocolmo y pienso acostarme con la otra mitad, así que si quieres te vas a la cresta o bien, nos vamos a la cámara nupcial. Y listo. Así fue".
La cueca que suena ahora habla "de las chanchitas queridas".
Seguimos hojeando el libro de fotos. En todas aparece como galán de película antigua. -En esa época esa era la moda. Galán de cine o nada- cuenta. Todos se mandaban a hacer la ropa a medida en sastrerías.
- Yo todavía tengo unos ternos por ahí de lanilla inglesa. Por favor. Y así había que ir al pedagógico, con camisa blanca recién planchada. Nos cambiábamos camisa todos los días. Hasta que llegó la UP y se acabó la cosa. Lo primero que hicieron los profesores y los alumnos fue tirar la corbata y el sombrero.
Pero para Parra era mejor seguir de punta en blanco, con pañuelo en el bolsillo. Afeitado, con sombrero, olorosito.
-Mire acá en esta otra foto, esa mujer ¡lo estaba afeitando con navaja!
-Dios santo, mira lo que pasaba ahí. ¡Estaba entregado!
-Esta otra dama con dos gallinas, ¿quién es?
-La mamá del Chamaco, la Rosita Muñoz. Esas Gallinas de la Pasión eran sus regalonas.
-Aquí en esta foto está con la Violeta. ¿Qué están haciendo?
-Calentando vino navegado.
Cerramos el libro y pide un brindis. Brindamos por el siglo en sus venas y le preguntamos cómo lo hacemos nosotros para llegar también a los 100.
-Con cueca, con cueca brava no más.
LA CAMPANITA DE GINSBERG
Es tarde. La gente aún espera a Parra. Las señoras del queque siguen ahí, con su queque. Los guitarreros se fueron, los fotógrafos se fondearon y a Parra le dio hambre, así que pregunta por la comida.
-¿Rosita usted hizo porotos?
- Sí.
-¿Para todos?
- No.
- Sirva no más, aunque sea una cucharadita.
- No es la idea Don Nicanor, ¿ve que la gente puede decir que somos cicateros?
Y no sé cómo de los porotos saltamos a Allen Ginsberg, el poeta beat: "Ginsberg fue amigazo mío", dice Parra. "Me llevó una vez a la tele. Me pagó una suma que las universidades no pagaban. ¿Por qué me llevó? Estábamos en un recital los dos y yo salí con una sorpresa. Hasta ese momento yo leía y todos los aplausos iban para Ginsberg, porque era mi traductor. O sea que yo leía ¡y los aplausos iban para él! Entonces pensé cómo dar vuelta la tortilla. Y estuve pensando esto un tiempo largo, preparándome. Hasta que ese día del recital dije: no es necesario el traductor, yo mismo diré el poema en español y en inglés. Y fue así: En su granja de Iásnaia Poliana/ vivió muchos años el conde León Nicolaievich Tolstoi/ no se afeitaba jamás, andaba siempre descalzo/ Dios lo tenga en su santo reino/ sólo comía zanahorias cruuuudaaaas./ Todo, en tono canto gregoriano. Y así seguí: Si mi querido abuelo estuviera vivo/ yo no tendría que andar pidiendo limosna/¡otro gallo muy diferente me cantaría!/ Mi enfermedad se llama encefalitis letárgicaaaa”.
-¿Y todo eso en la tele gringa?
- No, ahí me telefonearon para que me llevaran inmediatamente a la tele. Me pagaban lo que pidiera, porque eso, en aquel tiempo, no se hacía en Estados Unidos.
-Ginsberg se quedó en su casa de La Reina cuando vino a Chile.
- El concierto lo dimos en una ex bomba bencinera, a dos cuadras de Washington Square. Ahhh, yo tengo un regalo que me hizo el Ginsberg. Rosita, ¿quieres traer la campanita? Me la trajo de la India, ahí la van a ver. Se toca y queda vibrando hasta el infinito.
Rosa trae la pequeña campana. Y bajo la vibración que ondula por todo el living Parra dice: "En una radio de Concepción le preguntaron a Ginsberg a qué había venido a Chile. La respuesta que dio no me atrevo a repetirla aquí".
-Ginsberg era cosa seria.
-¿Y como se llamaba el hippie que estaba a cargo de las drogas duras? –le pregunta Parra a sus dos amigos, quienes tiran varios nombres. En fin, el asunto fue que yo iba caminando y me encontré por accidente en la calle con otro astro: Jerry Rubin, el autor de Do it que había estado en Chile, en La Reina. Y me dijo, Nicanor, acompáñame. No me preguntes dónde voy, pero te lo voy a decir de todas maneras: tengo una entrevista secreta con las Panteras Negras. ¡Chupalla! Yo no entendía mucho de Panteras Negras en ese tiempo, no sabía que habían matado a unos policías en Chicago y que los andaban buscando. Y llegamos a un castillo desocupado, donde el diablo perdió el poncho. Las carreteras no tenían vuelta. Y esto no lo puedo olvidar, por lo que pasó al día siguiente. Yo ya había regresado a Manhattan. Y me llamó el decano de Columbia, donde yo tenía un taller literario y me dice: “Has arruinado tu futuro en este país, Nicanor”. ¿Por qué? ¿Cómo que por qué? Y en la primera página del The New York Times salía yo, abrazado con los Panteras Negras. ¡Y yo no recuerdo que eso haya ocurrido! ¡O eso fue un arreglo fotográfico o a lo mejor estaba borracho como piojo o estaba marihuaneado!
- Jajajaja ¡o con LSD!
- "You ruined your future in this country", fue la sentencia. Y colgó. Y una semana más tarde recibí una llamada de un Departamento de Estado, diciéndome que mi visa estaba vencida y que el pasaporte que yo tenía había perdido validez. Y todo estaba con una letra grandota que decía: Sospechoso. Entonces arreglé mis maletas. Y en seguida recibí otro llamado. Un filósofo del ecologismo me decía que sabía que volvería a Chile y que me llamaba para que no me fuera. “Yo sé por qué te lo digo. Hay cosas que van a pasar ahí y tú no debes estar”. Se refería al golpe militar. Pero yo tenía que volver, si era profesor de la universidad. Así que volví. A los dos o tres días, bombardeo de La Moneda y lo demás, ustedes lo conocen mejor que yo.
Hemos estado toda la tarde con Nicanor. Antes de partir a la capital, el antipoeta le pide a uno de sus amigos que le haga partir el Volkswagen que tiene afuera estacionado. Le preguntamos por una micro de la misma marca que tenía hace algunos años. Cuenta que lo dejó en un cementerio de autos junto a media docena de escarabajos. Nunca compró otro tipo de auto, siempre escarabajos. Toca la campanita de nuevo. Suena como una misa antigua en ese silencio sacrosanto de Las Cruces. Los amigos hablan trivialidades como todos los amigos. Le preguntamos por el temblor fuerte que hubo en la zona. ¿Qué hizo? ¿Hacia dónde corrió? Nada hizo. Sólo se quedó en la cama. Y dice que es lo mejor que se puede hacer: nada.
-Yo ya estoy curtido, viví el terremoto de Chillán. Esta casa es muy segura, aunque la casa del frente se puede caer encima.
Esa mansión, la del frente, le trae recuerdos:
-Estaba alhajada estilo cuico del siglo no sé cuánto. La iba a comprar pero me asusté porque yo no estaba para palacio. Así que me fui y miré para el frente y esta casa decía: ¡Se vende!
Pero habían ocupas. Y él no sabía qué diantres eran los ocupas. Pensaba que por haber comprado tenían que irse por obra y gracia del Espíritu Santo. Pero no, los ocupas no se iban de la casa.
-Al final, ellos mismos incendiaron la torre porque yo no supe como tratarlos. La incendiaron de pica. Con eso aprendí y ahora soy amigo de los ocupas.
Vuelve su compadre a entregarle las llaves y le comunica que los neumáticos están desinflados, que le robaron los espejos y que el escarabajo plateado no anda. Parra ni se aproblema:
-Hay que esperar al Tsunami, el hijo del Chamaco. Ése lo arregla todo con el Ipad. Nosotros los analógicos no existimos para él, no sabemos nada, sabemos menos que Internet. Somos antiguallas del siglo XX. Pero está bien lo que pasó porque si no funciona esta llave, puede que funcione esta otra.
-¿Usted maneja aún?
-No me atrevo fuera del barrio. A la esquina sí. Un día traté de entrar a la carretera y ayayai. Cerré los ojos no más. Ya no se puede depender de un Volkswagen del año del cuete. Qué más querés que te diga che papusa. Good bye Picadilly, Good bye Farewell Leicester Square. Esa es la canción de los soldados escoceses que cantan esa canción antes de partir, dice Parra y pide que le dejen las cuecas sonando a todo vuelo. Parra está cansado, pero las señoras aún están afuera. Dice que pueden pasar cinco minutos, pero con el queque.
soychile.cl