[h=3]Recuerdo las peliculas del oeste
La caravana, formando un semicírculo protector en medio de la llanura, soporta a duras penas el asalto incesante de los guerreros indios. Los colonos, parapetados tras sus pertenencias, disparan sus carabinas contra el carrusel de aterradores jinetes indígenas que han pintado sus caras para atemorizar a sus enemigos; mientras, las mujeres y los niños recargan las armas y apagan los conatos de incendios que ocasionan, de manera esporádica, las flechas incendiarias.Algunos guerreros enardecidos saltan desde sus cabalgaduras para precipitarse, tomahawk en mano, sobre algún apurado defensor. Otros rebasan con sus caballos salvajes la línea defensiva, arrollando a cuantos tratan de oponérseles. Todo parece indicar que el asalto está a punto de decidirse y que la inminente matanza de colonos añadirá nuevas cabelleras de trofeo a los cinturones de los salvajes.En ese momento, se oye a lo lejos la corneta de la Caballería, y un tropel de soldados de uniforme azul, pañuelos de cuello amarillos y flexibles sombreros de ala ancha se lanzan al galope, salvando así a la afligida caravana de su siniestro destino. Los colonos se ponen de pie y disparan con sus Winchester, entre gritos de alegría, contra los sorprendidos pieles rojas que emprenden una veloz retirada.La escena, propia de cualquier western estadounidense, poco tiene que ver con la realidad. Lo cierto es que las tribus indígenas norteamericanas fueron expulsadas de sus tierras y arrinconadas en reservas.
Las batallas decisivas del Lejano Oeste[/h]Publicado el 13 junio 2011 por Javier Ramos
Los conflictos entre los colonos blancos y los pueblos indígenas del norte de América se remontan al siglo XVII. Resultó ser un movimiento básicamente civil, protagonizado por inmigrantes de origen europeo o norteamericano que se extendieron por las tierras vírgenes, ocupándolas y expulsando de ellas a sus legítimos habitantes. Dieron así comienzo las denominadas Guerras Indias, conflictos de tipo racial en las que las tribus indígenas resultaron diezmadas. En más de 40 conflictos, de 1775 a 1890, 45.000 indios y 19.000 blancos perdieron la vida.Fue en 1817 cuando el presidente de los Estados Unidos James Monroe decidió lanzar una campaña contra las tribus creek y seminola, que estaban atacando Georgia desde la colonia española de Florida. Además de tratar de evitar que esta tierra se convirtiera en refugio de esclavos huidos, su intención era la de apoderarse de la colonia. Para justificar el ataque, los americanos alegaron que España era un país incapaz de asegurar sus fronteras.
El estallido de la Guerra de Secesión dejó las tierras de la frontera carentes de la protección de fuerzas regulares y muy pronto se convirtieron en escenario de toda suerte de actos de violencia entre los indígenas y los colonos, además de santuario de forajidos y desertores. Tan pronto como cesaron las hostilidades, el vencedor Gobierno de Washington se vio obligado a mantener una destacada presencia en los estados vencidos del Sur. La administración sólo contaba allí con seis regimientos de caballería, insuficientes. Fue necesario formar cuatro nuevos contingentes, el 7º, el 8º, el 9º y el 10º. Nacía de esta forma el mítico Séptimo de Caballería, comandado por el carismático teniente coronel George Armstrong Custer.
Una de sus primeras acciones contra los indios fue la denominada Batalla del río Washita, cuando sus hombres cargaron sobre el campamento cheyene de Olla Negra en 1868. Mataron a un centenar de indios, incluyendo al jefe y su esposa, cuyos cadáveres fueron luego pisoteados por los caballos. Sólo once de los fallecidos eran guerreros. Pero la masacre sería vengada años más tarde en Little Big Horn, en el estado de Montana.Poco antes, tras violar el tratado de Fort Laramie, una expedición se adentró en las Black Hills y confirmó la existencia de grandes reservas auríferas. Los indios protestaron por la presencia del hombre blanco en sus tierras. Sin embargo, miles de buscadores de oro se internaron en la reserva sioux en busca de fortuna mientras el Gobierno Federal presionaba a los jefes indios para que vendieran estos territorios.Un año después, el Gobierno les dio un ultimátum, fijando fecha para la salida de los sioux nómadas hacia las nuevas áreas de reserva fijadas. La guerra resultó inevitable y, el 17 de junio de 1876, la columna de cinco mil hombres al mando del general George Crook, sufrió una severa derrota frente a los lakota y cheyene de Caballo Loco. El avance estadounidense se paralizó, mientras el líder indio se reunía con las fuerzas de otro jefe carismático, Toro Sentado, acampado en Little Big Horn. El enorme campamento reunió más de un millar de tipies, con cerca de siete mil indios. Entre ellos había medio millar de guerreros.En total, el Séptimo de Caballería sufrió la muerte de 16 oficiales, 237 soldados y diez civiles. Toro Sentado huyó a Canadá, pero regresó en 1881 para rendirse. Tras dos años en la cárcel, volvería a la reserva de sus gentes, en Dakota del Norte. En la gran mayoría de estas contiendas, los pieles rojas carecían de armamento pesado y sus armas de fuego se limitaban siempre a fusiles, pistolas y carabinas que podían capturar del enemigo, robar a los colonos o adquirir a los traficantes. Sus armas tradicionales fueron decisivas en los combates, en especial en el cuerpo a cuerpo: cuchillos, hachas de guerra, lanzas y escudos de cuero.MATANZAS Y ATAQUES INDISCRIMINADOS
Pero la supremacía tecnológica del hombre blanco llevó, de manera definitiva, a la derrota final de los indios. La rendición de los lakota en White Lay Creek, el 15 de enero de 1891, puso punto final a las Guerras Indias. Fue precedida por el asesinato de Toro Sentado y por la injustificada y absurda matanza de Wounded Knee. En ella, un destacamento de 500 soldados al mando del coronel James Forsyth intentó desarmar la banda de Pie Grande. Murieron 90 guerreros y 200 mujeres y niños en un ataque indiscriminado.Con el fin de vencer en estas largas contiendas, el hombre blanco recurrió a todo: la confrontación directa con los indios, la difusión de lacras sociales como el alcoholismo y hasta la guerra bacteriológica. De hecho, distribuyeron entre los pieles rojas regalos como mantas y ropas de abrigo que antes habían pertenecido a enfermos infecciosos. En otras ocasiones se les envenenó directamente con bebidas tóxicas para acabar con ellos. También se empleó la contaminación de acuíferos con animales muertos.La mayoría de las batallas no fueron tal, sino simples matanzas de todo ser viviente, incluidos ancianos, mujeres y niños. Muchas veces también se exterminaba a los caballos, imprescindibles para la caza del bisonte. Su exterminio a manos de cazadores blancos fue causa de pandemias generalizadas entre los indígenas.
La caravana, formando un semicírculo protector en medio de la llanura, soporta a duras penas el asalto incesante de los guerreros indios. Los colonos, parapetados tras sus pertenencias, disparan sus carabinas contra el carrusel de aterradores jinetes indígenas que han pintado sus caras para atemorizar a sus enemigos; mientras, las mujeres y los niños recargan las armas y apagan los conatos de incendios que ocasionan, de manera esporádica, las flechas incendiarias.Algunos guerreros enardecidos saltan desde sus cabalgaduras para precipitarse, tomahawk en mano, sobre algún apurado defensor. Otros rebasan con sus caballos salvajes la línea defensiva, arrollando a cuantos tratan de oponérseles. Todo parece indicar que el asalto está a punto de decidirse y que la inminente matanza de colonos añadirá nuevas cabelleras de trofeo a los cinturones de los salvajes.En ese momento, se oye a lo lejos la corneta de la Caballería, y un tropel de soldados de uniforme azul, pañuelos de cuello amarillos y flexibles sombreros de ala ancha se lanzan al galope, salvando así a la afligida caravana de su siniestro destino. Los colonos se ponen de pie y disparan con sus Winchester, entre gritos de alegría, contra los sorprendidos pieles rojas que emprenden una veloz retirada.La escena, propia de cualquier western estadounidense, poco tiene que ver con la realidad. Lo cierto es que las tribus indígenas norteamericanas fueron expulsadas de sus tierras y arrinconadas en reservas.
Las batallas decisivas del Lejano Oeste[/h]Publicado el 13 junio 2011 por Javier Ramos
Los conflictos entre los colonos blancos y los pueblos indígenas del norte de América se remontan al siglo XVII. Resultó ser un movimiento básicamente civil, protagonizado por inmigrantes de origen europeo o norteamericano que se extendieron por las tierras vírgenes, ocupándolas y expulsando de ellas a sus legítimos habitantes. Dieron así comienzo las denominadas Guerras Indias, conflictos de tipo racial en las que las tribus indígenas resultaron diezmadas. En más de 40 conflictos, de 1775 a 1890, 45.000 indios y 19.000 blancos perdieron la vida.Fue en 1817 cuando el presidente de los Estados Unidos James Monroe decidió lanzar una campaña contra las tribus creek y seminola, que estaban atacando Georgia desde la colonia española de Florida. Además de tratar de evitar que esta tierra se convirtiera en refugio de esclavos huidos, su intención era la de apoderarse de la colonia. Para justificar el ataque, los americanos alegaron que España era un país incapaz de asegurar sus fronteras.
Grabado del siglo XIX rememorando un ataque de los indios seminolas. Crédito: Biblioteca del Congreso de los EE.UU.
Una escaramuza del general Hamar contra los indios en 1790 y el fracaso de otra expedición similar al año siguiente propiciaron el impulso para organizar una legión compuesta por infantería regular y dragones (soldados a pie o a caballo). Estas tropas se enfrentaron a los pieles rojas en Fallen Timbers, en julio de 1794, y derrotaron por completo a una fuerza de casi un millar de guerreros.APARECE EL SÉPTIMO DE CABALLERÍAEl estallido de la Guerra de Secesión dejó las tierras de la frontera carentes de la protección de fuerzas regulares y muy pronto se convirtieron en escenario de toda suerte de actos de violencia entre los indígenas y los colonos, además de santuario de forajidos y desertores. Tan pronto como cesaron las hostilidades, el vencedor Gobierno de Washington se vio obligado a mantener una destacada presencia en los estados vencidos del Sur. La administración sólo contaba allí con seis regimientos de caballería, insuficientes. Fue necesario formar cuatro nuevos contingentes, el 7º, el 8º, el 9º y el 10º. Nacía de esta forma el mítico Séptimo de Caballería, comandado por el carismático teniente coronel George Armstrong Custer.
Una de sus primeras acciones contra los indios fue la denominada Batalla del río Washita, cuando sus hombres cargaron sobre el campamento cheyene de Olla Negra en 1868. Mataron a un centenar de indios, incluyendo al jefe y su esposa, cuyos cadáveres fueron luego pisoteados por los caballos. Sólo once de los fallecidos eran guerreros. Pero la masacre sería vengada años más tarde en Little Big Horn, en el estado de Montana.Poco antes, tras violar el tratado de Fort Laramie, una expedición se adentró en las Black Hills y confirmó la existencia de grandes reservas auríferas. Los indios protestaron por la presencia del hombre blanco en sus tierras. Sin embargo, miles de buscadores de oro se internaron en la reserva sioux en busca de fortuna mientras el Gobierno Federal presionaba a los jefes indios para que vendieran estos territorios.Un año después, el Gobierno les dio un ultimátum, fijando fecha para la salida de los sioux nómadas hacia las nuevas áreas de reserva fijadas. La guerra resultó inevitable y, el 17 de junio de 1876, la columna de cinco mil hombres al mando del general George Crook, sufrió una severa derrota frente a los lakota y cheyene de Caballo Loco. El avance estadounidense se paralizó, mientras el líder indio se reunía con las fuerzas de otro jefe carismático, Toro Sentado, acampado en Little Big Horn. El enorme campamento reunió más de un millar de tipies, con cerca de siete mil indios. Entre ellos había medio millar de guerreros.En total, el Séptimo de Caballería sufrió la muerte de 16 oficiales, 237 soldados y diez civiles. Toro Sentado huyó a Canadá, pero regresó en 1881 para rendirse. Tras dos años en la cárcel, volvería a la reserva de sus gentes, en Dakota del Norte. En la gran mayoría de estas contiendas, los pieles rojas carecían de armamento pesado y sus armas de fuego se limitaban siempre a fusiles, pistolas y carabinas que podían capturar del enemigo, robar a los colonos o adquirir a los traficantes. Sus armas tradicionales fueron decisivas en los combates, en especial en el cuerpo a cuerpo: cuchillos, hachas de guerra, lanzas y escudos de cuero.MATANZAS Y ATAQUES INDISCRIMINADOS
Pero la supremacía tecnológica del hombre blanco llevó, de manera definitiva, a la derrota final de los indios. La rendición de los lakota en White Lay Creek, el 15 de enero de 1891, puso punto final a las Guerras Indias. Fue precedida por el asesinato de Toro Sentado y por la injustificada y absurda matanza de Wounded Knee. En ella, un destacamento de 500 soldados al mando del coronel James Forsyth intentó desarmar la banda de Pie Grande. Murieron 90 guerreros y 200 mujeres y niños en un ataque indiscriminado.Con el fin de vencer en estas largas contiendas, el hombre blanco recurrió a todo: la confrontación directa con los indios, la difusión de lacras sociales como el alcoholismo y hasta la guerra bacteriológica. De hecho, distribuyeron entre los pieles rojas regalos como mantas y ropas de abrigo que antes habían pertenecido a enfermos infecciosos. En otras ocasiones se les envenenó directamente con bebidas tóxicas para acabar con ellos. También se empleó la contaminación de acuíferos con animales muertos.La mayoría de las batallas no fueron tal, sino simples matanzas de todo ser viviente, incluidos ancianos, mujeres y niños. Muchas veces también se exterminaba a los caballos, imprescindibles para la caza del bisonte. Su exterminio a manos de cazadores blancos fue causa de pandemias generalizadas entre los indígenas.