[h=1]La huérfana de guerra que logró ser bailarina[/h]
William Kremer
BBC
Última actualización: Domingo, 21 de octubre de 2012
Michaela DePrince se sintió atraída por el ballet desde que vio la foto de una bailarina en una revista abandonada.
El debut profesional en un escenario es un momento crucial para cualquier bailarina, pero para Michaela DePrince marca además el fin de una transición extraordinaria desde su infancia como huérfana de guerra en Sierra Leona.
"Salí de un lugar terrible", cuenta DePrince, "nunca imaginé que llegaría hasta aquí, mi sueño se hizo realidad".
[h=3]Contenido relacionado[/h]
Michaela nació en Sierra Leona en 1995 y sus padres le pusieron el nombre de Mabinty. Pero ambos murieron durante la guerra civil (1991-2002) y la pequeña fue enviada a un orfanato, donde se convirtió en un número.
"Nos llamaban del uno al 27", recuerda, "el uno era el niño preferido del orfanato y el 27 el más menospreciado".
DePrince era el 27, porque padece vitiligo, una condición que se manifiesta con falta de pigmentación en partes de la piel. Para las "tías" que dirigían el albergue de huérfanos, esto era una prueba de que un espíritu maligno vivía en el cuerpo de la niña, que en ese entonces tenía tres años.
Michaela aún recuerda la severa hostilidad de las mujeres.
"Ellas me consideraban como la hija de un demonio. Todos los días me decían que nadie iba a querer adoptarme, porque nadie iba a querer a la hija de un demonio".
[h=2]El horror de la guerra[/h][h=3]La guerra civil en Sierra Leona[/h]
Pero aunque advertían a las otras niñas para que no jugaran con ella, Michaela se hizo amiga de la niña 26, también llamada Mabinty, despreciada por las encargadas del orfanato porque era zurda.
Las dos compartían colchón. Y por la noche, cuando Michaela tenía pesadillas, su compañera la tranquilizaba con cuentos y palabras amables.
Hubo una maestra que se interesó por ella y se quedaba después de las clases para ayudarla con sus tareas. Después, caminaban juntas hasta la entrada del edificio para despedirse.
Una noche, mientras se despedían, tres soldados rebeldes cruzaron la puerta.
"Dos de ellos estaban borrachos y el tercero era un niño", recuerda Michaela, "mi maestra, que estaba embarazada, ya había salido y yo estaba adentro".
La guerra civil de Sierra Leona, que duró más de una década, se caracterizó por las atrocidades cometidas contra la población civil, entre ellas, la mutilación de mujeres encinta. Los soldados les cortaban el vientre para ver de qué sexo era el feto.
"Si encontraban un varón, dejaban ir a la mujer, o la mataban pero salvaban al niño", dice Michaela, "pero esta vez encontraron una niña cuando abrieron el vientre de mi maestra, así que le cortaron los brazos y las piernas".
El niño más joven, según el relato de Michaela, también la atacó a ella con un machete, quizás para impresionar a los mayores. Ella se desmayó, cuenta, pero fue rescatada cuando su amiga Mabinty dio la voz de alarma.
[h=2]El brillo de un tutú[/h][h=3]Tres hermanas de Sierra Leona[/h]
Mariel (niña número uno) a la izquierda, Mia (niña número 26) en el centro, y Michaela fueron adoptadas por Elaine and Charles DePrince de Nueva Jersey
La familia tiene otros seis hijos, cuatro de ellos también son adoptados
Mia tiene 18 años, quiere dedicarse a la música y toca cinco instrumentos
Mariel es unos meses más joven que Michaela, y según su hermana es una joven muy amable y alegre
Los recuerdos de su infancia son fragmentarios, momentos de dolorosa claridad ordenados cronológicamente.
Michaela cree que poco después de presenciar el asesinato de su maestra encontró algo que iba a iluminar el resto de su vida: una revista abandonada.
"Había una fotografía de una mujer, estaba parada en puntas de pie con un hermoso tutú color rosado. Yo nunca había visto nada igual, un traje tan brillante, era simplemente demasiada belleza. Podía ver la hermosura de esa persona y la esperanza y el amor y todo lo que yo no tenía."
"Y pensé: guau! Esto es lo que quiero ser".
Michaela arrancó la fotografía de la revista y, a falta de otro lugar donde guardarla, la escondió entre su ropa interior.
Un día advirtieron al orfanato que iba a ser bombardeado y todos los niños fueron enviados a un campamento de refugiados lejano. Allí Michaela se enteró de que iban a adoptar a su mejor amiga.
Una mujer estadounidense, Elaine DePrince, había llegado al campamento para adoptar a la niña número 26, que iba a llamarse Mia. Por un momento, Michaela se angustió pensando que todos los otros niños encontrarían nuevos hogares y ella se quedaría sola.
Pero hubo un cambio de planes: cuando las responsables de las niñas le dijeron a Elaine DePrince que era difícil que Michaela encontrara un hogar, ella decidió adoptar a las dos niñas.
Michaela recuerda cómo le costó entender lo que le estaba sucediendo. Estaba fascinada con la mujer estadounidense y con su deslumbrante cabello rubio, pero tambien tenía algo más en mente.
"Yo le miraba los pies porque pensaba: ¡Todos deben llevar zapatillas de ballet en Estados Unidos!".
Pero Elaine no usaba zapatillas de ballet y tampoco las llevaba entre su equipaje, como Michaela descubrió esa noche.
Su nueva madre pronto percibió la obsesión de la niña con el ballet.
"Encontramos un video de Cascanueces y lo vi 150 veces", dice Michaela.
Cuando finalmente fueron a ver la obra en vivo, ella fue capaz de señalar a su madre cada vez que los bailarines perdían el paso.
Elaine apuntó a Michaela en la academia de danza Rock School de Filadelfia cuando tenía 5 años y la llevó cada día en un viaje de 45 minutos desde Nueva Jersey.
[h=2]Nuevos desafíos[/h][h=3]La vida de Michaela[/h]
Pero la niña seguía siendo tímida y acomplejada por su vitiligo.
"Era lo único que pensaba mientras estaba en el escenario, no podía mirarme a mí misma en el espejo".
En lugar de disfrutar de los brillantes tutús y canesús que habían llamado su atención en un principio, se cubría todo lo que podía con prendas de cuello alto.
Hasta que un día le preguntó a una de sus profesoras de ballet si pensaba que las manchas de su piel podían frenar su carrera. La profesora no sabía de que estaba hablando, ni siquiera las había notado.
Para Michaela, eso fue revelador.
Sin embargo, dice, es difícil ser una bailarina negra, incluso en Estados Unidos. Ella cree que es porque se supone que el cuerpo de bailarinas -las que no son solistas- debe tener una apariencia uniforme.
"Es un desafío", comenta. "Si te fijas en las compañías de ballet no verás muchas bailarinas negras, puedes ver mulatas, pero hay sólo una o dos solistas de color en todo Estados Unidos".
Con 17 años, Michaela realizó recientemente su primera gira con el Teatro de Danza de Harlem, compañía que tiene una mayoría de bailarines mulatos y afroamericanos.
"Me he convertido en una persona más alegre, antes era más tímida", admite la joven.
"He crecido y soy muy feliz con la manera en que están saliendo las cosas".
William Kremer
BBC
Última actualización: Domingo, 21 de octubre de 2012
El debut profesional en un escenario es un momento crucial para cualquier bailarina, pero para Michaela DePrince marca además el fin de una transición extraordinaria desde su infancia como huérfana de guerra en Sierra Leona.
"Salí de un lugar terrible", cuenta DePrince, "nunca imaginé que llegaría hasta aquí, mi sueño se hizo realidad".
[h=3]Contenido relacionado[/h]
Michaela nació en Sierra Leona en 1995 y sus padres le pusieron el nombre de Mabinty. Pero ambos murieron durante la guerra civil (1991-2002) y la pequeña fue enviada a un orfanato, donde se convirtió en un número.
"Nos llamaban del uno al 27", recuerda, "el uno era el niño preferido del orfanato y el 27 el más menospreciado".
DePrince era el 27, porque padece vitiligo, una condición que se manifiesta con falta de pigmentación en partes de la piel. Para las "tías" que dirigían el albergue de huérfanos, esto era una prueba de que un espíritu maligno vivía en el cuerpo de la niña, que en ese entonces tenía tres años.
Michaela aún recuerda la severa hostilidad de las mujeres.
"Ellas me consideraban como la hija de un demonio. Todos los días me decían que nadie iba a querer adoptarme, porque nadie iba a querer a la hija de un demonio".
[h=2]El horror de la guerra[/h][h=3]La guerra civil en Sierra Leona[/h]
- Duró 11 años, terminó oficialmente en 2002
- Se estima que más de 50.000 personas murieron en este conflicto
- Miles más fueron víctimas de una campaña de violaciones y mutilaciones que cometieron rebeldes del Frente Unido Revolucionario (RUF, por sus siglas en inglés)
Pero aunque advertían a las otras niñas para que no jugaran con ella, Michaela se hizo amiga de la niña 26, también llamada Mabinty, despreciada por las encargadas del orfanato porque era zurda.
Las dos compartían colchón. Y por la noche, cuando Michaela tenía pesadillas, su compañera la tranquilizaba con cuentos y palabras amables.
Hubo una maestra que se interesó por ella y se quedaba después de las clases para ayudarla con sus tareas. Después, caminaban juntas hasta la entrada del edificio para despedirse.
Una noche, mientras se despedían, tres soldados rebeldes cruzaron la puerta.
"Dos de ellos estaban borrachos y el tercero era un niño", recuerda Michaela, "mi maestra, que estaba embarazada, ya había salido y yo estaba adentro".
La guerra civil de Sierra Leona, que duró más de una década, se caracterizó por las atrocidades cometidas contra la población civil, entre ellas, la mutilación de mujeres encinta. Los soldados les cortaban el vientre para ver de qué sexo era el feto.
"Si encontraban un varón, dejaban ir a la mujer, o la mataban pero salvaban al niño", dice Michaela, "pero esta vez encontraron una niña cuando abrieron el vientre de mi maestra, así que le cortaron los brazos y las piernas".
El niño más joven, según el relato de Michaela, también la atacó a ella con un machete, quizás para impresionar a los mayores. Ella se desmayó, cuenta, pero fue rescatada cuando su amiga Mabinty dio la voz de alarma.
[h=2]El brillo de un tutú[/h][h=3]Tres hermanas de Sierra Leona[/h]
La familia tiene otros seis hijos, cuatro de ellos también son adoptados
Mia tiene 18 años, quiere dedicarse a la música y toca cinco instrumentos
Mariel es unos meses más joven que Michaela, y según su hermana es una joven muy amable y alegre
Los recuerdos de su infancia son fragmentarios, momentos de dolorosa claridad ordenados cronológicamente.
Michaela cree que poco después de presenciar el asesinato de su maestra encontró algo que iba a iluminar el resto de su vida: una revista abandonada.
"Había una fotografía de una mujer, estaba parada en puntas de pie con un hermoso tutú color rosado. Yo nunca había visto nada igual, un traje tan brillante, era simplemente demasiada belleza. Podía ver la hermosura de esa persona y la esperanza y el amor y todo lo que yo no tenía."
"Y pensé: guau! Esto es lo que quiero ser".
Michaela arrancó la fotografía de la revista y, a falta de otro lugar donde guardarla, la escondió entre su ropa interior.
Un día advirtieron al orfanato que iba a ser bombardeado y todos los niños fueron enviados a un campamento de refugiados lejano. Allí Michaela se enteró de que iban a adoptar a su mejor amiga.
Una mujer estadounidense, Elaine DePrince, había llegado al campamento para adoptar a la niña número 26, que iba a llamarse Mia. Por un momento, Michaela se angustió pensando que todos los otros niños encontrarían nuevos hogares y ella se quedaría sola.
Pero hubo un cambio de planes: cuando las responsables de las niñas le dijeron a Elaine DePrince que era difícil que Michaela encontrara un hogar, ella decidió adoptar a las dos niñas.
Michaela recuerda cómo le costó entender lo que le estaba sucediendo. Estaba fascinada con la mujer estadounidense y con su deslumbrante cabello rubio, pero tambien tenía algo más en mente.
"Yo le miraba los pies porque pensaba: ¡Todos deben llevar zapatillas de ballet en Estados Unidos!".
Pero Elaine no usaba zapatillas de ballet y tampoco las llevaba entre su equipaje, como Michaela descubrió esa noche.
Su nueva madre pronto percibió la obsesión de la niña con el ballet.
"Encontramos un video de Cascanueces y lo vi 150 veces", dice Michaela.
Cuando finalmente fueron a ver la obra en vivo, ella fue capaz de señalar a su madre cada vez que los bailarines perdían el paso.
Elaine apuntó a Michaela en la academia de danza Rock School de Filadelfia cuando tenía 5 años y la llevó cada día en un viaje de 45 minutos desde Nueva Jersey.
[h=2]Nuevos desafíos[/h][h=3]La vida de Michaela[/h]
- 1995: nació en Sierra Leona
- 1999: fue adoptada y se trasladó a EE.UU., cuando tenía casi cinco años la inscribieron en la academia de danza Rock School en Filadelfia.
- 2012: se graduó en la escuela de ballet Jacqueline Kennedy Onassis en el American Ballet Theatre de Nueva York, y se unió a la compañía Dance Theatre de Harlem
- 19 de Julio de 2012: debutó profesionalmente en el papel de Gulnare en el estreno en Sudáfrica de Le Corsaire
Pero la niña seguía siendo tímida y acomplejada por su vitiligo.
"Era lo único que pensaba mientras estaba en el escenario, no podía mirarme a mí misma en el espejo".
En lugar de disfrutar de los brillantes tutús y canesús que habían llamado su atención en un principio, se cubría todo lo que podía con prendas de cuello alto.
Hasta que un día le preguntó a una de sus profesoras de ballet si pensaba que las manchas de su piel podían frenar su carrera. La profesora no sabía de que estaba hablando, ni siquiera las había notado.
Para Michaela, eso fue revelador.
Sin embargo, dice, es difícil ser una bailarina negra, incluso en Estados Unidos. Ella cree que es porque se supone que el cuerpo de bailarinas -las que no son solistas- debe tener una apariencia uniforme.
"Es un desafío", comenta. "Si te fijas en las compañías de ballet no verás muchas bailarinas negras, puedes ver mulatas, pero hay sólo una o dos solistas de color en todo Estados Unidos".
Con 17 años, Michaela realizó recientemente su primera gira con el Teatro de Danza de Harlem, compañía que tiene una mayoría de bailarines mulatos y afroamericanos.
"Me he convertido en una persona más alegre, antes era más tímida", admite la joven.
"He crecido y soy muy feliz con la manera en que están saliendo las cosas".