En los Cuento infantiles esta se toca esta pesadilla
En 1348, una enfermedad terrible y desconocida se propagó por Europa, y en pocos años sembró la muerte y la destrucción por todo el continente
A mediados del siglo XIV, entre 1346 y 1347, estalló la mayor epidemia de peste de la historia de Europa, tan sólo comparable con la que asoló el continente en tiempos del emperador Justiniano (siglos VI-VII). Desde entonces la peste negra se convirtió en una inseparable compañera de viaje de la población europea, hasta su último brote a principios del siglo XVIII. Sin embargo, el mal jamás se volvió a manifestar con la virulencia de 1346-1353, cuando impregnó la conciencia y la conducta de las gentes, lo que no es de extrañar. Por entonces había otras enfermedades endémicas que azotaban constantemente a la población, como la disentería, la gripe, el sarampión y la lepra, la más temida. Pero la peste tuvo un impacto pavoroso: por un lado, era un huésped inesperado, desconocido y fatal, del cual se ignoraba tanto su origen como su terapia; por otro lado, afectaba a todos, sin distinguir apenas entre pobres y ricos. Quizá por esto último, porque afectaba a los mendigos, pero no se detenía ante los reyes, tuvo tanto eco en las fuentes escritas, en las que encontramos descripciones tan exageradas como apocalípticas.
Sobre el origen de las enfermedades contagiosas circulaban en la Edad Media explicaciones muy diversas. Algunas, heredadas de la medicina clásica griega, atribuían el mal a los miasmas, es decir, a la corrupción del aire provocada por la emanación de materia orgánica en descomposición, la cual se transmitía al cuerpo humano a través de la respiración o por contacto con la piel. Hubo quienes imaginaron que la peste podía tener un origen astrológico –ya fuese la conjunción de determinados planetas, los eclipses o bien el paso de cometas– o bien geológico, como producto de erupciones volcánicas y movimientos sísmicos que liberaban gases y efluvios tóxicos. Todos estos hechos se consideraban fenómenos sobrenaturales achacables a la cólera divina por los pecados de la humanidad.
De las ratas al hombre
Únicamente en el siglo XIX se superó la idea de un origen sobrenatural de la peste. El temor a un posible contagio a escala planetaria de la epidemia, que entonces se había extendido por amplias regiones de Asia, dio un fuerte impulso a la investigación científica, y fue así como los bacteriólogos Kitasato y Yersin, de forma independiente pero casi al unísono, descubrieron que el origen de la peste era la bacteria yersinia pestis, que afectaba a las ratas negras y a otros roedores y se transmitía a través de los parásitos que vivían en esos animales, en especial las pulgas (chenopsylla cheopis), las cuales inoculaban el bacilo a los humanos con su picadura. La peste era, pues, una zoonosis, una enfermedad que pasa de los animales a los seres humanos. El contagio era fácil porque ratas y humanos estaban presentes en graneros, molinos y casas –lugares en donde se almacenaba o se transformaba el grano del que se alimentan estos roedores–, circulaban por los mismos caminos y se trasladaban con los mismos medios, como los barcos.
La bacteria rondaba los hogares durante un período de entre 16 y 23 días antes de que se manifestaran los primeros síntomas de la enfermedad. Transcurrían entre tres y cinco días más hasta que se produjeran las primeras muertes, y tal vez una semana más hasta que la población no adquiría conciencia plena del problema en toda su dimensión. La enfermedad se manifestaba en las ingles, axilas o cuello, con la inflamación de alguno de los nódulos del sistema linfático acompañada de supuraciones y fiebres altas que provocaban en los enfermos escalofríos, rampas y delirio; el ganglio linfático inflamado recibía el nombre de bubón o carbunco, de donde proviene el término «peste bubónica». La forma de la enfermedad más corriente era la peste bubónica primaria, pero había otras variantes: la peste septicémica, en la cual el contagio pasaba a la sangre, lo que se manifestaba en forma de visibles manchas oscuras en la piel –de ahí el nombre de «muerte negra» que recibió la epidemia–, y la peste neumónica, que afectaba el aparato respiratorio y provocaba una tos expectorante que podía dar lugar al contagio a través del aire. La peste septicémica y la neumónica no dejaban supervivientes.
Origen y propagación
La peste negra de mediados del siglo XIV se extendió rápidamente por las regiones de la cuenca mediterránea y el resto de Europa en pocos años. El punto de partida se situó en la ciudad comercial de Caffa (actual Feodosia), en la península de Crimea, a orillas del mar Negro. En 1346, Caffa estaba asediada por el ejército mongol, en cuyas filas se manifestó la enfermedad. Se dijo que fueron los mongoles quienes extendieron el contagio a los sitiados arrojando sus muertos mediante catapultas al interior de los muros, pero es más probable que la bacteria penetrara a través de ratas infectadas con las pulgas a cuestas. En todo caso, cuando tuvieron conocimiento de la epidemia, los mercaderes genoveses que mantenían allí una colonia comercial huyeron despavoridos, llevando consigo los bacilos hacia los puntos de destino, en Italia, desde donde se difundió por el resto del continente.
Una de las grandes cuestiones que se plantean es la velocidad de propagación de la peste negra. Algunos historiadores proponen que la modalidad mayoritaria fue la peste neumónica o pulmonar, y que su transmisión a través del aire hizo que el contagio fuera muy rápido. Sin embargo, cuando se afectaban los pulmones y la sangre la muerte se producía de forma segura y en un plazo de horas, de un día como máximo, y a menudo antes de que se desarrollara la tos expectorante, que era el vehículo de transmisión. Por tanto, dada la rápida muerte de los portadores de la enfermedad, el contagio por esta vía sólo podía producirse en un tiempo muy breve, y su expansión sería más lenta.
Los indicios sugieren que la plaga fue, ante todo, de peste bubónica primaria. La transmisión se produjo a través de barcos y personas que transportaban los fatídicos agentes, las ratas y las pulgas infectadas, entre las mercancías o en sus propios cuerpos, y de este modo propagaban la peste, sin darse cuenta, allí donde llegaban. Las grandes ciudades comerciales eran los principales focos de recepción. Desde ellas, la plaga se transmitía a los burgos y las villas cercanas, que, a su vez, irradiaban el mal hacia otros núcleos de población próximos y hacia el campo circundante. Al mismo tiempo, desde las grandes ciudades la epidemia se proyectaba hacia otros centros mercantiles y manufactureros situados a gran distancia en lo que se conoce como «saltos metastásicos», por los que la peste se propagaba a través de las rutas marítimas, fluviales y terrestres del comercio internacional, así como por los caminos de peregrinación. Estas ciudades, a su vez, se convertían en nuevos epicentros de propagación a escala regional e internacional. La propagación por vía marítima podía alcanzar unos 40 kilómetros diarios, mientras que por vía terrestre oscilaba entre 0,5 y 2 kilómetros, con tendencia a aminorar la marcha en estaciones más frías o latitudes con temperaturas e índices de humedad más bajos. Ello explica que muy pocas regiones se libraran de la plaga; tal vez, sólo Islandia y Finlandia.
A pesar de que muchos contemporáneos huían al campo cuando se detectaba la peste en las ciudades (lo mejor, se decía, era huir pronto y volver tarde), en cierto modo las ciudades eran más seguras, dado que el contagio era más lento porque las pulgas tenían más víctimas a las que atacar. En efecto, se ha constatado que la progresión de las enfermedades infecciosas es más lenta cuanto mayor es la densidad de población, y que la fuga contribuía a propagar el mal sin apenas dejar zonas a salvo; y el campo no escapó de las garras de la epidemia. En cuanto al número de muertes causadas por la peste negra, los estudios recientes arrojan cifras espeluznantes. El índice de mortalidad pudo alcanzar el 60 por ciento en el conjunto de Europa, ya como consecuencia directa de la infección, ya por los efectos indirectos de la desorganización social provocada por la enfermedad, desde las muertes por hambre hasta el fallecimiento de niños y ancianos por abandono o falta de cuidados.
Las cifras del horror
La península Ibérica, por ejemplo, pudo haber pasado de seis millones de habitantes a dos o bien dos y medio, con lo que habría perecido entre el 60 y el 65 por ciento de la población. Se ha calculado que ésta fue la mortalidad en Navarra, mientras que en Cataluña se situó entre el 50 y el 70 por ciento. Más allá de los Pirineos, los datos abundan en la idea de una catástrofe demográfica. En Perpiñán fallecieron del 58 al 68 por ciento de notarios y jurisperitos; tasas parecidas afectaron al clero de Inglaterra. La Toscana, una región italiana caracterizada por su dinamismo económico, perdió entre el 50 y el 60 por ciento de la población: Siena y San Gimignano, alrededor del 60 por ciento; Prato y Bolonia algo menos, sobre el 45 por ciento, y Florencia vio como de sus 92.000 habitantes quedaban poco más de 37.000. En términos absolutos, los 80 millones de europeos quedaron reducidos a tan sólo 30 entre 1347 y 1353.
Los brotes posteriores de la epidemia cortaron de raíz la recuperación demográfica de Europa, que no se consolidó hasta casi una centuria más tarde, a mediados del siglo XV. Para entonces eran perceptibles los efectos indirectos de aquella catástrofe. Durante los decenios que siguieron a la gran epidemia de 1347-1353 se produjo un notorio incremento de los salarios, a causa de la escasez de trabajadores. Hubo, también, una fuerte emigración del campo a las ciudades, que recuperaron su dinamismo. En el campo, un parte de los campesinos pobres pudieron acceder a tierras abandonadas, por lo que creció el número de campesinos con propiedades medianas, lo que dio un nuevo impulso a la economía rural. Así, algunos autores sostienen que la mortandad provocada por la peste pudo haber acelerado el arranque del Renacimiento y el inicio de la «modernización» de Europa.
PARA SABER MÁS
La Peste Negra (1346-1353). La historia completa. Ole Benedictow. Akal, Madrid, 2011.
A juzgar por la inflamación de los ganglios linfáticos que producía, se trató de una epidemia de Peste Bubónica.
Para algunos tratadistas antiguos existieron desde el punto de vista médico otras variantes: La peste septicémica, que dejaba sentir sus efectos sobre la sangre, y la neumónica, que producía inflamación pulmonar.
Si bien era posible que en algunas ocasiones el enfermo se recuperase de la primera, las otras resultaban casi siempre mortales.
La peste es causada por la bacteria Yersinia pestis que se contagia por las pulgas con la ayuda de la rata negra (Rattus rattus) - que podríamos llamar hoy la rata de cloaca.
Muchos creen que las ratas proliferaron debido a la mala fama que poseian los gatos como animales del demonio que acompañaban a las brujas.
Eso provoco que los gatos fueran perseguidos y ahuyentados con la consecuente desaparicion del principal controlador de la poblacion de ratas.
Miles de gatos fueron quemados en las hogueras, algunos junto sus dueñas al considerarlos sus servidores y la encarnación del Maligno
La peste pulmonar es una de varias formas de peste, que pueden ocurrir de manera separada o en combinación, dependiendo de las circunstancias:
La peste pulmonar ocurre cuando la Yersinia pestis infecta los pulmones.
Este tipo de peste puede propagarse de persona a persona a través del aire.
La peste pulmonar también puede propagarse al inhalar la Yersina pestis suspendida en las gotas minúsculas que se forman en las vías respiratorias de una persona (o animal) que sufre de peste pulmonar.
Para infectarse de esta manera, por lo general se requiere que una persona esté en contacto directo y cercano con una persona o animal enfermo.
La peste pulmonar también puede darse si una persona que sufre de peste bubónica o peste septicémica no recibe el tratamiento pertinente y la bacteria entra a los pulmones.
La peste bubónica es la peste más común . Esto ocurre cuando una pulga infectada pica a una persona o cuando ésta se infecta con materiales contaminados que entran por algún corte en la piel.
A los pacientes se le hinchan y duelen los ganglios (llamados bubones), tienen fiebre, dolor de cabeza, escalofríos y se sienten débiles.
La peste bubónica no se propaga de una persona a otra.
La peste septicémica ocurre cuando la bacteria de la peste se multiplica en la sangre por sí sola o a consecuencia de una complicación de la peste pulmonar o bubónica.
Cuando ocurre pos sí sola, se da de la misma manera como se da la peste bubónica, pero, no se forman bubones. Los pacientes presentan fiebre, escalofríos, postración, shock y hemorragia en la piel o en otros órganos. La peste septicémica no se propaga de una persona a otra.
No está enteramente claro dónde comenzó la mayor epidemia del siglo XIV, quizá en algún lugar por el norte de la India, pero más probablemente en las estepas de Asia central, desde donde fue llevada al oeste por los ejércitos mongoles.
La peste fue traída a Europa por la ruta de Crimea, donde la colonia genovesa de Kaffa (Feodosiya) fue asediada por los mongoles.
La Historia dice que los mongoles lanzaban con catapultas los cadáveres infectados dentro de la ciudad.
Los refugiados de Kaffa llevaron después la peste a Messina, Génova y Venecia, alrededor de 1347/1348. Algunos barcos no llevaban a nadie vivo cuando alcanzaron puerto.
Desde Italia la peste se extendió por Europa afectando a Francia, España, Inglaterra (en Junio de 1348) y Bretaña, Alemania, Escandinavia y finalmente el noroeste de Rusia alrededor de 1351.
Se pensaba entonces que los monjes mendicantes, los peregrinos, los soldados que regresaban a sus casas eran el vehículo para la introducción de las grandes epidemias de un país a otro.
Esto pudo ser en parte cierto, pero sin duda el comercio fue más peligroso ya que los barcos llegaban a puerto y descargaban junto con las mercancías las ratas infectadas procedentes de países donde la enfermedad era endémica.
Este fue sin duda el medio mayor de difusión.
Médico alemán con vestimenta para prevenir el contagio de la peste (siglo XVII).
El pico es una máscara de gas primitiva, rellena con sustancias aromaticas que se pensaba alejaban la peste
Según las fuentes se hablan de una mortandad de incluso 3/4 partes de la población a consecuencia de la peste y es que se estima murieron más de 25 millones de personas solo en Europa.
La información sobre mortalidad varía ampliamente entre las fuentes, pero se estima que alrededor de un tercio de la población de Europa murió desde el comienzo del brote a mitad del siglo XIV.
Aproximadamente 25 millones de muertes tuvieron lugar sólo en Europa junto a muchas otras en África y Asia. Algunas localidades fueron totalmente despobladas con los pocos supervivientes huyendo y expandiendo a enfermedad aún más lejos.
El descenso demográfico fue en algunas zonas realmente terrorífico.
En China y en la India por ejemplo, la peste produjo entre los enfermos que la contrajeron una mortandad que iba del 60 al 90%, los índices de la pulmonar fueron prácticamente del 100%, de ahí que los cronistas de la época nos hablen de que desapareció una cuarta parte, la mitad, o incluso nueve décimas partes de la población.
La gran pérdida de población trajo cambios económicos basados en el incremento de la movilidad social según la despoblación erosionaba las obligaciones de los campesinos (ya debilitadas) a permanecer en sus tierras tradicionales.
Muchos creían que la peste bubónica no era sino una especie de plaga bíblica que se abatía sobre los hombres para castigarlos por sus pecados.
Este clima de histeria y fanatismo religioso provocó que muchas personas comenzaran a automutilarse como forma de redención y penitencia.
Se hicieron muy populares las llamadas procesiones de flagelantes, que recorrían ciudades y pueblos azotándose con varas y látigos cual si del mismísimo Juicio Final se tratase, desgarrando sus carnes e implorando el perdón entre charcos de sangre.
La repentina escasez de mano de obra barata proporcionó un incentivo para la innovación que rompió el estancamiento de las épocas oscuras y, algunos argumentan, causó el Renacimiento, a pesar de que el Renacimiento ocurriera en algunas zonas (tales como Italia) antes que en otras.
A causa de la despoblación, sin embargo, los europeos supervivientes llegaron a ser los mayores consumidores de carne para una civilización anterior a la agricultura industrial.
Recientemente, los científicos Susan Scott y Christopher Duncan de la Universidad de Liverpool han propuesto la teoría de que la peste negra pudo haber sido causada por un virus similar al del Ébola, y no una bacteria.
Argumentan que esta plaga se extiendió mucho más deprisa y el periodo de incubación fue más largo que en el caso de las plagas causadas por Yersinia pestis. (Un periodo de incubación más largo permite que los portadores de la enfermedad puedan viajar más lejos e infectar a más personas que un periodo de incubación más corto.
Los estudios realizados a partir de los documentos en iglesias inglesas indican un largo periodo de incubación, de más de 30 días, y que pudo haber contribuido a la rápida propagación de la enfermedad, de hasta 5 km al día.
La peste negra se propagó por zonas donde no hay ratas, como Islandia, fue transmitida entre personas (lo que ocurre raramente con Yersinia pestis) y algunos genes que determinan la inmunidad a virus parecidos al Ébola están mucho más extendidos en Europa que en otras partes del mundo.
En una línea similar de pensamiento, el historiador Norman F. Cantor, en su libro In the Wake of the Plague (En el despertar de la peste, 2001), sugiere que la Peste Negra pudo haber sido una combinación de pandemias entre las que se podría encontrar una forma de ántrax.
Cita, entre otras cosas, informes sobre los síntomas de la enfermedad que no concuerdan con los efectos conocidos de las pestes bubónica y neumónica; el descubrimiento de esporas de ántrax en un cementerio de víctimas de la Peste Negra en Escocia y el hecho de que se sabe que se vendió carne de ganado infectado en muchas áreas rurales de Inglaterra poco antes del comienzo de la peste.
Más aún, lo que fue considerado previamente la evidencia definitiva a favor de la teoría de la Yersinia pestis, tejido de pulpa dental tomado de un cementerio en Montpellier de la epidemia del siglo XIV, que contenía DNA de Y. pestis, nunca fue confirmado en ningún otro cementerio.
Hay, sin embargo, contra argumentos para esta teoría.
Ejemplos históricos de pandemias de otras enfermedades en poblaciones no expuestas previamente, tales como viruela y tuberculosis entre Indios Americanos, muestran que debido a que no hay una adaptación heredada a la enfermedad, su curso en la primera epidemia es más rápido y mucho más virulento que posteriores epidemias entre los descendientes o supervivientes.
El Oriente Medio y el Oriente lejano fueron afectados igualmente mal (como testifica la Rihla de Ibn Battuta), así que es curiosa la prevalencia de genes de inmunidad específicamente en europeos.
Además, la peste volvió repetidamente y fue considerada como la misma enfermedad a través de los sucesivos siglos hasta los tiempos modernos cuando fue identificada la bacteria Yersinia.
En Septiembre de 2003, un equipo de investigadores de la Universidad de Oxford reveló los sorprendentes resultados de pruebas hechas sobre 121 dientes de 66 esqueletos encontrados en fosas comunes del siglo XIV.
Los restos no mostraron traza genética alguna de Yersinia pestis, y los investigadores sugieren que el estudio de Montpellier podría haber sido defectuoso.

En 1348, una enfermedad terrible y desconocida se propagó por Europa, y en pocos años sembró la muerte y la destrucción por todo el continente
A mediados del siglo XIV, entre 1346 y 1347, estalló la mayor epidemia de peste de la historia de Europa, tan sólo comparable con la que asoló el continente en tiempos del emperador Justiniano (siglos VI-VII). Desde entonces la peste negra se convirtió en una inseparable compañera de viaje de la población europea, hasta su último brote a principios del siglo XVIII. Sin embargo, el mal jamás se volvió a manifestar con la virulencia de 1346-1353, cuando impregnó la conciencia y la conducta de las gentes, lo que no es de extrañar. Por entonces había otras enfermedades endémicas que azotaban constantemente a la población, como la disentería, la gripe, el sarampión y la lepra, la más temida. Pero la peste tuvo un impacto pavoroso: por un lado, era un huésped inesperado, desconocido y fatal, del cual se ignoraba tanto su origen como su terapia; por otro lado, afectaba a todos, sin distinguir apenas entre pobres y ricos. Quizá por esto último, porque afectaba a los mendigos, pero no se detenía ante los reyes, tuvo tanto eco en las fuentes escritas, en las que encontramos descripciones tan exageradas como apocalípticas.
Sobre el origen de las enfermedades contagiosas circulaban en la Edad Media explicaciones muy diversas. Algunas, heredadas de la medicina clásica griega, atribuían el mal a los miasmas, es decir, a la corrupción del aire provocada por la emanación de materia orgánica en descomposición, la cual se transmitía al cuerpo humano a través de la respiración o por contacto con la piel. Hubo quienes imaginaron que la peste podía tener un origen astrológico –ya fuese la conjunción de determinados planetas, los eclipses o bien el paso de cometas– o bien geológico, como producto de erupciones volcánicas y movimientos sísmicos que liberaban gases y efluvios tóxicos. Todos estos hechos se consideraban fenómenos sobrenaturales achacables a la cólera divina por los pecados de la humanidad.
De las ratas al hombre
Únicamente en el siglo XIX se superó la idea de un origen sobrenatural de la peste. El temor a un posible contagio a escala planetaria de la epidemia, que entonces se había extendido por amplias regiones de Asia, dio un fuerte impulso a la investigación científica, y fue así como los bacteriólogos Kitasato y Yersin, de forma independiente pero casi al unísono, descubrieron que el origen de la peste era la bacteria yersinia pestis, que afectaba a las ratas negras y a otros roedores y se transmitía a través de los parásitos que vivían en esos animales, en especial las pulgas (chenopsylla cheopis), las cuales inoculaban el bacilo a los humanos con su picadura. La peste era, pues, una zoonosis, una enfermedad que pasa de los animales a los seres humanos. El contagio era fácil porque ratas y humanos estaban presentes en graneros, molinos y casas –lugares en donde se almacenaba o se transformaba el grano del que se alimentan estos roedores–, circulaban por los mismos caminos y se trasladaban con los mismos medios, como los barcos.
La bacteria rondaba los hogares durante un período de entre 16 y 23 días antes de que se manifestaran los primeros síntomas de la enfermedad. Transcurrían entre tres y cinco días más hasta que se produjeran las primeras muertes, y tal vez una semana más hasta que la población no adquiría conciencia plena del problema en toda su dimensión. La enfermedad se manifestaba en las ingles, axilas o cuello, con la inflamación de alguno de los nódulos del sistema linfático acompañada de supuraciones y fiebres altas que provocaban en los enfermos escalofríos, rampas y delirio; el ganglio linfático inflamado recibía el nombre de bubón o carbunco, de donde proviene el término «peste bubónica». La forma de la enfermedad más corriente era la peste bubónica primaria, pero había otras variantes: la peste septicémica, en la cual el contagio pasaba a la sangre, lo que se manifestaba en forma de visibles manchas oscuras en la piel –de ahí el nombre de «muerte negra» que recibió la epidemia–, y la peste neumónica, que afectaba el aparato respiratorio y provocaba una tos expectorante que podía dar lugar al contagio a través del aire. La peste septicémica y la neumónica no dejaban supervivientes.
Origen y propagación
La peste negra de mediados del siglo XIV se extendió rápidamente por las regiones de la cuenca mediterránea y el resto de Europa en pocos años. El punto de partida se situó en la ciudad comercial de Caffa (actual Feodosia), en la península de Crimea, a orillas del mar Negro. En 1346, Caffa estaba asediada por el ejército mongol, en cuyas filas se manifestó la enfermedad. Se dijo que fueron los mongoles quienes extendieron el contagio a los sitiados arrojando sus muertos mediante catapultas al interior de los muros, pero es más probable que la bacteria penetrara a través de ratas infectadas con las pulgas a cuestas. En todo caso, cuando tuvieron conocimiento de la epidemia, los mercaderes genoveses que mantenían allí una colonia comercial huyeron despavoridos, llevando consigo los bacilos hacia los puntos de destino, en Italia, desde donde se difundió por el resto del continente.
Una de las grandes cuestiones que se plantean es la velocidad de propagación de la peste negra. Algunos historiadores proponen que la modalidad mayoritaria fue la peste neumónica o pulmonar, y que su transmisión a través del aire hizo que el contagio fuera muy rápido. Sin embargo, cuando se afectaban los pulmones y la sangre la muerte se producía de forma segura y en un plazo de horas, de un día como máximo, y a menudo antes de que se desarrollara la tos expectorante, que era el vehículo de transmisión. Por tanto, dada la rápida muerte de los portadores de la enfermedad, el contagio por esta vía sólo podía producirse en un tiempo muy breve, y su expansión sería más lenta.
Los indicios sugieren que la plaga fue, ante todo, de peste bubónica primaria. La transmisión se produjo a través de barcos y personas que transportaban los fatídicos agentes, las ratas y las pulgas infectadas, entre las mercancías o en sus propios cuerpos, y de este modo propagaban la peste, sin darse cuenta, allí donde llegaban. Las grandes ciudades comerciales eran los principales focos de recepción. Desde ellas, la plaga se transmitía a los burgos y las villas cercanas, que, a su vez, irradiaban el mal hacia otros núcleos de población próximos y hacia el campo circundante. Al mismo tiempo, desde las grandes ciudades la epidemia se proyectaba hacia otros centros mercantiles y manufactureros situados a gran distancia en lo que se conoce como «saltos metastásicos», por los que la peste se propagaba a través de las rutas marítimas, fluviales y terrestres del comercio internacional, así como por los caminos de peregrinación. Estas ciudades, a su vez, se convertían en nuevos epicentros de propagación a escala regional e internacional. La propagación por vía marítima podía alcanzar unos 40 kilómetros diarios, mientras que por vía terrestre oscilaba entre 0,5 y 2 kilómetros, con tendencia a aminorar la marcha en estaciones más frías o latitudes con temperaturas e índices de humedad más bajos. Ello explica que muy pocas regiones se libraran de la plaga; tal vez, sólo Islandia y Finlandia.
A pesar de que muchos contemporáneos huían al campo cuando se detectaba la peste en las ciudades (lo mejor, se decía, era huir pronto y volver tarde), en cierto modo las ciudades eran más seguras, dado que el contagio era más lento porque las pulgas tenían más víctimas a las que atacar. En efecto, se ha constatado que la progresión de las enfermedades infecciosas es más lenta cuanto mayor es la densidad de población, y que la fuga contribuía a propagar el mal sin apenas dejar zonas a salvo; y el campo no escapó de las garras de la epidemia. En cuanto al número de muertes causadas por la peste negra, los estudios recientes arrojan cifras espeluznantes. El índice de mortalidad pudo alcanzar el 60 por ciento en el conjunto de Europa, ya como consecuencia directa de la infección, ya por los efectos indirectos de la desorganización social provocada por la enfermedad, desde las muertes por hambre hasta el fallecimiento de niños y ancianos por abandono o falta de cuidados.
Las cifras del horror
La península Ibérica, por ejemplo, pudo haber pasado de seis millones de habitantes a dos o bien dos y medio, con lo que habría perecido entre el 60 y el 65 por ciento de la población. Se ha calculado que ésta fue la mortalidad en Navarra, mientras que en Cataluña se situó entre el 50 y el 70 por ciento. Más allá de los Pirineos, los datos abundan en la idea de una catástrofe demográfica. En Perpiñán fallecieron del 58 al 68 por ciento de notarios y jurisperitos; tasas parecidas afectaron al clero de Inglaterra. La Toscana, una región italiana caracterizada por su dinamismo económico, perdió entre el 50 y el 60 por ciento de la población: Siena y San Gimignano, alrededor del 60 por ciento; Prato y Bolonia algo menos, sobre el 45 por ciento, y Florencia vio como de sus 92.000 habitantes quedaban poco más de 37.000. En términos absolutos, los 80 millones de europeos quedaron reducidos a tan sólo 30 entre 1347 y 1353.
Los brotes posteriores de la epidemia cortaron de raíz la recuperación demográfica de Europa, que no se consolidó hasta casi una centuria más tarde, a mediados del siglo XV. Para entonces eran perceptibles los efectos indirectos de aquella catástrofe. Durante los decenios que siguieron a la gran epidemia de 1347-1353 se produjo un notorio incremento de los salarios, a causa de la escasez de trabajadores. Hubo, también, una fuerte emigración del campo a las ciudades, que recuperaron su dinamismo. En el campo, un parte de los campesinos pobres pudieron acceder a tierras abandonadas, por lo que creció el número de campesinos con propiedades medianas, lo que dio un nuevo impulso a la economía rural. Así, algunos autores sostienen que la mortandad provocada por la peste pudo haber acelerado el arranque del Renacimiento y el inicio de la «modernización» de Europa.
PARA SABER MÁS
La Peste Negra (1346-1353). La historia completa. Ole Benedictow. Akal, Madrid, 2011.
A juzgar por la inflamación de los ganglios linfáticos que producía, se trató de una epidemia de Peste Bubónica.
Para algunos tratadistas antiguos existieron desde el punto de vista médico otras variantes: La peste septicémica, que dejaba sentir sus efectos sobre la sangre, y la neumónica, que producía inflamación pulmonar.

Si bien era posible que en algunas ocasiones el enfermo se recuperase de la primera, las otras resultaban casi siempre mortales.
La peste es causada por la bacteria Yersinia pestis que se contagia por las pulgas con la ayuda de la rata negra (Rattus rattus) - que podríamos llamar hoy la rata de cloaca.

Muchos creen que las ratas proliferaron debido a la mala fama que poseian los gatos como animales del demonio que acompañaban a las brujas.

Eso provoco que los gatos fueran perseguidos y ahuyentados con la consecuente desaparicion del principal controlador de la poblacion de ratas.
Miles de gatos fueron quemados en las hogueras, algunos junto sus dueñas al considerarlos sus servidores y la encarnación del Maligno

La peste pulmonar es una de varias formas de peste, que pueden ocurrir de manera separada o en combinación, dependiendo de las circunstancias:
La peste pulmonar ocurre cuando la Yersinia pestis infecta los pulmones.
Este tipo de peste puede propagarse de persona a persona a través del aire.
La peste pulmonar también puede propagarse al inhalar la Yersina pestis suspendida en las gotas minúsculas que se forman en las vías respiratorias de una persona (o animal) que sufre de peste pulmonar.
Para infectarse de esta manera, por lo general se requiere que una persona esté en contacto directo y cercano con una persona o animal enfermo.
La peste pulmonar también puede darse si una persona que sufre de peste bubónica o peste septicémica no recibe el tratamiento pertinente y la bacteria entra a los pulmones.
La peste bubónica es la peste más común . Esto ocurre cuando una pulga infectada pica a una persona o cuando ésta se infecta con materiales contaminados que entran por algún corte en la piel.

A los pacientes se le hinchan y duelen los ganglios (llamados bubones), tienen fiebre, dolor de cabeza, escalofríos y se sienten débiles.
La peste bubónica no se propaga de una persona a otra.
La peste septicémica ocurre cuando la bacteria de la peste se multiplica en la sangre por sí sola o a consecuencia de una complicación de la peste pulmonar o bubónica.
Cuando ocurre pos sí sola, se da de la misma manera como se da la peste bubónica, pero, no se forman bubones. Los pacientes presentan fiebre, escalofríos, postración, shock y hemorragia en la piel o en otros órganos. La peste septicémica no se propaga de una persona a otra.

No está enteramente claro dónde comenzó la mayor epidemia del siglo XIV, quizá en algún lugar por el norte de la India, pero más probablemente en las estepas de Asia central, desde donde fue llevada al oeste por los ejércitos mongoles.
La peste fue traída a Europa por la ruta de Crimea, donde la colonia genovesa de Kaffa (Feodosiya) fue asediada por los mongoles.
La Historia dice que los mongoles lanzaban con catapultas los cadáveres infectados dentro de la ciudad.
Los refugiados de Kaffa llevaron después la peste a Messina, Génova y Venecia, alrededor de 1347/1348. Algunos barcos no llevaban a nadie vivo cuando alcanzaron puerto.
Desde Italia la peste se extendió por Europa afectando a Francia, España, Inglaterra (en Junio de 1348) y Bretaña, Alemania, Escandinavia y finalmente el noroeste de Rusia alrededor de 1351.

Se pensaba entonces que los monjes mendicantes, los peregrinos, los soldados que regresaban a sus casas eran el vehículo para la introducción de las grandes epidemias de un país a otro.
Esto pudo ser en parte cierto, pero sin duda el comercio fue más peligroso ya que los barcos llegaban a puerto y descargaban junto con las mercancías las ratas infectadas procedentes de países donde la enfermedad era endémica.
Este fue sin duda el medio mayor de difusión.

Médico alemán con vestimenta para prevenir el contagio de la peste (siglo XVII).
El pico es una máscara de gas primitiva, rellena con sustancias aromaticas que se pensaba alejaban la peste

Según las fuentes se hablan de una mortandad de incluso 3/4 partes de la población a consecuencia de la peste y es que se estima murieron más de 25 millones de personas solo en Europa.
La información sobre mortalidad varía ampliamente entre las fuentes, pero se estima que alrededor de un tercio de la población de Europa murió desde el comienzo del brote a mitad del siglo XIV.

Aproximadamente 25 millones de muertes tuvieron lugar sólo en Europa junto a muchas otras en África y Asia. Algunas localidades fueron totalmente despobladas con los pocos supervivientes huyendo y expandiendo a enfermedad aún más lejos.
El descenso demográfico fue en algunas zonas realmente terrorífico.

En China y en la India por ejemplo, la peste produjo entre los enfermos que la contrajeron una mortandad que iba del 60 al 90%, los índices de la pulmonar fueron prácticamente del 100%, de ahí que los cronistas de la época nos hablen de que desapareció una cuarta parte, la mitad, o incluso nueve décimas partes de la población.
La gran pérdida de población trajo cambios económicos basados en el incremento de la movilidad social según la despoblación erosionaba las obligaciones de los campesinos (ya debilitadas) a permanecer en sus tierras tradicionales.

Muchos creían que la peste bubónica no era sino una especie de plaga bíblica que se abatía sobre los hombres para castigarlos por sus pecados.
Este clima de histeria y fanatismo religioso provocó que muchas personas comenzaran a automutilarse como forma de redención y penitencia.

Se hicieron muy populares las llamadas procesiones de flagelantes, que recorrían ciudades y pueblos azotándose con varas y látigos cual si del mismísimo Juicio Final se tratase, desgarrando sus carnes e implorando el perdón entre charcos de sangre.
La repentina escasez de mano de obra barata proporcionó un incentivo para la innovación que rompió el estancamiento de las épocas oscuras y, algunos argumentan, causó el Renacimiento, a pesar de que el Renacimiento ocurriera en algunas zonas (tales como Italia) antes que en otras.
A causa de la despoblación, sin embargo, los europeos supervivientes llegaron a ser los mayores consumidores de carne para una civilización anterior a la agricultura industrial.
Recientemente, los científicos Susan Scott y Christopher Duncan de la Universidad de Liverpool han propuesto la teoría de que la peste negra pudo haber sido causada por un virus similar al del Ébola, y no una bacteria.

Argumentan que esta plaga se extiendió mucho más deprisa y el periodo de incubación fue más largo que en el caso de las plagas causadas por Yersinia pestis. (Un periodo de incubación más largo permite que los portadores de la enfermedad puedan viajar más lejos e infectar a más personas que un periodo de incubación más corto.
Los estudios realizados a partir de los documentos en iglesias inglesas indican un largo periodo de incubación, de más de 30 días, y que pudo haber contribuido a la rápida propagación de la enfermedad, de hasta 5 km al día.
La peste negra se propagó por zonas donde no hay ratas, como Islandia, fue transmitida entre personas (lo que ocurre raramente con Yersinia pestis) y algunos genes que determinan la inmunidad a virus parecidos al Ébola están mucho más extendidos en Europa que en otras partes del mundo.

En una línea similar de pensamiento, el historiador Norman F. Cantor, en su libro In the Wake of the Plague (En el despertar de la peste, 2001), sugiere que la Peste Negra pudo haber sido una combinación de pandemias entre las que se podría encontrar una forma de ántrax.
Cita, entre otras cosas, informes sobre los síntomas de la enfermedad que no concuerdan con los efectos conocidos de las pestes bubónica y neumónica; el descubrimiento de esporas de ántrax en un cementerio de víctimas de la Peste Negra en Escocia y el hecho de que se sabe que se vendió carne de ganado infectado en muchas áreas rurales de Inglaterra poco antes del comienzo de la peste.

Más aún, lo que fue considerado previamente la evidencia definitiva a favor de la teoría de la Yersinia pestis, tejido de pulpa dental tomado de un cementerio en Montpellier de la epidemia del siglo XIV, que contenía DNA de Y. pestis, nunca fue confirmado en ningún otro cementerio.
Hay, sin embargo, contra argumentos para esta teoría.
Ejemplos históricos de pandemias de otras enfermedades en poblaciones no expuestas previamente, tales como viruela y tuberculosis entre Indios Americanos, muestran que debido a que no hay una adaptación heredada a la enfermedad, su curso en la primera epidemia es más rápido y mucho más virulento que posteriores epidemias entre los descendientes o supervivientes.

El Oriente Medio y el Oriente lejano fueron afectados igualmente mal (como testifica la Rihla de Ibn Battuta), así que es curiosa la prevalencia de genes de inmunidad específicamente en europeos.
Además, la peste volvió repetidamente y fue considerada como la misma enfermedad a través de los sucesivos siglos hasta los tiempos modernos cuando fue identificada la bacteria Yersinia.

En Septiembre de 2003, un equipo de investigadores de la Universidad de Oxford reveló los sorprendentes resultados de pruebas hechas sobre 121 dientes de 66 esqueletos encontrados en fosas comunes del siglo XIV.
Los restos no mostraron traza genética alguna de Yersinia pestis, y los investigadores sugieren que el estudio de Montpellier podría haber sido defectuoso.
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