1a parte
Una gesta de esfuerzo, comparable solo a lo ocurrido con los 33 mineros en 2010, se escribió en el mes de mayo, hace ya 84 años.
Por Héctor Alarcón Carrasco
En el corazón de la Cordillera de Las Raíces, en La Araucanía, se emplaza el túnel “Las Raíces”, en sus inicios ferroviario, hoy utilizado para el tránsito de vehículos. En 1932, fue escenario de una de las primeras tragedias de obreros chilenos atrapados bajo tierra. Y tal como en la Mina San José el 2010, la fe de muchos y el tesón y pericia de los rescatistas trajeron finalmente, con el favor de la Divina Providencia, las buenas noticias. Entérese de este capítulo poco conocido de nuestra historia.
Para hablar de la construcción del túnel “Las Raíces”, hay que remontarse a los lejanos años de fines del siglo XIX, cuando se dispone hacer los estudios para la creación de un ferrocarril que permitiera la unión de los océanos Pacífico y Atlántico por algún sector de la provincia de Malleco o Cautín y que quedara enlazado entre los puertos de Lebu o Puerto Saavedra y Bahía Blanca.
Luego de varios estudios se determinó la construcción desde la estación Púa, al sur de Victoria, cuyo ferrocarril debería unir básicamente a esta estación con Curacautín y Lonquimay y desde allí se desplazarían los rieles hasta la frontera.
Sin embargo para que la vía pudiera proyectarse entre Malalcahuello y Lonquimay se hacía necesario atravesar la cordillera de Las Raíces, para cuyo efecto fue necesario considerar la construcción de un túnel que pudiera permitir el libre tránsito del ferrocarril, especialmente en invierno cuando aquellos sectores se cubren de nieve y es imposible el tránsito por cualquier medio.
En 1912 el tren ya llegaba hasta Curacautín, pero habrán de pasar varios años para que el Estado decida la construcción del importante tramo Curacautín Lonquimay. En el intertanto se hacían estudios en la cordillera cercana al límite y se proponía la construcción de un túnel de unos mil metros.
En 1928 se retomaron seriamente los estudios para la construcción de la vía desde Curacautín a Lonquimay y los detalles del proyecto de construcción del túnel, que ya no sería de mil metros, como se había calculado, sino que sobrepasaría largamente los cuatro mil.
Finalmente mediante un compendioso informe sobre un estudio practicado por el ingeniero Emiliano Jiménez se sentaron las bases para la licitación que fue adjudicada a la firma argentina Lavenás y Poli en septiembre de 1929.
Los trabajos del túnel proyectado en 4545 metros, se iniciaron a fines de ese año con la apertura de las vías de acceso, ejecución de los canales de aducción para fuerza motriz, transporte y armaduría de máquinas, construcción de campamentos, y una serie de labores relativas a las obras.
Boca Norte fue el campamento ferroviario más importante creado para esta obra, en él se ubicó la administración y viviendas de empleados y obreros que trabajaron en la construcción del proyecto más grande de esta naturaleza en el sur del país. Contaba con posta de primeros auxilios, iglesia, plaza y teatro, donde se hacían funciones de teatro, cine y los bailes sociales en las grandes ocasiones como fiestas patrias y año nuevo. La plaza fue bautizada con el nombre de “Ingeniero Jiménez”, en honor al ingeniero Emiliano Jiménez, quien había trabajado durante varios años en los estudios de delimitación de la vía y el túnel mismo.
El censo de 27 de noviembre de 1930 nos da una idea de lo que fue este poblado ferroviario: Contaba con 92 viviendas y era habitado por 285 hombres y 125 mujeres, lo que hacía un total de 410 personas.
En abril de 1930, comenzaron a ejecutarse los trabajos del camino de acceso al túnel cuyas obras estuvieron a cargo del ingeniero Mario Valenti, de la firma constructora. Las faenas se iniciaron en el kilómetro cuatro con el cambio completo de la cubierta del puente negro, un trabajo similar en el puente sobre el Blanco y la construcción de una serie de puentes menores y alcantarillas a través del trayecto.
El año siguiente no fue del todo auspicioso para los trabajos, debido a un invierno excesivamente duro. A fines de ese año corrían aires de cesantía por todo el país. Los vaivenes políticos, el decaimiento del salitre y la depresión mundial son factores que dejan huella entre los habitantes de esta región apartada de la capital y es así como los curacautinenses se unían para presionar al Gobierno ante la presunta paralización de los trabajos del túnel.
El campamento estaba terminado, contaba con electricidad que producían dos plantas mediante fuerza hidráulica para los trabajos. Boca Norte tenía dos turbinas de 335 H.P. cada una, en tanto Boca Sur era alimentada por una de 700 H.P.
Las casas y edificios de administración del campamento eran de muy buena calidad, el que contaba incluso con una plaza central donde se reunían obreros y empleados en las horas de descanso para las prácticas del fútbol, habiéndose destacado dos clubes: uno de obreros y otro de empleados.
En la obra los trabajos de excavación eran apoyados por ventiladores tipo Roots, que podían aspirar y expeler el aire. Los tubos tenían un diámetro de 50 centímetros y se colocaron la mitad de acero y la mitad de madera.
El mal tiempo demoró el comienzo de los trabajos y sólo en julio de 1931 se iniciaron las faenas de perforación por medios mecánicos en las galerías.
Para efectuar estas tareas se ocuparon 14 martillos Jackhamer y 10 perforadoras Liner.
Para la extracción de escombros se utilizaron dos locomotoras eléctricas que usaban baterías recargables y para su labor arrastraban un tren de carros Decauville de trocha angosta, los que eran cargados a mano.
Se trabajaba en tres turnos de ocho horas. El avance máximo registrado aconteció en el sector de Boca Norte y fue de 8,40 metros y el máximo mensual fue de 305 metros en abril de 1933. En ambas bocas se registró un promedio aproximado de 228,14 metros.
En noviembre de 1931 había aumentado la cantidad de desempleados en la comuna. El municipio tuvo que abrir comedores para atender a cesantes y menesterosos ya que llegaba gran cantidad de gente atraída por el rumor de que el túnel recibirá más trabajadores y que se iniciará pronto la construcción del ferrocarril. Por tal motivo el Alcalde tuvo que solicitar al gobernador que se iniciasen los trabajos de reparación de caminos y paralelamente efectuaba una reunión con los vecinos más connotados con el fin de solicitar al Gobierno la pronta construcción del ferrocarril entre Curacautín y Lonquimay, a pesar de que todavía no estaba listo el túnel.
Las labores continuaban desarrollándose de acuerdo a lo estipulado en el contrato y tal como acontecía en las grandes obras, siempre las fiestas tenían características especiales. Es así como a fines diciembre de 1931 el ingeniero y administrador de la firma Lavenás y Poli Mario Valenti solicitaba permiso al municipio local para efectuar una fiesta de Año Nuevo, como se estilaba en aquellos años.
La celebración consistía en un baile popular la noche del 31 de diciembre y juegos atléticos, populares, además de un concurso hípico el día 1° de enero, hasta las 20 horas de ese día.
Se había dado conocimiento a la Tenencia de Carabineros, toda vez que el campamento estaba declarado zona seca, por lo que estaba prohibida la venta de alcohol en cualquier parte de las faenas.
Sin duda la planificada fiesta tuvo un atractivo interesante para los empleados y obreros de la firma. La plaza Ingeniero Jiménez fue el escenario de casi todas las competencias atléticas y el gimnasio sirvió de biógrafo, donde se exhibieron películas y cortos de esos años.
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Una gesta de esfuerzo, comparable solo a lo ocurrido con los 33 mineros en 2010, se escribió en el mes de mayo, hace ya 84 años.
Por Héctor Alarcón Carrasco
En el corazón de la Cordillera de Las Raíces, en La Araucanía, se emplaza el túnel “Las Raíces”, en sus inicios ferroviario, hoy utilizado para el tránsito de vehículos. En 1932, fue escenario de una de las primeras tragedias de obreros chilenos atrapados bajo tierra. Y tal como en la Mina San José el 2010, la fe de muchos y el tesón y pericia de los rescatistas trajeron finalmente, con el favor de la Divina Providencia, las buenas noticias. Entérese de este capítulo poco conocido de nuestra historia.
Para hablar de la construcción del túnel “Las Raíces”, hay que remontarse a los lejanos años de fines del siglo XIX, cuando se dispone hacer los estudios para la creación de un ferrocarril que permitiera la unión de los océanos Pacífico y Atlántico por algún sector de la provincia de Malleco o Cautín y que quedara enlazado entre los puertos de Lebu o Puerto Saavedra y Bahía Blanca.
Luego de varios estudios se determinó la construcción desde la estación Púa, al sur de Victoria, cuyo ferrocarril debería unir básicamente a esta estación con Curacautín y Lonquimay y desde allí se desplazarían los rieles hasta la frontera.
Sin embargo para que la vía pudiera proyectarse entre Malalcahuello y Lonquimay se hacía necesario atravesar la cordillera de Las Raíces, para cuyo efecto fue necesario considerar la construcción de un túnel que pudiera permitir el libre tránsito del ferrocarril, especialmente en invierno cuando aquellos sectores se cubren de nieve y es imposible el tránsito por cualquier medio.
En 1912 el tren ya llegaba hasta Curacautín, pero habrán de pasar varios años para que el Estado decida la construcción del importante tramo Curacautín Lonquimay. En el intertanto se hacían estudios en la cordillera cercana al límite y se proponía la construcción de un túnel de unos mil metros.
En 1928 se retomaron seriamente los estudios para la construcción de la vía desde Curacautín a Lonquimay y los detalles del proyecto de construcción del túnel, que ya no sería de mil metros, como se había calculado, sino que sobrepasaría largamente los cuatro mil.
Finalmente mediante un compendioso informe sobre un estudio practicado por el ingeniero Emiliano Jiménez se sentaron las bases para la licitación que fue adjudicada a la firma argentina Lavenás y Poli en septiembre de 1929.
Los trabajos del túnel proyectado en 4545 metros, se iniciaron a fines de ese año con la apertura de las vías de acceso, ejecución de los canales de aducción para fuerza motriz, transporte y armaduría de máquinas, construcción de campamentos, y una serie de labores relativas a las obras.
Boca Norte fue el campamento ferroviario más importante creado para esta obra, en él se ubicó la administración y viviendas de empleados y obreros que trabajaron en la construcción del proyecto más grande de esta naturaleza en el sur del país. Contaba con posta de primeros auxilios, iglesia, plaza y teatro, donde se hacían funciones de teatro, cine y los bailes sociales en las grandes ocasiones como fiestas patrias y año nuevo. La plaza fue bautizada con el nombre de “Ingeniero Jiménez”, en honor al ingeniero Emiliano Jiménez, quien había trabajado durante varios años en los estudios de delimitación de la vía y el túnel mismo.
El censo de 27 de noviembre de 1930 nos da una idea de lo que fue este poblado ferroviario: Contaba con 92 viviendas y era habitado por 285 hombres y 125 mujeres, lo que hacía un total de 410 personas.
En abril de 1930, comenzaron a ejecutarse los trabajos del camino de acceso al túnel cuyas obras estuvieron a cargo del ingeniero Mario Valenti, de la firma constructora. Las faenas se iniciaron en el kilómetro cuatro con el cambio completo de la cubierta del puente negro, un trabajo similar en el puente sobre el Blanco y la construcción de una serie de puentes menores y alcantarillas a través del trayecto.
El año siguiente no fue del todo auspicioso para los trabajos, debido a un invierno excesivamente duro. A fines de ese año corrían aires de cesantía por todo el país. Los vaivenes políticos, el decaimiento del salitre y la depresión mundial son factores que dejan huella entre los habitantes de esta región apartada de la capital y es así como los curacautinenses se unían para presionar al Gobierno ante la presunta paralización de los trabajos del túnel.
El campamento estaba terminado, contaba con electricidad que producían dos plantas mediante fuerza hidráulica para los trabajos. Boca Norte tenía dos turbinas de 335 H.P. cada una, en tanto Boca Sur era alimentada por una de 700 H.P.
Las casas y edificios de administración del campamento eran de muy buena calidad, el que contaba incluso con una plaza central donde se reunían obreros y empleados en las horas de descanso para las prácticas del fútbol, habiéndose destacado dos clubes: uno de obreros y otro de empleados.
En la obra los trabajos de excavación eran apoyados por ventiladores tipo Roots, que podían aspirar y expeler el aire. Los tubos tenían un diámetro de 50 centímetros y se colocaron la mitad de acero y la mitad de madera.
El mal tiempo demoró el comienzo de los trabajos y sólo en julio de 1931 se iniciaron las faenas de perforación por medios mecánicos en las galerías.
Para efectuar estas tareas se ocuparon 14 martillos Jackhamer y 10 perforadoras Liner.
Para la extracción de escombros se utilizaron dos locomotoras eléctricas que usaban baterías recargables y para su labor arrastraban un tren de carros Decauville de trocha angosta, los que eran cargados a mano.
Se trabajaba en tres turnos de ocho horas. El avance máximo registrado aconteció en el sector de Boca Norte y fue de 8,40 metros y el máximo mensual fue de 305 metros en abril de 1933. En ambas bocas se registró un promedio aproximado de 228,14 metros.
En noviembre de 1931 había aumentado la cantidad de desempleados en la comuna. El municipio tuvo que abrir comedores para atender a cesantes y menesterosos ya que llegaba gran cantidad de gente atraída por el rumor de que el túnel recibirá más trabajadores y que se iniciará pronto la construcción del ferrocarril. Por tal motivo el Alcalde tuvo que solicitar al gobernador que se iniciasen los trabajos de reparación de caminos y paralelamente efectuaba una reunión con los vecinos más connotados con el fin de solicitar al Gobierno la pronta construcción del ferrocarril entre Curacautín y Lonquimay, a pesar de que todavía no estaba listo el túnel.
Las labores continuaban desarrollándose de acuerdo a lo estipulado en el contrato y tal como acontecía en las grandes obras, siempre las fiestas tenían características especiales. Es así como a fines diciembre de 1931 el ingeniero y administrador de la firma Lavenás y Poli Mario Valenti solicitaba permiso al municipio local para efectuar una fiesta de Año Nuevo, como se estilaba en aquellos años.
La celebración consistía en un baile popular la noche del 31 de diciembre y juegos atléticos, populares, además de un concurso hípico el día 1° de enero, hasta las 20 horas de ese día.
Se había dado conocimiento a la Tenencia de Carabineros, toda vez que el campamento estaba declarado zona seca, por lo que estaba prohibida la venta de alcohol en cualquier parte de las faenas.
Sin duda la planificada fiesta tuvo un atractivo interesante para los empleados y obreros de la firma. La plaza Ingeniero Jiménez fue el escenario de casi todas las competencias atléticas y el gimnasio sirvió de biógrafo, donde se exhibieron películas y cortos de esos años.
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