La billetera ajena

Implacable

Comandante de Guardia
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27 Oct 2006
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La billetera ajena
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N o hay que hacer una encuesta para tener una idea de lo que piensa el público acerca de la televisión. Aunque los televisores estén encendidos una cantidad aterrorizante de horas, la mayoría de los televidentes diría que la programación es mala y que no puede ser peor. El Festival de Viña del Mar también es así: cada año más malo. Es evidente que las cosas no pueden ser tan graves como se pintan. En esos juicios tajantes se trasluce cierta rabia ante las injusticias y desproporciones que proyecta la televisión, al mostrar un baile de millones que no se condice con el valor real de los programas. Para nosotros, esos espectáculos siempre podrían costar menos y ser hechos por cualquiera.

¿Tanto nos importa la calidad? Doy por descontado que los futbolistas, en la opinión de los hinchas, serían menos malos o más apreciados si no ganaran una locura de sueldos. Lo mismo sucede con el show business: los televidentes encuentran pésima la tele, pero aplauden a rabiar los números artísticos de cantantes destemplados y humoristas ultrafomes en la Plaza de Armas. No creo que sea casual que las alarmas ante la farandulización se hayan activado justo cuando los honorarios de los “rostros” comenzaron a hacerse públicos. Al parecer, no es la calidad el punto de la discordia, sino la sensación de que el dinero fácil existe de verdad, pero para otros. Si se revisan cuáles son los programas que son considerados “de calidad”, veremos que todos son de presupuesto razonable o derechamente modesto.

En países donde los sueldos bajos guardan más relación con el trabajo realizado no se da esa manera de pensar, en la que todo queda supeditado a la vigilancia del tesoro virtual de los sueldos ajenos. Cuando alguien en Francia o en Alemania dice que la televisión es mala, está diciendo eso: que la televisión es mala. No se le pasa por la cabeza que el animador de tal programa o la modelo de tal otro está cobrando en exceso. Del mismo modo, si cree que un político ejerce mal sus funciones, simplemente lo dice, como lo dicen los chilenos, pero no empieza un debate acerca de la dieta parlamentaria o los sobresueldos, temas que, por muy discutibles que sean, no dejan de ser harina de otro costal. En Chile, en cambio, lo que se cobra es el primer punto a considerar en la valoración de cualquier cosa. Ejemplo de ejemplos: según un estudio reciente, la marca más valiosa en Chile es la del Cuerpo de Bomberos.

Con ese trasfondo de preocupación por el sueldo ajeno, resulta un poco disonante ver cómo se valora en Chile a los millonarios que han levantado su fortuna a partir de cero, a lo largo de una biografía –casi novela– de esfuerzo y perseverancia. Esas historias consiguen que, al hablar de sus protagonistas, nadie use la palabra “enriquecerse”, sino que todos prefieran la expresión “generar riqueza”, que es más suave y admirativa. Por su lado, los millonarios sienten que cada pesito nuevo es un justo pago al sudor y al talento, y hablan de sí mismos como si fueran dueños de una pyme. Sebastián Piñera resumió hace poco esa sensación meritocrática, cuando anduvo transmitiendo acerca de los “vagos” fiscales, despreciándolos en relación a quienes trabajan de sol a sol sudando la gota gorda en los juegos porcentuales de la Bolsa.


Fuente: Lun.com