Desde muy pequeña, una persona puede internalizar que el dolor provocado por un golpe es, en definitiva, una advertencia. Un aviso que a la larga lo convencerá de que algunos de sus actos pueden tener consecuencias no deseadas y en el común de los casos, evitará volver a realizarlos. Una conducta similar debería adoptar un adulto cada vez que se informa sobre el incendio de un edificio a través de los medios de comunicación, sin embargo, pareciera ser que la convicción “en mi departamento eso no puede ocurrir” es más grande que la decisión de revisar, o en definitiva adoptar, alguna medida de prevención en su hogar o lugar de trabajo.
Este no es un tema menor considerando que solo en los últimos 30 años en Latinoamérica casi un millar de vidas se perdieron tras un incendio en un edificio. Y lo dramático es que estos no contaban con medidas de precaución apropiadas que, probablemente, hubieran evitado las pérdidas humanas. Una rápida revisión de la prensa, o incluso una sencilla búsqueda de videos en youtube bastan para refrescar la memoria.
Afortunadamente, en el último tiempo no se han registrado espectaculares incidentes en la región y el caso más comentado fue el incendio que mató a más de 50 personas en Shanghái, el 14 de noviembre pasado, sin embargo, este rincón del planeta ha lamentado desgracias similares. A principios de la década del setenta, en Brasil se registraron dos siniestros, que en conjunto, ocasionaron la muerte de 204 personas. El primero fue en el edificio Andraus mientras que el segundo –a la larga decisivo, ya que permitió la modificación de muchos aspectos de seguridad- se desarrolló en el Joelma.
Este ocurrió el 1 de febrero de 1974, en la ciudad de San Pablo. Era el último día de la semana y minutos después de las 8 de la mañana, se estima que al interior del edificio había una cantidad cercana a 756 personas. La construcción había sido inaugurada en 1971 y desde esos días, varios pisos habían sido arrendados por el banco Cresiful de Inversiones.
Según las investigaciones, a las 08:54 horas ocurrió un cortocircuito en una de las unidades de aire acondicionado instaladas en el piso 12. Este accidente inició un principio de incendio que no fue detectado por los ocupantes de ese piso, hasta que el fuego alcanzó cierta intensidad. El alhajamiento existente en ese nivel -conformado por paneles que subdividían los cubículos de trabajo, además de muebles de madera, alfombras y cortinas elaboradas con materiales sintéticos- fue un aspecto fundamental que explicó la súbita propagación de las llamas.
Cuando por fin el incendio fue descubierto, la gente inició la evacuación mediante las escaleras interiores, maniobra que debieron suspender a los pocos minutos tras expandirse el humo por la principal vía de escape. Algunos, con mayor fortuna, lograron huir por los ascensores. Sin embargo, los siguientes intentos fueron en vano tras inutilizarse el sistema eléctrico del edificio.
Un grupo de personas logró subir hasta el piso 25 para acceder a la azotea. Según detallan los archivos de prensa, la gente recordó que en el siniestro del edificio Andraus, ocurrido dos años antes, se consiguió el rescate de un número importante de personas mediante el uso de helicópteros. Pero lamentablemente, el Joelma no contaba con un helipuerto.
A las 13:30 horas bomberos habían extinguido el fuego, el que se había propagado hacia los pisos superiores. Sin embargo a esas alturas ya se lamentaba la muerte de 188 personas, las que perecieron asfixiadas y en algunos casos, calcinadas. También hubo quienes decidieron lanzarse al vacío al no encontrar otra salida. Más de 300 personas resultaron heridas.
La dolorosa experiencia chilena
Con cierta frecuencia, en Chile suceden hechos que conmocionan a la opinión pública. La última gran tragedia ocurrió el pasado 8 de diciembre, en el Centro Penitenciario de San Miguel. Y coincidentemente, había sido también un 8 de diciembre, pero de 1863, el mayor registró de muertes que se tiene en el país tras un incendio: el siniestro que destruyó la iglesia de la Compañía de Jesús, en donde murieron más de dos mil personas.
Sin embargo, también es recordado el incendio que el 21 de marzo de 1981 ocurrió en la Torre Santa María. No obstante el número de víctimas fatales fue muy inferior a los casos anteriores, quedaron en evidencia la serie de deficiencias de seguridad existentes en los edificios capitalinos. La probabilidad de un mayor número de muertes, en un eventual nuevo siniestro, apresuró la determinación de modificar la legislación en esta materia, hecho que no tardó en hacerse efectivo.
Esta construcción -una de las pioneras en el concepto de los edificios de altura en el país- fue por años, un edificio único. Su edificación se inició en 1978 y para su entrega, un año más tarde, se había convertido en el primer rascacielos cimentado en estas tierras, basado en un estilo funcionalista, de plantas libres, muy distinto a lo que se acostumbraba por esos años. El proyecto original quiso emular a las Torres Gemelas de Nueva York, en una escala menor. La iniciativa no prosperó, y solo se erigió una de las estructuras, de 110 metros y 33 pisos.
Sin embargo, la majestuosa construcción se convertiría en una pesadilla la mañana de ese sábado. En el piso 12 –coincidentemente el mismo donde se inició el fuego en el Joelma- un grupo de cinco trabajadores instalaba las alfombras de lo que sería el Estudio Jurídico de Santiago Montt Vicuña. Mientras adherían la moqueta al piso, fijándola con neoprén, uno de los obreros sintió deseos de fumar y encendió un cigarrillo en la misma habitación donde trabajaba. La defectuosa ventilación de los vapores inflamables del pegamento –presumiblemente ignorados por el maestro- provocó la deflagración que terminó por incendiar todo lo que encontró a su paso. Las dos personas que se encontraban ahí, perecieron calcinados.
Otras tres murieron en la zona de los ascensores, hall que a esas alturas el humo saturaba. Hubo también gente que decidió arrojarse al vacío. A pesar que los bomberos habían dispuesto mallas para recibir a quienes caían, la probabilidad que estas no funcionaran era alta, dada la altura.
Como el incendio ocurrió en fin de semana, la carga ocupacional al momento del siniestro era baja. De todas formas, una docena de personas quedaron aisladas sobre el piso 12. Estas consiguieron subir hasta la azotea -donde si se había contemplado la construcción de un helipuerto- y fueron evacuados por medio de helicópteros.
Prevenir es mejor que curar
El recuento final arrojó once muertos, entre ellos, el mártir del Cuerpo de Bomberos de Santiago, voluntario de la Decimotercera Compañía, Eduardo Rivas Melo. En medio de un panorama para nada alentador, los distintos involucrados sacaron sus propias conclusiones. Por un lado, la institución bomberil capitalina se esmeró en renovar su material de altura -adquiriendo dos escalas mecánicas de 50 metros y otra de 44, además de un brazo articulado (snorkel)- reemplazando el material rodante que había resultado ineficaz esa mañana.
Por otro lado, las autoridades debieron modificar la Ordenanza General de Urbanismo y Construcción, estableciendo el concepto de edificio de altura, destacándola como aquellas construcciones de más de 7 pisos. Además, se exigió la aplicación de normas mínimas de seguridad con el fin de evitar la propagación de los gases de la combustión, facilitar el salvamento de las personas y posibilitar la extinción del fuego.
Por ejemplo, se establecieron las “zonas verticales de seguridad” (conocida también como la caja de escalas presurizada), los sistemas de iluminación de emergencia y la instalación de “dispositivos detectores automáticos de incendios” y alarmas que permitieran alertar a los usuarios, entre otras medidas (es “curioso”, pero estas exigencias se establecieron solo para las construcciones mencionadas, no indicándose medidas concretas en edificios con menos de 7 pisos).
De todos modos, mientras los propios usuarios de un edificio no tomen conciencia de los riesgos posibles, cualquier medida de seguridad resultará inútil. Los cuerpos de bomberos del país ya están facultados por la ley para realizar la inspección de los edificios públicos y aquellos con una carga ocupacional superior a 100 personas (el material de estudio está en proceso de diseño por parte de la Academia Nacional de Bomberos y estará disponible en el transcurso del 2011), pero sin dudas, el compromiso de la gente es fundamental. Estar al tanto de las vías de evacuación, conocer la ubicación -y utilización- de un extintor, solicitar la presencia de bomberos -telefoneando el número correcto, inmediatamente detectada la emergencia- y practicar estos procedimientos trimestralmente, son factores claves, que pueden hacer la diferencia. La posibilidad de sobrevivencia en un edificio siniestrado, va a depender siempre de la correcta combinación de los métodos de protección estructurales, combinados con la adecuada preparación de sus ocupantes.
www.bomberos.cl
Este no es un tema menor considerando que solo en los últimos 30 años en Latinoamérica casi un millar de vidas se perdieron tras un incendio en un edificio. Y lo dramático es que estos no contaban con medidas de precaución apropiadas que, probablemente, hubieran evitado las pérdidas humanas. Una rápida revisión de la prensa, o incluso una sencilla búsqueda de videos en youtube bastan para refrescar la memoria.
Afortunadamente, en el último tiempo no se han registrado espectaculares incidentes en la región y el caso más comentado fue el incendio que mató a más de 50 personas en Shanghái, el 14 de noviembre pasado, sin embargo, este rincón del planeta ha lamentado desgracias similares. A principios de la década del setenta, en Brasil se registraron dos siniestros, que en conjunto, ocasionaron la muerte de 204 personas. El primero fue en el edificio Andraus mientras que el segundo –a la larga decisivo, ya que permitió la modificación de muchos aspectos de seguridad- se desarrolló en el Joelma.
Este ocurrió el 1 de febrero de 1974, en la ciudad de San Pablo. Era el último día de la semana y minutos después de las 8 de la mañana, se estima que al interior del edificio había una cantidad cercana a 756 personas. La construcción había sido inaugurada en 1971 y desde esos días, varios pisos habían sido arrendados por el banco Cresiful de Inversiones.
Según las investigaciones, a las 08:54 horas ocurrió un cortocircuito en una de las unidades de aire acondicionado instaladas en el piso 12. Este accidente inició un principio de incendio que no fue detectado por los ocupantes de ese piso, hasta que el fuego alcanzó cierta intensidad. El alhajamiento existente en ese nivel -conformado por paneles que subdividían los cubículos de trabajo, además de muebles de madera, alfombras y cortinas elaboradas con materiales sintéticos- fue un aspecto fundamental que explicó la súbita propagación de las llamas.
Cuando por fin el incendio fue descubierto, la gente inició la evacuación mediante las escaleras interiores, maniobra que debieron suspender a los pocos minutos tras expandirse el humo por la principal vía de escape. Algunos, con mayor fortuna, lograron huir por los ascensores. Sin embargo, los siguientes intentos fueron en vano tras inutilizarse el sistema eléctrico del edificio.
Un grupo de personas logró subir hasta el piso 25 para acceder a la azotea. Según detallan los archivos de prensa, la gente recordó que en el siniestro del edificio Andraus, ocurrido dos años antes, se consiguió el rescate de un número importante de personas mediante el uso de helicópteros. Pero lamentablemente, el Joelma no contaba con un helipuerto.
A las 13:30 horas bomberos habían extinguido el fuego, el que se había propagado hacia los pisos superiores. Sin embargo a esas alturas ya se lamentaba la muerte de 188 personas, las que perecieron asfixiadas y en algunos casos, calcinadas. También hubo quienes decidieron lanzarse al vacío al no encontrar otra salida. Más de 300 personas resultaron heridas.
La dolorosa experiencia chilena
Con cierta frecuencia, en Chile suceden hechos que conmocionan a la opinión pública. La última gran tragedia ocurrió el pasado 8 de diciembre, en el Centro Penitenciario de San Miguel. Y coincidentemente, había sido también un 8 de diciembre, pero de 1863, el mayor registró de muertes que se tiene en el país tras un incendio: el siniestro que destruyó la iglesia de la Compañía de Jesús, en donde murieron más de dos mil personas.
Sin embargo, también es recordado el incendio que el 21 de marzo de 1981 ocurrió en la Torre Santa María. No obstante el número de víctimas fatales fue muy inferior a los casos anteriores, quedaron en evidencia la serie de deficiencias de seguridad existentes en los edificios capitalinos. La probabilidad de un mayor número de muertes, en un eventual nuevo siniestro, apresuró la determinación de modificar la legislación en esta materia, hecho que no tardó en hacerse efectivo.
Esta construcción -una de las pioneras en el concepto de los edificios de altura en el país- fue por años, un edificio único. Su edificación se inició en 1978 y para su entrega, un año más tarde, se había convertido en el primer rascacielos cimentado en estas tierras, basado en un estilo funcionalista, de plantas libres, muy distinto a lo que se acostumbraba por esos años. El proyecto original quiso emular a las Torres Gemelas de Nueva York, en una escala menor. La iniciativa no prosperó, y solo se erigió una de las estructuras, de 110 metros y 33 pisos.
Sin embargo, la majestuosa construcción se convertiría en una pesadilla la mañana de ese sábado. En el piso 12 –coincidentemente el mismo donde se inició el fuego en el Joelma- un grupo de cinco trabajadores instalaba las alfombras de lo que sería el Estudio Jurídico de Santiago Montt Vicuña. Mientras adherían la moqueta al piso, fijándola con neoprén, uno de los obreros sintió deseos de fumar y encendió un cigarrillo en la misma habitación donde trabajaba. La defectuosa ventilación de los vapores inflamables del pegamento –presumiblemente ignorados por el maestro- provocó la deflagración que terminó por incendiar todo lo que encontró a su paso. Las dos personas que se encontraban ahí, perecieron calcinados.
Otras tres murieron en la zona de los ascensores, hall que a esas alturas el humo saturaba. Hubo también gente que decidió arrojarse al vacío. A pesar que los bomberos habían dispuesto mallas para recibir a quienes caían, la probabilidad que estas no funcionaran era alta, dada la altura.
Como el incendio ocurrió en fin de semana, la carga ocupacional al momento del siniestro era baja. De todas formas, una docena de personas quedaron aisladas sobre el piso 12. Estas consiguieron subir hasta la azotea -donde si se había contemplado la construcción de un helipuerto- y fueron evacuados por medio de helicópteros.
Prevenir es mejor que curar
El recuento final arrojó once muertos, entre ellos, el mártir del Cuerpo de Bomberos de Santiago, voluntario de la Decimotercera Compañía, Eduardo Rivas Melo. En medio de un panorama para nada alentador, los distintos involucrados sacaron sus propias conclusiones. Por un lado, la institución bomberil capitalina se esmeró en renovar su material de altura -adquiriendo dos escalas mecánicas de 50 metros y otra de 44, además de un brazo articulado (snorkel)- reemplazando el material rodante que había resultado ineficaz esa mañana.
Por otro lado, las autoridades debieron modificar la Ordenanza General de Urbanismo y Construcción, estableciendo el concepto de edificio de altura, destacándola como aquellas construcciones de más de 7 pisos. Además, se exigió la aplicación de normas mínimas de seguridad con el fin de evitar la propagación de los gases de la combustión, facilitar el salvamento de las personas y posibilitar la extinción del fuego.
Por ejemplo, se establecieron las “zonas verticales de seguridad” (conocida también como la caja de escalas presurizada), los sistemas de iluminación de emergencia y la instalación de “dispositivos detectores automáticos de incendios” y alarmas que permitieran alertar a los usuarios, entre otras medidas (es “curioso”, pero estas exigencias se establecieron solo para las construcciones mencionadas, no indicándose medidas concretas en edificios con menos de 7 pisos).
De todos modos, mientras los propios usuarios de un edificio no tomen conciencia de los riesgos posibles, cualquier medida de seguridad resultará inútil. Los cuerpos de bomberos del país ya están facultados por la ley para realizar la inspección de los edificios públicos y aquellos con una carga ocupacional superior a 100 personas (el material de estudio está en proceso de diseño por parte de la Academia Nacional de Bomberos y estará disponible en el transcurso del 2011), pero sin dudas, el compromiso de la gente es fundamental. Estar al tanto de las vías de evacuación, conocer la ubicación -y utilización- de un extintor, solicitar la presencia de bomberos -telefoneando el número correcto, inmediatamente detectada la emergencia- y practicar estos procedimientos trimestralmente, son factores claves, que pueden hacer la diferencia. La posibilidad de sobrevivencia en un edificio siniestrado, va a depender siempre de la correcta combinación de los métodos de protección estructurales, combinados con la adecuada preparación de sus ocupantes.
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