Esta epopeya ha sido narrada en innumerables ocasiones, con merecidos elogios para el Jefe de la Expedición Sir Ernest Shackleton y sus hombres, no deja de parecer curioso el comprobar que la contundente y temeraria participación chilena en el rescate haya sido minimizada en los anales de la Historia Universal a no más de una participación secundaria No fue así El mayor peso de esta arriesgada aventura cayó en su totalidad bajo la responsabilidad de la Armada de Chile, Institución que ante la grave emergencia designó para el cumplimiento de esta arriesgada misión al Piloto Luis Pardo Villalón, quien al mando de la escampavía “Yelcho” y acompañado de una dotación de audaces y valientes marinos, rescató a los ingleses de la antártica cuando no tenían ninguna esperanza de salvación. La audaz misión se realizó exitosamente y tuvo el especial mérito de haberse cumplido en un buque antiguo, sin calefacción ni alumbrado eléctrico y sin radio, de baja borda. Su envió a la antártica en pleno invierno fue simplemente una audacia. En este contexto el Piloto Pardo y su valerosa tripulación, junto a la decisión de la Armada de Chile están situados en el umbral del rescate histórico mundial. Luis Pardo Villalón, es considerado un Heroe en Inglaterra e Irlanda a la altura de un Nelson
Pero su deceso y el desguace de su Yelcho no significaron la desaparición de sus nombres colectiva nacional. Los nombres de nuevas unidades de la armada, distritos, unidades geográficas, sub-bases y refugios antárticos, faros, calles, centros de estudios marítimos, bustos, fundaciones, escuelas de navegación, escuelas básicas –como
la Escuela Básica Villalón” de Valparaíso y el Colegio “Piloto Pardo” de Santiago-, recordarán sus nombres para siempre.
El primero que se presentó fue el piloto Pardo. tenía 34 años, plenos de energía, modestia y agradable trato. Frente a su determinación inexorable, a la reciedumbre de su expresión y a la seguridad de su voz, el mando naval pudo darse cuenta de que frente a ellos se hallaba un hombre de carácter. Porque, en verdad, el piloto Pardo no sólo se propuso: se impuso. desplegó las cartas de navegación, determinó la ruta y, enseguida, como si ya estuviese aceptado para el mando de la Yelcho, manifestó que él escogería a los hombres que habían de acompañarlo. No procedía sino transbordarlo a la Yelcho.
La noticia se propagó rápidamente por toda la ciudad. Di la contingencia de socorrer a los náufragos se veía tan incierta y la eventualidad de tener éxito, tan remota, en la misión en la que otras tres naves en mejores condiciones de tiempo ya habían fracasado: ¿qué probabilidad podría tener la Yelcho? En el ambiente marinero del puerto se dudaba, especialmente entre los cazadores loberos, pues era la temporada en que los hielos sitiaban totalmente a la isla Elefante; también se intentaba disuadir, argumentando que la situación meteorológica era más mala que nunca.
Pardo los escuchaba, reflexionando que en esa región las condiciones siempre son las peores y, de tener que aguardar su conformidad, nunca se haría nada. Tenía que sacar prestamente de la isla a esos desdichados.
Antes de zarpar, Pardo dejó una emotiva carta para su padre, en la que le decía: la obra es grande, pero nada me arredra: soy chileno. Dos consideraciones me hacen afrontar dichos peligros: salvar a los exploradores y darle renombre a mi patria. Me consideraría feliz si consiguiere, como creo, hacer lo que otros no han podido. si fracaso y muero, usted cuidará de mi Laura y de mis hijos, que quedarían desamparados y sin más apoyo que el suyo. Si salgo avante, habré cumplido con mi deber humanitario como marino y como chileno. Cuando usted esté leyendo esta carta, o su hijo ha muerto o ha llegado con los náufragos a Punta Arenas. Solo, no volveré…
El viernes 25, a las 00:15 horas, la Yelcho zarpó. No nos vamos a extender en la navegación misma, en la que Pardo era un técnico y todo lo hizo bien, ya que ésta ha sido tratada detalladamente en anteriores publicaciones (véase: revista de marina nº 5/2000: pp 467-480.)
Cuando el 30 de agosto llegaron a la isla y ubicaron el lugar donde se encontraban los náufragos en la playa, Shackleton y Pardo se miraron en silencio, con los labios apretados, pues hay ocasiones en que más vale no hablar. Era el cuarto intento y Shackleton temía lo peor: - “¡están todos!”, le confirmó el Capitán Worsley, llorando.
Mientras Pardo hacía su aproximación, podía escucharse el rumor de las expresiones de regocijo y los jubilosos ¡hurra! de los náufragos. Pardo acercó su nave a menos de un cable de la costa, donde el hielo la detuvo, y allí se mantuvo sobre las máquinas. Ordenó arriar inmediatamente una chalupa, que mandó a tierra con Shackleton, el teniente Crean y cuatro tripulantes chilenos. En su trayecto hacia la playa, la embarcación debió navegar por las grietas que dejaban las resquebrajaduras de la banquisa.
Luis Alberto Pardo Villalón, El hombre que rescató a Shackleton
El 30 de agosto de cada año, celebramos el rescate victorioso desde la isla Elefante, de los miembros de la expedición imperial transantártica, al mando de Sir Ernest Shackleton, realizado por la escampavía Yelcho, de la Armada de Chile, al mando del Teniente 2º Piloto Luis Alberto Pardo Villalón. En esta oportunidad, más que del rescate mismo, nos ocuparemos del hombre detrás del héroe.
Pardo nació el 20 de septiembre de 1882. Huérfano de madre tempranamente, desde su infancia reveló vocación por las cosas del mar. Estudió en el Colegio Salesianos de San Juan Bosco, en Valparaíso. Con el anhelo de independizarse, en 1900, casi a los 18 años de edad, ingresó a la Escuela Náutica, que en esa época funcionaba en Coquimbo, a bordo de la corbeta Abtao. Esa escuela, dirigida por la Armada, además de oficiales para la marina mercante, formaba Pilotos para la marina de guerra. Pardo terminó sus estudios el 9 de Octubre de 1903 y, hasta 1906, prestó servicios en naves de la marina mercante. El 27 de Junio de 1906 ingresó al servicio de la Armada, como Piloto 3º. Dos meses después, contrajo matrimonio con Elvira Laura Ruiz Gaspar, en la Iglesia de los Doce Apóstoles de Valparaíso. Tuvieron cuatro hijos.
El 13 de septiembre de 1910 ascendió a Piloto 2º y fue transbordado al Apostadero Naval de Magallanes, con base en Punta Arenas, correspondiéndole navegar en las escampavías. Su principal misión era ocuparse del aprovisionamiento de los faros y balizas, lo que le permitió familiarizarse con la intrincada geografía de los archipiélagos australes chilenos, aunque lo mantuvo lejos de su familia por períodos tan prolongados que sus hijos, en su primera infancia apenas tenían oportunidad de alternar con él. Tal es así que, al regresar a su hogar en Valparaíso, en la calle de la Virgen del cerro Merced, después de una larga ausencia, se encontró en la calle con Fernando, el mayor de sus hijos y, advirtiendo que éste no le había reconocido, le tendió una moneda de oro. El pequeño se negó a recibirla, replicándole, con toda la formalidad de sus escasos años: -“gracias; no puedo aceptar dinero de un extraño”-. El padre afectuoso sintió esa contestación como una puñalada, aunque observando que el muchacho se ceñía a los preceptos de buena crianza, reiteró:-“tómala y llévasela a tu mamá. Ella te dirá lo que debes hacer”-. Fernando corrió hasta su casa, a entregar la moneda a su madre, quien en seguida entendió y se abalanzó a recibir a su marido.
El 13 de septiembre de 1915 asumió como Comandante de la escampavía Yáñez, con base en Punta Arenas. En estas circunstancias lo sorprende el año 1916, cuando el mundo no sólo está consternado por la Primera Guerra Mundial, sino también por la suerte que corrían los 22 miembros de la expedición de Sir Ernest Shackleton, abandonados a la
fatalidad en la isla Elefante.
Como es sabido, el rescate de esos hombres fue intentado cuatro veces. Primero, en uno de los mayores buques balleneros ingleses, el Southern Sky, que fracasó y regresó a las islas Falkland. Después, en el pesquero uruguayo Instituto de Pesca nº 1, en el que, nuevamente fracasados, regresaron a Puerto Stanley.
En estas dramáticas circunstancias, Shackleton comprendió que debía encontrar una base de operaciones que contara con más recursos que Puerto Stanley, así que resolvió trasladarse a Punta Arenas, con la esperanza puesta en chile. Allí fletó la goleta Emma, tercera nave con la cual intentó el rescate. La Armada permitió que la escampavía Yelcho, al mando del Piloto Miranda, remolcara a la Emma hasta dejarla en aguas libres, para ahorrar combustible y aumentar su distancia franqueable. Pero el invierno estaba bastante avanzado, las condiciones de tiempo eran malas y el hielo se movía rápidamente hacia el norte, siempre cerrándole el paso. En esas condiciones no podrían alcanzar la isla, por lo que la Emma se dirigió a Puerto Stanley una vez más. La autoridad naval de Magallanes dispuso que Pardo tomara el mando de la Yelcho, el domingo 6 de agosto, para dirigirse a Puerto Stanley y traer a remolque la Emma a Punta Arenas.
La Yelcho recaló en Puerto Stanley en la mañana del miércoles 9, Shackleton y sus dos acompañantes subieron a bordo para saludar al Comandante Pardo y felicitarlo por su maniobra de entrada a puerto sin haber solicitado un práctico; hay que considerar que esto ocurría en plena Primera Guerra Mundial, por lo que era muy posible que la entrada al puerto estuviese minada. Así fue como el destino quiso que Shackleton y Pardo concurrieran a su encrucijada; un encuentro incidental que iba a tener primordial trascendencia, puesto que determinaría el destino de muchos.
Sir Ernest era una persona favorecida por una sorprendente perspicacia para calificar a las personas. Le impresionó bien este marino tan valeroso; congenió con él y sintió que podía confiar en este hombre sencillo, al que presintió íntegro. Pronto, al trabar conocimiento con él, lo respetará por su destreza y competencia; luego aprenderá a admirarlo por su sereno coraje, puesto que ocurre una secreta seducción entre los temperamentos bien definidos, si bien distintos, que se complementan en sus carencias y capacidades.
La Yelcho zarpó el jueves 10, con la Emma a remolque, en medio de un fuerte ventarrón. en el puente de mando, Pardo observaba el rumbo y Shackleton estudiaba a Pardo, intuyendo que debajo de ese aspecto afable y casi apacible, se ocultaba un carácter de acero y una conciencia incorruptible. Presintió pues, que había dado con el protagonista exacto.
Durante la travesía, platicaron. Pardo se enteró del tesón de Shackleton y de sus frustraciones; de cada una de las efímeras esperanzas contrariadas por las subsecuentes decepciones que componían su acaecer cotidiano y lo llenaban de aflicción y abatimiento. De este modo fue naciendo en el espíritu altruista del marino chileno, un intenso y noble sentimiento de solidaridad y deseos de apoyarlo. A sus 34 años de edad, Pardo no era un ávido aventurero, ni un renombrado investigador, sino un hombre con intereses personales, su carrera, su matrimonio y sus retoños que lo aguardaban junto a su esposa en el hogar de Valparaíso, del que faltaba hacía tiempo. Recordó nostálgico a los suyos, preguntándose si le asistía el derecho a arriesgarse por entero, en un salto al vacío. Tendría que explicar a su esposa el motivo que lo animaba. Ella, que lo había acompañado hasta ahora, con cariño y abnegación, era capaz de comprender sus sentimientos. El deseaba ser útil, sabía a cuanto se arriesgaría y lo que podría ocurrir, pero arriesgarse por Shackleton no era emprender un viaje turístico sino, uno a muchos sinsabores y grandes sacrificios. No obstante, admitía que, como oficial de la Armada de Chile, había adquirido la competencia necesaria para realizarlo; además, tenía un sólido concepto del cumplimiento del deber, un acentuado espíritu humanitario y un acrisolado espíritu de servicio. había 22 hombres que se encontraban en una penosa condición, extremadamente precaria y angustiosa, colmada de carencias y desesperanzas. sentía que él podía… ¡debía salvarlos!
Con la Emma a remolque, la Yelcho arribó a Punta Arenas el día 14. Pardo y Shackleton desembarcaron; el primero, para rendir cuenta de su comisión, y el segundo, pa ra solicitar una nave, posiblemente la misma Yelcho, para rescatar a sus compañeros. Pero, ningún buque era apropiado para el viaje a los hielos durante ese crudo invierno.
Todo el mundo estaba preocupado por la ventura que sufrían aquellos desamparados náufragos. Un grupo de personas influyentes de Punta Arenas, encabezado por Francisco Campos Torreblanca, intentaba convencer al gobierno de enviar una nave.
Recordó Shackleton que, a su paso por las islas Falkland, había conocido al Vicealmirante chileno Joaquín Muñoz Hurtado, quien regresaba de una misión en Londres y que ahora era Director General de la Armada de Chile. Recurrió entonces a él. La respuesta fue inmediata; el Almirante dispuso que el Comandante en Jefe del Apostadero Naval de Magallanes,Contraalmirante López Salamanca, le proporcionara un buque a Shackleton.
Había llegado el momento de que la Armada de Chile se hiciera cargo de este rescate. se decidió que fuera la Yelcho.
El Comandante titular de la Yelcho estaba enfermo, por lo que había que reemplazarlo. Considerando lo potencialmente peligrosa que era la misión, el apostadero naval decidió llamar voluntarios.
Antes de llegar al buque, Sir Ernst avisa que no hay novedades en su gente, a lo que la tripulación de la Yelcho contesta con gritos de ¡hurra!, los que a su vez son respondidos con alegría por los náufragos aclamando a Chile, a la Yelcho y al comandante Pardo.
Cuando Pardo llegó a Punta Arenas con su pequeña y frágil pero, avezada nave, ésta era esperada por las autoridades, las organizaciones locales y toda la población de Punta Arenas, que se había volcado hacia el muelle y las calles colindantes para ovacionar a los que llegaban, demostrando a los rescatados su cordialidad y a los valerosos tripulantes de la Yelcho su admiración y aprecio. Hubo formación de las instituciones públicas y privadas que querían demostrar su alegría. La colonia británica en masa aclamaba con cariñosa admiración a los salvadores de los hombres del Endurance, que tan en alto habían dejado el nombre de Chile y de su Armada. Las familias se disputaban a los náufragos, para vestirlos y agasajarlos.
En abril de 1930, el gobierno chileno nombró a Luis Pardo en el cargo de cónsul adscrito de chile en Liverpool. en su misión consular, resultó ser un agente de lujo para el país, aunque no pudo gozar de la estadía. Estaba angustiado por la salud de su esposa que, a pesar de las atenciones de los mejores especialistas consultados en Europa, declinaba sensiblemente. Ella era su apoyo moral. Este matrimonio tan unido resolvió regresar a chile, para que Laura Ruiz pudiera morir en paz, cerca de sus seres queridos. No obstante, en 1934 ella fue intervenida quirúrgicamente en Chile y, aunque siempre delicada, llegaría a vivir dieciocho años de inconsolable viudez, junto a sus hijos, pues el 21 de febrero de 1935, a los 54 años de edad, víctima de una bronconeumonía de la cual no pudo recuperarse, falleció en Santiago el Teniente 1º piloto Luis Alberto Pardo Villalón.
Pero su deceso y el desguace de su Yelcho no significaron la desaparición de sus nombres colectiva nacional. Los nombres de nuevas unidades de la armada, distritos, unidades geográficas, sub-bases y refugios antárticos, faros, calles, centros de estudios marítimos, bustos, fundaciones, escuelas de navegación, escuelas básicas –como
la Escuela Básica Villalón” de Valparaíso y el Colegio “Piloto Pardo” de Santiago-, recordarán sus nombres para siempre.
La noticia se propagó rápidamente por toda la ciudad. Di la contingencia de socorrer a los náufragos se veía tan incierta y la eventualidad de tener éxito, tan remota, en la misión en la que otras tres naves en mejores condiciones de tiempo ya habían fracasado: ¿qué probabilidad podría tener la Yelcho? En el ambiente marinero del puerto se dudaba, especialmente entre los cazadores loberos, pues era la temporada en que los hielos sitiaban totalmente a la isla Elefante; también se intentaba disuadir, argumentando que la situación meteorológica era más mala que nunca.
Pardo los escuchaba, reflexionando que en esa región las condiciones siempre son las peores y, de tener que aguardar su conformidad, nunca se haría nada. Tenía que sacar prestamente de la isla a esos desdichados.
Antes de zarpar, Pardo dejó una emotiva carta para su padre, en la que le decía: la obra es grande, pero nada me arredra: soy chileno. Dos consideraciones me hacen afrontar dichos peligros: salvar a los exploradores y darle renombre a mi patria. Me consideraría feliz si consiguiere, como creo, hacer lo que otros no han podido. si fracaso y muero, usted cuidará de mi Laura y de mis hijos, que quedarían desamparados y sin más apoyo que el suyo. Si salgo avante, habré cumplido con mi deber humanitario como marino y como chileno. Cuando usted esté leyendo esta carta, o su hijo ha muerto o ha llegado con los náufragos a Punta Arenas. Solo, no volveré…
El viernes 25, a las 00:15 horas, la Yelcho zarpó. No nos vamos a extender en la navegación misma, en la que Pardo era un técnico y todo lo hizo bien, ya que ésta ha sido tratada detalladamente en anteriores publicaciones (véase: revista de marina nº 5/2000: pp 467-480.)
Cuando el 30 de agosto llegaron a la isla y ubicaron el lugar donde se encontraban los náufragos en la playa, Shackleton y Pardo se miraron en silencio, con los labios apretados, pues hay ocasiones en que más vale no hablar. Era el cuarto intento y Shackleton temía lo peor: - “¡están todos!”, le confirmó el Capitán Worsley, llorando.
Mientras Pardo hacía su aproximación, podía escucharse el rumor de las expresiones de regocijo y los jubilosos ¡hurra! de los náufragos. Pardo acercó su nave a menos de un cable de la costa, donde el hielo la detuvo, y allí se mantuvo sobre las máquinas. Ordenó arriar inmediatamente una chalupa, que mandó a tierra con Shackleton, el teniente Crean y cuatro tripulantes chilenos. En su trayecto hacia la playa, la embarcación debió navegar por las grietas que dejaban las resquebrajaduras de la banquisa.
La chalupa de la Yelcho realizando el rescate.
Luis Alberto Pardo Villalón, El hombre que rescató a Shackleton
El 30 de agosto de cada año, celebramos el rescate victorioso desde la isla Elefante, de los miembros de la expedición imperial transantártica, al mando de Sir Ernest Shackleton, realizado por la escampavía Yelcho, de la Armada de Chile, al mando del Teniente 2º Piloto Luis Alberto Pardo Villalón. En esta oportunidad, más que del rescate mismo, nos ocuparemos del hombre detrás del héroe.
Pardo nació el 20 de septiembre de 1882. Huérfano de madre tempranamente, desde su infancia reveló vocación por las cosas del mar. Estudió en el Colegio Salesianos de San Juan Bosco, en Valparaíso. Con el anhelo de independizarse, en 1900, casi a los 18 años de edad, ingresó a la Escuela Náutica, que en esa época funcionaba en Coquimbo, a bordo de la corbeta Abtao. Esa escuela, dirigida por la Armada, además de oficiales para la marina mercante, formaba Pilotos para la marina de guerra. Pardo terminó sus estudios el 9 de Octubre de 1903 y, hasta 1906, prestó servicios en naves de la marina mercante. El 27 de Junio de 1906 ingresó al servicio de la Armada, como Piloto 3º. Dos meses después, contrajo matrimonio con Elvira Laura Ruiz Gaspar, en la Iglesia de los Doce Apóstoles de Valparaíso. Tuvieron cuatro hijos.
El 13 de septiembre de 1910 ascendió a Piloto 2º y fue transbordado al Apostadero Naval de Magallanes, con base en Punta Arenas, correspondiéndole navegar en las escampavías. Su principal misión era ocuparse del aprovisionamiento de los faros y balizas, lo que le permitió familiarizarse con la intrincada geografía de los archipiélagos australes chilenos, aunque lo mantuvo lejos de su familia por períodos tan prolongados que sus hijos, en su primera infancia apenas tenían oportunidad de alternar con él. Tal es así que, al regresar a su hogar en Valparaíso, en la calle de la Virgen del cerro Merced, después de una larga ausencia, se encontró en la calle con Fernando, el mayor de sus hijos y, advirtiendo que éste no le había reconocido, le tendió una moneda de oro. El pequeño se negó a recibirla, replicándole, con toda la formalidad de sus escasos años: -“gracias; no puedo aceptar dinero de un extraño”-. El padre afectuoso sintió esa contestación como una puñalada, aunque observando que el muchacho se ceñía a los preceptos de buena crianza, reiteró:-“tómala y llévasela a tu mamá. Ella te dirá lo que debes hacer”-. Fernando corrió hasta su casa, a entregar la moneda a su madre, quien en seguida entendió y se abalanzó a recibir a su marido.
El 13 de septiembre de 1915 asumió como Comandante de la escampavía Yáñez, con base en Punta Arenas. En estas circunstancias lo sorprende el año 1916, cuando el mundo no sólo está consternado por la Primera Guerra Mundial, sino también por la suerte que corrían los 22 miembros de la expedición de Sir Ernest Shackleton, abandonados a la
fatalidad en la isla Elefante.
Como es sabido, el rescate de esos hombres fue intentado cuatro veces. Primero, en uno de los mayores buques balleneros ingleses, el Southern Sky, que fracasó y regresó a las islas Falkland. Después, en el pesquero uruguayo Instituto de Pesca nº 1, en el que, nuevamente fracasados, regresaron a Puerto Stanley.
En estas dramáticas circunstancias, Shackleton comprendió que debía encontrar una base de operaciones que contara con más recursos que Puerto Stanley, así que resolvió trasladarse a Punta Arenas, con la esperanza puesta en chile. Allí fletó la goleta Emma, tercera nave con la cual intentó el rescate. La Armada permitió que la escampavía Yelcho, al mando del Piloto Miranda, remolcara a la Emma hasta dejarla en aguas libres, para ahorrar combustible y aumentar su distancia franqueable. Pero el invierno estaba bastante avanzado, las condiciones de tiempo eran malas y el hielo se movía rápidamente hacia el norte, siempre cerrándole el paso. En esas condiciones no podrían alcanzar la isla, por lo que la Emma se dirigió a Puerto Stanley una vez más. La autoridad naval de Magallanes dispuso que Pardo tomara el mando de la Yelcho, el domingo 6 de agosto, para dirigirse a Puerto Stanley y traer a remolque la Emma a Punta Arenas.
La Yelcho recaló en Puerto Stanley en la mañana del miércoles 9, Shackleton y sus dos acompañantes subieron a bordo para saludar al Comandante Pardo y felicitarlo por su maniobra de entrada a puerto sin haber solicitado un práctico; hay que considerar que esto ocurría en plena Primera Guerra Mundial, por lo que era muy posible que la entrada al puerto estuviese minada. Así fue como el destino quiso que Shackleton y Pardo concurrieran a su encrucijada; un encuentro incidental que iba a tener primordial trascendencia, puesto que determinaría el destino de muchos.
Sir Ernest era una persona favorecida por una sorprendente perspicacia para calificar a las personas. Le impresionó bien este marino tan valeroso; congenió con él y sintió que podía confiar en este hombre sencillo, al que presintió íntegro. Pronto, al trabar conocimiento con él, lo respetará por su destreza y competencia; luego aprenderá a admirarlo por su sereno coraje, puesto que ocurre una secreta seducción entre los temperamentos bien definidos, si bien distintos, que se complementan en sus carencias y capacidades.
La Yelcho zarpó el jueves 10, con la Emma a remolque, en medio de un fuerte ventarrón. en el puente de mando, Pardo observaba el rumbo y Shackleton estudiaba a Pardo, intuyendo que debajo de ese aspecto afable y casi apacible, se ocultaba un carácter de acero y una conciencia incorruptible. Presintió pues, que había dado con el protagonista exacto.
Durante la travesía, platicaron. Pardo se enteró del tesón de Shackleton y de sus frustraciones; de cada una de las efímeras esperanzas contrariadas por las subsecuentes decepciones que componían su acaecer cotidiano y lo llenaban de aflicción y abatimiento. De este modo fue naciendo en el espíritu altruista del marino chileno, un intenso y noble sentimiento de solidaridad y deseos de apoyarlo. A sus 34 años de edad, Pardo no era un ávido aventurero, ni un renombrado investigador, sino un hombre con intereses personales, su carrera, su matrimonio y sus retoños que lo aguardaban junto a su esposa en el hogar de Valparaíso, del que faltaba hacía tiempo. Recordó nostálgico a los suyos, preguntándose si le asistía el derecho a arriesgarse por entero, en un salto al vacío. Tendría que explicar a su esposa el motivo que lo animaba. Ella, que lo había acompañado hasta ahora, con cariño y abnegación, era capaz de comprender sus sentimientos. El deseaba ser útil, sabía a cuanto se arriesgaría y lo que podría ocurrir, pero arriesgarse por Shackleton no era emprender un viaje turístico sino, uno a muchos sinsabores y grandes sacrificios. No obstante, admitía que, como oficial de la Armada de Chile, había adquirido la competencia necesaria para realizarlo; además, tenía un sólido concepto del cumplimiento del deber, un acentuado espíritu humanitario y un acrisolado espíritu de servicio. había 22 hombres que se encontraban en una penosa condición, extremadamente precaria y angustiosa, colmada de carencias y desesperanzas. sentía que él podía… ¡debía salvarlos!
Con la Emma a remolque, la Yelcho arribó a Punta Arenas el día 14. Pardo y Shackleton desembarcaron; el primero, para rendir cuenta de su comisión, y el segundo, pa ra solicitar una nave, posiblemente la misma Yelcho, para rescatar a sus compañeros. Pero, ningún buque era apropiado para el viaje a los hielos durante ese crudo invierno.
Todo el mundo estaba preocupado por la ventura que sufrían aquellos desamparados náufragos. Un grupo de personas influyentes de Punta Arenas, encabezado por Francisco Campos Torreblanca, intentaba convencer al gobierno de enviar una nave.
Recordó Shackleton que, a su paso por las islas Falkland, había conocido al Vicealmirante chileno Joaquín Muñoz Hurtado, quien regresaba de una misión en Londres y que ahora era Director General de la Armada de Chile. Recurrió entonces a él. La respuesta fue inmediata; el Almirante dispuso que el Comandante en Jefe del Apostadero Naval de Magallanes,Contraalmirante López Salamanca, le proporcionara un buque a Shackleton.
Había llegado el momento de que la Armada de Chile se hiciera cargo de este rescate. se decidió que fuera la Yelcho.
El Comandante titular de la Yelcho estaba enfermo, por lo que había que reemplazarlo. Considerando lo potencialmente peligrosa que era la misión, el apostadero naval decidió llamar voluntarios.
Antes de llegar al buque, Sir Ernst avisa que no hay novedades en su gente, a lo que la tripulación de la Yelcho contesta con gritos de ¡hurra!, los que a su vez son respondidos con alegría por los náufragos aclamando a Chile, a la Yelcho y al comandante Pardo.
Cuando Pardo llegó a Punta Arenas con su pequeña y frágil pero, avezada nave, ésta era esperada por las autoridades, las organizaciones locales y toda la población de Punta Arenas, que se había volcado hacia el muelle y las calles colindantes para ovacionar a los que llegaban, demostrando a los rescatados su cordialidad y a los valerosos tripulantes de la Yelcho su admiración y aprecio. Hubo formación de las instituciones públicas y privadas que querían demostrar su alegría. La colonia británica en masa aclamaba con cariñosa admiración a los salvadores de los hombres del Endurance, que tan en alto habían dejado el nombre de Chile y de su Armada. Las familias se disputaban a los náufragos, para vestirlos y agasajarlos.
En abril de 1930, el gobierno chileno nombró a Luis Pardo en el cargo de cónsul adscrito de chile en Liverpool. en su misión consular, resultó ser un agente de lujo para el país, aunque no pudo gozar de la estadía. Estaba angustiado por la salud de su esposa que, a pesar de las atenciones de los mejores especialistas consultados en Europa, declinaba sensiblemente. Ella era su apoyo moral. Este matrimonio tan unido resolvió regresar a chile, para que Laura Ruiz pudiera morir en paz, cerca de sus seres queridos. No obstante, en 1934 ella fue intervenida quirúrgicamente en Chile y, aunque siempre delicada, llegaría a vivir dieciocho años de inconsolable viudez, junto a sus hijos, pues el 21 de febrero de 1935, a los 54 años de edad, víctima de una bronconeumonía de la cual no pudo recuperarse, falleció en Santiago el Teniente 1º piloto Luis Alberto Pardo Villalón.