Lunes, 7
Garrone no habría dicho jamás lo que ayer por la mañana profirió Nobis para zaherir a Betti. Carlos Nobis se muestra orgulloso por ser hijo de padres acomodados. Su padre, un señor alto, con barba negra, muy serio, acude casi todos los días a la puerta de la escuela para acompañar a su hijo hasta casa.
Ayer Nobis se peleó con Betti, uno de los más pequeños de nuestra clase, hijo de un carbonero, y no sabiendo ya qué replicarle, porque no llevaba razón, le dijo en voz muy alta:
-Tu padre es un andrajoso.
Betti se puso muy rojo y no respondió; pero le saltaron las lágrimas y, al llegar a su casa, le contó lo sucedido a su padre, un honrado carbonero, hombre de poca talla, que parece negro por lo tiznado que va. El ofendido padre se presentó por la tarde con su chico de la mano a quejarse al maestro.
Mientras esto sucedía, estando todos nosotros muy callados, el padre de Nobis, que le estaba quitando la capa a su hijo en la puerta, según su costumbre, oyó pronunciar su nombre y entró a pedir una explicación.
-Este señor -dijo el maestro señalando al carbonero- ha venido a quejarse de que su hijo, Carlos, dijera ayer al suyo: «Tu padre es un andrajoso.»
El padre de Nobis arrugó el entrecejo y se puso algo colorado. Después preguntó a su hijo:
-¿Es verdad que has dicho eso?
El chico, de pie en medio de la clase, con la cabeza baja delante del pequeño Betti, no rechistó. El padre comprendió entonces que era cierto; le agarró de un brazo, le obligó a que se aproximase más al ofendido, poniéndole frente a él, y le dijo:
-¡Pídele perdón!
El carbonero quiso interponerse, diciendo:
-¡No, no, de ninguna manera!
Pero el señor Nobis no lo consintió, y retiró a su hijo:
-¡Pídele perdón! Repite esto: Te ruego me perdones por las palabras injuriosas, insensatas y groseras que te dije ayer, ofendiendo a tu padre, al cual tiene el mío el honor de estrechar la mano.
El carbonero hizo un gesto resuelto, como diciendo:
-No, por favor, ya está bien.
Pero el señor Nobis se mantuvo firme en su propósito, y su hijo, aunque lentamente y con un hilillo de voz, sin levantar la vista del suelo, fue diciendo:
-Te ruego me perdones... por las palabras injuriosas... insensatas... y groseras... que te dije ayer, ofendiendo a tu padre... al cual tiene el mío el honor... de estrechar la mano.
El señor Nobis alargó la mano al carbonero, quien se la estrechó con fuerza, y en seguida empujó a su hijo hacia los brazos de su compañero Carlos.
-Le agradeceré -dijo el padre de Nobis al señor maestro- que los ponga juntos, en el mismo banco.
Nuestro maestro accedió y le dijo a Betti que se sentara al lado de Nobis.
Cuando estuvieron juntos, el padre de Carlos saludó y salió.
El carbonero permaneció un momento pensativo, mirando a los dos escolares en el mismo banco; después se les acercó, miró a Nobis con expresión de afecto y de remordimiento a la vez, como si quisiera decirle algo, pero no le dijo nada; alargó la mano para hacerle una caricia y se contuvo, limitándose a rozarle ligeramente la frente con sus toscos dedos. Luego se acercó a la puerta y, volviéndose una vez más para mirarlo, desapareció.
-Acordaos bien de lo que acabáis de ver -dijo el señor maestro-; es la mejor lección del año.
EDMUNDO DE AMICIS
CORAZÓN
Garrone no habría dicho jamás lo que ayer por la mañana profirió Nobis para zaherir a Betti. Carlos Nobis se muestra orgulloso por ser hijo de padres acomodados. Su padre, un señor alto, con barba negra, muy serio, acude casi todos los días a la puerta de la escuela para acompañar a su hijo hasta casa.
Ayer Nobis se peleó con Betti, uno de los más pequeños de nuestra clase, hijo de un carbonero, y no sabiendo ya qué replicarle, porque no llevaba razón, le dijo en voz muy alta:
-Tu padre es un andrajoso.
Betti se puso muy rojo y no respondió; pero le saltaron las lágrimas y, al llegar a su casa, le contó lo sucedido a su padre, un honrado carbonero, hombre de poca talla, que parece negro por lo tiznado que va. El ofendido padre se presentó por la tarde con su chico de la mano a quejarse al maestro.
Mientras esto sucedía, estando todos nosotros muy callados, el padre de Nobis, que le estaba quitando la capa a su hijo en la puerta, según su costumbre, oyó pronunciar su nombre y entró a pedir una explicación.
-Este señor -dijo el maestro señalando al carbonero- ha venido a quejarse de que su hijo, Carlos, dijera ayer al suyo: «Tu padre es un andrajoso.»
El padre de Nobis arrugó el entrecejo y se puso algo colorado. Después preguntó a su hijo:
-¿Es verdad que has dicho eso?
El chico, de pie en medio de la clase, con la cabeza baja delante del pequeño Betti, no rechistó. El padre comprendió entonces que era cierto; le agarró de un brazo, le obligó a que se aproximase más al ofendido, poniéndole frente a él, y le dijo:
-¡Pídele perdón!
El carbonero quiso interponerse, diciendo:
-¡No, no, de ninguna manera!
Pero el señor Nobis no lo consintió, y retiró a su hijo:
-¡Pídele perdón! Repite esto: Te ruego me perdones por las palabras injuriosas, insensatas y groseras que te dije ayer, ofendiendo a tu padre, al cual tiene el mío el honor de estrechar la mano.
El carbonero hizo un gesto resuelto, como diciendo:
-No, por favor, ya está bien.
Pero el señor Nobis se mantuvo firme en su propósito, y su hijo, aunque lentamente y con un hilillo de voz, sin levantar la vista del suelo, fue diciendo:
-Te ruego me perdones... por las palabras injuriosas... insensatas... y groseras... que te dije ayer, ofendiendo a tu padre... al cual tiene el mío el honor... de estrechar la mano.
El señor Nobis alargó la mano al carbonero, quien se la estrechó con fuerza, y en seguida empujó a su hijo hacia los brazos de su compañero Carlos.
-Le agradeceré -dijo el padre de Nobis al señor maestro- que los ponga juntos, en el mismo banco.
Nuestro maestro accedió y le dijo a Betti que se sentara al lado de Nobis.
Cuando estuvieron juntos, el padre de Carlos saludó y salió.
El carbonero permaneció un momento pensativo, mirando a los dos escolares en el mismo banco; después se les acercó, miró a Nobis con expresión de afecto y de remordimiento a la vez, como si quisiera decirle algo, pero no le dijo nada; alargó la mano para hacerle una caricia y se contuvo, limitándose a rozarle ligeramente la frente con sus toscos dedos. Luego se acercó a la puerta y, volviéndose una vez más para mirarlo, desapareció.
-Acordaos bien de lo que acabáis de ver -dijo el señor maestro-; es la mejor lección del año.
EDMUNDO DE AMICIS
CORAZÓN