El asesinato del pequeño bombero

bluebird3

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1 Dic 2010
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Chile
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Él, quien tenía solo 13 años, aguantó la golpiza con entereza, pese a que en el fondo estaba aterrado

A pesar de que estaban encapuchados, el niño logró reconocerlos, pero se hizo el loco. Se cuidaban de que no se les viera la cara, pero hablaban como loros sin temor.

Eran los mismos que se la pasaban en la esquina, los que robaban en la avenida principal a las personas que llegaban al barrio pasadas las 10 de la noche. Los mismos que los domingos andaban de un lado para otro con una revista de caballos en las manos y que tomaban cervezas y fumaban droga en la esquina sin vergüenza ni temor a que nadie los viera. Eran de los pocos que se podían ver por las noches y las madrugadas caminando libres por todos los vericuetos del barrio y hasta se coleaban en alguna fiesta. Eran los mismos que servían de correos (lleva y trae) a los ladrones de mayor jerarquía del barrio y trasladaban armas, municiones y dinero de un lado a otro en sus morralitos bolivarianos y su uniforme escolar y que las bandas llaman “moticos”. Eran los que cantaban la zona (avisaban) si llegaba a la barriada alguna persona desconocida o si, por esas casualidades que ocurren una vez cada cien días, hacía acto de presencia la policía. Los mismos que bajaban en grupos a ver si agarraban a alguien descuidado en la redoma o el metro y lo despojaban de su moto o su celular. En fin, eran los mismos enésimas veces denunciados y nunca buscados.

“¡Ay, bomberito, te metiste en tremendo peo con nosotros! O nos dices dónde esconde la plata tu mamá y las vainas de valor o lo que vas a llevar es candela y de la buena”, le decía en tono amenazante uno de aquellos muchachos que se habían metido a robar en su vivienda a plena luz del día.

Me cuenta la tía Felipa que los vecinos del barrio 24 de Julio, ese que se ve anaranjado oscuro desde la avenida principal de La Urbina, sintieron un gran alivio cuando Miguel Rodríguez Torres, ex ministro de Interiores, anunció la creación de los cuadrantes de seguridad. Ellos quedaron en el séptimo cuadrante, que supuestamente se activaba llamando al celular (0416) 536.7136 y que también abarcaba los barrios La Alcabala, San José Parte Alta, San José Parte Baja, Las Torres y 5 de Julio. Pero el alivio y la esperanza duraron poco menos de una semana, cuando los vecinos se ladillaron de tanto llamar y ver que o no contestaba nadie porque a lo mejor el guardia estaba chateando en ese instante con la novia, o contestaba de mala gana y decía que sí, que ya iban a mandar una patrulla, pero nunca mandaban nada.

“Bueno, bomberito, ya que no quieres hablar, lo que te sale es coquero (muerte). Y que conste que te dimos bastante oportunidad. Ta bien, pues, me vas a decir que tu mamá no tiene nada escondido por allí. ¿Y qué hace toda la plata que gana? ¿Y lo que le dan tus hermanos? ¿Y la plata de lo que bachaquean? ¿O ahora me vas a decir que no bachaquean? En este barrio todo el mundo anda metido a bachaquero, como si con esa vaina fueran a salir de abajo. Tu error fue no haberte metido a trabajar con nosotros. Ahorita estuvieras fino, respaldado por el hampa, con tremenda jeva, tremendo celular, moto…”, le dijo otro de los muchachos, al tiempo que le daba una fuerte patada por las costillas, la cual hizo que se doblara de dolor al infortunado que estaba acurrucado en el piso, temblando y llorando.

La emboscada. En el barrio vieron subir al niño Luis Bautista y los que se lo encontraron de frente lo saludaron con afecto, pues con mucho afecto solía saludar él. Todos lo querían. Iba vestido con su uniforme escolar. Estudiaba primer año de bachillerato en la Escuela Técnica Industrial Leonardo Infante, ubicada en Campo Rico y, además, era integrante de la Brigada Infantil de los Bomberos del Distrito Capital. “Seré un gran bombero cuando esté grande”, acostumbraba a decir.

No había nada anormal en el callejón, salvo un perro amarillo y flaco con lagañas en los ojos, que meneaba la cola de un lado a otro con rapidez, como si estuviera contento o, quizás, asustado. El niño sacó la llave y abrió la puerta de su casa y entró. Cuando se disponía a cerrar, aparecieron aquellas siluetas enmascaradas que lo acechaban a escondidas en el callejón. Le dieron dos golpes de entrada en el rostro y la barriga, como una especie de advertencia de que debía colaborar. Lo empujaron hacia un rincón y allí le cayeron a patadas. Luego lo pusieron boca abajo y le amarraron un trozo de tela en la boca para que no gritara y le amarraron las manos. “¿Dónde están los reales?”, le preguntaban con insistencia mientras lo golpeaban. Pero él, quien tenía solo 13 años, aguantó la golpiza con entereza, pese a que en el fondo estaba aterrado.

Hallazgo. Dalesky Valiente había salido a eso de las 7:30 de la mañana para una cita médica y dejó a Luis Bautista vistiéndose para irse a su liceo. Al final de la tarde, cerca de las 5:30, la mujer llegó de regreso a su casa y, al abrir la puerta, un frío extraño le recorrió el cuerpo. La casa estaba toda desordenada. Ella presintió lo peor. “¿Luis Valiente, estás allí?”, gritó ya fuera de sí y comenzó a correr como loca por todas las habitaciones en busca de su hijo.

Lo encontró allí, atado y amordazado, todo tieso en medio de un charco de sangre. Los criminales lo habían apuñalado e incluso le dejaron el cuchillo dentro de una de las heridas. La consternación se mezcló con el dolor, la rabia y la impotencia. Se arrodilló a su lado y comenzó a gritar y a llorarlo. Lo abrazaba y lo besaba, como solo puede abrazar y besar una madre a la que le acababan de arrebatar su cachorro.

Se determinó que los criminales se habían llevado una computadora portátil, una tablet, la computadora canaimita de la víctima y algo de dinero en efectivo que tenía el padrastro del niño.

Luis Bautista era el tercero de cuatro hermanos, informó su tío Juan Abache cuando acudió a reclamar el cadáver en la morgue de Bello Monte.

La tía Felipa comentó que esa zona (parte alta del barrio 24 de Julio, municipio Sucre del estado Miranda) era muy insegura debido a la escasa presencia policial y al hecho de que había muchos antisociales, pero que nunca había ocurrido un crimen similar. Una vecina secundó a Felipa: “Es verdad, acá es inseguro. Los ladrones se han metido a robar en casi todas las casas, pero nunca habían hecho algo como esto”.

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