Craso Error.

Nacho

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Muchas veces usamos esa frase que “ craso error” cuando alguien lleva a cabo una gran equivocación casi si solución.hablar del nacimiento de esta expresión hay que ir a la antigua Roma. por lo general aparece como una expresión nacida del latín. cierto por la palabra Error (Errore) y Craso es un nombre muy conocido para los Bomberos pues es aquel Marco Licinio Craso que fudara el servicio de apaga fuegos privado en Roma para su propio benefició y por cierto precursor de los Bomberos de Ray Bradbury ya que tenia sus brigadas de incendiarios para sus apaga fuegos tuviera trabajo y el ganara sus denarios, corría el año 53 a.C. Por aquel entonces se empezaba a gestionar el triunvirato (una forma de gobierno a tres) entre los políticos más importantes del momento Pompeyo y César y un tercero que había participado de manera decisiva en varias guerras con éxito, Marco Licinio Craso.

Cada uno había realizado algo que le permitía estar en ese puesto. Craso por ser quién derrotó a Espartaco; Pompeyo, por su parte, fue quien organizó la sublevación para el ataque a Hispania, mientras que César era un allegado de uno de los fundadores de Roma. Todos ellos se repartieron en mayor o menor medida los territorios que por aquel entonces poseía el imperio romano. A Pompeyo le tocó España y África, a César las Galias, y a Craso, el menos conocido de los tres, Siria. Pese a que no tiene un rincón para sí solo en los libros de historia, Craso era un hombre muy influyente en la época y sobre todo extremadamente rico.

Llegó a ser la persona más rica de sus años. Eso sí, manejaba su dinero en intereses personales, dándoselo a políticos poderosos cuando estos no tenían, agasajaba con regalos a muchos jueces… Incluso se dice que Cayo Julio César recibía ayuda de Craso. Algunos autores de la época también hacen mención a otra expresión popular con el nombre de él y era cuando alguien pedía gran cantidad de dinero a un amigo, a lo que este respondía: “¿Acaso te crees que soy Craso?”Era poderoso y rico, eso no se puede negar. Su llegada al triunvirato le iba a otorgar más fuerza para gobernar, así que no es de extrañar que lo primero que hiciera en su nueva tierra de Siria fuera saquear templos y casas para su fortuna creciente.

Craso tenía en su poder un magnífico territorio de riquezas. Podría haber poseído más si la ambición no se hubiera apoderado de él. Quiso imitar glorias pasadas y aumentar su territorio para poder controlar aún más Roma. Para ello, pensó en cruzar el Éufrates e intentar la conquista del imperio de Partía (ubicado en la zona del actual Irán). partió enceguecido por la ambición y la soberbia , a tontas y a locas diríamos los Chilenos y eso se notó en la ejecución de los planes. En la primera contienda, su ejército fue derrotado con creces. Incluso su hijo falleció, lo que le afectó notablemente en su espíritu de lucha. Su ambición por apoderarse de la fortuna de Partía le pudo. Unido a la desgracia de su hijo y a la presión del ejército que quedaba, fue obligado a hablar con el general parto, que accedió a ello.

En medio de esa reunión, se encontró con una encerrona y fue apresado. Su final estuvo ligado al oro que quería de Partía, aunque hay dudas sobre cuál es el correcto. Una corriente dice que fue obligado a beber el oro líquido que quería; por su parte, otra dice que lo fundieron en oro. Lo que sí es cierto es que su ambición, su idea de poder con todo lo que se le pusiera por delante y su deseo de hacerlo lo antes posible, llevaron a Craso a cometer un error cuando atacó el imperio parto, o como se suele decir desde entonces, “cometer un craso error”.
 

Nacho

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Veamos la Batalla:

CARRAS, O CARRHAE: cuando la gloria llama a la puerta y tú abres la ventana tomado de www.historiayarmas.com

Fecha, año 53 a.C. Lugar, Carras, o Carrhae, siendo más puristas. Hoy toca una de romanos, romanos contra partos, para ser más precisos. Vamos a hablar del intento de conquista del Imperio Parto que llevó a cabo alguien a quien sin duda ustedes conocerán, nuestro amigo Marco Licinio Craso. Y decimos intento porque no pasó de ahí la cosa. No solo no logró el objetivo, sino que se sufrió una derrota de esas que hacen época y que, entre otras cosas, le costó la vida. Pero entremos en materia.


Hacer una introducción histórica como los dioses mandan nos llevaría mucho tiempo, así que la resumiremos comentando de pasada que, por los acuerdos del primer triunvirato, a M. L. Craso le tocó hacerse cargo de las provincias orientales de Roma. Una vez allí, ni corto ni perezoso, y como el cargo concedido no le pareció suficiente, buscó la gloria militar y emprendió una guerra de conquista hacia el único enemigo de la suficiente entidad que en la zona había. Nos referimos, naturalmente, al Imperio Parto. Las fuerzas reunidas para la ocasión eran, en principio, imponentes. Siete legiones, cuatro mil jinetes y un número similar de tropas auxiliares. Y esto, la reunión de ese impresionante aparato militar, fue el tope al que se llegó en cuanto a preparar la campaña. Que así salió como salió.


 

Nacho

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Marco Licino Creso, Museo de Louvre.
Craso llega a Siria en el 54 a.C. Su viaje no ha estado libre de incidentes; ya desde la salida de Roma, cuando uno de los tribunos de la plebe le despide con una horrible maldición: «prorrumpió en las imprecaciones más horrendas y espantosas, invocando y llamando por sus nombres a unos dioses terribles también y extraños» (Plutarco dixit). El legionario medio era capaz de enfrentarse a muchas cosas, pero maldiciones y augurios desfavorables no estaban entre ellas, así que mal —para la moral— empezaba la cosa, sobre todo cuando tan alegres buenos deseos no tardaron en verse cumplidos durante el viaje —es lo que tiene la superstición: una vez te han maldito, todo lo que salga mal se debe a ello, y se crea así un molesto círculo vicioso difícil de romper—. Que había tormentas —y las hubo—, la maldición. Que se rompía algo —cosa rara en un viaje—, la maldición. Y así sucesivamente. De esta manera se podrán imaginar ustedes el nivel de optimismo de la tropa cuando llegó, por fin, a Siria.

Una vez allí, nuestro protagonista se movió con celeridad, tenemos que reconocerlo. Cruzó el Eúfrates —frontera natural con Partia—, liberó unas cuantas ciudades, puso guarnición en ellas y… se volvió a Siria a pasar el invierno. Todas las fuentes critican este acto con rotundidad, así que nosotros no vamos a ser menos: coges al enemigo desprevenido, comienzas la campaña con buen pie y acto seguido te retiras de vuelta a casa dándole tiempo de sobra para que se prepare en condiciones. Si Craso hubiera aprovechado este tiempo para prepararse a su vez subiendo la moral de las tropas, ejercitándolas, aprendiendo sobre el enemigo al que se iba a enfrentar, etc., la cosa aún habría tenido su lógica. Pero no, para qué. Se pasó el invierno cobrando impuestos alegremente y desoyendo tanto a sus oficiales como a todo aquel que quería advertirle de lo que se iba a encontrar cuando reanudara la ofensiva.

En el 53 a.C. Craso vuelve a cruzar el Eúfrates con la sana intención de llegar a Seleucia. De nuevo, el viaje no pudo comenzar mejor: caen dos rayos en el lugar donde se pensaba levantar el campamento, se necesitan varios hombres para desclavar un estandarte del suelo, por efecto de un viento fortuito una de las águilas de las legiones se gira del todo y queda mirando a Siria, la primera comida que se da a la tropa una vez cruzado el río es a base de lentejas y sal, una comida típicamente funeraria, y al serle entregadas a Craso las entrañas del animal sacrificado para hacer el augurio sobre la campaña que comenzaba, se le cayeron al suelo. De nuevo, la maldición. Y de nuevo, la moral por las nubes —y de nuevo, Plutarco—. Además, Craso se deja llevar —lo dicen las fuentes, no nos lo inventamos, y no solo Plutarco— por un total exceso de confianza y de orgullo. No hace caso a quien debe, y se fía de quien no debe, así que hace marchar al Ejército a través de un desierto en vez de buscar rutas más favorables aunque más lentas. El viajecito por el desierto termina de hundir la moral de las tropas, más aún cuando se encuentran, al poco de pasar Carrhae y sin tener ni idea de que estaba allí, con un Ejército parto inferior en número pero compuesto exclusivamente de caballería: arqueros a caballos y los famosos catafractos, blindados —caballo y jinete— de la cabeza a los pies. Y, además, jugando al despiste: en vez de mostrar toda su fuerza desde el principio el parto se desplegó mostrando una parte de las tropas y el resto escondidas detrás. Recordemos que estamos hablando de caballería, que levanta mucho polvo. Y que estamos en una llanura más bien pelada, con lo que se levanta aún más. Así que el truco funcionó y Craso no llegó nunca a saber realmente cuántos enemigos tenía enfrente.

El primer despliegue del ejército romano no fue muy original, pero sí efectivo: desplegó a las legiones en línea con la caballería en los flancos para evitar verse envuelto, pero de buenas a primeras cambió de idea y les hizo formar en cuadro, lo cual en principio podía tener sentido —evitaba aún más la posibilidad de verse envuelto—, pero logrando únicamente convertir al ejército en un magnífico blanco para los arqueros partos. La batalla comenzó con otra jugarreta parta: «al punto se llenó aquel vasto campo de un gran ruido y de una espantosa vocería. Porque los Partos no se incitan a la pelea con trompas o clarines, sino que sobre unos bastones huecos de pieles ponen piezas sonoras de bronce con las que mueven ruido, y el que causan tiene no sé qué de ronco y terrible, como si fuera una mezcla del rugido de las fieras y del estampido del trueno» (Plutarco, Vidas paralelas. Vida de Craso, XXIII). Conclusión, el poco ánimo que quedaba en el ejército romano se quebró del todo, máxime cuando comprendieron la táctica del enemigo: usar la caballería pesada para mantener a raya a las legiones —sin llegar al enfrentamiento directo— mientras los arqueros disparaban alegremente una y otra vez. Y dispararon mucho, porque en la retaguardia tenían una caravana de camellos cargados de flechas: cuando un arquero terminaba su munición, se iba para allí, se volvía a cargar de flechas, y volvía como quien no quiere la cosa a seguir disparándolas. Publio Licinio Craso, hijo de Marco Licinio, dirigió una carga al frente de mil trescientos jinetes y ocho cohortes de infantería con la misión de atraer a los partos al combate y tratar de cambiar el signo de la batalla, pero sin resultado: los partos se retiraron y cuando tuvieron a este contingente a la suficiente distancia del grueso del Ejército romano, se volvieron contra él y lo exterminaron. Para cuando Craso padre trató de ayudar a Craso hijo vio cómo se acercaban a su posición unos partos que traían, ensartada en una lanza, la cabeza de Publio. La batalla duró todo el día y todo el día se repitió el mismo guion: los romanos no lograban llegar al combate cuerpo a cuerpo —los desesperados que lo intentaban morían rápidamente alanceados por los catafractos— mientras los partos iban diezmando a flechazos, lenta pero metódicamente, al Ejército de Craso.

Llegó la noche y se detuvo la matanza. Los partos, fieles a sus costumbres, se replegaron —de noche se apunta mal—, y en el campo romano se celebró un consejo. Conclusión, la única posible. Retirada hacia Carrhae dejando atrás a los heridos —unos cuatro mil— que no podían moverse, heridos que al día siguiente fueron metódicamente asesinados por los persas. La retirada nocturna comenzó en buen orden, pero ya sabemos lo que suele pasar en estos casos y el buen orden pronto se desbarató y la retirada se hizo bastante más desordenada, momento que aprovecharon ciertos destacamentos romanos para tomar las de Villadiego y tratar de llegar a Siria por su cuenta, aventura que lograron unos con mayor fortuna que otros. A la mañana siguiente, el Ejército, ya en Carrhae, vio como les daba alcance la caballería parta. No habían logrado despistar a sus perseguidores y se decidió continuar la retirada esa misma noche.

Como hemos visto hasta ahora, no se puede decir que Craso hubiera tenido, hasta el momento, muy buen ojo a la hora de tomar decisiones, y esta no iba a ser una excepción. Tomó de guía a un tal Andrómaco, personaje este que decía saber mucho de rutas y caminos por los que hacer segura la retirada del Ejército. Lo malo es que el sujeto en cuestión era realmente un espía al servicio de los partos, así que su concepto de lo que era una «retirada segura» dejaba un tanto que desear, como veremos a continuación. No todos los romanos se fiaron, no obstante, del amigo Andrómaco, y varios aprovecharon la nueva retirada para tratar, de nuevo, de volver a Siria por su cuenta. Entre los que lo lograron estaba un tal Cayo Casio Longino que más tarde tendría algo que ver con el asesinato de César. Pero como esta es otra historia, la aparcamos aquí y seguimos con la retirada. Andrómaco guió al Ejército hacia el noroeste, tratando de llegar a las montañas, donde sería mucho menos efectiva la caballería parta. En principio la cosa fue bien, y se llegó a pensar que habían despistado a los perseguidores. Craso —permítanme el chiste— error.



Estatua en bronce, posiblemente representa al general Surena. Museo Nacional de Irán.
Andrómaco les guió dando una y mil vueltas hasta un terreno pantanoso cruzado por mil acequias donde, de nuevo, les dieron caza los partos. Comenzó así una nueva batalla cuyo desenlace era, como poco, incierto. Los romanos formaron sobre una elevación del terreno que les ofrecía cierta protección y fueron resistiendo mal que bien las acometidas de los partos. El general de estos últimos, Surena, viendo que la cosa no iba a ser tan rápida como deseaba, cambio de táctica y se ofreció a parlamentar ofreciendo buenas condiciones si llegaban a un acuerdo de paz. Craso no las tenía todas consigo y no se fiaba del parto, pero su ejército estaba más bien cansado y amenazó con amotinarse si se negaba a negociar. Ante la disyuntiva —si no lo mataban los partos, a lo mejor lo hacían sus propios hombres— Craso eligió lo más honroso y se dirigió hacia donde le esperaba Surena. Por una vez, Craso acertó: era una trampa, tras un breve enfrentamiento él y varios de los oficiales que le acompañaban murieron a manos de los partos. La suerte del resto del ejército fue variada. Diez mil se rindieron, y el resto trato de escabullirse por la noche intentando escaparse. De nuevo, algunos lo lograron mientras los otros murieron de una forma u otra por el camino.
 

Nacho

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Nace el Misterio de la Legion Perdida,La derrota de Carrhae sufrida por el ejército romano genero gran numero de bajas unos 20.000 legionarios muertos , otros 5.000 consiguieron escapar pero un total de unos 10.000 legionarios fueron hechos prisioneros.

Aunque la leyenda y la historia se confunden, se sabe por Plutarco y Plinio, que algunos hombres fueron conducidos hasta lo que hoy es Afganistán, siendo la mayoría esclavizados. Pero se sabe que algunos de ellos se les dio la opción de combatir al este contra los hunos, pero su rastro de pierde allí. Cuando los partos firmaron la paz con Roma en el 20 A.C se estableció el retorno de los prisioneros, pero ya entonces se desconocía su paradero.

Para unos, la teoría más creíble es que se acabaron casando con mujeres partas. Pero otros como Homer H. Dubs, esgrimió en 1955 la teoría de que acabaron en China. Menciona para ello algunas crónicas chinas, en las que se habla de una batalla en el ciudad de Zhizhi (en el actual Uzbekistán) entre el ejército chino yun extraño contingente de extranjeros que protegía la ciudad. Estos usaban fortificaciones de empalizadas rectangulares, utilizaban una formación similar a la de la tortuga romana y que iban cubiertos por una armadura con escamas.

Finalmente la ciudad fue tomada por las tropas chinas y los 1.000 defensores extranjeros fueron deportados, donde fueron capaces defundar una nueva ciudad que recibió el nombre de Li-Jien o Liqian, el término chino usado para referirse a Roma.

Pese a la referencias bibliográficas o el hallazgo de restos arqueológicos, alguna inscripción (cuestionable) o monedas romanas en la zona. No se da por probada científicamente ni mucho menos, la presencia de romanos en la región, pudiéndose deber estos restos a que Liqian era una de las paradas de la antigua ruta de la seda. Pero en cualquier caso aun quedaría otro misterio sin resolver, como es la alta concentración de pesonas con rasgos occidentales (ojos verdes, narices grandes o incluso pelo rubio) mezclados con rasgos chinos en este pueblo.

Para ello, a principios de año, unos científicos tomaron muestras de la sangre que varias personas de este pueblo para someterlos a un test de ADN, que pueda demostrar esa posible conexión romana, de la que los habitantes de Liqian parecen sentirse muy orgullosos. De momento aun no se sabe nada de los resultados, que si duda podrían probar o refutar definitivamente la teoría, pero mientras el pueblo intenta aprovechar el tirón turístico que todo este revuelo ha podido crear en el pueblo.

El misterio continúa a la espera de los resultados y nos confirme si se trata de una fascinante leyenda o de una realidad.y todo por un CRASO ERROR.

Saludos
 
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Nacho

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Ya que me preguntaron ¿Que...............es un Catrafacto?

Que es un Catafracto? kataphraktós, una palabra compuesta la cual significa literalmente “totalmente cubierto; protegido”.

t“Los Catafractos” pertenecían a una elite de caballería pesada perteneciente al imperio persa. Estos jinetes de combate portaban pesadas armaduras y sus monturas estaban acorazadas, dando una protección total. Estos fueron el germen de la caballería pesada medieval que se vería algunos siglos después y del arma blindada en el futuro ; sus blindajes pesados les otorgaban una notoria protección y sus fisonomías en plena carga y en el fragor de la batalla, eran psicológicamente terroríficas para sus enemigos.

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