La ferocidad de su ingenio y su falta de respeto por el medio ambiente le ha llevado a “romper el equilibrio” de la naturaleza incendio tras incendio
Uno de los métodos más frecuentes para provocar un incendio es el de los gatos kamikaze: los pirómanos atan un trapo remojado con gasolina a la cola del animal, o directamente le prenden fuego, y luego le echan en medio de los matorrales cual mecha viviente. Esta muestra de cobarde crueldad arraiga hasta en el mito. Los nativos americanos cuentan la leyenda del conejo que robó el fuego a las comadrejas, las únicas criaturas terrestres que lo poseían, para regalarlo a los humanos. El pequeño y rápido animal se roció el pelaje de resina de pino para prolongar las llamas y, una vez llegado al pueblo de las comadrejas, se prendió fuego a las orejas, escapó y se entregó a los hombres.
Del mito a la realidad. La ferocidad del ingenio humano y su falta de respeto por la naturaleza no dejan de sorprender. El número de incendios y la superficie quemada ha aumentado dramáticamente en las últimas décadas, principalmente debido al uso y abuso del suelo. “El 90-95% de los incendios ocurren por causas antrópicas, hemos roto completamente el equilibrio”, avisa el profesor José A. Torrent Bravo del Departamento de Ingeniería Hidráulica y Medio Ambiente de la Universitat Politècnica de Valencia.
El patrimonio forestal mundial se reduce 12 millones de hectáreas cada año, mientras que otros 10 millones sufren daños a menudo irreversibles. El fenómeno afecta principalmente a los bosques húmedos de las regiones tropicales y si estas tasas de destrucción se mantienen, a mediados del siglo XXI la selva podría haber desaparecido casi por completo.
Las causas de esta desastrosa tendencia son varias, pero todas conectadas con el crecimiento indiscriminado del consumo humano en las zonas más prósperas del planeta. Al comercio de la madera se le debe la desaparición de 5 millones de hectáreas de bosques al año, otras 3 millones se queman, especialmente en la Amazonía, para dar paso a enormes rebaños de ganado vacuno, cuya carne se destina a los ricos mercados de los países industrializados.
El 90-95% de los incendios ocurren por causas antrópicas, hemos roto completamente el equilibrio”
José A. Torrent Bravo
Universitat Politècnica de Valencia
Daños y recuperación
Los efectos de un incendio son diferentes dependiendo de las características de la zona afectada y la estructura de su vegetación. “La maquia mediterránea no demasiado deteriorada se puede recuperar en 3 o 4 años, los pinos pueden necesitar 20 o 30 años para recobrar una estructura arbolada, mientras que un bosque maduro tardará el tiempo que fue necesario para crecer, que en el caso de los grandes parques americanos puede significar incluso siglos”, explica Ramon Vallejo Calzada, titular de la cátedra de Fisiologia Vegetal de la UB.
Estos bosques mediterráneos tienen una elevada capacidad de recuperación natural, pero la excesiva repetición de los incendios, cada vez más frecuentes, termina causando mutaciones severas en su morfología. Se pierden los árboles de tronco alto, que no tienen tiempo de crecer, mientras que las formaciones arbustivas acaban ocupando toda la superficie disponible. Algunas plantas, además, son especialmente adecuadas para soportar los frecuentes incendios y terminan acaparando el territorio, de modo que se hacen necesarias intervenciones de restauración, como la plantación de especies objetivo.
Los incendios de alta intensidad, alcance y frecuencia son extremadamente destructivos también porque desatan graves procesos de erosión. Las colinas desnudas por la completa erosión del suelo son un elemento común del paisaje mediterráneo. Por otro lado, el daño sufrido por la fauna es muy variable. La macro y microfauna se alejan con bastante rapidez, pero si los incendios se dan durante la temporada de reproducción pueden afectar a los más jóvenes, cachorros y a los huevos, además de causar daños a posteriori por falta de alimento y refugio. El fuego cambia el microclima, alterando la cantidad de radiación solar que llega a la tierra (por la destrucción de la cubierta vegetal), y causando un aumento de la excursión térmica, del viento o la modificación de la tasa de humedad en el aire y el suelo.
Intervenir... ¿ o no?
En los años 80 apareció una corriente de opinión que proponía no intervenir en caso de incendio, para dejar que la naturaleza se autorregulase: en Yellowstone lo intentaron y se acabó quemando el 80% del bosque. La cadena de fuegos que estalló en el parque entre mayo y noviembre de 1988 adquirió inmensas proporciones, con llamas altas centenares de metros, alimentadas por la resina de los pinos e impulsadas por vientos de más de 125 km por hora con temperaturas superiores a los 1.000 grados. Según el profesor Torrent Bravo, “al intervenir el ser humano, el discurso naturalist a, que considera el fuego como un elemento más del medio ambiente, no sirve, porque el equilibrio ya está descompensado y por lo tanto debemos intervenir para recuperarlo”.
En España los grandes incendios se producen a partir de las décadas de los 70 y 80, unos años después de que se produjera el éxodo rural. Los pueblos se quedaron vacíos y el ganado dejó de limpiar el monte . Hasta lo años 60 en todo el país ardían 50.000 hectáreas anuales y ahora se queman centenares de miles al año.
Los expertos defienden el uso del fuego contra el fuego como arma preventiva, a través de quemas periódicas autorizadas y programadas en épocas y condiciones adecuadas. Se trata de limpiar en invierno para que en verano no haya demasiada gasolina . Sin embargo, a menudo se registran resistencias y temores por parte de los administradores y de las poblaciones locales, algo que dificulta la puesta en práctica de estos planes.
La importancia de un bosque no sólo está vinculada al valor material de las plantas y terrenos que lo componen, sino que se caracteriza por una serie de beneficios que van desde la protección contra el cambio climático a la estabilización de las laderas. Los bosques pueden reducir los efectos de las inundaciones, prevenir y reducir la salinidad de las tierras áridas y frenar la desertificación. Toro Sentado nos veía venir: ”Sólo después de que el último árbol haya sido cortado, el último lago contaminado, el último pez pescado, os daréis cuenta de que el dinero no se puede comer”.
http://www.lavanguardia.com
Uno de los métodos más frecuentes para provocar un incendio es el de los gatos kamikaze: los pirómanos atan un trapo remojado con gasolina a la cola del animal, o directamente le prenden fuego, y luego le echan en medio de los matorrales cual mecha viviente. Esta muestra de cobarde crueldad arraiga hasta en el mito. Los nativos americanos cuentan la leyenda del conejo que robó el fuego a las comadrejas, las únicas criaturas terrestres que lo poseían, para regalarlo a los humanos. El pequeño y rápido animal se roció el pelaje de resina de pino para prolongar las llamas y, una vez llegado al pueblo de las comadrejas, se prendió fuego a las orejas, escapó y se entregó a los hombres.
Del mito a la realidad. La ferocidad del ingenio humano y su falta de respeto por la naturaleza no dejan de sorprender. El número de incendios y la superficie quemada ha aumentado dramáticamente en las últimas décadas, principalmente debido al uso y abuso del suelo. “El 90-95% de los incendios ocurren por causas antrópicas, hemos roto completamente el equilibrio”, avisa el profesor José A. Torrent Bravo del Departamento de Ingeniería Hidráulica y Medio Ambiente de la Universitat Politècnica de Valencia.
El patrimonio forestal mundial se reduce 12 millones de hectáreas cada año, mientras que otros 10 millones sufren daños a menudo irreversibles. El fenómeno afecta principalmente a los bosques húmedos de las regiones tropicales y si estas tasas de destrucción se mantienen, a mediados del siglo XXI la selva podría haber desaparecido casi por completo.
Las causas de esta desastrosa tendencia son varias, pero todas conectadas con el crecimiento indiscriminado del consumo humano en las zonas más prósperas del planeta. Al comercio de la madera se le debe la desaparición de 5 millones de hectáreas de bosques al año, otras 3 millones se queman, especialmente en la Amazonía, para dar paso a enormes rebaños de ganado vacuno, cuya carne se destina a los ricos mercados de los países industrializados.
El 90-95% de los incendios ocurren por causas antrópicas, hemos roto completamente el equilibrio”
José A. Torrent Bravo
Universitat Politècnica de Valencia
Daños y recuperación
Los efectos de un incendio son diferentes dependiendo de las características de la zona afectada y la estructura de su vegetación. “La maquia mediterránea no demasiado deteriorada se puede recuperar en 3 o 4 años, los pinos pueden necesitar 20 o 30 años para recobrar una estructura arbolada, mientras que un bosque maduro tardará el tiempo que fue necesario para crecer, que en el caso de los grandes parques americanos puede significar incluso siglos”, explica Ramon Vallejo Calzada, titular de la cátedra de Fisiologia Vegetal de la UB.
Estos bosques mediterráneos tienen una elevada capacidad de recuperación natural, pero la excesiva repetición de los incendios, cada vez más frecuentes, termina causando mutaciones severas en su morfología. Se pierden los árboles de tronco alto, que no tienen tiempo de crecer, mientras que las formaciones arbustivas acaban ocupando toda la superficie disponible. Algunas plantas, además, son especialmente adecuadas para soportar los frecuentes incendios y terminan acaparando el territorio, de modo que se hacen necesarias intervenciones de restauración, como la plantación de especies objetivo.
Los incendios de alta intensidad, alcance y frecuencia son extremadamente destructivos también porque desatan graves procesos de erosión. Las colinas desnudas por la completa erosión del suelo son un elemento común del paisaje mediterráneo. Por otro lado, el daño sufrido por la fauna es muy variable. La macro y microfauna se alejan con bastante rapidez, pero si los incendios se dan durante la temporada de reproducción pueden afectar a los más jóvenes, cachorros y a los huevos, además de causar daños a posteriori por falta de alimento y refugio. El fuego cambia el microclima, alterando la cantidad de radiación solar que llega a la tierra (por la destrucción de la cubierta vegetal), y causando un aumento de la excursión térmica, del viento o la modificación de la tasa de humedad en el aire y el suelo.
Intervenir... ¿ o no?
En los años 80 apareció una corriente de opinión que proponía no intervenir en caso de incendio, para dejar que la naturaleza se autorregulase: en Yellowstone lo intentaron y se acabó quemando el 80% del bosque. La cadena de fuegos que estalló en el parque entre mayo y noviembre de 1988 adquirió inmensas proporciones, con llamas altas centenares de metros, alimentadas por la resina de los pinos e impulsadas por vientos de más de 125 km por hora con temperaturas superiores a los 1.000 grados. Según el profesor Torrent Bravo, “al intervenir el ser humano, el discurso naturalist a, que considera el fuego como un elemento más del medio ambiente, no sirve, porque el equilibrio ya está descompensado y por lo tanto debemos intervenir para recuperarlo”.
En España los grandes incendios se producen a partir de las décadas de los 70 y 80, unos años después de que se produjera el éxodo rural. Los pueblos se quedaron vacíos y el ganado dejó de limpiar el monte . Hasta lo años 60 en todo el país ardían 50.000 hectáreas anuales y ahora se queman centenares de miles al año.
Los expertos defienden el uso del fuego contra el fuego como arma preventiva, a través de quemas periódicas autorizadas y programadas en épocas y condiciones adecuadas. Se trata de limpiar en invierno para que en verano no haya demasiada gasolina . Sin embargo, a menudo se registran resistencias y temores por parte de los administradores y de las poblaciones locales, algo que dificulta la puesta en práctica de estos planes.
La importancia de un bosque no sólo está vinculada al valor material de las plantas y terrenos que lo componen, sino que se caracteriza por una serie de beneficios que van desde la protección contra el cambio climático a la estabilización de las laderas. Los bosques pueden reducir los efectos de las inundaciones, prevenir y reducir la salinidad de las tierras áridas y frenar la desertificación. Toro Sentado nos veía venir: ”Sólo después de que el último árbol haya sido cortado, el último lago contaminado, el último pez pescado, os daréis cuenta de que el dinero no se puede comer”.
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