
Es la institución más representativa de la comunidad italiana del puerto y, al mismo tiempo, le concede identidad, cohesión y espíritu de cuerpo. Por otro lado, brinda un valioso servicio a la comunidad receptora y, a los propios connacionales –en su mayoría medianos y pequeños propietarios de bienes raices– ante la contingencia de un siniestro con funestas consecuencias. Finalmente, cabe destacar que esta institución al ser no remunerada, crea ante la ciudadanía y en su interior, una ética en torno al servicio propia y única.
Desde la segunda mitad del siglo XIX, el puerto principal principia a sufrir grandes siniestros que destruyen numerosas edificaciones de madera. En el plano y, especialmente, en los cerros donde habita la mayoría de la población –ricos y pobres–; las calles son estrechas, con continuas subidas y bajadas e interminables viricuetos y, el agua es de difílcil acceso y, por ende, escasa porque es transportada hasta los hogares por los aguadores a lomo de burro. Por tanto, el combate a las llamas en estos sectores es muy problemático, tanto en los barrios más pudientes con casas de madera finas y elaboradas, como en aquellos ocupados por los pobres, donde se levanta el rancho miserable utilizando el coligue que crece en las numerosas quebradas. En estas ocasiones, no existe escapatoria cuando se declara un incendio que es avivado por el fuerte viento. Este es el escenario en el que las voraces llamas destruyen barrios porteños enteros.
El primer desastre causado por un violento incendio del que se tiene registro fidedigno, ocurre en 1843. Las llamas hacen desaparecer casi todo el llamado barrio puerto –el plano existente por aquella época–; una docena de edificios y 3.000 bultos depositados en la Aduana son presas del fuego, pese a que intervienen muchas tripulaciones de los barcos surtos en la bahía. Este desastre insta que en 1850, la población liderada por el Intendente provincial, José Santos Melo y los más caracterizados dirigentes de las colonias residentes, destacando el italiano Edmundo Sartori, formen la Asociación de Bomberos que llega a tener alrededor de trescientos voluntarios, divididos en tres compañías.
Algunos años después, se hace realidad una aspiración surgida al interior de la Sociedad de Socorros Mutuos Unión Italiana, en el sentido de formar una entidad de bomberos voluntarios italianos. Los esclarecidos promotores de esta iniciativa son Emilio Longhi, José Rondanelli –uno de los primeros capitanes que tiene la institución–, Agustín Solari y el farmacéutico y comerciante Pedro Sepp –dirigente y fundador de la Beneficienza y de la Unión Italiana y primer director de la compañía– quienes visitan a cada uno de los más representativos integrantes de la colectividad para difundir y captar adherentes.
El 23 de enero de 1858, se reúnen sesenta interesados en impulsar la creación de una compañía de bomberos. Se distinguen por su compromiso y ocupan un sitial de honor, entre los fundadores Enrique Curti, Ambrosio Chiarella, Ángel Guarello, Vicente Olivieri –reconocido dirigentes de la Beneficienza y de la Sociedad–, Esteban Puccio, Ángel Minetti, Enrique Gaggero, Agustín Rossi, Juan Merlino, Giocondo Favero, José Malfatti, Nicolás Delpino, Juan Cambiaso, Antonio Costa, José Portaluppi –tiene el grado de Teniente Cuarto–, Pedro Billa –que ejerce de secretario-tesorero, durante los primeros años–, Enrique Vigo –que se desempeña como ayudante–; el médico César Adami y Germán Tenderini, sólo por citar algunos. Asimismo, colabora con la institución Jorge Carletti –antiguo funcionario policial de Génova– que redacta los Estatutos de la sesta y que ocupa después el cargo de delegado consular en el puerto.
El primer voluntario elegido miembro honorario es Juan Bautista Billa. También, se destaca el empresario naviero y comerciante Pedro Alessandri Terzi que, paralelamente, cumple labores como Cónsul del Reino de Cerdeña en el puerto.
Rápidamente y con erogaciones de voluntarios y amigos la bomba italiana logran adquirir en los Estados Unidos cuatro flamantes carros, presentados a la comunidad durante el ejercicio efectuado el 20 de junio de 1858, ocasión en que los espectadores los premian con calurosos aplausos por la preparación y disciplina exhidos y que los ubica entre las mejores compañías de Valparaíso.
El bautismo para la Sesta, ocurre con ocasión del siniestro declarado el 15 de noviembre de 1858 –aún no cumplen un año en funcionamiento – fecha en que colaboran en la extinción de un incendio.
En 1862, el presidente José Joaquín Pérez de visita en el puerto, revista el cuerpo de bomberos local y dirige elogiosos comentarios a las instituciones de voluntarios extranjeros, destacando a la Sesta.
Un suceso trascendente que marca a la comunidad porteña, acaece con la visita de José Garibaldi en abril de 1863, cuya embarcación recala en la bahía de Talcahuano para recargar sus bodegas de carbón. En su viaje hacia el norte –se encuentra exiliado en Estados Unidos –, desembarca en el puerto principal, lugar en que recibe múltiples nuestras de afecto. Las damas de la colonia le hacen entrega de una bandera italiana bellamente bordada, en tanto, los sestinos logran que el héroe de dos mundos les autografie una nota que es guardada como una verdadera reliquia en dependencias del cuartel.
El primer mártir de la compañía es el voluntario Antonio Gotelli que, el 3 de abril de 1862, resulta víctima del esfuerzo desplegado durante la extinción de un siniestro ocurrido en la antigua calle San Juan de Dios –hoy Condell–. Este voluntario que figura en la nómina de los fundadores, fallece tres días después, aquejado por una bronconeumonía.
En el marco de las festividades patrias de 1863, se efectúa una gran parada militar en el parque Cousiño –hoy parque O'Higgins– a este evento es invitada a presentarse la 6ta. Compañía. Meritoria distinción porque es la única agrupación bomberil formada por extranjeros distinguida con este honor. Y debido a que el estado chileno no ha reconocido al Reino de Italia, los bomberos desfilan en señal tácita de protesta (...) con el tricolor enfundado en vaina de cuero. Y al parecer este acto surte efecto, pues a fines de este año, Chile y la monarquía italiana establecen relaciones diplomáticas.
Una de las pruebas más cruciales que deben enfrentar, ocurre a propósito del bombardeo del puerto a manos de la flota española, verificado el sábado 31 de marzo de 1866, a modo de represaria por la resuelta actitud de las autoridades nacionales de brindar apoyo a la hermana república del Perú, durante el conflicto con España. La flota hispana en operaciones en el Pacífico, notifica a las autoridades que prepara la artillería para descargarla en contra de algunos objetivos, entre ellos, destacan los Almacenes Aduana, cuarteles y algunos barrios como el del Cerro Barón, sitio preferido por los inmigrantes italianos para fijar su morada. El cuerpo de bomberos del puerto, sobresaliendo los sestinos deben redoblar esfuerzos para apagar los distintos focos que se declaran por el impacto de las bombas. Las dificultades para conseguir y transportar agua hasta los lugares amagados son enormes, porque operan con carros movilizados a mano por empinadas quebradas. Ante esta grave emergencia, los voluntarios porteños son auxiliados por sus colegas santiaguinos, movilizados en la víspera -por ferrocarril- y que llegan en buen número y dotados de los materiales suficientes.
Importante actuación cumple el voluntario italiano de los registros de la Primera Compañía de Santiago, Pedro Tomola que después de haber laborado en las emergencias declaradas, enferma de neumonía, falleciendo en la capital. Tiene 35 años de edad.
Hacia 1870, como corolario de la importancia que adquiere el puerto principal en torno a movimiento mercantil y financiero y el importante crecimiento que está experimentando la colectividad residente en esta plaza -es la puerta de entrada al país-, se decide trasladar allí el Consulado General.
Un incendio de proporciones se declara en la madrugada del 16 de Febrero de 1876, en la fábrica y depósito de coches Steinmeyer, situado en las calles Victoria esquina Merced. Sólo a las 6 de la mañana los sestinos auxiliados por las compañías de hachas, ganchos y escalas, logran extinguir las llamas.
En el contexto de la celebración de las fiestas patrias de 1877 y, cómo un modo de agradecer el aporte de la colonia italiana, el Intendente dispone inaugurar un monumento a Cristóbal Colón. La 6ta. Compañía, por encargo de la autoridad, dispone una guardia de honor y un orador para pronunciar el dircurso alusivo a la ocasión. La tarea la asume Benedicto Falcone. Un año después -26 de septiembre de 1878-, se declara un desastroso siniestro que ataca el Teatro Victoria. Acuden los bomberos peninsulares que cuentan con la ayuda de la 3ra. Compañía de hachas, ganchos y escalas. Sólo después de varias horas de combate en contra del fuego, alrededor de las 23 horas, logran dominar las llamas.