En la reunión de la Junta de Oficiales, se escucharon las breves explicaciones que diera el Capitán… y hubo que aceptar, con visible emoción. Que uno de los dos caballos de la bomba fuera vendido en $ 200 a una empresa de mudanzas de la capital.
Sucedió hace muchos años atrás. El percherón envejecido había hecho su servicio activo. Desgraciadamente, se requería con urgencia reemplazarlo por otro joven y vigoroso, capaz de arrastrar la humeante mole de hierro y bronce, por esas calles de endiablados pavimentos pétreos; los cuales constituían en esa época lejana y heroíca, el más serio de los obstáculos, amén del peor enemigo, para los bomberos y sus pesadas máquinas. Pompe France (4) Una mañana, cabizbajo y a paso lento, salió “PEUCO” del cuartel.
Tirado de su bozal, sin despedidas ni protocolos, al igual como van los viejos camino del asilo. En su nuevo trabajo de caballo de mudanzas o como se les denominaba por aquel entonces, caballo “Golondrinero”, no se le exigían ni locas carreras ni arrestos combativos en la marcha gloriosa hacia los incendios; antes bien, dormitaría largas horas junto a las aceras, uncido al carro de mudanzas, mientras sus nuevos amos, sudorosos y mal humorados, cargaban ese cúmulo estrafalario de muebles, artefactos, colchones destripados, tiestos y demás efectos que constituyen el interior de una vivienda.
Una tarde de verano, mientras masticaba el pienso. Desde una bolsa colgada de su nuca robusta, “PEUCO” se irguió de improviso alzando sus orejas, tal cual lo hiciera en sus mocedades en el potrero o en el cuartel. Había percibido el toque bronco de la “paila”, sonido que le era tan familiar, y un ímpetu incontrolable estalló desde lo recóndito de su ser. Dio un salto formidable, sacudió la cabeza, lanzando lejos el saco con pienso y desbocado. Inició una loca carrera.
Al igual que con la bomba, arrastrando esta vez a la “Golondrina”. Sillas, mesas, catres, ollas volaron por los aires, decorando la calzada al son de ruidos huecos y delirantes. En su desenfrenado correr. El caballo volcó del carromato y arribo desnudo, sin riendas ni arneses, a su viejo cuartel. La vieja memoria de caballo de bomba, tenía en la alarma de incendio el activante de ese pasado bomberil.
Ante ese llamado nada lo detenía. Y cruel destino, fue él su sentencia condenatoria. Sus nuevos dueños catalanes, pidieron al Capitán deshacer el negocio, y por lo tanto, devolverlo a la Compañía de Bomberos, por cuanto se suponían engañados. Al no conseguir su objetivo. “PEUCO” fue vendido por los “Golondrineros” a vil precio, en la feria de la ciudad.
El fiel y desventurado caballo, convertido en animal arador, dio con sus viejos huesos en un campo lejano y solitario, donde nunca más oyó el bronco sonido de la campana de la calle Puente. Así terminó la pintoresca y triste vida de este “PEUCO” mal enseñado.
Jorge A. Poirier
Gracias por utilizar http://www.segundinos.cl
Sucedió hace muchos años atrás. El percherón envejecido había hecho su servicio activo. Desgraciadamente, se requería con urgencia reemplazarlo por otro joven y vigoroso, capaz de arrastrar la humeante mole de hierro y bronce, por esas calles de endiablados pavimentos pétreos; los cuales constituían en esa época lejana y heroíca, el más serio de los obstáculos, amén del peor enemigo, para los bomberos y sus pesadas máquinas. Pompe France (4) Una mañana, cabizbajo y a paso lento, salió “PEUCO” del cuartel.
Tirado de su bozal, sin despedidas ni protocolos, al igual como van los viejos camino del asilo. En su nuevo trabajo de caballo de mudanzas o como se les denominaba por aquel entonces, caballo “Golondrinero”, no se le exigían ni locas carreras ni arrestos combativos en la marcha gloriosa hacia los incendios; antes bien, dormitaría largas horas junto a las aceras, uncido al carro de mudanzas, mientras sus nuevos amos, sudorosos y mal humorados, cargaban ese cúmulo estrafalario de muebles, artefactos, colchones destripados, tiestos y demás efectos que constituyen el interior de una vivienda.
Una tarde de verano, mientras masticaba el pienso. Desde una bolsa colgada de su nuca robusta, “PEUCO” se irguió de improviso alzando sus orejas, tal cual lo hiciera en sus mocedades en el potrero o en el cuartel. Había percibido el toque bronco de la “paila”, sonido que le era tan familiar, y un ímpetu incontrolable estalló desde lo recóndito de su ser. Dio un salto formidable, sacudió la cabeza, lanzando lejos el saco con pienso y desbocado. Inició una loca carrera.
Al igual que con la bomba, arrastrando esta vez a la “Golondrina”. Sillas, mesas, catres, ollas volaron por los aires, decorando la calzada al son de ruidos huecos y delirantes. En su desenfrenado correr. El caballo volcó del carromato y arribo desnudo, sin riendas ni arneses, a su viejo cuartel. La vieja memoria de caballo de bomba, tenía en la alarma de incendio el activante de ese pasado bomberil.
Ante ese llamado nada lo detenía. Y cruel destino, fue él su sentencia condenatoria. Sus nuevos dueños catalanes, pidieron al Capitán deshacer el negocio, y por lo tanto, devolverlo a la Compañía de Bomberos, por cuanto se suponían engañados. Al no conseguir su objetivo. “PEUCO” fue vendido por los “Golondrineros” a vil precio, en la feria de la ciudad.
El fiel y desventurado caballo, convertido en animal arador, dio con sus viejos huesos en un campo lejano y solitario, donde nunca más oyó el bronco sonido de la campana de la calle Puente. Así terminó la pintoresca y triste vida de este “PEUCO” mal enseñado.
Jorge A. Poirier
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