"Cumplieron su misión de paz, hicieron escuela, heredaron abnegación y respeto a una ciudad que siempre defendieron desde que solo fue una aldea de pescadores y mineros empinada a la orilla del mar ganándole su existencia al desierto más severo del mundo", relata el profesor, historiador y cronista, Ricardo Rabanal, en homenaje a Bomberos de Antofagasta.
“Nunca supe bien cómo llegué a ser bombero, creo que ninguno se da cuenta hasta que ya es demasiado tarde. Un amigo, un primo, un hermano, otro familiar, o tal vez un vecino que lo invita a ser parte de esta pequeña sociedad Antofagastina del fuego… Y de repente, casi sin querer darse cuenta, se ve uno en un cuartel de muros altos y fríos, con pinturas y fotografías de hombres viejos que lo miran a uno desde el pasado, con una mirada inquisidora y distante que parece querer distanciarse de lo actual, ausentarse del tiempo presente…
Allí, con la atención del novicio, aprendemos escuchando hablar a viejos bomberos de los apocalípticos incendios de antes, de esas hogueras notables que tiñeron el cielo del puerto de Antofagasta de negro primero, rojo después y blanco al final. Levantando a una ciudad de la cama, en las noches calladas de la Perla antigua y maravillosa con la curiosidad viva por ver tan dantesco espectáculo lo más cerca posible y en forma gratuita.
Era la época en que el acontecer social del norte, en buena parte también se hacía en los incendios, allí contemplando las llamas y las calamidades ajenas, se enteraban y comentaban de las “copuchas” de un pueblo chico con incendios grandes. Cada secreto familiar, cada desliz juvenil o rompimiento matrimonial, se sabía primero contemplando el fuego y el trabajo de los bomberos que, en su esforzado trabajo, salvaban la ciudad.
Antofagasta progresó, la madera del siglo pasado en el centro de la ciudad, fue reemplazada por el cemento a fuerza del fuego incendiario. Esos bomberos lo sabían muy bien. Ellos estuvieron allí y lo recordaban hasta en sus detalles más pequeños, ninguno nunca llevó un registro escrito de los incendios, pero estos aparecían a llamaradas en la conversación, con lujos de detalles. Cada movimiento de las Compañías, cada carro, cada escala levantada era recordada claramente, como si esto hubiese pasado solamente ayer. No importando que el suceso que acaparaba la atención de todos tuviera cuarenta o cincuenta años de ocurrido y ya a nadie de los nuevos les interesa mayormente. La memoria de los viejos tercios bomberiles se convierte con los años en una enciclopedia candente y humeante de detalles desconocidos sólo registrados por quienes estuvieron de pie en esas escenas apocalípticas de fuego y escombros.
(…)
Cosa rara me resultaban los bomberos, hablaban solo de incendios, tragedias y fuegos… y cuando lo hacían, sus ojos adquirían un extraño resplandor, chispas de sus ojos de nortinos…o era solo la imaginación de un niño jugando a querer ser bombero, visitando un cuartel, escuchando historias o mirando una partida de dominó en una mesa fraterna que parecía eterna.
Ojito de pajarito en la mesa (Chancho uno), pasa el contrario, no importa cuándo sea mano, se sentará con lo que lo que lo hizo famoso en sus años de juventud, la diuca (Chancho dos), la partida ha comenzado. Entre risas y recuerdos, alguno cruzará el ferrocarrilero (Chancho tres) en la línea blanca de puntos negros para dominar a lo maestro (Con el Chancho seis), si es que no lo juega antes “por si ocurre una desgracia” como perder y que esta carta, la más alta del juego, quede para la cuenta.
Entrada la noche, cansados los cuerpos y agotados los recuerdos, “se fue la tía p`al sur”, es el fin de la partida, mañana será día de revanchas, de enmendar jugadas y descontar puntos. Nosotros los niños estábamos condenados a la limpieza de los carros y el material. Dando brillo a cromados y bronces antiguos, que vencen al agua de mar y al tiempo, como si nada. Así se me pasaron los años. Esos metales nobles que con su brillo me acompañaron en mil incendios nocturnos, alumbraron mi camino de bombero, el paso de niño a hombre, de cadete a voluntario, de aprendiz a maestro. Sin darme cuenta tuve mis propias historias que contar, mis propios incendios apagados.
Entonces presuroso corrí a la mesa de los viejos, para compartir mis aventuras y contar mis historias. Pero solo sillas vacías encontré. Ellos sin darme cuenta, habían partido uno a uno al postrero llamado del bombero, habían pasado su última lista con nosotros, se fueron contando historias, narrando anécdotas jocosas, revolviendo el dominó, dando consejos, levantando y subiendo escalas, conectando grifos, tiras y pitones. Se fueron silenciosos como pena de bombero en noche de funeral.
Cumplieron su misión de paz, hicieron escuela, heredaron abnegación y respeto a una ciudad que siempre defendieron desde que solo fue una aldea de pescadores y mineros empinada a la orilla del mar ganándole su existencia al desierto más severo del mundo.
Triste, cierro la puerta del cuartel de la Segunda, y en la mudez de sus paredes altas y retratos fríos. En las sombras y brillos de hachas cromadas y estandartes históricos de fina seda China confeccionados con vestidos de la rancia realeza Española.
Entre trofeos de bronces de brillo mudo, en el silencio de una soledad oscura y helada, se escucha el bullicio de un casino bomberil, el chocar de las cartas de dominó al compás de un piano Alemán. Es el reír de hombres que vienen de un incendio cantando un himno antiguo mil veces cantado…… Solo fantasmas de bomberos viejos, que sacaron agua de la arena y fuerza de la puna desértica para derrotar al fuego de este norte maravilloso”.
www.diarioantofagasta.cl

“Nunca supe bien cómo llegué a ser bombero, creo que ninguno se da cuenta hasta que ya es demasiado tarde. Un amigo, un primo, un hermano, otro familiar, o tal vez un vecino que lo invita a ser parte de esta pequeña sociedad Antofagastina del fuego… Y de repente, casi sin querer darse cuenta, se ve uno en un cuartel de muros altos y fríos, con pinturas y fotografías de hombres viejos que lo miran a uno desde el pasado, con una mirada inquisidora y distante que parece querer distanciarse de lo actual, ausentarse del tiempo presente…
Allí, con la atención del novicio, aprendemos escuchando hablar a viejos bomberos de los apocalípticos incendios de antes, de esas hogueras notables que tiñeron el cielo del puerto de Antofagasta de negro primero, rojo después y blanco al final. Levantando a una ciudad de la cama, en las noches calladas de la Perla antigua y maravillosa con la curiosidad viva por ver tan dantesco espectáculo lo más cerca posible y en forma gratuita.
Era la época en que el acontecer social del norte, en buena parte también se hacía en los incendios, allí contemplando las llamas y las calamidades ajenas, se enteraban y comentaban de las “copuchas” de un pueblo chico con incendios grandes. Cada secreto familiar, cada desliz juvenil o rompimiento matrimonial, se sabía primero contemplando el fuego y el trabajo de los bomberos que, en su esforzado trabajo, salvaban la ciudad.
Antofagasta progresó, la madera del siglo pasado en el centro de la ciudad, fue reemplazada por el cemento a fuerza del fuego incendiario. Esos bomberos lo sabían muy bien. Ellos estuvieron allí y lo recordaban hasta en sus detalles más pequeños, ninguno nunca llevó un registro escrito de los incendios, pero estos aparecían a llamaradas en la conversación, con lujos de detalles. Cada movimiento de las Compañías, cada carro, cada escala levantada era recordada claramente, como si esto hubiese pasado solamente ayer. No importando que el suceso que acaparaba la atención de todos tuviera cuarenta o cincuenta años de ocurrido y ya a nadie de los nuevos les interesa mayormente. La memoria de los viejos tercios bomberiles se convierte con los años en una enciclopedia candente y humeante de detalles desconocidos sólo registrados por quienes estuvieron de pie en esas escenas apocalípticas de fuego y escombros.
(…)
Cosa rara me resultaban los bomberos, hablaban solo de incendios, tragedias y fuegos… y cuando lo hacían, sus ojos adquirían un extraño resplandor, chispas de sus ojos de nortinos…o era solo la imaginación de un niño jugando a querer ser bombero, visitando un cuartel, escuchando historias o mirando una partida de dominó en una mesa fraterna que parecía eterna.
Ojito de pajarito en la mesa (Chancho uno), pasa el contrario, no importa cuándo sea mano, se sentará con lo que lo que lo hizo famoso en sus años de juventud, la diuca (Chancho dos), la partida ha comenzado. Entre risas y recuerdos, alguno cruzará el ferrocarrilero (Chancho tres) en la línea blanca de puntos negros para dominar a lo maestro (Con el Chancho seis), si es que no lo juega antes “por si ocurre una desgracia” como perder y que esta carta, la más alta del juego, quede para la cuenta.
Entrada la noche, cansados los cuerpos y agotados los recuerdos, “se fue la tía p`al sur”, es el fin de la partida, mañana será día de revanchas, de enmendar jugadas y descontar puntos. Nosotros los niños estábamos condenados a la limpieza de los carros y el material. Dando brillo a cromados y bronces antiguos, que vencen al agua de mar y al tiempo, como si nada. Así se me pasaron los años. Esos metales nobles que con su brillo me acompañaron en mil incendios nocturnos, alumbraron mi camino de bombero, el paso de niño a hombre, de cadete a voluntario, de aprendiz a maestro. Sin darme cuenta tuve mis propias historias que contar, mis propios incendios apagados.
Entonces presuroso corrí a la mesa de los viejos, para compartir mis aventuras y contar mis historias. Pero solo sillas vacías encontré. Ellos sin darme cuenta, habían partido uno a uno al postrero llamado del bombero, habían pasado su última lista con nosotros, se fueron contando historias, narrando anécdotas jocosas, revolviendo el dominó, dando consejos, levantando y subiendo escalas, conectando grifos, tiras y pitones. Se fueron silenciosos como pena de bombero en noche de funeral.
Cumplieron su misión de paz, hicieron escuela, heredaron abnegación y respeto a una ciudad que siempre defendieron desde que solo fue una aldea de pescadores y mineros empinada a la orilla del mar ganándole su existencia al desierto más severo del mundo.
Triste, cierro la puerta del cuartel de la Segunda, y en la mudez de sus paredes altas y retratos fríos. En las sombras y brillos de hachas cromadas y estandartes históricos de fina seda China confeccionados con vestidos de la rancia realeza Española.
Entre trofeos de bronces de brillo mudo, en el silencio de una soledad oscura y helada, se escucha el bullicio de un casino bomberil, el chocar de las cartas de dominó al compás de un piano Alemán. Es el reír de hombres que vienen de un incendio cantando un himno antiguo mil veces cantado…… Solo fantasmas de bomberos viejos, que sacaron agua de la arena y fuerza de la puna desértica para derrotar al fuego de este norte maravilloso”.

"Bomberos de antaño": Especial homenaje a voluntarios de Antofagasta en el Día Nacional del Bombero
Este viernes 30 de junio se conmemora en nuestro país el Día Nacional del Bombero y la Bombera, institución de voluntarios que se preparan y colaboran
